Leslie Díaz Monserrat (Granma).— Lleva el pelo recogido. El uniforme, tan exquisitamente planchado, que no quedó espacio ni para la más mínima imperfección. La madre la observa de lejos. Se siente orgullosa. Parece que fue ayer cuando la cobijaba en el vientre, a merced del miedo, dividida entre los deseos de tenerla en sus brazos y el pavor ante las historias sobre el parto.
Pero el tiempo vuela. Ya este 2 de septiembre le tocó vestirla bien temprano. Su pequeña estaba en la Plaza del Che, en la ciudad de Santa Clara. Como ella, otros niños y niñas celebraron el inicio del curso escolar 2024-2025 bien cerca del Guerrillero Heroico, pues en el lugar donde reposan sus restos, tiernas manos infantiles han colocado una flor. Allí, para acompañar a los infantes, estaban el miembro del Buró Político y primer ministro, Manuel Marrero Cruz; el vice primer ministro, Jorge Luis Perdomo Di-Lella; y los titulares de Educación y de Educación Superior, los doctores en Ciencias Naima Ariatne Trujillo Barreto y Walter Baluja García, respectivamente.
Comienzan a entonar las notas del Himno Nacional. Tras la solemnidad irrumpe la algarabía. El grupo de teatro Travesía Remediana y el conjunto danzario Los Soles cautivan al público. La tabla gimnástica llena el lugar de colores y nadie puede quedarse impávido ante la simpatía que despiertan los pequeños de la banda rítmica. Se ven tan emocionados. Llevan días practicando y no pueden contener los deseos de disfrutar la experiencia.
Trujillo Barreto les habla a sus muchachos, los invita a comenzar este curso lleno de oportunidades y también de retos, los convida a estudiar la historia que los antecede y a trabajar por el bien común, a apostar por una escuela cada día más cercana a sus anhelos de superación.
Cuando comienza a sonar el changüí, nadie logra quedarse quieto en su silla. Algunos abrazan a los amigos que no vieron en las vacaciones. Otros usan el uniforme por primera vez, con nerviosismo, como la niña de los moños peinados y simétricos.
Cada inicio de curso tiene la magia de transportar al pasado. De provocar un tierno retorno a ese instante en que la pequeña de lazos rojos era yo. Mis padres, en tiempos también complejos, me llenaban mi modesta mochila de libros, conscientes de que en cada uno de ellos inculcaban valores y sueños.
Este martes, la fiesta por el inicio del curso escolar se despidió entre risas, globos, con ese tono tan peculiar de la algarabía infantil. Una madre besó a su niña de lazos rojos, como mismo me besaban a mí, y pienso en mi hija, en el momento en el que le coloque sobre sus hombros el único peso para el cual están listos: el de los libros y la lleve a su escuela, tomada de la mano; mientras ella da esos pequeños salticos, que solo le nacen cuando se siente feliz.