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Leslie Alonso Figueroa y Yodeni Masó Águila.— Durante horas, Muhammad Shaqura permaneció debajo de los escombros de su casa mientras el sonido aterrador de los misiles israelíes acababa con la vida de otros cientos de niños a quienes les corre sangre palestina.

 

Las imágenes del pequeño captadas por el lente del fotógrafo Belal Khaled exponen el absoluto horror y salvajismo cometido por las fuerzas israelíes contra los civiles en Gaza, tras un mes de agresión.

Muhammad es uno de los pocos sobrevivientes de la familia Shaqura y a su alrededor todo es piedra, polvo y destrucción, consecuencia de la política de tierra arrasada que pretende aplicar el ejército sionista.

Junto a él, otros niños gritan a los socorristas y reconocen entre los cadáveres los cabellos de sus madres, estas escenas son testimonios escalofriantes de la crueldad.

Las fuerzas israelíes detonaron 30 mil toneladas de explosivos sobre campos de refugiados, hospitales, escuelas, centros religiosos y hogares, en flagrante violación de los valores éticos, morales y de la dignidad humana.

Ante los ojos del mundo, Israel, apoyado por sus aliados de Occidente, agrede a toda una población entera y la priva de lo esencial para sobrevivir, bajo el único pretexto de una supuesta autodefensa.

Las Naciones Unidas, el Papa Francisco, presidentes, líderes de opinión y la mayoría de los pueblos del mundo insisten en detener el genocidio y no convertir a Gaza en el cementerio de los niños palestinos.

Israel desconoce la ley internacional, ignora las políticas del organismo multilateral que aceptó la fundación de su Estado sobre tierra árabe y algunos de sus funcionarios con despreciable autoridad sostienen la posibilidad de utilizar armamento nuclear.

Después de 32 días, cada 10 minutos la agresión israelí cobra la vida de un niño y la cifra de muertos, según el Ministerio de Salud palestino, ya supera los cuatro mil 200.

Muhammad nació detrás de un muro impuesto por un sistema ocupante y de discriminación racial. Israel lo privó de libertad y acabó con la vida de gran parte de su familia, ¿puede la humanidad virar el rostro e ignorar la inocencia masacrada en Palestina?

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2 COMENTARIOS

  1. No quisiera más dolor
    No quiero tanto dolor porque mi carne se partió en mil pedazos cuando murió mi hija de nueve meses en un hospital público. Donde van muchas madres pobres a padecer la muerte de sus crías.
    Yo hacía diligencias para poder operar a mi pequeña en el Centro Médico de Caracas y un médico de origen judío, “eminente neurocirujano” me dijo que los pobres en Venezuela estaban condenados a morir, como murió mi hija.
    Ese dolor está vivo en mi carne y ese dolor recrudece cuando veo como matan la inocencia en Palestina, cuando asesinan a los pequeños y pequeñas a cuenta de pobres, a cuenta de vulnerables, a cuenta de no tener el poder y el dinero que tienen muchos judíos… Netanyahu y su gente son para mí la encarnación del eminente neurocirujano que despedazó mi carne cuando no quiso operar a mi pequeña en su clínica privada. Y los niños palestinos encarnan a todos las pequeñas y los pequeños pobres del mundo. Es demasiado dolor para mi alma ya despedazada.

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