Socialismo contra barbarie

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José L. Quirante (Unidad y Lucha).— Carlos Marx (el gran filósofo alemán del siglo XIX, economista y revolucionario al que no cesan de enterrar los capitalistas, los gestores de su dictadura y los revisionistas) concluía en sus análisis científicos que el capitalismo contiene las semillas de su propia destrucción. Es decir, las contradicciones inherentes al sistema que conducen a una revolución social y a la transición a una sociedad comunista. Las sucesivas crisis económicas, cada vez más graves, más prolongadas y más próximas unas de otras; la concentración del capital, también cada vez más voraz y en menos manos y la explotación del proletariado (o de los trabajadores, si así prefieren), son los factores, según el de Tréveris, que impulsan la superación del sistema de producción capitalista. Es decir, empujan objetivamente al fin del capitalismo. Una extinción que solo dependerá finalmente del grado de concienciación y organización revolucionarias de esa clase social explotada (la clase obrera) de la que la burguesía obtiene plusvalía. “El destino de las revoluciones nacionales queda supeditado a las revoluciones proletarias”, afirmaba Marx en 1848, cuando vio la luz el Manifiesto Comunista. Premisa, añadimos nosotros, que seguirá siendo válida incluso en las circunstancias imprevisibles que en el futuro puedan deparar las tecnologías más sofisticadas. Nada ni nadie podrá evitarlo. La humanidad, la clase trabajadora, no se dejará aniquilar.

Van a por todas

Y en esas estamos. Las condiciones objetivas (contradicciones intrínsecas al sistema capitalista) que impulsan al fin del capitalismo después de más de dos siglos (XIX y XX) de dominación violenta son cada vez más determinantes. Una dominación, por otro lado, que desde 1916, año en el que Lenin escribió y publicó su libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, se distingue por ser supremacía imperialista. Es decir, por gestar guerras de conquista para controlar y repartirse el mundo, y por organizar el pillaje de sus recursos naturales. El andamiaje del imperialismo se ha cimentado, pues, desde aquel entonces hasta ahora, con masacres, expolios y otras atrocidades. Basta analizar atenta y dialécticamente la historia para corroborarlo. Hoy, en esta fase superior y deleznable del capitalismo, vivimos un momento crucial. Una especie de punto de inflexión en el que, ante la desaparición del “bloque comunista” y el reflujo de las luchas revolucionarias de la clase obrera a causa de esa ausencia, todo le está permitido a los imperialistas y a sus vasallos, entre ellos España.

De la mano y con el apoyo ideológico y militar de los yanquis, se amenazan, se invaden, se arrasan a bombazos territorios soberanos, cometiendo en ellos, impunemente, horrendos crímenes de guerra y genocidios. Asimismo el capitalismo en Europa, América y en otras partes del mundo se arma con fascismos mientras el peligro de una guerra nuclear, que acabaría con la vida de miles de millones de seres humanos, se cierne sobre nuestras cabezas. Son tiempos graves e imprevisibles. Ya no son respetadas ni las formas que ellos mismos se fijaron. El derecho internacional es pisoteado a diario, las instituciones internacionales no sirven para nada y las represiones sociales y laborales están al orden del día. Se han quitado la careta de “gentes respetables”, mostrando lo que realmente son: criminales imperialistas al servicio del capital, y ahora van a por todas. Y que nadie piense que esto es propio de la condición humana o por existir manzanas podridas. Puras chorradas. Esta insoportable bestialidad que nos sirven cada día a la hora de almorzar es consustancial al capitalismo que en su sanguinaria agonía por mantener su poder económico provoca muerte y desolación. Sólo el despertar de los pueblos, y su organización revolucionaria en un partido comunista que lleve al unísono la lucha antiimperialista y por la construcción del socialismo, podrán hacer frente a tanta barbarie. Es para pensárselo, ¿No?

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