El «no imperialismo» de Trump

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Donald Trump acaba de ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Y, entre ciertos sectores antiimperialistas, prolifera una singular interpretación: la de que la administración Trump, a diferencia de las anteriores, representará un alivio para los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), entre otras naciones. Sin embargo, lejos de ello, Trump ha demostrado ser un actor injerencista, cuya agenda no aliviará unas tensiones internacionales que, en realidad, son estructurales e inherentes a la pérdida de hegemonía del imperialismo yanqui.

En realidad, Trump identifica a China, el miembro más influyente de los BRICS, como su principal rival estratégico. Durante su primer mandato (2017-2021), inició una guerra comercial sin precedentes contra China, imponiendo aranceles a importaciones chinas por un valor de más de 360.000 millones de dólares. Estos aranceles afectaron aproximadamente a dos tercios de las importaciones chinas, buscando frenar el avance tecnológico de China en sectores clave como el 5G y la inteligencia artificial. Además, Trump reforzó el apoyo a Taiwán, aprobando ventas de armas por más de 18.000 millones de dólares y desafiando a Beijing y a su política de “una sola China”. Taiwán es una de las regiones  geopolíticamente más delicadas a nivel mundial.

Incluso en el caso de Rusia, la percepción de una relación amistosa entre Trump y Putin es más un tópico que una realidad sustentada en hechos. A pesar de su retórica, la administración Trump impuso numerosas sanciones contra Rusia. Según el Departamento del Tesoro, durante su mandato se implementaron múltiples rondas de sanciones en respuesta a acciones como la anexión de Crimea en 2014, la presunta interferencia en las elecciones estadounidenses de 2016 y actividades cibernéticas atribuidas a Rusia. Aunque muchas de estas sanciones fueron impulsadas por el Congreso, la administración Trump las ejecutó, afectando a sectores clave de la economía rusa, como los sectores energético, financiero y de defensa. Además, en 2017 Trump aprobó la venta de armas letales a Ucrania, incluyendo misiles antitanque, lo que implicó una escalada significativa del apoyo militar estadounidense a Kiev. Según informes del Departamento de Defensa, entre 2017 y 2019 Estados Unidos proporcionó a Ucrania asistencia de seguridad por un valor de aproximadamente 1.300 millones de dólares.

En realidad, el ascenso de Trump y su política de “América First” representan una reacción proteccionista de sectores del capital estadounidense que perciben el crecimiento de los BRICS como el último clavo en el ataúd de su vieja hegemonía. Según datos de la OMC, la participación de los BRICS en el comercio mundial aumentó del 8% en 2001 al 19% en 2020. Frente a estas economías emergentes, Trump impondrá aranceles y sanciones, además de presionar a sus aliados para aislar a los competidores estratégicos. ¿Qué es esto, sino el imperialismo económico de una potencia en decadencia?

Por si fuera poco, el triunfo de Trump implicará un endurecimiento de las sanciones y una mayor presión sobre países como Cuba y Venezuela. Durante su primer mandato, reforzó el embargo contra Cuba, aplicando el Título III de la Ley Helms-Burton, que permite demandar a las empresas extranjeras que operen en propiedades confiscadas tras la Revolución Cubana. Estas medidas causaron pérdidas económicas por más de 5.000 millones de dólares anuales para la patria de Fidel Castro. En el caso de Venezuela, la administración Trump impuso durísimas sanciones a la industria petrolera, principal fuente de ingresos del país, generando una crisis artificial, alentando las guarimbas golpsitas e incluso reconociendo como presidente al advenedizo Guaidó. ¿Y cómo olvidar que Trump reconoció a Jerusalén como la capital de Israel en 2017, trasladando la propia embajada estadounidense? Este acto, condenado por la Asamblea General de la ONU, supuso una cruel puñalada contra el martirizado pueblo palestino; para colmo, Trump fomentó la normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes, incluido Marruecos (vendiendo al Sáhara Occidental). ¿Y habrá que olvidar también que Trump fomenta a los líderes más reaccionarios de América Latina, como antaño Bolsonaro en Brasil o, actualmente, Milei en Argentina, poniendo palos en la rueda al proceso de integración regional latinoamericano?

La idea de que Trump representa una opción “menos imperialista” es un tópico que no resiste el mínimo análisis serio. Su política exterior combina injerencia económica, presiones diplomáticas y, naturalmente, apoyo a los actores reaccionarios que favorezcan sus intereses estratégicos. Representando así a la perfección la actual etapa, belicista y delirante, de un imperialismo en decadencia como es el yanqui. Basta de frivolidades: ni Trump ni Biden/Harris suponen una alternativa a este respecto. Es evidente que el poder fáctico y sus intereses trascienden a los ocupantes temporales de la Casa Blanca. Tampoco su némesis residirá en el “Ala Oeste”, sino entre los pueblos sojuzgados y martirizados del mundo.

Fuente: inSurGente

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