
Thierry Meyssan (Red Voltaire).— El conflicto en Ucrania parece estar llegando a su fin. Los presidentes de Rusia y Estados Unidos se pusieron de acuerdo sobre la aplicación de un plan de 28 puntos, siguiendo el modelo del que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó para poner fin al conflicto entre Israel y el mundo árabe.
Los principios directores de ese plan para Ucrania fueron aprobados personalmente por los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin, el 15 de agosto en Anchorage (Alaska). Los detalles se negociaron en Miami, del 24 al 26 de octubre, entre el estadounidense Steve Wikoff y el ruso Kiril Dimitriev, pero el plan no fue revelado oficialmente hasta el principio de la semana pasada, al secretario del Consejo de Seguridad y Defensa de Ucrania, Rustem Umerov, antes de que ese individuo huyera a Qatar. El cabecilla del régimen de Kiev, Volodimir Zelenski –cuyo mandato presidencial ya está ampliamente expirado– no tuvo conocimiento de ese plan hasta el 20 de noviembre, cuando el secretario de las fuerzas terrestres de Estados Unidos, Dan Driscoll, y los generales Randy George, jefe del estado mayor de las fuerzas terrestres estadounidenses, y Chris Donahue, jefe de las fuerzas militares de Estados Unidos en Europa y África, viajaron a Kiev para presentárselo.
Durante los 3 últimos meses, las fuerzas rusas han bombardeado a las unidades de los nacionalistas integristas (que el Kremlin designa como “banderistas” o “neonazis”) que operan bajo las órdenes de Andriy Biletsky, quien se hace llamar el “fuhrer blanco” y que ya ha perdido una tras otra la batalla de Mariupol (en mayo de 2022), la de Bakmout/Artiomovsk (en diciembre de 2023) y ahora la de Pokrovsk (en noviembre de 2025).
El 11 de noviembre, el Departamento de Estado estadounidense dio la luz verde para se revelara al público la Operación Midas, una gran investigación del Buró de Lucha Anticorrupción de Ucrania (NABU), en la que colaboran 80 inspectores estadounidenses. La Operación Midas ya ha dado lugar a las dimisiones de 2 ministros –el ministro de Justicia Herman Halushchenko y la ministro de Energía Svetlana Grynchuk–, a la huida del ya mencionado Rustem Umerov, actualmente en Qatar, y parece inminente la renuncia del director de la administración presidencial Andriy Yermak. O sea, Volodimir Zelenski va quedándose solo y se ve obligado a aceptar el plan de paz que le envió Donald Trump o huir el también.
Aunque se ha tratado de hacer creer lo contrario, Zelenski no se atrevió a tratar de modificar las condiciones del plan de paz que los estadounidenses le entregaron el 20 de noviembre. Sólo ha intentado agregarle una amnistía, pero no para los crímenes de guerra sino para los casos de corrupción.
Los ucranianos que quedan en Ucrania –un tercio de la población ucraniana ha huido del país, una mitad de esos emigrados ucranianos se ha ido a Rusia y la otra mitad está en la Unión Europea– se han volteado contra Zelenski, ya que lo habían elegido porque prometía poner fin a la corrupción y ahora descubren que la ha incrementado a un nivel nunca visto. En noviembre, se registraron en toda Ucrania verdaderos motines contra los reclutadores del ejército. Hasta los nacionalistas integristas han llegado a la conclusión de que Zelenski ya no puede ayudarlos a hacer realidad el apocalíptico proyecto de acabar con los eslavos –los nacionalistas integristas ucranianos se creen descendientes de los vikingos– y están buscando la manera de derrocarlo.
Los Estados miembros de la Unión Europea, entidad empeñada en mantener la guerra contra Rusia, no pueden aceptar ahora el plan de paz que plantea Washington y que no es otra cosa que una capitulación. Esos Estados de la UE se dan cuenta súbitamente de que su sueño de debilitar a Rusia no está llamado a convertirse en realidad. Ya se hace evidente que el fin del régimen de Kiev será probablemente el preludio de la caída de los responsables europeos que lo han respaldado.
En efecto, ha llegado el momento de revisar las cuentas. La Unión Europea desembolsó inicialmente 1 000 millones de euros en dinero contante y sonante. Su Comité Militar creó después una Cámara de Compensación que permitía al régimen de Kiev escoger el armamento que quería en los arsenales de los países miembros de la Unión Europea. Y finalmente la UE puso a la disposición de Ucrania sus propios medios, como sus satélites. A medida que iba pasando el tiempo, la Unión Europea desembolsaba más y más fondos, hasta llegar a los 3 000 millones de euros que asignó a Kiev este verano.
Y no hay que creer que todo ese gasto es imputable sólo a los funcionarios de la Comisión Europea. El 1º de marzo de 2022, el Parlamento Europeo, cuyos miembros se eligen por sufragio universal, organizó una sesión en la que Volodimir Zelenski habló a los eurodiputados por video conferencia. Y Zelenski les recitó el punto de vista de la OTAN, que ignora los acuerdos de Minsk y cataloga la operación militar especial rusa contra los nacionalistas integristas ucranianos, iniciada en aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU, como una «agresión militar ilegal, no provocada e injustificada». Fue el Parlamento Europeo el que adoptó una resolución (P9_TA(2022)0052) que abrió el camino al apoyo total de la UE al régimen de Zelenski.
Cuando el presidente Trump y el vicepresidente Vance zarandearon a Zelenski en la Oficina Oval, el 28 de febrero de 2025, varios gobiernos europeos se concertaron sobre la cuestión de Ucrania. Se multiplicaron las idas y venidas entre París y Londres, que competían entre sí por la dirección de una “coalición de voluntarios”. En definitiva, los británicos ganaron la carrera. El gobierno del Reino Unido formó una alianza militar con los países del Báltico (Dinamarca, Estonia, Finlandia, Islandia, Letonia, Lituania, Noruega, Países Bajos y Suecia) y asoció Ucrania a ese grupo de países, el 5 de noviembre. En realidad se trata de una especie de “OTAN dentro de la OTAN”, bajo la dirección del Reino Unido.
Francia, aunque no participa en esa alianza alrededor del Reino Unido, se mantiene muy presente en el tema de Ucrania. Pero esa presencia francesa se limita al plano de las “posturas” sin llegar al ámbito de la acción. El 17 de noviembre, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y Volodimir Zelenski firmaron en París una “declaración de intención” según la cual Francia fabricará –cuando sea posible– y venderá a Kiev 100 aviones de combate Rafale. Al día siguiente, el 18 de noviembre, el jefe del estado mayor de los ejércitos de Francia, el general Fabien Mandon, dijo ante un congreso de alcaldes que los franceses tienen que aceptar «perder sus hijos» en una guerra contra Rusia, que él considera inminente.
El 21 de noviembre, un Volodimir Zelenski presa del pánico se comunicó por teléfono con sus “padrinos”: el presidente francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Friedrich Merz y el primer ministro británico Keir Starmer. Según la presidencia de Francia, estos dirigentes europeos subrayaron, una vez más, que «todas las decisiones con implicaciones para los intereses de Europa y de la OTAN tiene que contar con el apoyo conjunto y el consenso de los socios europeos y de los aliados de la OTAN respectivamente».
Todos se reunieron, el 22 de noviembre, en Johannesburgo (Sudáfrica), al margen de la cumbre del G20, sin la presencia de… Donald Trump y Vladimir Putin. La Declaración Final sólo evocaba la cuestión ucraniana en una frase evasiva: «Guiados por los objetivos y principios de la Carta de la ONU en su totalidad, trabajaremos por una paz justa, completa y duradera en Sudán, en la República Democrática del Congo, en los territorios palestinos ocupados, en Ucrania, al igual que por poner fin a otros conflictos y guerras a través del planeta». Esta afirmación banal no justificaba ese tipo de reunión. Al mismo tiempo, los europeos se concertaron entre bambalinas para elaborar una contrapropuesta.
La prensa europea se limita a presentar el plan ruso-estadounidense como «favorable a Moscú». Pero eso no es cierto ni es el centro de la cuestión. El plan, para quienes se han tomado el trabajo de leerlo [1], prevé que la península de Crimea y las dos Repúblicas de la región de Donbass (Donetsk y Lugansk) sean reconocidas como territorios rusos. ¡Pero ya era así ANTES de la guerra! También prevé que el resto de la Novorossiya se comparta siguiendo la línea del frente. En otras palabras, quedarán en manos de Ucrania la mayor parte de los territorios de Jerson y de Zaporijia, así como el puerto de Odesa, cuya posesión habría permitido a Rusia establecer una continuidad territorial con Transnistria, otro territorio cuya población también ha expresado su voluntad de unirse a la Federación Rusa.
Por otra parte, el plan impone que el ejército ucraniano, que hoy cuenta 800 000 efectivos, se reduzca a 600 000 y que renuncie a la posesión de los misiles de largo alcance, capaces de llegar hasta Moscú –misiles que Ucrania supuestamente no tiene actualmente. En eso consistía el debate sobre los misiles Tomahawk estadounidenses y los misiles Taurus alemanes. Ucrania también renunciaría a ser miembro de la OTAN, pero las potencias europeas de la OTAN podrían estacionar aviones de combate en Polonia.
Desde el punto de Rusia, lo más importante es otra cosa: la desnazificación del régimen de Kiev. Ese es para Rusia un objetivo fundamental que los países de la OTAN siempre han preferido ignorar. La desnazificación supone la aplicación en cada país de un programa educativo sobre la cultura del otro país, como el que se aplicó en Francia y en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.
Por consiguiente, Moscú alcanza los objetivos por los cuales luchó, aunque sin lograr lo que desde hace mucho tiempo ha venido reclamando: el regreso de la OTAN a sus “fronteras” de 1991. Eso seguirá siendo una fuente de conflicto. La Unión Europea debería estar consciente de ello, y no sorprenderse si el enfrentamiento se mantiene en ese aspecto.
Por el lado estadounidense, Washington se compromete a levantar las “sanciones” contra Rusia y reintegrar esa potencia al G8, hoy convertido en “G7”.
Ciertamente, el presidente Donald Trump está a punto de lograr, finalmente, sacar su país del avispero. Pero lo hace para poner a la Unión Europea ante sus propias responsabilidades.
La reconstrucción de Ucrania, evaluada en 200 000 millones de dólares, sería financiada, en un 50% por la Unión Europea, quedando el otro 50% a cargo de Rusia: cada una de esos dos partes desembolsaría 100 000 millones de dólares. La parte de Rusia saldría de los fondos rusos congelados durante el conflicto. Habría una supervisión por parte de Estados Unidos, que obtendría la mitad de los ingresos generados por esas inversiones.
Como punto final, Ucrania tendría que renovar su compromiso de no fabricar armas nucleares y la electricidad generada en la central nuclear de Zaporijia se compatiría a la mitad entre Ucrania y Rusia.
Pero nadie ha mencionado lo más duro: la Unión Europea (y por consiguiente la OTAN) tendrá que reconocer que la intervención de Rusia en Ucrania no fue una «agresión militar ilegal, no provocada e injustificada»… sino la aplicación legítima de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU, un acto conforme a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional.
Ahora cada cual tendría que proceder a un examen de conciencia. En la Unión Europea, todos alimentaron esta guerra, cuyo número de víctimas ni siquiera se conoce con precisión. Los altos funcionarios de la UE actuaron dejándose llevar por la arrogancia, la altanería, la soberbia y la desmesura; los gobiernos de los países miembros de la UE actuaron como un rebaño de corderos y los pueblos europeos creen ser la encarnación de la paz.
Lo más importante ahora será tomar conciencia de estas verdades y, si eso sucede, esa toma de conciencia podría provocar la caída de los regímenes que quisieron «poner a Rusia de rodillas» y que se obstinaron en tratar de alcanzar ese objetivo espurio.
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[1] «El plan de paz de Trump para Ucrania», Red Voltaire, 20 de noviembre de 2025,

