Avanza la extrema derecha en Europa, también lo hace en América Latina y en EE.UU llega a la Casa Blanca acompañada de las caras más destacadas de la nueva oligarquía imperial. Occidente se adentra a un escenario distópico con claras similitudes históricas con el periodo de entreguerras del siglo pasado; años en los que, paso a paso, el fascismo impuso su barbarie hasta ser derrotado por el Ejército Rojo el 9 de mayo de 1945.
Saltan las alertas. Frente a esta realidad, directamente vinculada con el desarrollo de la crisis general del capitalismo y las diversas alternativas que el sistema implementa, para tratar de superarla, son multitud las voces que, pese a negar y/o ocultar las razones estructurales de este proceso, alertan sobre el riesgo que supone y llaman a la movilización “ciudadana” para frenarlo.
Son diversos los espacios que se unen a esta coro de asustadas voces pretendidamente virginales, pero fundamentalmente es la socialdemocracia política, social y sindical, la que más prodiga los llamados a defender en abstracto la “democracia” y sus “valores” frente a la ola autoritaria que los cuestiona. Llamamientos genéricos que, sin prácticamente hacer ninguna consideración de las causas y razones que han generado esta situación, no solo impiden interpretar con acierto lo que ocurre, sino que sitúan en un callejón sin salida a todo el cuerpo social que, sin más, asuma sus consideraciones y se movilice siguiendo sus orientaciones.
La ausencia de una lectura de los hechos desde posiciones en defensa exclusiva de los intereses y necesidades de la clase obrera, invalida los posicionamientos que puedan realizar y los convierte en inútiles a efectos de derrotar la ofensiva del capital.
Nada es casual y repentino. Todo tiene sus causas y es nuestra responsabilidad sacarlas a la luz y evidenciarlas ante las grandes masas trabajadoras que padecen en lo concreto los recortes en derechos laborales, sociales y civiles.
Este proceso, obedece al desarrollo propio de un sistema agotado, que sumido en una profunda crisis de carácter estructural, ensaya todas las fórmulas para tratar de mantener la tasa de ganancia de una oligarquía internacional cada vez más concentrada y poderosa. Es el imperialismo: la única forma posible de existencia del capitalismo en su fase actual de desarrollo. El sistema para el que la guerra, la represión, la sobreexplotación y el saqueo de materias primas, no es un delito, sino una necesidad.
El sistema usa todos sus peones hasta que le son útiles. En su complejo proceso de desarrollo – para nada libre de contradicciones, pero totalmente coherente-, cada actor a su servicio juega el papel asignado por los verdaderos poderes económicos y políticos que determinan su existencia.
Por el imparable avance de la crisis, al mismo tiempo que crecen las contradicciones y dificultades que encuentra el imperialismo para el ejercicio de su hegemonía mundial, la socialdemocracia –en todas sus versiones conocidas- está dejando de ser una opción viable para el sostenimiento de la dominación burguesa en el periodo que se avecina. La aplicación de mayores dosis de sobreexplotación y al mismo tiempo, niveles superiores de violencia contra quienes se opongan al desarrollo de sus planes de liquidación total de derechos y libertades, requieren de actores más firmes para ejecutarlas.
Una vez cumplido su cometido de desmovilizar a la clase obrera y descentrar el conflicto social, llevándolo de la lucha de clases a otros escenarios, la socialdemocracia ya no es lo que requiere la burguesía para ejercer su dictadura de clase. Es un sujeto político prescindible para la dirección gubernamental de los estados.
Es la debilidad organizativa e ideológica del movimiento obrero, de una mayoría de sus organizaciones políticas y sindicales, al abrazar la tesis del capitalismo como el único modelo social y económico posible, lo que está en la base del avance de las posiciones más extremas del poder burgués.
El fascismo en el siglo XXI, por ahora, se construye de otra manera al que conocimos, porque no tiene enfrente un fuerte movimiento obrero socialista.
Defender los derechos conquistados; no la democracia liberal. El reto que le corresponde a todas las organizaciones del movimiento obrero que no se hallen subsumidas a la ideología burguesa; aquellas que desde la independencia de clase, no dependan de la legitimación y financiación del estado burgués para existir, es cavar una trinchera desde la que defender todos y cada uno de los derechos conquistados mediante la lucha obrera y popular.
Instalarse en la dinámica del mal menor e ir aceptando progresivos recortes es la sentencia de muerte de quien lo haga. El ejemplo de la edad de jubilación es claro en ese sentido y, con la firma de los llamados “agentes sociales” que siguen garantizando la paz social, avanza imparablemente hacia los 70 años sin que se movilice el conjunto de la clase trabajadora ante tal latrocinio.
Hay que definir una táctica clara en el sentido de conformar el más amplio frente en defensa de los derechos –de todos-, porque todos se le han conquistado a la burguesía y a su Estado y no es posible renunciar a ninguno de ellos. Pero si el propósito desde el que se quiere movilizar a las masas trabajadoras es, como sitúa IU con su “Convocatoria por la Democracia”, la defensa de la democracia liberal burguesa y el llamado por ellos mismos, estado del bienestar, frente al “totalitarismo”, sin más referencia que tratar de volver a poner el reloj a cero sin plantearse cambiarlo de dueño y de bolsillo, el fracaso está asegurado.
Ni democracia liberal, que se ha demostrado claramente que no es más que la farsa desde la que la burguesía ejerce su dictadura de clase con mayor comodidad, ni el denominado estado del bienestar concebido en su conjunto como una concesión del estado a una privilegiada población europea que disfruta de esos derechos, mientras se saquea y explota a los trabajadores y trabajadoras del resto de países que no están en el selecto club de naciones con derecho a instalarse en el “jardín europeo”.
Cuando avanza la crisis y sus consecuencias, la primera responsabilidad de los revolucionarios y revolucionarias es decir la verdad a nuestra clase y llamarle a la lucha con todas las cartas encima de la mesa.
Luchar por el Socialismo, por el poder obrero. Situarlo como una referencia estratégica inequívoca de todas las luchas. Esa es la meta a la que, no solo hay que aspirar, sino por la que hay que empezar a hacer ya cosas en concreto para conseguirlo.
La batalla de ideas se da en lo específico de cada lucha y en el complejo proceso de transmitir la ideología revolucionaria. Un propósito a desarrollar en todos los espacios en los que intervenimos con una práctica constante desde la que construir una referencialidad propia e independiente de la militancia comunista.
Más allá de este campo de intervención de masas, que es el único desde el que es posible trascender los limitados marcos organizativos actuales de la constelación de siglas y personas que se reclaman del movimiento obrero y del campo revolucionario, solo hay espacio para la retórica y el sectarismo endogámico y patológico de quienes ya no son más que esperpentos con muy poco aliento para seguir existiendo.