Francisco Delgado Rodríguez (Granma).— El mandatario Donald Trump acaba de lanzar un ataque contra la cia. Sí, porque eso es lo que se desprende de su anuncio ante el mundo de ordenar operaciones encubiertas, que más bien debió decir «descubiertas», dentro del territorio soberano de Venezuela. El hecho tiene muchas maneras de abordarse.
Comencemos por insistir en que ninguna ley internacional permite al Gobierno estadounidense realizar acciones que contribuyan a alterar la soberanía de otro Estado. Lamentablemente, esto, que es una verdad de Perogrullo, es pertinente recordarlo a la luz del caos con que está funcionando el mundo.
En segundo lugar, y siempre en base a las normas de convivencia civilizada, es inaceptable que un servicio de inteligencia de cualquier país se proponga asesinar a un ser humano; es decir, una ejecución extrajudicial, simple y llana. Ya se sabe que lo hacen, pero que lo admita tranquilamente el Presidente, traspasa cualquier línea roja.
Y si se habla del carácter secreto o encubierto, mejor ni profundizar. Imagínese a un agente encubierto de la cia en cualquier lugar, que está conspirando y, de repente, el presidente del Gobierno que lo envió reconoce públicamente los propósitos de su presencia en ese país. En pocas palabras: la situación del tal espía, de por sí bien compleja, se vuelve prácticamente inviable.
Pero el desdén de Trump hacia la CIA no es nuevo. A un día de tomar posesión en su primer mandato, el 27 de enero de 2017, el flamante mandatario expresó opiniones «desvalorativas» del trabajo de esta institución en el mero lobby de Langley, postura que asumió en posteriores ocasiones. Vuélvase a imaginar a los agentes encubiertos, que se enteran por la prensa que su peligroso servicio es descalificado por el principal jefe, el Presidente.
Ya durante el actual mandato de Trump, Elon Musk, a la sazón director DOGE, visitó Langley en abril de 2025. No trascendió lo que conversó allí, pero sí que había dejado una estela de preocupación por sus afanes de recortar, e incluso cerrar aquellas estructuras, cuya utilidad está en duda según la visión del mandatario Trump.
LA CIA Y EL TEATRO DE OPERACIONES CONTRA VENEZUELA
El aspecto quizá más peligroso de esta historia es que Trump busca naturalizar, no solo la mentira colosal implícita de que Venezuela es responsable del narcotráfico que fluye hacia EE. UU., sino que, en base a esta mentira, el Gobierno estadounidense tiene el derecho de liquidar a personas en terceros países, según las sugerencias de Marco Rubio.
Realmente, el Presidente estadounidense no es tan torpe como podría creerse hasta aquí. No. La amenaza de usar a la tenebrosa CIA para asesinar o eliminar supuestos enemigos venezolanos forma parte del entramado montado para generar pánico y, eventualmente, traiciones al interior del pueblo de ese país y del chavismo en particular.
Por todo lo anterior, en buena lid, las declaraciones de Trump son una acción fundamentalmente mediática. La CIA no hará operaciones encubiertas en el futuro, la CIA ya opera en Venezuela, incluso desde que existe; sí, porque allí donde hay abundante petróleo, la CIA tiene que estar, y sobre todo si hay una profunda revolución como la bolivariana.
Los expertos califican este tipo de maniobras como parte de una guerra cognitiva. Apuestan a que basta con generar frenéticamente amenazas verbales o desplegando tropas, para que las víctimas se desmovilicen y, con ello, conseguir que el buscado cambio de régimen les salga muy barato, desde el punto de vista bélico y en sus marines no aniquilados.
Siguiendo esa lógica, los agresores saben que no es posible que prospere cualquier variante invasiva, incluso limitada a un golpe quirúrgico como le dicen, sin que antes o durante se genere una situación interna que tribute a quebrar la unidad o la capacidad de respuesta defensiva de los agredidos, a los que previamente se les trabajó la mente y las emociones.
LA CIA SIEMPRE
Resulta inabarcable exponer las veces que la CIA se ha embarcado en acciones como las ordenadas ante las cámaras por Trump. Uno de sus últimos directores, el canalla Mike Pompeo, se vanaglorió en la Universidad de Texas, en 2019, de que la CIA había mentido y robado; solo le faltó reconocer que habían asesinado.
Igualmente execrable fue la implementación de lo que llegó a ser un programa de flagrante violación de los derechos humanos a escala universal, cuando la «guerra contra el terrorismo» en la era Bush; en ese contexto, la CIA se dedicó al secuestro y a la instalación en varias y distinguidas naciones de Europa de lugares donde torturaban, llamándoles «excesos de apremios físicos».
Algunas de las víctimas terminaron en el territorio ocupado ilegalmente en la bahía de Guantánamo, en la famosa base, único lugar de Cuba donde esos «excesos» se han practicado desde la caída de la tiranía batistiana.
En cada golpe de Estado en Nuestra América está siempre la CIA; detrás de las tantas formas de fascismo y dictaduras militares en Sudamérica, incluido el Plan Cóndor, está la CIA; el terrorismo de Estado contra Cuba fue totalmente organizado por la CIA; más recientemente, en la judicialización de la política en la región y el linchamiento mediático de líderes de izquierda y progresistas, la CIA estuvo tras bambalinas.
A propósito del narcotráfico, también aparece de forma «encubierta» la CIA; recuérdese su involucramiento en el trasiego de opioides en la invasión a Vietnam, en Afganistán, en la Libia posGadafi, o durante la guerra de los «contras» en la Revolución Sandinista; todas huellas imborrables de los objetivos inconfesables que ha tenido la «Compañía», como suelen decirle en versiones cinematográficas que buscan lavarle el rostro a este aparato.
Pero deberían advertirle a Trump que al sur del Río Bravo no se «come miedo» respecto a la «Compañía». Ahí están como testimonio sus fiascos, por ejemplo, las tantas veces que intentaron asesinar a Fidel, por solo mencionar algo que se volvió leyenda, como todo lo que atañe al Líder Histórico de la Revolución Cubana.
El periodista estadounidense Tim Weiner, premio Pulitzer, publicó en 2008 un libro antológico, sobre la Central de Langley; lo tituló Legado de cenizas, y en él aparece un inventario de errores, limitaciones y el pronóstico de que, si no cambian, están condenados a un estado de fracaso endémico.
Una curiosidad: lo de «legado de cenizas» se dice que fue el calificativo que empleó Eisenhower respondiéndole a Kennedy, cuando este se interesó por la trayectoria de la Central de Inteligencia, en ocasión de traspasarle el Gobierno. La mala opinión sobre la «Compañía» parece que viene de muy lejos.
Lo que ocurra ahora en Venezuela podría confirmar lo previsto por Weiner. Basta que las autoridades chavistas atrapen y expongan a algunos de estos agentes matarifes, previamente anunciados/denunciados por su máximo jefe, para que se forme el escándalo en Washington. Incluso, probablemente tributaría al derrumbe de toda la operación antivenezolana.
En redes sociales digitales se vuelve viral una pregunta después de la admisión de Trump de ordenar operaciones encubiertas en el exterior que incluyen asesinar personas: ¿cualquier otro país puede, por tanto, hacer lo mismo en EE. UU.? Quizá, en su respuesta, los estadounidenses entiendan la peligrosidad de este asunto.


