El pozo de la depresión en una sociedad enferma

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André Abeledo Fernández.— La depresión es como caerse a un pozo profundo y oscuro, sin saber como ha podido pasar, y que todo el mundo piense que es culpa tuya o que lo has hecho apropósito.

 

En España a nadie le importa la salud mental, tal vez por ese motivo hay más muertes por suicidios que por accidentes de tráfico.

La Sanidad es cada día peor en general, un desastre que llega tarde para los enfermos y no hace la labor de prevención. Pero la salud mental ha sido siempre la gran olvidada, la ignorada y fuente de sufrimiento para enfermos y familias abandonadas.

Vivir en una sociedad enferma, salvaje y sin empatía tampoco ayuda a la salud mental. Es una sociedad que no dá tiempo a vivir, con un alto nivel de estrés, competitiva, frustrante, donde los problemas laborales, económicos y familiares son reales, y cuando son la causa de la enfermedad no tienen tratamiento farmacológico.

No hay una generación de cristal, lo que pasa es que educamos a nuestros hijos para que sean seres humanos con empatía capaces de construir un mundo mejor, para que luego se encuentren con que vivimos en una sociedad inhumana, de mierda, sin empatía, hipócrita, salvaje y sin valores.

Una sociedad injusta donde solo cuenta lo material, y la gente sobrevive hasta que se muere buscando el modo de ganar dinero y sin tiempo para gastarlo con la familia y los amigos.

Los discursos de algunos de nuestros políticos son la muestra palpable de la terrible de sociedad en la que vivimos.

A nivel humano cada día damos más pasos hacia el salvajismo y la barbarie, su pensamiento es antiguo, cosas que el humanismo renacentista ya había superado, pero que esta sociedad de consumo, de tener cosas, pero no valores humanos, la sociedad de la información pero también de la ignorancia, ha olvidado.

En esta sociedad es fácil caer en el pozo.

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¡Capitalistas, Lenin no ha muerto!

Cuando la parca con su insaciable y afilada guadaña siega la vida de alguien que cuenta para mí, digo con Pablo Neruda que sólo “se muere por olvido”. Es decir, que mientras el recuerdo pervive - por las razones que fueren - la muerte, ese cese de la homeostasis en el ser vivo, desaparece. No existe. Algo perfectamente aplicable al fallecimiento del líder del proletariado mundial Vladímir Ilích Uliánov, Lenin. Y esto por mucho siglo que haya pasado desde aquella aciaga tarde del 21 de enero de 1924 en la ciudad de Gorki, a pocos kilómetros de Moscú. Día y lugar en los que el más grande pensador y revolucionario del siglo XX dejó físicamente este mundo a los 53 años. Eso sí, sin que desde entonces ni el implacable paso del tiempo ni el odio de la burguesía a las ideas revolucionarias hayan podido borrar - ni un tantico así – su emblemática figura y sus valiosas enseñanzas. Es decir, Lenin no ha muerto para pesadilla del capitalismo. Lo menosprecien o no. Da igual. El camarada Uliánov sigue vivo en las luchas de los/as revolucionarios/as del mundo entero y en el corazón de los pueblos que se alzan conscientemente contra ese sistema de explotación y expolio. ¿Cómo explicar sino la mórbida obsesión de la burguesía, de sus miserables medios de desinformación y de su intelectualidad lacaya contra algo (el comunismo) que consideran un sistema político zanjado por la historia? ¿Por qué a la primera ocasión que tienen vomitan tanta bilis contra lo que sus cínicos “expertos” consideran fallido e inviable? Pura conjuración. El capitalismo, el imperialismo, entendido este de manera leninista como la fase superior (y última) de su desarrollo histórico, lo sabe muy bien: al igual que otras sociedades humanas en el desarrollo materialista de la historia han pasado por determinados modos de producción, evolucionando del comunismo primitivo al feudalismo pasando por el esclavismo, también el capitalismo ha sido superado por el socialismo que, pese a todas las críticas de clase vertidas desde la disolución de la URSS, ha probado su diversa pero irrefutable existencia en diferentes países del planeta tras la Revolución de Octubre de 1917. Desaparece el capitalismo, porque lleva en sus entrañas el germen de su propia destrucción: la contradicción capital-trabajo y el sepulturero (la clase obrera organizada revolucionariamente) que lo entierra.