Andrea Zhok.— La opinión pública occidental, al igual que en vísperas de la Primera Guerra Mundial, parece estar gravemente afectada por el deterioro cognitivo. El déjà-vu de una retórica tan racionalmente vacía como explosiva
Hay un dicho en latín que dice: “Quos vult Iupiter perdere, dementat prius” (“Júpiter primero hace perder la cabeza a quienes quiere arruinar”).
Bueno, no sé si Júpiter, Odín, Yahvé, Ahura Mazda u otros seres superiores tuvieron algo que ver en ello.
Me abstengo de analizar las causas probables, aunque creo que mucho se podría decir sobre los procesos tecnológicos y sociales de aniquilación mental que han tenido lugar en las últimas décadas.
Sea como fuere, hoy la opinión pública occidental, igual que en vísperas de la Primera Guerra Mundial, me parece ampliamente víctima del deterioro cognitivo.
Si releéis los tonos y los argumentos de los periódicos de los años 1900-1914, encontraréis editoriales inflamados por una retórica tan racionalmente vacía como explosiva. En aquella época, intelectuales críticos como Karl Kraus intentaron hacer razonar con sagacidad y sarcasmo a la burguesía culta en las páginas de “Fackel” (la mayoría de la población quedó excluida del disfrute intelectual).
Pero todo fue en vano.
Como curiosidad, Wittgenstein recibió el estímulo decisivo para ocuparse de la clarificación semántica del lenguaje precisamente a raíz de su frustración con el nivel catastrófico del discurso público europeo en aquellos años.
Hoy, como entonces, la capacidad de tragarse con gran seriedad y cero de espíritu crítico toneladas de mentiras enérgicas, distorsiones instrumentales y comunicados de prensa del régimen está en niveles fuera de escala.
Realmente sucede que se oye a gente, con actitud de ciudadanos reflexivos y responsables, murmurar frases amables como:
—Eh, pero ¿qué crees que podemos hacer sin un ejército?
“Pero ya viste lo que Putin le hizo a Ucrania. ¿Quién dice que no seremos los siguientes?”
“¡Primero creemos un ejército europeo y luego crearemos los Estados Unidos de Europa!”
Hasta la final:
“Si eres tan putinista, ¿por qué no vas a Rusia?”
La capacidad de ver de forma realista los escenarios históricos es nula.
Conocimiento de procesos estructurales, institucionales, materiales y motivacionales cero.
Principio de realidad extinto.
Mi sensación es que estos niveles de decadencia mental no pertenecen propiamente a la esfera del error lógico-conceptual, o sólo en parte.
Más bien, creo que en su mayoría ocurren en paralelo con un estado de profundo malestar existencial, una percepción aguda de cupio dissolvi [deseo de destrucción de uno mismo]. En un mundo donde cientos de millones de personas han sido persuadidas de que todo lo que la vida puede prometer pertenece a un catálogo de Amazon, el deseo oculto de violencia, ira, destrucción, venganza contra el propio destino, es lava que hierve bajo una corteza inestable.
Así que discutir no tiene sentido: es como intentar convencer a un drogadicto de que las drogas son malas para la salud; Si está de acuerdo contigo sólo será en la medida en que estar de acuerdo contigo le lleve a la siguiente dosis. No son las razones de la mente las que prevalecen, sino un oscuro deseo orgánico.
Un querido amigo citó la Gelassenheit de Heidegger, que se traduce aproximadamente como la aceptación de lo que el destino nos tiene reservado, como una actitud apropiada para estos tiempos de ruina.
Quizás tenga razón.
Tal vez dejar que el fuego arda hasta que todo material combustible se haya extinguido sea una actitud aconsejable, incluso sabia.
Sólo que aquí, al final, contrariamente a lo que se dice hoy en día, nadie elige lo que es.
Y para algunos personajes, quizá los defectuosos, aceptar serenamente la catástrofe nunca es una opción.
Fuentes:
Traducción: Carlos X. Blanco