Raúl Antonio Capote (Granma).— Una investigación académica de la Universidad de Harvard, compilada en el libro Network Propaganda, ofrece un análisis profundo y basado en datos sobre la crisis de la desinformación que afecta a Estados Unidos.
Dirigido por el profesor Yochai Benkler, el estudio argumenta que el problema no es inherente a internet, como se plantea, sino que es el resultado de un ecosistema manipulado y asimétrico, a lo que solo habría que agregar, creado por los mismos intereses que sostienen el sistema.
El texto revela la existencia de dos ambientes mediáticos diferenciados en el país. De un lado, una máquina de propaganda que funciona de manera coordinada y actúa como una cámara de resonancia al servicio del gran capital y de la extrema derecha.
Los grandes medios y las plataformas de radio talk-show se citan y refuerzan mutuamente, creando un universo narrativo aislado. Dentro de esta red, la desinformación y las teorías conspirativas encuentran un terreno fértil.
Fabrican enemigos como Cuba, Venezuela o el propio pueblo trabajador estadounidense, y destruyen cualquier noción de verdad factual. La lealtad a la tribu política se impone sobre la veracidad.
Del otro lado, sitúa a los medios del Establishment Liberal que, si bien tienen sus propios sesgos editoriales, en este entorno, la desinformación tiende a ser contenida con mayor eficacia.
Sin embargo, más allá de lo que señalan los investigadores, sabemos que, aunque se presentan como «equilibrados», su «pluralismo» funciona en un espacio controlado, evitando siempre cuestionar los fundamentos del sistema capitalista, mientras sirven para dar una falsa apariencia de debate y legitimar las guerras imperialistas y las agresiones contra naciones soberanas.
Esta arquitectura mediática, más que defectuosa, intencionada, tiene consecuencias profundas para la sociedad estadounidense. Los individuos dentro de la cámara de resonancia de derecha son expuestos a narrativas cada vez más extremistas, lo que fomenta la radicalización política.
En ese orden de cosas, los ciudadanos no solo discrepan de políticas, sino que desarrollan una animadversión y desconfianza profundas hacia quienes se encuentran en el otro grupo.
La investigación sostiene que se ha erosionado la base de hechos comunes necesaria para un debate saludable. Lo que un extremo presenta como un hecho verificado, el otro lo descarta como parte de una conspiración de los «medios principales».
Benkler y sus colegas no abogan por la censura, sino por soluciones estructurales, fortalecer el periodismo de calidad, promover la alfabetización mediática, y exigir a las plataformas digitales una mayor transparencia en sus algoritmos.
Loable objetivo que sabemos sería difícil para una sociedad de medios corporativos privados y de grandes empresas tecnológicas, comprometidos con los grupos de poder. Son el uno y el todo al servicio de la élite, no mienten y manipulan por error estructural, sino porque es su razón de existir.


