El lunes Mario Draghi, antiguo presidente del Banco Central Europeo y primer ministro italiano, presentó en Bruselas un informe titulado “El futuro de la competitividad europea”, en el que pide a la Unión Europea que “cambie radicalmente”.
El informe, que tiene 69 páginas, pone de relieve la extrema preocupación existente en la Unión Europea por la pérdida de competitividad en los mercados mundiales. La palabra “China” aparece como una obsesión en 25 de las páginas.
Las empresas europeas enfrentan una demanda extranjera más débil y una presión competitiva cada vez mayor por parte de las empresas chinas. En abril Draghi condenó a China por amenazar con socavar la base industrial de Europa al “capturar e internalizar todas las partes de la cadena de suministro en tecnologías verdes y avanzadas”.
El informe Draghi refleja que China ha ganado el pulso económico y Europa busca alguna salida. El problema es que para Europa, China no es el problema sino la solución, al menos en parte.
Los actuales problemas económicos de Europa revelan fallas estructurales profundamente arraigadas. Frente a una intensa competencia en el mercado, las empresas europeas luchan por transformarse y adaptarse a los nuevos desarrollos económicos y tecnológicos, lo que las coloca en una clara desventaja en el mercado mundial. En este contexto, si bien China ha logrado avances significativos en áreas emergentes como las energías renovables, en Bruselas perciben la relación comercial normal con China, como una dependencia a causa de las presiones de Estados Unidos.
China y Europa comparten intereses mutuos en las relaciones económicas y comerciales, pero en Bruselas confunden los problemas de competitividad económica con las disputas políticas internacionales.