Eduardo Vasco.— Las frecuentes y crecientes humillaciones públicas impuestas por Trump a Zelensky demuestran que el papel de Estados Unidos en la guerra por procuración contra Rusia tiende a ser secundario. Los europeos ya planean asumir el protagonismo de la tragedia anunciada.
Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, declaró al mundo que “Europa necesita ser urgentemente rearmada”. La Unión Europea realiza una cumbre especial de defensa este jueves precisamente para debatir los planes de expansión militar, en pleno punto de inflexión de la política europea de la posguerra mundial.
“Todos entendemos que, después de un largo período de subinversión, ahora es de extrema importancia aumentar la inversión en defensa por un período prolongado. Es para la seguridad de la Unión Europea”, afirmó, en un evento organizado por el primer ministro británico Keir Starmer para debatir los caminos de la situación en Ucrania, justo después de que Zelensky fuera humillado en la Casa Blanca. “Tenemos que poner a Ucrania en una posición de fuerza, para que tenga los medios para fortalecerse y protegerse”, completó von der Leyen.
Pero esta tendencia no es de hoy. Simplemente se acentuó con la llegada de Trump a la Casa Blanca. En enero de 2024, el periódico Bild reveló un documento secreto de las fuerzas armadas alemanas que preveía una guerra directa entre la OTAN y Rusia en el verano europeo de 2025. Pocos días después, Robert Bauer, jefe del comité militar de la OTAN, declaró en una reunión con los jefes militares de los países miembros: “necesitamos una transformación de la OTAN para la guerra”.
Desde que Rusia reaccionó a las provocaciones de la OTAN y entró de lleno en la guerra en Ucrania, Macron ha defendido con cierta frecuencia el fin de la dependencia europea respecto a Estados Unidos, tanto en términos económicos como militares. Incluso llegó a sugerir una alianza militar estrictamente continental, y no atlántica. Ahora, el probable nuevo canciller alemán, Friedrich Merz (hombre de BlackRock), parece seguir el mismo discurso, al afirmar en un debate preelectoral que su prioridad será hacer que Europa sea independiente de Estados Unidos.
En septiembre pasado, von der Leyen nombró al primer comisario para la Defensa de Europa, una clara señal de los nuevos tiempos castristas. La Comisión Europea, la Unión Europea y la OTAN están centralizando el control sobre el presupuesto de los países europeos para forzar el aumento del gasto militar en cada uno de ellos.
Es curioso que los europeos estén indicando hacer exactamente lo que Trump les ha exigido desde hace mucho tiempo. El presupuesto de defensa está a punto de aumentar en la OTAN, lo que ya ocurrió en España y fue anunciado por Francia, Reino Unido y Dinamarca. En 2014, solo 8 de los 28 miembros de entonces gastaban el 20% del presupuesto de defensa en equipos y programas, lo que es considerado ideal por la OTAN. En 2024, ya eran 29 entre los 32 miembros actuales los que seguían esta orientación, con los polacos gastando más del 50%, incluso por delante del 30% de Estados Unidos. A su vez, en 2014 solo tres países gastaban el 2% de su PIB en Defensa (meta de la OTAN desde 2006), y hoy ese número ya llega a 23.
Como siempre, quien más quiere la guerra es la industria bélica. No es coincidencia que el complejo militar-industrial de Estados Unidos siempre haya sido contrario a Donald Trump, no porque lo vean como un machista, racista y homofóbico, sino por sus indicaciones de reducir el papel militar de Estados Unidos en el mundo, lo que incluye la salida de soldados de Europa y la reducción de los gastos con la OTAN.
A pesar de ser una señal de posible retroceso en la dependencia respecto a Estados Unidos, la propia von der Leyen dijo en febrero que los europeos deberían aumentar la importación de gas de los estadounidenses para compensar la dependencia que aún existe de Rusia. Lo más relevante, sin embargo, es que la militarización de Europa partiría precisamente del complejo militar-industrial de Estados Unidos, pues los europeos no tienen condiciones de producir el material que necesitan, justamente debido a la sumisión a Washington desde el Plan Marshall.
La elección de Trump fue un golpe al complejo militar-industrial estadounidense, también conocido como Deep State (junto con las agencias de inteligencia). Como está desde hace mucho tiempo controlado por el capital financiero, puede decirse que es el pilar del sistema imperialista de la posguerra mundial. Este sector fundamental del poder imperialista hasta intenta influenciar las decisiones del nuevo gobierno estadounidense, pero otras capas del gran capital se oponen a él, al menos en parte. Resta utilizar sus piezas del otro lado del Atlántico, mientras aún las controla sin muchas dificultades.
Un astuto intelectual del establishment estadounidense sugirió en una prestigiosa revista que los países europeos deberían comprar más gas de Estados Unidos y reducir las tarifas de importación de productos químicos y farmacéuticos de América para garantizar las inversiones en la defensa europea, así como apretar el cerco contra la libertad de expresión en las redes sociales. Al fin y al cabo, él ya sabe que, con el aumento de los gastos militares, los bancos van a exigir recortes en los gastos sociales y, por lo tanto, habrá una ola de descontento. Será necesario suprimir la oposición.
Europa enfrenta una desindustrialización histórica (acelerada a partir de las sanciones a Rusia y de la retaliación de Moscú). Además, la inflación ha sido elevada desde la intervención rusa en Ucrania, con un empujón de los houthis con su bloqueo del Mar Rojo, así como el índice de quiebras de empresas, el desempleo, las tasas de pobreza y las protestas, en especial las de los campesinos.
La reindustrialización que los industriales alemanes, en particular, exigen, vendrá precisamente a través de la producción militar, como fue en la Segunda Guerra Mundial. Fue lo que salvó al capitalismo mundial y aseguró a Estados Unidos el papel de potencia reinante en el mundo hasta hoy. El escenario puede agradar a griegos y troyanos: los grandes capitalistas estadounidenses lucran con la venta de armas y equipos a Europa y los grandes capitalistas europeos lucran con la reindustrialización y la austeridad social proporcionada por ello.
Tal política es un plato lleno para la extrema derecha europea. Ella ya viene desde hace mucho tiempo surfeando en la ola de la intensa insatisfacción popular con la doctrina neoliberal. Llegó al gobierno o a importantes posiciones de negociación en el Parlamento Europeo y de los principales países del continente al engañar a votantes de clase media y trabajadora con su demagogia, pero principalmente al recibir un apoyo creciente del empresariado nacional.
Aunque en Francia y Alemania sea oficialmente contraria a la guerra contra Rusia, apoya el resurgimiento de las grandes potencias y es apoyada por los industriales. Marine Le Pen y Alice Weidel no esconden su disposición de formar una coalición con los partidos de la derecha tradicional, como la base de Macron o la CDU. El cordón sanitario ya comenzó a romperse en Alemania. La propia política de los actuales gobiernos de militarización y endurecimiento de leyes (ya sea contra la inmigración o contra la libertad de expresión) asienta el terreno para la instalación de la extrema derecha en el poder.
Muchos comparan la situación actual con el período inmediatamente anterior a la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Fue un período de industrialización, militarización y aumento de la competencia entre las potencias por los mercados mundiales. Europa fue protagonista en ambas guerras, en especial Alemania. Los alemanes llegaron tarde a la competencia previa a la Primera Guerra, fueron humillados por Versalles antes de la Segunda y básicamente colonizados por Estados Unidos después de 1945. Son el eslabón más frágil del eje imperialista, y el más propenso al fascismo. Una retomada del crecimiento económico independiente, acompañado del rearme masivo, conduciría necesariamente a la expansión de Alemania. Esta necesidad, como vimos, solo pudo ser atendida la última vez por un régimen fascista. Esta vez no deberá ser diferente.