Unidad y Lucha. – En estos días que aún resuenan los ecos del 50 aniversario del fallecimiento en la cama del despreciable militarucho africanista, ladrón y criminal que gestionó los intereses de la oligarquía española durante casi 40 años; en el mes que se cumplen 47 años de la proclamación de la Constitución española, corresponde hacer una revisión crítica de la de la actualidad de la llamada Transición.
El Régimen del 78, tal y como se concibió, toca a difuntos ¡esa es la buena nueva!, pero no menos importante es saber cuál será su relevo institucional en un proceso que, como todo finalmente, vendrá marcado por la lucha de clases en una confrontación objetiva entre los intereses del capital y de la clase trabajadora.
Es por eso, por el indudable carácter de clase que tiene esta sucesión del modelo de gobierno, que lo que le corresponde a la militancia comunista es arremangarse y ponerse manos a la obra también en esta tarea, asumiendo la responsabilidad de trabajar con el objetivo de ser quienes tañamos las campanas con las que se llame a las masas obreras y populares a enterrar el ejemplo de la Transición y su hija, la Constitución del 78, boca abajo y sin más honor que aprender de su felonía para que nunca más vuelva a repetirse.
El hedor de su existencia nunca ha dejado de oler a rancio por los cuatro costados, por la sencilla razón de que sus protagonistas nunca dejaron de ser los mismos oligarcas que, tras ahogar en sangre el sueño de libertad de la clase obrera de los pueblos de España a partir de 1936, entendieron que para continuar sus negocios y seguir robándole a manos llenas al pueblo trabajador, tenían que cambiar las formas de su dictadura de clase y actualizarla a los nuevos tiempos.
Ganarse la legitimidad que les permitiera integrarse en el proyecto más avanzado de los monopolios europeos y mantener el reconocimiento yanqui ganado durante el franquismo a cambio de las bases militares, fue el objetivo para el que usaron todas las herramientas a su alcance. Desde un Jefe de Estado coronado que, de ungido por Franco, pasó a padre de la democracia, a un Jefe Nacional del Movimiento que de la noche a la mañana pasó de falangista a centrista, o un PCE que dejó de ser comunista y quebró toda la obra de su heroica existencia en una magistral jugada de trileros simbolizada en aquel pleno del Comité Central presidido por la bandera rojigualda. Todo valía para hacer realidad un propósito que, teniendo enfrente a un pueblo consciente, organizado y movilizado, no escatimó en crímenes, compra de voluntades y violencia hasta someterlo mediante la anulación de sus mejores herramientas: el Partido Comunista, las Comisiones Obreras y el movimiento vecinal.
Al unísono, todos los hilos del poder se movieron en pro de ese objetivo. Los consejos de administración de la oligarquía financiera, la embajada norteamericana, la Conferencia Episcopal y las socialdemocracias alemana y sueca, todos se unieron para alcanzar ese fin que requería el desarrollo del capitalismo en el Estado español.
El éxito de aquella jugada, de la que tanto se ha escrito sin el rigor necesario que solo ofrece una interpretación de la realidad desde el materialismo histórico, fue ajustar la superestructura de la dominación de clase a las necesidades materiales que exigía el capitalismo español en el último cuarto del pasado siglo. Privatizaciones, modernización y descentralización de la administración, concentración financiera, construcción de infraestructuras, plena apertura comercial al exterior, exportación de capitales…esos han sido a lo largo de todos estos años, saldados con un importante retroceso en las posiciones de la clase obrera, los objetivos para los que han trabajado todos los gobiernos, tanto del PSOE (y socios) como del PP, así como los de los representantes políticos de las burguesías catalanas y vasca.
¿Y ahora en el siglo XXI?
La continuidad del imperialismo reclama y exige nuevas formas de gestión de su dominación de clase, por lo que se arroja aceleradamente a la disminución y anulación de sus indicadores democrático-formales a la vez que fabrica la sistemática preparación, instalación y ascenso de las soldadescas fascistas. Todo ello en función de su nueva realidad material -colosal deuda impagable, caída de rentabilidad, timba financiera, ascenso de los BRIC…pérdida de hegemonía-, determinada por la inexorable caída tendencial de la tasa de ganancia y la concentración extrema de capitales.
¿A qué nos enfrentamos?
Sin duda a un declive constante de las formalidades democrático burguesas y a una agudización de la violencia sistémica. Un ejercicio cada día más descarnado de su dictadura de clase para tratar de sostener los beneficios del gran capital.
Para mantener su dominación sobre una población trabajadora cada día más empobrecida y con serías dificultades para reproducir su propia fuerza de trabajo por la falta de acceso a la vivienda o a una sanidad pública de calidad, ya no les vale seguir hablando de derechos universales.
Conforme a las pautas que se ya se desarrollan en el corazón del imperialismo por la administración Trump, laminando cualquier derecho e imponiendo una dictadura sin máscaras, profundamente racista y censitaria, el camino del “jardín” europeo y, especialmente de sus economías más dependientes es el mismo, como lo demuestra la reciente aprobación de la jornada de 13 horas diarias en Grecia..
Con el desarrollo de leyes como la de Extranjería o la Mordaza, la aplicación de una creciente economía de guerra a costa de los servicios públicos, así como la jurisprudencia de sentencias como la de las 6 de La Suiza o las que se deriven del lawfare sobre el actual gobierno, todos las puertas del Estado se le abren sin cortapisas al gran capital (nacional y extranjero) y a sus perros fascistas, para ponerlo al servicio exclusivo de sus intereses.
Una realidad que, no por distópica es menos conocida y, cuya alternativa no es reclamar como hacen el reformismo y la socialdemocracia, lo que, sin duda, ya es pasado y responde a una realidad material superada en las formaciones sociales capitalistas, sino luchar de forma organizada por la defensa y conquista de los derechos y necesidades de las masas trabajadoras. Por el poder obrero y el Socialismo; por una República Socialista y Confederal que, sobre el derecho a la autodeterminación, también sea capaz de abordar de una forma positiva la configuración del Estado español y superar el caducado e ineficaz modelo de las Autonomías.
En consecuencia, denunciemos con claridad y marquemos una posición confrontada con el llamado a defender la “Democracia” que proponen desde IU para tratar de perpetuar un modelo ya superado de capitalismo. Al contrario, salgamos a la calle a llenarnos las botas de barro para, desde la propia experiencia compartida con las masas, reorganizar el movimiento obrero y popular que nos arrebataron en medio siglo de Transición.
Digámoslo alto y claro: sin práctica política de masas, desarrollando una táctica política concreta y generando una referencialidad con nombres y apellidos de la militancia comunista, todo es movimentismo, retórica y/o espacios efímeros de comodidad para limpiar las conciencias.
Hoy, el gran reto que corresponde enfrentar es comprometerse en construir la mayoría social organizada y consciente que, desde su realidad como clase, luche por sus derechos a todos los niveles.
Organizar las estructuras de base del Frente Obrero y Popular por el Socialismo (FOPS), las realidades organizativas de base del movimiento obrero y popular que, con la dirección política de la militancia comunista, progresivamente adquieran la capacidad de generar crecientes conflictos económicos y políticos con la patronal y con cada una de las instituciones del Estado, es la responsabilidad que nos incumbe y asumimos conscientemente.

