La situación que se vive en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas no es una crisis puntual ni un hecho aislado: es una expresión concreta y visible de la naturaleza de clase del Estado español y no puede ser comprendido más que desde el prisma de la lucha de clases, que se intensifica en cada rincón de la sociedad, desde las fábricas hasta las terminales aeroportuarias.
El caso del aeropuerto de Barajas es un microcosmos de la naturaleza fascista de nuestro Estado. Mientras los grandes monopolios extraen plusvalía, las condiciones de vida de la clase obrera se deterioran y el Estado responde no garantizando derechos, sino reforzando la represión, la exclusión y el miedo, sirviéndose de medios de comunicación, sindicatos vendidos, jueces, policías y empresas públicas como AENA.
No oirás en los telediarios que, según un informe elaborado por la Mesa por la Hospitalidad del Arzobispado de Madrid, en colaboración con la ONG Bokatas, el 38% de las personas sin hogar que duermen en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas tienen empleo. Este estudio, realizado entre marzo y abril de 2025, incluye recuentos directos en las cuatro terminales del aeropuerto y entrevistas con las personas que allí pernoctan. Los datos revelan que, a pesar de tener trabajo, muchas de estas personas no pueden permitirse pagar un alquiler debido a los altos costos de la vivienda en Madrid.
Además, el informe destaca que más de la mitad de las personas encuestadas están empadronadas en Madrid y que un 90% abandona el aeropuerto durante el día para trabajar o realizar gestiones. Estos hechos demuestran que la situación no se limita a la falta de empleo, sino que también está vinculado a la precariedad laboral y a la especulación inmobiliaria.
La burguesía, a través de sus medios de propaganda, ha lanzado una campaña de criminalización contra las personas sin hogar que, empujadas por la miseria estructural del sistema, buscan cobijo en el aeropuerto, difundiendo titulares alarmistas que hablan de “plaga de chinches”, “vagabundos armados” y “prostitución” en Barajas, generando un clima de pánico y rechazo. En lugar de señalar a los causantes reales de nuestros problemas—el sistema capitalista—, culpan a las víctimas de la exclusión.
Esta estrategia responde a varios objetivos interconectados que favorecen de manera clara a los intereses de la burguesía. Barajas es una infraestructura clave del turismo internacional, de los negocios y de la proyección de Madrid como “ciudad global”. La presencia visible de pobreza extrema contradice la narrativa de éxito económico que las élites quieren mostrar. Al expulsar a los pobres, el Estado y AENA buscan maquillar las consecuencias del sistema capitalista y evitar que los visitantes se enfrenten con la realidad social nada más pisar nuestra península. También, al presentar a las personas sin hogar como peligrosas, sucias o violentas, los medios y los políticos justifican la represión y endurecen la vigilancia, además, esta criminalización sirve como advertencia al conjunto de la clase obrera: si no obedeces, si caes, serás tratado como basura. Es un mecanismo disciplinario que refuerza el miedo y la sumisión. Y por otro lado, al enfrentar a trabajadores con algo más de estabilidad (como los empleados del aeropuerto) contra los más empobrecidos (los que ya no pueden ni pagarse una habitación en el Madrid de las oportunidades), se rompe más la unidad de clase, promoviendo el rechazo hacia la clase obrera en lugar de señalar a la burguesía. Esta táctica favorece al Capital, ya que una clase obrera dividida no puede organizarse ni resistir eficazmente. La alarma mediática generada —con titulares sobre armas, chinches y violencia— permite al Estado imponer medidas de control más duras sin apenas resistencia social: más policía, más restricciones de acceso, mayor privatización del espacio público. La lógica del “orden y seguridad” reemplaza los derechos humanos. Y la narrativa dominante, cómo no, convierte la pobreza en un problema individual (“vagos”, “drogadictos”, “peligrosos”) y oculta sus causas estructurales. Así se destruye la conciencia de clase, se promueve el “sálvese quien pueda” y se desactiva cualquier tipo de solidaridad.
Pero, pese a que se esmeran en ocultar la realidad, esta se impone cada vez con más virulencia. En la Comunidad de Madrid, el 21,2% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social, según datos de 2024. Además, el 44,4% de las personas indica alguna clase de dificultad para llegar a fin de mes, frente al 43,4% del año anterior. La pobreza energética también es una realidad creciente: el 17,6% de los españoles no puede mantener su hogar a una temperatura adecuada, lo que representa un aumento del 196% desde 2008.
La precariedad laboral es otra constante: el 17% de las familias con hijos en España viven en situación de pobreza laboral, es decir, aunque tienen ingresos por empleo, estos no son suficientes para cubrir necesidades esenciales. En cuanto a la vivienda, el 14,1% de la población española realiza un sobreesfuerzo económico para acceder a una vivienda, y más de 4,6 millones de hogares sufren dificultades relacionadas con el acceso y el mantenimiento de la vivienda.
Y los desahucios, una manifestación extrema de esta crisis capitalista, están a la orden del día. En 2024, se registraron en España un total de 27.564 desahucios, lo que equivale a una media de más de 75 al día, con un aumento del 3,4% respecto al año anterior. En la Comunidad de Madrid, se practicaron 2.375 desahucios, lo que representa aproximadamente un incremento del 13% en comparación con el año anterior.
En este escenario entra en juego un instrumento ideológico clave del sistema burgués: la manipulación psicológica. Se aprovechan de sesgos cognitivos que hacen que las personas evalúen la gravedad o frecuencia de un fenómeno basándose en la facilidad con la que recuerdan ejemplos impactantes. Así, al repetir una y otra vez imágenes o discursos sensacionalistas de violencia y miseria asociadas a los sin techo, los medios consiguen que el público sobreestime el peligro que suponen estas personas, justificando la represión.
Este sesgo, convertido en arma ideológica, sirve para legitimar las medidas represivas: AENA fumiga terminales, impide el paso a ONG que reparten comida y presiona a más de 400 personas sin hogar, negándoles el acceso sin billete. La prensa internacional, como The Sun, llega a calificarlos de “zombis durmientes”. No es solo discurso: es violencia de clase disfrazada de democracia burguesa.
El papel de la aristocracia obrera —esa capa de trabajadores liberados de su puesto de trabajo, integrados en el aparato del Estado y del Capital— ha sido igualmente reaccionario. El sindicato ASAE ha exigido la modificación de la normativa de uso del aeropuerto para restringir la presencia de clase obrera sin hogar. Y UGT ha contribuido a extender el discurso del miedo, denunciando la supuesta presencia de “armas blancas” fabricadas por los que allí duermen. Mientras tanto, la lucha obrera real es silenciada. El sindicato Alternativa Sindical de Clase (ASC) lleva meses de huelga parcial en el aeropuerto de Barajas denunciando las condiciones de precariedad, los riesgos laborales y los efectos de la subcontratación. Un trabajador acabó en la UCI por un accidente evitable. Una gorra, como única medida de protección contra los golpes en la cabeza porque la empresa así ha zanjado el debate para trabajo a menos de 2 metros de altura y así no tener que gastar dinero en cascos, no pudo protegerle del golpe tras su caída. Solo la casual presencia de un compañero en las inmediaciones que pudo dar el aviso de alarma evita que hoy estemos hablando de una muerte más en el en el trabajo. Y a día de hoy, las empresas subcontratadas por AENA y Siemens Logistic para aumentar la explotación, habiendo reconocido las irregularidades de seguridad y salud laboral culpan a AENA y les dicen a los trabajadores que el trabajo es voluntario y que nadie les obliga a trabajar en el SATE. Esta lucha no saldrá en los medios de comunicación, el Estado sólo visibiliza las condiciones de miseria de la clase obrera para convertirla en chivo expiatorio.
Esta estrategia no es nueva ni exclusiva del aeropuerto. En Madrid ya ha habido más ejemplos de ello como en 2018 cuando 90 policías municipales desalojaron a decenas de personas que acampaban frente al Ayuntamiento sin ofrecer alternativa. O en 2020 cuando en plena pandemia ONGs denunciaron expulsiones de personas sin hogar del centro hacia barrios periféricos sin solución habitacional. O el uso de una arquitectura hostil —bancos divididos, piedras bajo puentes, riego automático en parques— para evitar que las personas sin casa duerman en la calle. Ante esta situación el Estado y las administraciones locales y autonómicas se culpan mutuamente sin encontrar una solución real, mostrando su inoperancia y su matiz de clase donde prima la burguesía, no el obrero.
La situación que se vive en el aeropuerto de Barajas es la muestra de la lucha de clases en el Estado español. Nos muestran quienes allí habitan, criminalizándolos para crear una brecha entre la clase obrera. Esto es lo que la burguesía puede ofrecer, pobreza. La culpa reside en el sistema capitalista que es quien genera estás situaciones, que el obrero tenga que dormir al raso y seguir aumentando las ganancias de su explotador.
Solo la organización revolucionaria del proletariado, dirigida por un partido comunista de nuevo tipo leninista, puede derribar el aparato estatal burgués y construir el poder obrero.
Solo el socialismo, la revolución y la dictadura del proletariado podrán eliminar la pobreza, la marginación y la violencia estructural inherente al capitalismo.
¡Contra la criminalización de la pobreza, organización proletaria!
¡Por el socialismo, por la revolución, por el poder obrero!
¡Organízate en el PCOE!
Comité Regional Madrid del Partido Comunista Obrero Español (PCOE)