
Delfín Xiqués Cutiño (Granma).— Las fuerzas del Ejército Rojo que tomaron por asalto la ciudad de Berlín, en mayo de 1945, tuvieron que luchar encarnizadamente contra cientos de miles de atrincherados fanáticos soldados nazis, que habían fortificado y convertido en inexpugnable a la mayoría de las casas y las calles berlinesas. Sus oficiales les habían dicho que: «se harían todos los esfuerzos para no consentir la toma de Berlín por los rusos; si había que entregar la ciudad, solo sería a los norteamericanos».
El 15 de abril, el 1er. Frente Bielorruso, al mando del mariscal G. K. Zhukov, inició la ofensiva sobre Berlín y, luego de combatir tenazmente durante diez días, logran rodear la ciudad. Cumplen misiones también el 1er. Frente Ucraniano y el 2do. Frente Bielorruso, bajo el mando de los mariscales Konev y Rokossovski, respectivamente.
Pero llegar a Berlín no fue «coser y cantar». Resulta que la maquinaria nazi, que había cometido atrocidades genocidas contra el pueblo ruso –incluidos mujeres, niños, ancianos y militares–, catalogadas como crímenes de lesa humanidad, ordenó a sus tropas rendirse a las fuerzas Aliadas, y poner el mayor número de soldados y medios de combate contra el Ejército Rojo para impedirle llegar a su guarida.
También hay que tener en cuenta que algunos de los líderes de los Países Aliados no eran tan «aliados» de la Unión Soviética, como el primer ministro británico Winston Churchill, anticomunista «hasta la médula», quien planeó atacar a Rusia una vez derrotado el Tercer Reich, con la Operación Impensable, el 1ro. de julio de 1945.
El mariscal G. K. Zhukov, en su obra Memorias y meditaciones, señala al respecto: «Por las conversaciones sostenidas con Eisenhower, Montgomery y oficiales y generales de las tropas aliadas, supe entonces que, después de forzar el Rhin, las tropas aliadas no libraron serios combates contra los alemanes. Las unidades germano-fascistas retrocedían aprisa y, sin oponer gran resistencia, se rendían a los norteamericanos e ingleses».
SOLO SE NEGOCIARÍA LA CAPITULACIÓN INCONDICIONAL
Recuerda Zhukov que, en el asalto al edificio del Reichstag, donde estaban bien atrincherados unos 1 500 hitlerianos, se combatió ferozmente en todos los pisos, algunas veces cuerpo a cuerpo, hasta lograr la rendición del enemigo, y se izó en su cúpula la bandera roja.
En la tarde de ese día se presentó en el puesto de mando del 8vo. Ejército de la Guardia, el general de infantería Krebs, jefe del Estado Mayor General de las fuerzas terrestres alemanas, quien dijo que estaba facultado para establecer contacto directo con el Mando Supremo del Ejército Rojo, a fin de negociar el armisticio.
Informó que el führer se había suicidado el día 30 de abril, a las 15 horas y 50 minutos, y entregó su testamento firmado y una carta remitida por Goebbels al Mando Supremo soviético, en la que se decía que Hitler había transferido el poder a Doenitz, a él y a Bormann. Este último fue facultado para realizar contacto con las autoridades rusas.
Inmediatamente, el mariscal Chuikov llamó por teléfono a Moscú, al jefe supremo I. V. Stalin, y lo puso al corriente. Su respuesta fue categórica: solo negociar la capitulación incondicional.
Cuando se le dio esa respuesta al general Krebs, dijo que solo tenía facultades para negociar un armisticio, que lo demás le correspondía al nuevo gobierno de Doenitz, por lo que era evidente que los alemanes trataban de ganar tiempo, por eso estaban dándole «largas al asunto».
La respuesta de Chuikov fue enérgica: si a las diez horas no había respuesta de Goebbels y Bormann a la capitulación incondicional, recibirían un contundente ataque.
Eran las 10 horas y 40 minutos, y como los alemanes no habían respondido, las baterías abrieron un huracanado fuego sobre las defensas del sector del centro urbano. A las 18 horas, un parlamentario alemán informó que no aceptaban la capitulación incondicional.
Entonces, a las 18 horas y 30 minutos, las baterías iniciaron otro implacable fuego artillero sobre el centro de Berlín y la Cancillería Imperial, el último reducto de los jerarcas nazis.
A la 01 hora y 50 minutos se escuchó la emisora del Estado Mayor de la defensa de Berlín transmitiendo varias veces, en alemán y en ruso, este mensaje: «Enviamos a nuestros parlamentarios al puente Bismarckstrasse. Cesamos las hostilidades».
Al amanecer del 2 de mayo –a las 06 horas y 30 minutos–, se entregó prisionero el general Helmuth Weidling, jefe del 56 Cuerpo de tanques, y su Estado Mayor. Dijo que Hitler, personalmente, lo había nombrado jefe de la defensa de Berlín.
El general alemán estuvo de acuerdo en ordenar inmediatamente a sus tropas suspender toda resistencia. Por lo que, en la mañana de ese 2 de mayo firmó y transmitió por radio el siguiente mensaje: «…Por orden del führer, nosotros, las tropas alemanas, deberíamos luchar todavía por Berlín, a pesar de que se han agotado las municiones, y a despecho de la situación general que hace disparatada la ulterior resistencia.
«Ordeno: cesar inmediatamente la resistencia. Firma: Weidling (general de artillería, excomandante en jefe de la defensa de Berlín».
La batalla de Berlín había terminado luego de 16 días de feroces combates. Se rindieron más de 70 000 soldados alemanes, sin contar los heridos.
QUERÍAN FIRMAN LA PAZ A ESPALDAS DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
Como es sabido, en un momento anterior los representantes del Reich intentaron negociar con EE. UU. y Gran Bretaña una paz por separado, a espaldas de la Unión Soviética. Por eso, no es de extrañar que el 7 de mayo, en la ciudad francesa de Reims, el general Alfred Jodl firmara un acta de capitulación incondicional, «con el visto bueno» de las fuerzas aliadas, encabezadas por los estadounidenses.
Al conocer este sorpresivo hecho, Stalin lo rechazó. Argumentó que la parte alemana carecía de autoridad para suscribirlo, porque el general Jodl no era el militar de más jerarquía de las fuerzas alemanas, y que debía hacerse, además, con la presencia del mando supremo de todos los países integrantes de las fuerzas Aliadas, y no unilateralmente, y en el lugar de donde provino la agresión fascista: en Berlín.
El 9 de mayo de 1945, en un edificio de dos plantas ubicado en la zona de Karlshorst, en Berlín, el mariscal Georgy Zhukov, en nombre del Alto Mando del Ejército Rojo, recibió y presidió la reunión con los representantes de las fuerzas Aliadas de Reino Unido, Estados Unidos y Francia, además de los de la Alemania nazi.
Zhukov preguntó a la parte alemana si había estudiado el acta de capitulación incondicional, y si estaban facultados para suscribirla. Respondieron que sí. Entonces los invitó a que se acercaran a la mesa y la firmaran.
Terminaba oficialmente la Gran Guerra Patria que había comenzado el 6 de junio de 1941. Fueron 1 418 terribles días y noches de combate, que no pudieron quebrar la valentía y el sacrificio de ese heroico pueblo y del Ejército Rojo, dirigido por el Partido Comunista.
Al recordar el aniversario 70 de esa gran hazaña, Fidel expresó: «Los 27 millones de soviéticos que murieron en la Gran Guerra Patria lo hicieron también por la humanidad y por el derecho a pensar y a ser socialistas, ser marxistas-leninistas, ser comunistas, y a salir de la prehistoria».
