Alastair Crooke*
Creo que debemos partir de la noción de que la derrota conduce a la revolución, para comprender la “revolución” de Trump”.
La experiencia que se vive en Estados Unidos, aunque no sepamos exactamente qué será, es ¿una revolución en sentido estricto? O ¿una contrarrevolución?
Así habló el historiador y filósofo francés Emmanuel Todd en su conferencia de abril en Moscú, Desde Rusia con amor .
Esta [“revolución”] está, en mi opinión, ligada a la derrota. Varias personas me han contado conversaciones entre miembros del equipo de Trump, y lo sorprendente es su conciencia de la derrota. Personas como J.D. Vance, el vicepresidente, y muchos otros, comprendieron que Estados Unidos había perdido esta guerra.
Esta conciencia americana de la derrota, sin embargo, contrasta marcadamente con la sorprendente falta de conciencia de los europeos –más bien es negación– ante su derrota:
Para Estados Unidos, es fundamentalmente una derrota económica. La política de sanciones demostró que el poder financiero de Occidente no era omnipotente. Se recordó a los estadounidenses la fragilidad de su industria militar. El Pentágono sabe muy bien que uno de los límites a su acción es la limitada capacidad del complejo militar-industrial estadounidense.
Que Estados Unidos se encuentra en medio de una “revolución” ahora mismo, fácilmente comparable al fin de la URSS, es algo que pocos comprenden. Sin embargo, nuestras ideas preconcebidas, tanto políticas como intelectuales, a menudo nos impiden ver y asimilar la trascendencia de esta realidad .
Todd, para su crédito, admite la dificultad con esta percepción:
Debo admitir que cuando el sistema soviético colapsó, no pude prever la magnitud de la dislocación ni el nivel de sufrimiento que esta causaría a Rusia. Mi experiencia me enseñó algo importante: el colapso de un sistema es tanto mental como económico … No entendía que el comunismo soviético no era solo una organización económica, sino también un sistema de creencias, una cuasi religión, que estructuraba la vida social soviética y rusa. La dislocación de las creencias conduciría a una desorganización psicológica mucho mayor que la económica. Hoy en día, estamos llegando a una situación similar en Occidente.
La dislocación psicológica causada por la «derrota» puede explicar (pero no justificar) la «curiosa» incapacidad de Occidente para comprender los acontecimientos mundiales: la disociación casi patológica del mundo real que muestra en sus palabras y acciones: su ceguera, por ejemplo, ante la experiencia histórica rusa y ante la larga historia de desafío chií en Irán.
Sin embargo, incluso mientras la situación política se deteriora… no hay indicios que Occidente se vuelva más realista en su comprensión, y es muy probable que continúe viviendo en su interpretación alternativa de la realidad, hasta que sea expulsado por la fuerza .
Yanis Varoufakis ha señalado que la realidad de la perspectiva de una «derrota» económica estadounidense fue claramente explicada por Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, cuando dijo que lo que mantiene unido a todo el sistema globalista ha sido el flujo masivo de capital desde el exterior -que asciende a más de 2.000 millones de dólares cada día laborable- que sostiene el estilo de vida cómodo y de baja inflación de Estados Unidos.
Hoy, con Estados Unidos sumido en una era de déficits presupuestarios estructurales insostenibles, Trump está centrado en el núcleo financiero del país: el mercado de bonos del Tesoro (el sustento de Estados Unidos) y el mercado de valores (el bolsillo del país). Ambos son frágiles. Y cualquier presión externa podría desencadenar una reacción en cadena.
En resumen, Estados Unidos ya no confía en su propia fortaleza financiera. Y China ya no se rige por las viejas reglas. Esto no es solo una guerra comercial, es una guerra por el futuro de las finanzas globales», afirma Varoufakis. Por eso Trump amenaza con la guerra a cualquiera que intente suplantar o eludir el monopolio del comercio del dólar estadounidense.
Por lo tanto, los aranceles recíprocos de Trump nunca tuvieron como objetivo equilibrar el comercio. En realidad, constituyen un intento de reestructurar a los acreedores. «Es lo que se hace en caso de quiebra»,como señala irónicamente un comentarista . Las exigencias de mayores contribuciones de los países de la OTAN son precisamente un ejercicio para exigir ingresos a los acreedores, como lo fue el viaje de Trump al Golfo.
El propósito primordial de la Nueva Guerra Fría consiste en frenar el ascenso de China. Este objetivo representa, en efecto, un punto en común entre todas las facciones del establishment: proteger el sistema del dólar del colapso.
La idea de que Estados Unidos recupere su antigua posición como centro manufacturero de talla mundial es, en gran medida, una narrativa distractiva, elaborada con fines internos. En 1950, la fuerza laboral manufacturera estadounidense representaba el 33,7 % de la economía nacional, una cifra que se ha reducido a menos del 8,4 % en la actualidad. Para recuperar esa posición se necesitaría un cambio generacional.
Así, más allá del consenso sobre China, las capas gobernantes están divididas: con figuras como JD Vance y el equipo económico de Stephen Miran y Russel Vought, más preocupados por el riesgo que el exceso de intervención estadounidense debilite la primacía del dólar, mientras que los halcones abogan por reforzar la hegemonía del dólar, con claras «muestras» del músculo militar estadounidense.
La reestructuración de los acreedores también respalda la prisa de Trump por alcanzar un acuerdo con Rusia, que podría generar rápidas oportunidades de negocio y flujos de capital positivos (y garantías) en la cuenta de capital de Estados Unidos. Un acuerdo con Irán podría incluso propiciar la apoteosis del dominio energético estadounidense de Trump, lo que generaría nuevas entradas de ingresos que reforzarían la confianza en el dólar.
En resumen, la agenda de Trump no es estratégica a largo plazo. Se trata de controlar a corto plazo la demanda agregada del dólar como única moneda que la gente demanda, aunque no quiera comprar nada del país que lo crea.
La falla crucial es que el crudo transaccionalismo de Trump está destruyendo su credibilidad como actor geopolítico serio y, en consecuencia, obligando a otros a protegerse frente al dólar.
En resumen, el colapso de la credibilidad causado por el desdén de Trump por la lectura, por los informes de inteligencia y su dependencia de quien le susurró al oído por última vez, conduce a cambios repentinos de política y a un deseo general que los demás se desvinculen lo más posible del impredecible Trumpland.
Emmanuel Todd advierte que la respuesta clásica al colapso del sistema de creencias y de la psique particular que ha animado el paradigma económico«es la ansiedad, más que un estado de libertad y bienestar. Las creencias que acompañaron el triunfalismo occidental se están derrumbando. Pero, como en cualquier proceso “revolucionario”, aún no sabemos qué nueva creencia es la más importante, cuál emergerá victoriosa del proceso de descomposición».
Aunque las revoluciones generalmente destruyen, su objetivo es reunir las energías suficientes para erradicar las instituciones que eran demasiado rígidas para integrarse a la demanda de cambio que provocó la revolución en primer lugar.
En este contexto, la búsqueda de una nueva guerra fría contra China se centra precisamente en la ansiedad de Estados Unidos (como sostiene Todd), principalmente el temor que la construcción por parte de China de una «superautopista» digital para el dinero resulte mucho más avanzada que el destartalado camino que es el del dólar estadounidense.
Hoy en día, esa autopista superancha puede que no sea tan común. Eso es ahora. Pero ya se está produciendo una migración de la antigua carretera a la superautopista china, como Varoufakis les recalca a los chinos.
Para el establishment estadounidense, la «superautopista» china constituye un peligro claro y presente para su hegemonía. La preocupación no radica realmente en la propiedad intelectual china ni en el robo de propiedad intelectual. Es el temor de que Estados Unidos no pueda seguir el ritmo de los nuevos ecosistemas financieros que construye China o de la sofisticación del yuan digital.
Esta ansiedad se agrava, sobre todo, porque los magnates de las fintech de Silicon Valley están en pugna con los grandes bancos de compensación de Wall Street (que quieren preservar sus anticuados sistemas). China tiene ventaja en este aspecto, ya que sus sectores financiero y tecnológico están fusionados, como uno solo.
El temor es claro : si China tiene éxito, Estados Unidos perdería su «arma mágica» de dominio monetario:
Y aquí está la ‘revolución’: Sin fuegos artificiales ni titulares occidentales. Solo una tranquila madrugada en Pekín donde la corona del dólar se depreció. El sistema financiero mundial acaba de desviarse a través de la [superautopista] de China.
Por primera vez en la historia, el CIPS (Sistema de Pagos Interbancarios Transfronterizos) de China superó a SWIFT en volumen de transacciones diarias. Una bandera roja apareció en la sede del Banco de China a la 1:30 a. m. del 16 de abril de 2025.
CIPS [ según Zerohedge ] procesó la asombrosa cantidad de ¥12,8 billones de RMB en un solo día, aproximadamente 1,76 billones de dólares estadounidenses. Ese volumen, de verificarse, supera al sistema SWIFT, dominado por el dólar ,en términos de volumen transfronterizo diario.
Sí, todo es cuestión de dinero.
* ex diplomático británico