«Israel» debe ser expulsada de Naciones Unidas

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Juanlu González (biTs rojiverdes).— La historia no perdona. La justicia, cuando se pospone demasiado, se vuelve revolución. Y hoy, en pleno siglo XXI, el mundo asiste impasible al genocidio sistemático del pueblo palestino, mientras el Estado sionista, una entidad ilegítima y criminal desde su nacimiento, se mantiene protegido por el poder imperial, el racismo estructural y la complicidad de las instituciones internacionales. Basta. Ya no hay espacio para la ambigüedad, ni para el “dos Estados”, ni para el “proceso de paz”. Es hora de decirlo con claridad: Israel debe ser expulsada de Naciones Unidas, y su existencia como Estado debe ser disuelta. No es una propuesta extrema. Es la única salida ética, política y humana a esta injusticia sistémica.

Un Estado nacido del crimen y sostenido por el crimen 

La creación de Israel en 1948 no fue un acto de autodeterminación, sino una colonización violenta sobre tierras ajenas. La Nakba, el despojo y expulsión forzada de más de 750.000 palestinos de sus hogares, no fue un “efecto colateral” de una guerra. Fue un plan deliberado de limpieza étnica, respaldado por fuerzas sionistas y potencias occidentales que, tras el horror del Holocausto, decidieron pagar sus culpas propias sobre el cuerpo del pueblo palestino. Como ya denunciamos en “Israel debe desaparecer”, la fundación de Israel fue un fraude legal, un montaje histórico que violó todos los principios del derecho internacional y el derecho a la tierra de los pueblos originarios.

Desde su creación, Israel ha vivido en estado de guerra permanente, no por defensa, sino por expansión. Ha invadido, ocupado, bombardeado, violado, encarcelado, asesinado desde el inicio de su repugnante existencia. Hoy mantiene territorios ocupados en los Altos del Golán y el sur de Siria, en partes del Líbano, y en toda la Palestina histórica, donde aplica un régimen de apartheid más brutal que el de Sudáfrica. Sus leyes, sus muros, sus check-points, sus colonias ilegales, todo está diseñado para anular la existencia del pueblo palestino como colectivo nacional.

Pero más allá de la ocupación militar, el estado sionista ha construido un sistema de opresión institucionalizado de manera oficial e inseparable del estado. En su propio territorio, los ciudadanos palestinos —aquellos que lograron permanecer en su tierra tras la Nakba— son ciudadanos de segunda clase. No tienen acceso igualitario a la tierra, a la educación, al empleo, ni a la representación política. Sus pueblos son demolidos, sus hogares confiscados, sus líderes encarcelados. Israel no es un Estado democrático. Es un Estado etnocrático (racista), basado en la supremacía del “pueblo judío”, una categoría racial y religiosa que excluye a todos los demás que, ademas, es una pura invención ahistórica.

Israel, la nueva Alemania nazi: un paralelismo histórico necesario 

No usamos esta comparación a la ligera. Pero cuando un Estado lleva décadas practicando el encarcelamiento masivo, el asesinato selectivo, la destrucción de hospitales, escuelas y refugios, el bloqueo genocida, la tortura sistemática, y el desplazamiento forzado de poblaciones enteras, no se puede hablar de “conflicto” ni de “guerra justa”. Se habla de genocidio. Y el que lo comete, como el Tercer Reich, debe ser detenido, juzgado y desmantelado.

Netanyahu no es un líder político. Es el nuevo Hitler de nuestra época: un fanático racista que predica la exterminación del otro, que llama a bombardear civiles, que habla de “pueblos que deben desaparecer”, que organiza matanzas en nombre de la seguridad de unos colonos que no tienen derecho a estar allí. Sus declaraciones, sus políticas, sus acciones, son criminales. Y como Hitler, debe ser llevado ante un tribunal internacional, no para discutir, sino para ser condenado y encerrado entre rejas de por vida.

Pero no es solo Netanyahu. Es todo un aparato de Estado que reproduce el odio, la segregación y la violencia. Desde los generales del ejército israelí hasta los ministros del gobierno, desde los jueces que legitiman el desalojo de familias palestinas, hasta los colonos que atacan pueblos enteros con impunidad. Todos son cómplices. Y como los jerarcas nazis, deben ser apresados, encarcelados y condenados por genocidio y crímenes contra la Humanidad. No hay inmunidad para criminales de guerra. No hay “derecho a existir” para un Estado que se basa en el crimen.

Palestina tiene derecho a la resistencia armada: el deber de luchar 

Es inmoral exigirle al pueblo oprimido que se someta. Es obsceno pedir “paz” cuando el opresor no ha dejado de matar ni un solo día. Palestina no solo tiene derecho a la resistencia: tiene el deber histórico de resistir. Y esa resistencia, como toda resistencia anticolonial, puede y debe ser armada. Como lo fue en Argelia, en Vietnam, en Sudáfrica, en Palestina misma durante décadas.

Hamas no es una “organización terrorista”. Es una fuerza de resistencia legítima que nació en el seno del pueblo palestino, en respuesta a la ocupación, el bloqueo y el genocidio. Como ya explicamos en “Hamas no es una organización terrorista”, calificar de “terrorista” a quienes se defienden de un Estado que los bombardea, los encarcela y los expulsa, es parte de la propaganda sionista que busca criminalizar la lucha legítima por la libertad. El terror no viene de Gaza. Viene de Tel Aviv. Viene de las fábricas de armas israelíes, de los aviones que bombardean escuelas, de los tanques que aplastan niños.

La resistencia palestina es diversa: hay lucha armada, hay huelgas de hambre, hay boicots, hay arte, hay poesía, hay memoria. Pero todas sus formas son válidas. Porque no hay justicia sin lucha. Y no hay lucha sin riesgo.

Los colonos israelíes deben volver a sus casas: el fin de la colonización 

No hay solución de “dos Estados”. No hay futuro en compartir la tierra con un régimen de apartheid. La única solución justa es la creación de un solo Estado laico y democrático en toda la Palestina histórica, donde todos los refugiados palestinos —y sus descendientes— tengan derecho a regresar a sus hogares, a recuperar sus tierras, a vivir con dignidad.

Y eso implica que los colonos israelíes invasores deben volver a sus casas. Porque no son “israelíes” por derecho. Son colonos. La inmensa mayoría de ellos ni siquiera son de Oriente Medio, provienen de Europa, de Estados Unidos, de Rusia. Y fueron traídos allí con dinero, armas y propaganda para ocupar tierras ajenas. Su presencia es ilegítima. Su derecho a quedarse, inexistente.

No hablamos de expulsarlos con violencia. Hablamos de un proceso de descolonización, como el que ocurrió en Argelia, en Kenia, en Palestina misma antes de 1948. Los colonos deben abandonar las tierras robadas. Pueden regresar a los países de donde vinieron, pero no pueden seguir viviendo sobre las ruinas de una civilización que destruyeron.

Los judíos no son semitas: desmontando el mito sionista 

Y aquí toca desmontar otro mito: el de que los judíos son “semíticos” y por tanto “originarios” de Palestina. La verdad es más compleja. La mayoría de los judíos actuales —especialmente los que habitan Israel— descienden de los jázaros, un pueblo turco-asiático que se convirtió al judaísmo en el siglo VIII. No tienen vínculo genético ni histórico con los antiguos hebreos de Palestina. El sionismo, lejos de ser un retorno, es una usurpación basada en un falso mito religioso y racial.

Los verdaderos semitas son los árabes, los palestinos, los libaneses, los sirios. Y entre ellos hay judíos autóctonos que vivieron en la región durante siglos, en paz con sus vecinos musulmanes y cristianos, hasta que el sionismo los arrastró a la tragedia. El sionismo no salvó a los judíos. Dividió al pueblo judío y convirtió a millones en cómplices de un crimen colonial.

Israel es un peligro para la región y la Humanidad 

No es solo Palestina la que sufre. Israel es un Estado paria, nuclear, expansionista, que ha atacado a sus vecinos una y otra vez, que ha asesinado diplomáticos, que ha espiado a aliados, que ha vendido armas a dictaduras, que ha desarrollado tecnologías de vigilancia para reprimir pueblos enteros. Es un peligro para la región y para la Humanidad.

Posee armas nucleares no declaradas, desarrolladas en secreto con ayuda de Estados Unidos y Francia. Ha amenazado con usarlas contra sus vecinos. Ha atacado instalaciones nucleares en Irak, Irán y Siria. Ha asesinado científicos iraníes. Es una potencia militar desestabilizadora, respaldada por el imperio estadounidense, que utiliza a Israel como gendarme en Medio Oriente.

Y Naciones Unidas, en vez de actuar, ha sido cómplice. Ha permitido vetos, ha silenciado resoluciones, ha tolerado el crimen. Si la ONU no expulsa a Israel, si no toma medidas concretas, debe ser disuelta, como lo fue la Sociedad de Naciones. Porque un organismo que no puede detener el genocidio no sirve para nada. La historia juzgará a quienes callaron, a quienes negociaron con asesinos, a quienes llamaron “proceso de paz” a una masacre continua. Quizá haya que comenzar por desmontar el Consejo de Seguridad y darle el poder a la Asamblea General hasta que se arbitren nuevos sistemas de gobierno más equitativos, proporcionales y con representación del Sur Global emergente y de continentes enteros ausentes del Consejo..

Hacia un bloqueo mundial del Estado sionista 

La solución no vendrá de arriba. Vendrá del pueblo, de los pueblos. Del boicot internacional. De la desinversión. De las sanciones. Es necesario un bloqueo mundial de relaciones con el Estado sionista: no más armas, no más tecnología, no más reconocimiento diplomático, no más deportes, no más cultura, no más turismo. Que Israel quede aislado, como Sudáfrica en los 80.

Y que los movimientos de solidaridad con Palestina se fortalezcan en cada barrio, en cada universidad, en cada sindicato. Que las calles se llenen de rojo, blanco, verde y negro —los colores de la bandera palestina—. Que se grite alto: ¡Liberación total de Palestina! ¡Un solo Estado en toda Palestina histórica! ¡Abajo el sionismo! ¡Viva la resistencia!

No hay diálogo posible con un opresor que pretende perpetuar su rol. No hay paz sin justicia. Y la justicia exige que Israel desaparezca como Estado. Exige que se devuelvan las tierras. Exige que los refugiados regresen. Exige que los criminales sean juzgados con severidad.

Israel debe ser expulsada de Naciones Unidas. No por odio ni revancha. Por justicia. Por dignidad. Por humanidad. Y si la ONU no actúa, que caiga. Que nazca otra organización, verdadera, que no tema llamar al genocidio por su nombre, que no tema desmantelar al opresor, que no tema defender al pueblo palestino. Porque al final, como dijo Ghassan Kanafani: “No hay solución nacional sin revolución. No hay revolución sin violencia. Y no hay violencia más grande que la del opresor.”

La historia está del lado de los pueblos que resisten. Y Palestina, con su dignidad intacta, con sus niños escribiendo poemas en los refugios, con sus mujeres liderando la lucha, con sus ancianos recordando las olivas de sus tierras, Palestina vencerá.

¡Palestina será libre, de río a mar!
¡Abajo el Estado sionista!
¡Viva la resistencia palestina!

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