Últimos artículos

LA JORNADA DE TRABAJO EN EL CAPITALISMO

Partíamos  del supuesto en los limites de la jornada laboral de que la fuerza del trabajo se compra y se vende por su valor. Este, como el de cualquier otra mercancía, se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Por tanto, si la producción de los medios de vida exige, día tras día, seis horas, el obrero tiene que trabajar en promedio seis horas para producir diariamente su fuerza de trabajo o reproducir el valor obtenido de su venta. La fracción necesaria de su jornada de trabajo asciende, entonces, a seis horas y es, por consiguiente, de permanecer las demás circunstancias invariables, una magnitud determinada. Pero, con ello, no está dado aún el día de trabajo mismo...

Está en marcha la Operación Gladio 2.0?

El objetivo confeso de los globalistas encabezados por Soros y la Open Society Foundation (OSF) sería la implementación del Nuevo Orden Mundial (NWO), que implicaría la recuperación del papel de EEUU como gendarme mundial siguiendo la Doctrina Brzezinski. Así, eje globalista anglo-judío estaría preparando un escenario bélico que abarcaría prácticamente la totalidad de la cartografía terrestre , quedando América Latina como islote en un océano borrascoso...

La propuesta de Macron de enviar sus tropas a Kiev amenaza con una “aniquilación...

Europa tiene que darse cuenta de que Francia la está llevando por un camino de inevitable autodestrucción al prepararse para enviar sus tropas a Ucrania, escribe el medio 'Consortium News'. La implicación de París en la crisis ucraniana no augura nada bueno y tendrá consecuencias, señala a Sputnik el exanalista de seguridad de EEUU David Oualaalou.

Por qué es histórica la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre...

El martes el ministro argelino de Asuntos Exteriores, Ahmed Attaf, convocó una rueda de prensa en Argel para explicar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Gaza. La delegación argelina ante la ONU, recordó Attaf, convocó siete sesiones del Consejo de Seguridad sobre la guerra en Gaza...

Miguel Hernández… «Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo...

«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández