Los gurús de lo geopolítico: cuando fachas y rojos coinciden…el método desaparece

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Si un fascista y un comunista llegan a concluir lo mismo o similar, en lugar de ‘creer’ que se ha llegado a la verdad por distinto camino, habría que ‘preguntarse’ si en el análisis ha habido algún error.
Si un fascista y un comunista llegan a concluir lo mismo o similar, en lugar de ‘creer’ que se ha llegado a la verdad por distinto camino, habría que ‘preguntarse’ si en el análisis ha habido algún error.

Kike Parra (Unidad y Lucha).— Desde que se desató la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, han proliferado como hongos tras la lluvia los analistas geopolíticos. Estos nuevos ‘mesías’ inundan las redes sociales, desgranando acontecimientos en tiempo real, sus causas inmediatas o lejanas e, incluso, aventurando las consecuencias con una supuesta autoridad que oscila entre el rigor y la improvisación.

Militares o exmilitares, políticos sin tribuna y periodistas sin columna; sofistas de todo pelaje, gurús de los negocios y visionarios autoproclamados. En ese afán por desentrañar la actualidad, nos dicen que la realidad se puede presentar de dos formas. Por un lado, censurada, tergiversada, escondida, tal y como nos la muestran unos medios de comunicación «tradicionales», que obedecen a pies juntillas los dictados de tal o cual sector de la oligarquía, del estado profundo o de la conspiración X. Por otro lado, aquellos y aquellas, que parapetados ante los hechos, leen con «objetividad» los mismos, tal cual se manifiestan, sentando cátedra. Estos son los alternativos, los que se sacuden el yugo del ensueño provocado por el algoritmo y que narran los acontecimientos sin manipular, tal cual son, sin concesiones.

Lo curioso es que, más allá de sus diferencias ideológicas, estos analistas suelen converger en sus conclusiones. Nacionalistas, trumpistas, anarcocapitalistas…coinciden con izquierdistas radicales e incluso con algún que otro autodenominado estalinista que comparte espacio con nostálgicos del fascismo.

Obviamente, quienes no formamos parte del círculo de deidades iluminadas por la geopolítica, sino que consumimos sus recetas prescritas de verdad, trasladamos el argumentario al trabajo, al gimnasio, a los bares… y a veces notamos algo inquietante: hasta el facha de turno parece, de pronto, ver la luz.

Si un fascista y un comunista llegan a concluir lo mismo o similar, en lugar de «creer» que se ha llegado a la verdad por distinto camino, habría que «preguntarse» si en el análisis ha habido algún error.

Aquí es donde urge recuperar las gafas de la dialéctica materialista y poner en valor todas sus categorías para ver el mundo cierto.

Quizá, la velocidad aumentada en que se procesan los fotogramas de la vida actual, nos ha privado definitivamente de alcanzar un pensamiento complejo sobre la realidad circundante. Pero es más probable pensar y acertar, que cierta narrativa esté calando entre quienes nos considerábamos parte del sector más avanzado de la clase obrera, y en algún momento fue así, pero nos hicieron olvidar el método…

La geopolítica suele partir del fenómeno; es decir, del hecho actual y particular que percibimos induditativamente: Rusia ha invadido parte de Ucrania o el gobierno de Estados Unidos ha impuesto unos determinados aranceles a China, o el valor del oro está batiendo récords históricos.

Pero la cosa rara vez es tan simple. A veces, el último acto está relacionado con algún otro anterior y nuestros analistas señalan «la causa-efecto». La invasión de Ucrania viene determinada por el acercamiento de la OTAN a las fronteras rusas; tras los aranceles se esconde de tapadillo una guerra monetaria o la subida del oro es causada por la incertidumbre económica, actuando como valor refugio.

Los más audaces son capaces de retrotraerse a motivaciones anteriores, estableciendo cadenas de razonamiento que como cebollas, se aproximan a su núcleo. Posibilidad y realidad así, forman un batiburrillo difícil de desentrañar. La agresividad de la OTAN contra Rusia parte de los acuerdos de Minsk, del euromaidan, de la caída de la URSS o la Operación Barbaroja. Relacionan la imposición de aranceles con la pérdida posicional del hegemón o asimilan la subida del precio del oro con la pérdida de valor de la divisa fiat, la financiarización de la economía o la incertidumbre bélica.

Todavía hay quien afina más y concluye que los distintos fenómenos interconectados (económicos, sociales, políticos…) son muestras inequívocas de una confrontación entre civilizaciones o cualesquiera otras teorías sobre estados fallidos, desgobiernos… La cuestión es que partiendo de la evidencia de lo particular pretenden adentrarse en lo general. De esta guisa, los elementos más reaccionarios de la sociedad y sus representantes, los Trump, Meloni, Orbán… se presentan como pacificadores o restauradores demócratas porque son opuestos a aquellos globalistas belicosos y descontrolados que nos llevan inexorablemente a la destrucción.

El tema es que a ciertas expresiones de la dialéctica se puede llegar por instinto. Podemos llegar a expresarnos incluso a través de las categorías correctas, pero en el razonamiento nutrirnos de elementos idealistas. De hecho, la mayoría de actores de la geopolítica son lobos solitarios que observan y concluyen como Juan Palomo, confirmando con los hechos, sus planteamientos previos. Muchas veces dibujan realidades que no se corresponde con los procesos objetivos que rigen la sociedad, sus cambios, movimientos, interrelaciones. A veces, ignoran las fuerzas internas que determinan la esencia y se quedan en la apariencia, tan obvia que nadie la negaría. Otras confunden causa y efecto, necesidad y casualidad…

La guerra de la OTAN contra Rusia, la imposición de aranceles y el precio del oro, sin duda son manifestaciones que observadas aisladamente, sin el tamiz relacional de la dialéctica materialista, impiden la comprensión integral del fundamento, de la esencia, de la causa que necesariamente se esconde tras la expresión de esos fenómenos.

El carácter estructural de la crisis capitalista, la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia, la contradicción Capital-Trabajo; las consiguientes contramedidas que impone la clase dominante para impedir el derrumbe de un sistema agonizante, la imposibilidad de frenar la necesidad de cambio… Todas las cuestiones esenciales que acaban materializándose en expresiones de la actualidad, solo se pueden descubrir con el rigor del método. Desconectadas unas de las otras resultan irresolubles.

El análisis geopolítico, en el mejor de los casos se presenta como una sucesión de hechos ciertos, lo que en estos tiempos de oscurantismo ya es bastante, pero concluye en la superficie, en conectar determinados fenómenos en el mejor de los casos, olvidando el núcleo esencial al que sin duda hay que llegar para diferenciar las posiciones ideológicas que necesariamente nos separan a unas clases de otras.

Enmendar este error solo es posible recuperando el método dialéctico que nos legaron grandes pensadores como Marx y Engels, desarrollado por Lenin y la contribución de otros tantos anteriores (Feuerbach, Hegel…). No se trata de un ejercicio de nostalgia, sino de autodefensa vital.

Además, solo desde la confianza en lo colectivo —en el valor cognitivo de la clase trabajadora puesta en común— podremos comprender en toda su dimensión el desarrollo histórico de las sociedades humanas. Esa comprensión sobre el pasado y el presente es la base para impulsar una transformación social hacia un sistema más justo e igualitario, fundamentado en la colectividad y la emancipación obrera.

Solo así desentrañaremos las causas profundas que hay tras la ‘operación especial’ en Ucrania, los aranceles de Trump o la cotización del oro y podremos intervenir conscientemente para eliminar los obstáculos que impiden esa emancipación. El resto es una narración más o menos acertada de acontecimientos ante los que permanecemos pasivamente expectantes mientras se suceden.

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