Madeleine Sautié (Granma).—Caminar por la Universidad de La Habana y mirar su escalinata, símbolo de patriotismo y aspiraciones… Tantos sueños llevados y traídos sobre sus históricos escalones; tanta epopeya protagonizada por dignos hijos de Cuba, en sus horas de estudiantes. Voltear el rostro y saber guardadas, en el conocido monumento, las cenizas de Julio Antonio Mella, no puede ser, para nadie, un dato común. Con toda razón, allí se entronizan.
Como un acto de revelaciones resulta ir al encuentro de este joven comunista, de connotada inteligencia, al que su amigo Juan Marinello consideró, «como Martí, un caso sorprendente de superación de lo nuestro».
Quien había matriculado, en 1921, las carreras de Derecho, Filosofía y Letras no era un estudiante común. Su verbo antimperialista se escuchó en el Patio de los Laureles, desde que cursaba el primer año. Muy pronto había advertido la corrupción y el deterioro moral del Gobierno y de la propia dirección de la Universidad, y era preciso denunciarlo. Había mucho que hacer, y el naciente líder llamó entonces a colegas y profesores a combatir estos males.
Desde entonces, la casa de altos estudios se volvió invivible para sus preceptores, a los que se les pedía y debían dar cuentas. Mella, prominente deportista que competía en remo y en campo y pista, enarboló la Reforma Universitaria; fundó la Universidad Popular José Martí, la Federación de Estudiantes Universitarios y su revista Alma Mater. Escribió denuncias en diversos medios. Su decisión de cambiar los destinos de Cuba era ya indefectible.
Mucho hizo este adalid, estudioso tenaz del marxismo; dueño de un pensamiento latinoamericanista; apasionado defensor de la dignidad humana, inquieto hacedor de gestas para el beneficio colectivo. Instituyó la Liga Anticlerical, la sección cubana de la Liga Antimperialista de las Américas, y fue uno de los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba.
La luz de sus propósitos, concretados en acciones, cegaba a los tiranos, al mismo tiempo que los visibilizaba. La lucidez de su palabra entrañaba un peligro. Tras la persecución, partió al exilio, no para defender su utilísima vida, sino para seguir arriesgándola en defensa de los humildes. En México, donde creció su estatura de revolucionario continental, y donde desplegó sus ideales internacionalistas, fue cobardemente asesinado por órdenes de Gerardo Machado, dictador cubano al servicio imperial. No había cumplido aún 26 años.
«Muero por la Revolución», dijo, al caer. Cuba perdía al más extraordinario insurgente de su generación, pero ganaba un ejemplo luminoso que el pueblo cubano no pudo ni podrá olvidar jamás. En varios países de la región hubo denuncias y protestas. En diarios estadounidenses se publicó que la orden de asesinato provenía del palacio de Gobierno de La Habana.
Martí, quien para el líder estudiantil fuera inspiración y paradigma, escribió un día sobre esa posibilidad que tienen los grandes caídos de levantarse, desde los claustros de mármol, o desde la tierra, cada vez que haya una afrenta, o se insinúe para ellos la muerte total.
Mella, que pertenece a esa estirpe, está también en las actuales batallas. No sentirlo entre nosotros es estar de espaldas a las luchas que empuñó y por las que dio la vida.
Mella llegó al mundo hace hoy 122 años. Mella, que no abandona; Mella presente y vivo, para la Revolución.
Yo no pierdo el tiempo, lo empleo e mi lucha, La lucha de clase de los hombres y de las mujeres dignxs y buenxs, que han muerto asesinados por defender la igualdad y vivir en sociedades Comunistas, dieron su vida por ello. En su nombre y en nombre de todos y de todas que fueron asesinadxs
por personas indignas de amor y compasión. ¡VIVA LA REVOLUCION COMUNISTA!