Elogio del desacato

Un ciudadano puede considerarse amortizado, políticamente muerto,  cuando ya no se sorprende de nada y admite de antemano que las entelequias que nos gobiernan y nos convierten en “cosas” son eternamente duraderas.

Tengo demasiados años pero me congratulo de estar joven y vivo, en filosofía y en política, porque si me dan a elegir siempre estaré a lado de la utopía, la rebeldía y el desacato, frente a la Ley (la del Poder y los Poderosos), el Orden (el de los corruptos y de sus  mayorías parlamentarias) y el Derecho (amordazado y vertebrado en injusticia  por el poder oculto).

Un ciudadano puede considerarse descatalogado o muerto cuando decide que es mejor encogerse de hombros, agachar la cabeza y aceptar la injusticia y la corrupción como un destino del rebaño.

Si los “Mártires de Chicago” no se hubieran rebelado y “desacatado” la legislación laboral vigente nunca hubiéramos tenido la jornada de ocho horas. Si Spies, Engel, Parsons y Fischer no hubieran sido condenados a muerte por un tribunal capitalista por ejercer el derecho de huelga, nunca hubiéramos tenido “derechos laborales”. Si las “sufragistas y feministas” (entre ellas nuestra Clara Campoamor) no hubieran iniciado una actuación que aún continua, las mujeres nunca hubieran votado ni logrado una cierta emancipación.

Si Martin Luther King no hubiera iniciado (con rebeldía y desacato) la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, en agosto de 1963, y no hubiera pronunciado su famosa frase “I have a dream” (‘yo tengo un sueño’)  las personas distintas a la de piel blanca no votarían en el mundo.  Si Nelson Mandela no hubiera desacatado el poder y al “orden” legal vigente, en Sudáfrica aún habría apartheid.  Si Marcelino Camacho no hubiera convertido su vida en una lucha por la dignidad de los obreros y no hubiera dicho, por ejemplo: “Ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar”, nos hubieran domado, doblado y domesticado.

Estoy por todas las luchas, rebeldías y desacatos de toda persona, colectivo, identidad, pueblo, parlamento o nación que se sientan oprimido, sojuzgado, robado o estafado en cualquier lugar del mundo, incluida Catalunya.

El conformista siente que no se puede hacer nada ante la crisis y el imperio de la corrupción  y asume las promesas falaces del Gobierno como un bálsamo.  Son los valedores de la Ley y el Orden. De su Ley y de su Orden. En cambio, las personas de mente y corazón libre verán el poder político y económico como lo que es, una charca de cocodrilos a la que debe desafiar con coraje.

En la mitología, Prometeo y Sísifo, aún encadenados a rocas o subiendo moles de piedra por una montaña hicieron eterno su desacato a los dioses. Ganaron la inmortalidad.

Lucas Leon Simon

La gens iroquesa; Friedrich Engels, 1884

«Llegamos ahora a otro descubrimiento de Morgan que es, por lo menos, tan importante como la reconstrucción de la forma primitiva de la familia basándose en los sistemas de parentesco. La prueba de que los grupos de consanguíneos designados por medio de nombres de animales en el seno de una tribu de indios americanos son esencialmente idénticos a las «genea» de los griegos, a las «gentes» de los romanos; de que la forma americana es la forma original de la gens, siendo la forma grecorromana una forma posterior derivada; de que toda la organización social de los griegos y romanos de los tiempos primitivos en gens, fratria y tribu, encuentra su paralelo fiel en la organización indoamericana; de que la gens –en cuanto podemos juzgar por nuestras fuentes de conocimiento– es una institución común a todos los bárbaros hasta su paso a la civilización y después de él; esta prueba ha esclarecido de golpe las partes más difíciles de la antigua historia griega y romana y nos ha revelado inesperadamente los rasgos fundamentales del régimen social de la época primitiva anterior a la aparición del Estado. Por muy sencilla que parezca la cosa una vez conocida, Morgan no la descubrió hasta los últimos tiempos. En su anterior obra, dada a la luz en 1871, no había llegado aún a penetrar ese secreto, cuyo descubrimiento ha hecho callar por algún tiempo a los historiadores ingleses de la época primitiva, tan llenos de seguridad en sí mismos.

La palabra latina gens, que Morgan emplea para este grupo de consanguíneos, procede, como la palabra griega del mismo significado, genos, de la raíz aria común gan –en alemán (donde, según la regla, la g aria debe ser reemplazada por la k) kan–, que significa «engendrar». Las palabras gens en latín, genos en griego, dschanas en sánscrito, kuni en gótico –según la regla anterior–, kyn en antiguo escandinavo y anglosajón, kin en inglés, y künns en medio-alto-alemán, significan de igual modo linaje, descendencia. Pero gens en latín o genos en griego se emplean esencialmente para designar ese grupo que se jacta de constituir una descendencia común –del padre común de la tribu, en el presente caso– y que está unido por ciertas instituciones sociales y religiosas, formando una comunidad particular, cuyo origen y cuya naturaleza han estado oscuros hasta ahora, a pesar de todo, para nuestros historiadores. Ya hemos visto anteriormente, en la familia punalúa, lo que es en su forma primitiva la gens. Se compone de todas las personas que, por el matrimonio punalúa y según las concepciones que en él dominan necesariamente, forman la descendencia reconocida de una antecesora determinada, fundadora de la gens. Siendo incierta la paternidad en esta forma de familia, sólo cuenta la filiación femenina. Como los hermanos no se pueden casar con sus hermanas, sino con mujeres de otro origen, los hijos procreados con estas mujeres extrañas quedan fuera de la gens, en virtud del derecho materno. Así, pues, no quedan dentro del grupo sino los descendientes de las hijas de cada generación; los de los hijos pasan a las gens de sus respectivas madres. ¿Qué sucede, pues, con este grupo consanguíneo, así que se construye como grupo aparte, frente a grupos del mismo género en el seno de una misma tribu? Como forma clásica de esa gens primitiva, Morgan toma la de los iroqueses y especialmente la de la tribu de los senekas. Hay en ésta ocho gens, que llevan nombres de animales: 1ª, lobo; 2ª, oso; 3ª, tortuga; 4ª, castor; 5ª, ciervo; 6ª, becada; 7ª, garza y 8ª, halcón. En cada gens hay las costumbres siguientes.

1) Elige el sachem –representante en tiempo de paz– y el caudillo –jefe militar–. El sachem debe elegirse en la misma gens y sus funciones son hereditarias en ella, en el sentido de que deben ser ocupadas en seguida en caso de quedar vacantes. El jefe militar puede elegirse fuera de la gens, y a veces su puesto puede permanecer vacante. Nunca se elige sachem al hijo del anterior, por estar vigente entre los iroqueses el derecho materno y pertenecer, por tanto, el hijo a otra gens, pero con frecuencia se elige al hermano del sachem anterior o al hijo de su hermana. Todo el mundo, hombres y mujeres, toman parte en la elección. Pero ésta debe ratificarse por las otras siete gens, y sólo después de cumplida esta condición es el electo solemnemente instaurado en su puesto por el consejo común de toda la generación iroquesa. Más adelante se verá la importancia de este punto. El poder del sachem en el seno de la gens es paternal, de naturaleza puramente moral. No dispone de ningún medio coercitivo. Además, ex oficio es miembro del consejo de tribu de los senekas, así como del consejo de toda la federación iroquesa. El jefe militar únicamente puede dar órdenes en las expediciones militares.

2) Depone a su discreción al sachem y al caudillo. También en este caso toman parte en la votación hombres y mujeres juntos. Los dignatarios depuestos pasan a ser enseguida simples guerreros como los demás, personas privadas. También el consejo de tribu puede deponer a los sachem, hasta contra la voluntad de la gens.

3) Ningún miembro tiene derecho a casarse en el seno de la gens. Esta es la regla fundamental de la gens, el vínculo que la mantiene unida; es la expresión negativa del parentesco consanguíneo, muy positivo, en virtud del cual constituyen una gens los individuos comprendidos en ella. Con el descubrimiento de este sencillo hecho, Morgan ha puesto en claro, por primera vez, la naturaleza de la gens. Cuán poco se había comprendido ésta hasta entonces nos lo prueban los relatos que se nos hacían anteriormente respecto a los salvajes y a los bárbaros, relatos donde la diferentes agrupaciones cuya reunión forman la organización gentilicia se confunden sin orden ni concierto dándoles, si hacer diferencia alguna, los nombres de tribu, clan, thum, etc… y de los cuales dícese de vez en cuando que el matrimonio está prohibido en el seno de semejantes corporaciones. Tal es el origen de la irreparable confusión en la que MacLennan, hecho un Napoleón, ha puesto orden con esta sentencia inapelable. Todas las tribus se dividen en unas donde está prohibido el matrimonio entre los miembros de la tribu –exógamas–, y otras donde se permite –endógamas–. Y después de haber embrollado definitivamente las cosas, se ha lanzado a las más hondas disquisiciones para establecer cuál de esas absurdas categorías creadas por él es la más antigua, si la exogamia o la endogamia. Este absurdo ha concluido por sí solo al descubrirse la gens basada en el parentesco consanguíneo y la resultante imposibilidad del matrimonio entre los miembros. Es evidente que en el estadio en que hayamos a los iroqueses la prohibición del matrimonio dentro de la gens se observa inviolablemente.

4) La propiedad de los difuntos pasaba a los demás miembros de la gens, pues no debía salir de ésta. Dada la poca monta de lo que un iroqués podía dejar a su muerte, la herencia se dividía entre los parientes gentiles más próximos, es decir, entre sus hermanos y hermanas carnales y el hermano de su madre, si el difunto era varón, y si era hembra, entre sus hijos y hermanas carnales, quedando excluidos sus hermanos. Por el mismo motivo, el marido y la mujer no podían ser herederos uno del otro, ni los hijos serlo del padre.

5) Los miembros de la gens se debían entre sí ayuda y protección, y sobre todo auxilio mutuo para vengar las injurias hechas por extraños. Cada individuo confiaba su seguridad a la protección de la gens, y podía hacerlo; todo el que lo injuriaba, injuriaba a la gens entera. De ahí, de los lazos de sangre en la gens, nació la obligación de la venganza, que fue reconocida en absoluto por los iroqueses. Si un extraño a la gens mataba a uno de sus miembros, la gens entera de la víctima estaba obligada a vengarlo. Primero se trataba de arreglar el asunto; la gens del matador celebraba consejo y hacía proposiciones de arreglo pacífico a la de la víctima, ofreciendo casi siempre la expresión de su sentimiento por lo acaecido y regalos de importancia; si se aceptaban éstos, el asunto quedaba zanjado. En el caso contrario, la gens ofendida designaba a uno o a varios vengadores obligados a perseguir y matar al matador. Si así sucedía, la gens de este último no tenía ningún derecho a quejarse; quedaban saldadas las cuentas.

6) La gens tiene nombres determinados, o una serie de nombres que sólo ella tiene derecho a llevar en toda la tribu, de suerte que el nombre de un individuo indica inmediatamente a qué gens pertenece. Un nombre gentil lleva vinculados, indisolublemente, derechos gentiles.

7) La gens puede adoptar extraños en su seno, admitiéndoles, así, en la tribu. Los prisioneros de guerra a quienes no se condenaba a muerte, se hacían de este modo, al ser adoptados por una de las gens, miembros de la tribu de los senekas, y con ello entraban en posesión de todos los derechos de la gens y de la tribu. La adopción se hacía a propuesta individual de algún miembro de la gens, de algún hombre, que aceptaba al extranjero como hermano o como hermana, o de alguna mujer que lo aceptaba como hijo; la admisión solemne en la gens era necesaria en concepto de ratificación. A menudo, gens muy reducidas en número por causas excepcionales se reforzaban de nuevo así, adoptando en masa a miembros de otra gens con el consentimiento de esta última. Entre los iroqueses, la admisión solemne en la gens se verificaba en sesión pública del consejo de tribu, lo que hacía prácticamente de esta solemnidad una ceremonia religiosa.

8) Es difícil probar en las gens indias la existencia de solemnidades religiosas especiales; pero las ceremonias religiosas de los indios están, más o menos, relacionadas con las gens. En las seis fiestas anuales de los iroqueses, los sachem y los caudillos, en atención a sus cargos, se contaban entre los «guardianes de la fe» y ejercían funciones sacerdotales.


9) La gens tiene un lugar común de inhumación. Este ha desaparecido ya entre los iroqueses del Estado de Nueva York, que hoy viven apretados en medio de los blancos, pero ha existido en otros tiempos. Todavía subsiste entre otros indios, por ejemplo entre los tuscaroras, próximos parientes de los iroqueses. Aun cuando son cristianos, los tuscaroras tienen en el cementerio una determinada fila de sepulturas para cada gens, de tal suerte que la madre está enterrada allí en la misma hilera que los hijos, pero no el padre. Y entre los iroqueses también la gens entera asiste al entierro de un muerto, se ocupa de la tumba, de los discursos fúnebres, etc…

10) La gens tiene un consejo, la asamblea democrática de los miembros adultos, hombres y mujeres, todos ellos con el mismo derecho de voto. Este consejo elige y depone a los sachem y a los caudillos, así como a los demás «guardianes de la fe»; decide el precio de la sangre –«Wergeld»– o la venganza por el homicidio de un miembro de la gens; adopta a los extranjeros en la gens. En resumen, es el poder soberano en la gens.

Tales son las atribuciones de una gens india típica. «Todos sus miembros son individuos libres, obligados a proteger cada uno la libertad de los otros; son iguales en derechos personales, ni los sachem ni los caudillos pretenden tener ninguna especie de preeminencia; todos forman una comunidad fraternal, unida por los vínculos de la sangre. Libertad, igualdad y fraternidad; ésos son, aunque nunca formulados, los principios cardinales de la gens, y esta última es, a su vez, la unidad de todo un sistema social, la base de la sociedad india organizada. Eso explica el indomable espíritu de independencia y la dignidad que todo el mundo nota en los indios».

En la época del descubrimiento, los indios de toda la América del Norte estaban organizados en gens con arreglo al derecho materno. Sólo en algunas tribus, como entre los dacotas, la gens estaba en decadencia y en otras, como entre los ojibwas y los omahas, estaba organizada con arreglo al derecho paterno.

En numerosísimas tribus indias que comprenden más de cinco o seis gens encontramos cada tres, cuatro o más de éstas reunidas en un grupo particular, que Morgan, traduciendo fielmente el nombre indio, llama fratria –hermandad–, como su correspondiente griego. Así, los senekas tienen dos fratrias: la primera comprende las gens 1-4, y la segunda las gens 5-8. Un estudio más profundo muestra que estas fratrias representan casi siempre las gens primitivas en que se escindió al principio la tribu; porque dada la prohibición del matrimonio en el seno de la gens, cada tribu debía necesariamente comprender por lo menos dos gens para tener una existencia independiente. A medida que la tribu aumentaba en número, cada gens volvía a escindirse en dos o más, que desde entonces aparecía cada una de ellas como una gens particular; al paso que la gens primitiva, que comprende todas las gens hijas, continúa existiendo como fratria. Entre los Senekas y la mayor parte de los indios, las gens de una de las fratrias son hermanas entre sí, al paso que las de la otra son primas suyas, nombres que, como hemos visto, tienen en el sistema de parentesco americano un significado muy real y muy expresivo. Originariamente ningún seneka podía casarse en el seno de su fratria; sin embargo, esta usanza desapareció muy pronto, quedando limitada a la gens. Según una tradición que circula entre los senekas, el «oso» y el «ciervo» fueron las dos gens primitivas, de las que se desprendieron con el tiempo las demás. Una vez arraigada, esa nueva organización fue modificándose con arreglo a las necesidades; si se extinguían las gens de una fratria, se hacía pasar a veces a ella gens enteras de otras fratrias. Por eso encontramos en diferentes tribus gens del mismo nombre agrupadas en distintas fratrias.

Las funciones de la fratria entre los iroqueses son en parte sociales, en parte religiosas:

1) Las fratrias juegan a la pelota una contra otra; cada una designa a sus mejores jugadores; los demás indios, formando grupos por fratrias, observan el juego y apuestan por la victoria de los suyos.

2) En el consejo de tribu se sientan juntos los sachem y los caudillos de cada fratria, colocándose frente a frente los dos grupos; cada orador habla a los representantes de cada fratria como a una corporación particular.

3) Si en la tribu se cometía un homicidio, sin pertenecer a la misma fratria el matador y la víctima, la gens ofendida apelaba a menudo a sus gens hermanas, que celebraban un consejo de fratria y se dirigían a la otra fratria como corporación con el fin de que ésta convocase igualmente un consejo para arreglar pacíficamente el asunto. En este caso, la fratria aparece de nuevo como la gens primitiva, y con muchas más probabilidades de buen éxito que la gens individual, más débil, hija suya.

4) En caso de defunción de personajes importantes, la fratria opuesta se encargaba de organizar y dirigir las ceremonias de los funerales, mientras la fratria de los difuntos participaba en ellas como parientes en duelo. Si moría un sachem, la fratria opuesta anunciaba la vacante de su cargo en el consejo de los iroqueses.

5) Cuando se elegía sachem, intervenía igualmente el consejo de la fratria. Solía considerarse como casi segura la ratificación del electo por las gens hermanas; pero las gens de la otra fratria podían oponerse a ella. En tal caso se reunía el consejo de esta fratria, si la oposición era mantenida, la elección se declaraba nula.

6) Al principio, tenían los iroqueses misterios religiosos particulares, llamados por los blancos «medicine lodges». Se celebraban estos misterios entre cada una de las fratrias, que tenían un ritual especialmente establecido para la iniciación de nuevos miembros.

7) Si, como es casi seguro, los cuatro linajes –gens– que habitaban por el tiempo de la conquista en los cuatro barrios de Tlaxcala eran cuatro fratrias, esto prueba que las fratrias constituían también unidades militares, lo mismo que entre los griegos y en otras uniones gentilicias análogas entre los germanos; cada uno de esos cuatro linajes iba a la guerra como ejército independiente, con su uniforme y su bandera particulares, y al mando de su propio jefe.

Así como varias gens forman una fratria, de igual modo, en la forma clásica, varias fratrias constituyen una tribu; en algunos casos, en las tribus muy débiles falta el eslabón intermedio, la fratria. ¿Qué es, pues, lo que caracteriza a una tribu india de América?:

1) Un territorio propio y un nombre particular. Fuera del sitio donde estaba asentada verdaderamente. Cada tribu poseía además un extenso territorio para la caza y la pesca. Detrás de éste se extendía una ancha zona neutral, que llegaba hasta el territorio de la tribu más próxima, zona que era más estrecha entre las tribus de la misma lengua, y más ancha entre las que no tenían el mismo idioma. Esta zona venía a ser lo que el bosque limítrofe de los germanos, el desierto que los suevos César creaban alrededor de su territorio, el «ísarnholt» –en dinamarqués «jarnved», «limes Danicus»– entre daneses y alemanes, el «sachsenwald» y el «branibor» –eslavo: bosque protector–, que dio su nombre al Brandeburgo, entre alemanes y eslavos. Este territorio, comprendido dentro de fronteras tan inciertas, era el país común de la tribu, reconocido como tal por las tribus vecinas y que ella misma defendía contra los invasores. En la mayoría de los casos, la imprecisión de las fronteras no suscitó en la práctica inconvenientes, sino cuando la población hubo crecido de modo considerable. Los nombres de las tribus parecen debidos a la casualidad más que a una elección razonada; con el tiempo sucedió a menudo que una tribu era conocida entre sus vecinas con un nombre distinto del que ella misma se daba, como ocurrió con los alemanes, a quienes los celtas llamaron «germanos», siendo éste su primer nombre histórico colectivo.

2) Un dialecto particular propio de esta sola tribu. De hecho, la tribu y el dialecto son substancialmente una y la misma cosa. La formación de nuevas tribus y nuevos dialectos, a consecuencia de una escisión, acontecía hace aún poco en América, y todavía no debe haber cesado por completo. Allí donde dos tribus debilitadas se funden en una sola, ocurre, excepcionalmente, que en la misma tribu se hallan dos dialectos muy próximos. La fuerza numérica media de las tribus americanas es de unas dos mil almas; sin embargo, los cherokees son veintiséis mil, el mayor número de indios de los Estados Unidos que hablan un mismo dialecto.

3) El derecho de dar solemnemente posesión a su cargo a los sachem y los caudillos elegidos por las gens.

4) El derecho de exonerarlos hasta contra la voluntad de sus respectivas gens. Como los sachem y los jefes militares son miembros del consejo de tribu, estos derechos de la tribu respecto a ellos se explican de por sí. Allí donde se ha formado una federación de tribus y donde el conjunto de éstas se halla representado por un consejo federal, esos derechos pasan a este último.

5) Ideas religiosas –mitología– y ceremonias de culto comunes. «Los indios eran, a su manera bárbara, un pueblo religioso». Su mitología no ha sido aún objeto de investigaciones críticas. Personificaban ya sus ideas religiosas –espíritus de todas clases–, pero el estadio inferior de la barbarie en el cual estaban no conoce aún representaciones plásticas, lo que se llama ídolos. Es el de ellos un culto de la naturaleza y de los elementos que tiende al politeísmo. Las diferentes tribus tenían sus fiestas regulares, con formas de culto determinadas, principalmente el baile y los juegos. La danza, sobre todo, era una parte esencial de todas las solemnidades religiosas. Cada tribu celebraba en particular sus propias fiestas.

6) Un consejo de tribu para los asuntos comunes. Se componía de los sachem y los caudillos de todas las gens, sus representantes reales, puesto que eran siempre revocables. El consejo deliberaba públicamente, en medio de los demás miembros de la tribu, quienes tenían derecho a tomar la palabra y hacer oír su opinión; el consejo decidía. Por regla general, todo asistente al acto era oído a petición suya; también las mujeres podían expresar su parecer mediante un orador elegido por ellas. Entre los iroqueses, las resoluciones definitivas debían ser tomadas por unanimidad, como se requería para ciertas decisiones en las comunidades de las marcas alemanas. El consejo de tribu estaba encargado, particularmente, de regular las relaciones con las tribus extrañas. Recibía y mandaba las embajadas, declaraba la guerra y concertaba la paz. Si llegaba a estallar la guerra, solía hacerse casi siempre valiéndose de voluntarios. En principio, cada tribu se considera en estado de guerra con toda otra tribu con quien expresamente no hubiera convenido un tratado de paz. Las expediciones contra esta clase de enemigos eran organizadas en la mayoría de los casos por unos cuantos notables guerreros. Estos ejecutaban una danza guerrera y todo el que les acompañaba en ella declaraba de ese modo su deseo de participar en la campaña. Se formaba en seguida un destacamento y se ponía en marcha. De igual manera, grupos de voluntarios solían encargarse de la defensa del territorio de la tribu atacada. La salida y el regreso de estos grupos de guerreros daban siempre lugar a festividades públicas. Para esas expediciones no era necesaria la aprobación del consejo de tribu, y ni se pedía ni se daba. Eran éstas exactamente como las expediciones particulares de las mesnadas germanas según las describe Tácito, con la sola diferencia de que los grupos de guerreros tienen ya entre los germanos un carácter más fijo y constituyen un sólido núcleo, organizado en tiempos de paz, en torno al cual se agrupan los demás voluntarios en caso de guerra. Los destacamentos de esta especie rara vez eran numerosos; las más importantes expediciones de los indios, aun a grandes distancias, se realizaban con fuerzas insignificantes. Cuando se juntaban varios de estos destacamentos para acometer una gran empresa, cada uno de ellos obedecía a su propio jefe; la unidad del plan de campaña se aseguraba, bien o mal, por medio de un consejo de estos jefes. Esta es la manera cómo hacían la guerra los alemanes del alto Rin en el siglo IV, según la vemos descrita por Amiano Marcelino.

7) En algunas tribus encontramos un jefe supremo –Oberhäuptling–, cuyas atribuciones son siempre muy escasas. Es uno de los sachem, que, cuando se requiere una acción rápida, debe tomar medidas provisionales hasta que pueda reunirse el consejo y tomar las resoluciones finales. Es un débil germen de poder ejecutivo, germen, que casi siempre queda estéril en el transcurso de la evolución ulterior; este poder, como veremos, sale en la mayoría de los casos, si no en todos, del jefe militar supremo –obersten Heerführer–.

La gran mayoría de los indios americanos no fue más allá de la unión en tribus. Estas, poco numerosas, separadas unas de otras por vastas zonas fronterizas y debilitadas a causa de continuas guerras, ocupaban inmensos territorios muy poco poblados. Acá y allá se formaban alianzas entre tribus consanguíneas por efecto de necesidades momentáneas, con las cuales tenían término. Pero en ciertas comarcas, tribus parientes en su origen y separadas después, se reunieron de nuevo en federaciones permanentes, dando así el primer paso hacia la formación de naciones. En los Estados Unidos encontramos la forma más desarrollada de una federación de esa especie entre los iroqueses. Abandonando sus residencias del Oeste del Misisipí, donde probablemente habían formado una rama de la gran familia de los dakotas, se establecieron después en largas peregrinaciones en el actual Estado de Nueva York, divididos en cinco tribus: los senekas, los cayugas, los onondagas, los oneidas y los mohawks. Vivían de la pesca, la caza y una horticultura rudimentaria y habitaban en aldeas, fortificadas en su mayoría con estacadas. No excedieron nunca de veinte mil; tenían muchas gens comunales en las cinco tribus, hablaban dialectos parecidísimos de la misma lengua y ocupaban a la sazón un territorio compacto repartido entre las cinco tribus. Siendo de conquista reciente ese territorio, caía de su propio peso la necesidad de la unión habitual de esas tribus frente a las que ellas habían desposeído. En los primeros años del siglo XV, a más tardar, se convirtió en una «liga eterna», en una confederación que, comprendiendo su nueva fuerza, no tardó en tomar un carácter agresivo; y al llegar a su apogeo, hacia 1675, había conquistado en torno suyo vastos territorios, a cuyos habitantes había en parte expulsado, en parte hecho tributarios. La confederación iroquesa presenta la organización social más desarrollada a que llegaron los indios antes de salir del estadio inferior de la barbarie, excluyendo, por consiguiente, a los mexicanos, a los neomexicanos y a los peruanos. Los rasgos principales de la confederación eran los siguientes:

1) Liga eterna de las cinco tribus consanguíneas basada en su plena igualdad y en la independencia en todos sus asuntos interiores. Esta consanguinidad formaba el verdadero fundamento de la liga. De las cinco tribus, tres llevaban el nombre de tribus madres y eran hermanas entre sí, como lo eran igualmente las otras dos, que se llamaban tribus hijas. Tres gens –las más antiguas– tenían aún representantes vivos en todas las cinco tribus, y otras tres gens, en tres tribus. Los miembros de cada una de estas gens eran hermanos entre sí en todas las cinco tribus. La lengua común, sin más diferencias que dialectales, era la expresión y la prueba de la comunidad de origen.

2) El órgano de la liga era un consejo federal de cincuenta sachem, todos de igual rango y dignidad; este consejo decidía en última instancia todos los asuntos de la liga.

3) Estos cincuenta títulos de sachem, cuando se fundó la liga, se distribuyeron entre las tribus y las gens, y eran sus portadores los representantes de los nuevos cargos expresamente instituidos para las necesidades de la confederación. A cada vacante eran elegidos de nuevo por las gens interesadas y podían ser depuestos por ellas en todo tiempo, pero el derecho de darles posesión de su cargo correspondía al consejo federal.

4) Estos sachem federales lo eran también en sus tribus respectivas, y tenían voz y voto en el consejo de tribu.

5) Todos los acuerdos del consejo federal debían tomarse por unanimidad.

6) El voto se daba por tribu, de tal suerte que todas las tribus, y en cada una de ellas todos los miembros del consejo, debían votar unánimemente para que se pudiese tomar un acuerdo válido.

7) Cada uno de los cinco consejos de tribu podía convocar al consejo federal, pero éste no podía convocarse a sí mismo.

8) Las sesiones se celebraban delante del pueblo reunido; cada iroqués podía tomar la palabra; sólo el consejo decidía.

9) La confederación no tenía ninguna cabeza visible personal, ningún jefe con poder ejecutivo.

10) Por el contrario, tenía dos jefes de guerra supremos, con iguales atribuciones y poderes –los dos «reyes» de Esparta, los dos cónsules de Roma–.

Tal es toda la constitución social bajo la que han vivido y viven aún los iroqueses desde hace más de cuatrocientos años. La he descrito con detalle, siguiendo a Morgan, porque aquí podemos estudiar la organización de una sociedad que no conocía aún el Estado. El Estado presupone un poder público particular, separado del conjunto de los respectivos ciudadanos que lo componen. Y Maurer reconoce con fiel con fiel instinto la constitución de la Marca alemana como una institución puramente social diferente por esencia del Estado, aun cuando más tarde le sirvió en gran parte de base. En todos sus trabajos Maurer observa que el poder público nace gradualmente tanto a partir de las constituciones primitivas de las marcas, las aldeas, los señoríos y las ciudades, como al margen de ellas. Entre los indios de la América del Norte vemos cómo una tribu unida en un principio se extiende poco a poco por un continente inmenso; cómo, escindiéndose, las tribus se convierten en pueblos, en grupos enteros de tribus; cómo se modifican las lenguas, no sólo hasta llegar a ser incomprensibles unas para otras, sino hasta el punto de desaparecer todo vestigio de la prístina unidad; cómo en el seno de las tribus se escinden en varias gens individuales y las viejas gens madres se mantienen bajo la forma de fratrias; y cómo los nombres de estas gens más antiguas se perpetúan en las tribus más distantes y separadas más largo tiempo –el lobo y el oso son aún nombres gentilicios en la mayoría de las tribus indias–. Y a todas estas tribus corresponde, en general, la constitución antes descrita, con la única excepción de que muchas de ellas no llegan a la liga entre tribus parientes.

Pero dada la gens como unidad social, vemos también con qué necesidad casi ineludible, por ser natural, se deduce de esa unidad toda la constitución de la gens, de la fratria y de la tribu. Todos los tres grupos son diferentes gradaciones de consanguinidad, encerrado cada uno en sí mismo y ordenando sus propios asuntos, pero completando también a los otros. Y el círculo de los asuntos que les compete abarca el conjunto de los negocios sociales de los bárbaros del estado inferior. Así, pues, siempre que en un pueblo hallemos la gens como unidad social, debemos también buscar una organización de la tribu semejante a la que hemos descrito; y allí donde, como entre los griegos y los romanos, no faltan las fuentes de conocimiento, no sólo la encontraremos, sino que además nos convenceremos de que en todas partes donde esas fuentes son deficientes para nosotros, la comparación con la institución social americana nos ayuda a despejar las mayores dudas y a adivinar los más difíciles enigmas.

¡Admirable constitución ésta de la gens, con toda su ingenua sencillez! Sin soldados, gendarmes ni policía, sin nobleza, sin reyes, gobernadores, prefectos o jueces, sin cárceles ni procesos, todo marcha con regularidad. Todas las querellas y todos los conflictos los zanja la colectividad a quien conciernen, la gens o la tribu, o las diversas gens entre sí; sólo como último recurso, rara vez empleado, aparece la venganza, de la cual no es más que una forma civilizada nuestra pena de muerte, con todas las ventajas y todos los inconvenientes de la civilización. No hace falta ni siquiera una parte mínima del actual aparato administrativo, tan vasto y complicado, aun cuando son muchos más que en nuestros días los asuntos comunes, pues la economía doméstica es común para una serie de familias y es comunista; el suelo es propiedad de la tribu, y los hogares sólo disponen, con carácter temporal, de pequeñas huertas. Los propios interesados son quienes resuelven las cuestiones, y en la mayoría de los casos una usanza secular lo ha regulado ya todo. No puede haber pobres ni necesitados: la familia comunista y la gens conocen sus obligaciones para con los ancianos, los enfermos y los inválidos de guerra. Todos son iguales y libres, incluidas las mujeres. No hay aún esclavos, y, por regla general, tampoco se da el sojuzgamiento de tribus extrañas. Cuando los iroqueses hubieron vencido en 1651 a los erios y a la «nación neutral», les propusieron entrar en la confederación con iguales derechos; sólo al rechazar los vencidos esta proposición, fueron desalojados de su territorio. Qué hombres y qué mujeres ha producido semejante sociedad, nos lo prueba la admiración de todos los blancos que han tratado con indios no degenerados ante la dignidad personal, la rectitud, la energía de carácter y la intrepidez de estos bárbaros.

Recientemente hemos visto en África ejemplos de esa intrepidez. Los cafres de Zululandia hace algunos años y los nubios [1] hace pocos meses –dos tribus en las cuales no se han extinguido aún las instituciones gentiles– han hecho lo que no sabría hacer ninguna tropa europea. Armados nada más que con lanzas y venablos, sin armas de fuego, bajo la lluvia de balas de los fusiles de repetición de la infantería inglesa –reconocida como la primera del mundo para el combate en orden cerrado–, se echaron encima de sus bayonetas, sembraron más de una vez el pánico entre ella y concluyeron por derrotarla, a pesar de la colosal desproporción entre las armas y aun cuando no tienen ninguna especie de servicio militar ni saben lo que es hacer la instrucción. Lo que pueden hacer y soportar lo sabemos por las lamentaciones de los ingleses, según los cuales un cafre recorre en veinticuatro horas más trayecto, y a mayor velocidad, que un caballo: «Hasta su más pequeño músculo sobresale, acerado, duro, como una tralla de látigo», decía un pintor inglés.

Tal era el aspecto de los hombres y de la sociedad humana antes de que se produjese la escisión en clases sociales. Y si comparamos su situación con la de la inmensa mayoría de los hombres civilizados de hoy, veremos que la diferencia entre el proletario o el campesino de nuestros días y el antiguo libre gentilis es enorme.

Este es un aspecto de la cuestión. Pero no olvidemos que esa organización estaba llamada a perecer. No fue más allá de la tribu; la federación de las tribus indica ya el comienzo de su decadencia, como lo veremos y como ya lo hemos visto en las tentativas hechas por los iroqueses para someter a otras tribus. Lo que estaba fuera de la tribu, estaba fuera de la ley. Allí donde no existía expresamente un tratado de paz, la guerra reinaba entre las tribus y se hacía con la crueldad que distingue al ser humano del resto de los animales, y que sólo más adelante quedó suavizada por el interés. El régimen de la gens en pleno florecimiento, como lo hemos visto en América, suponía una producción en extremo rudimentaria y, por consiguiente, una población muy diseminada en un vasto territorio, y, por lo tanto, una sujeción casi completa del hombre a la naturaleza exterior, incomprensible y ajena para el hombre, lo que se refleja en sus pueriles ideas religiosas. La tribu era la frontera del hombre, lo mismo contra los extraños que para sí mismo: la tribu, la gens, y sus instituciones eran sagradas e inviolables, constituían un poder superior dado por la naturaleza, al cual cada individuo quedaba sometido sin reserva en sus sentimientos, ideas y actos. Por más imponentes que nos parecen los hombres de esta época, apenas si se diferenciaban unos de otros, estaban aún sujetos, como dice Marx, al cordón umbilical de la comunidad primitiva. El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y se quebrantó. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos parecen como una degradación, como una caída desde la sencilla altura moral de la antigua sociedad de las gens. Los intereses más viles –la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común– inauguran la nueva sociedad civilizada, la sociedad de clases; los medios más vergonzosos –el robo, la violencia, la perfidia, la traición–, minan a la antigua sociedad de las gens, sociedad sin clases, y la conducen a su perdición. Y la misma nueva sociedad, a través de los dos mil quinientos años de su existencia, no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de una inmensa mayoría de explotados y oprimidos; y esto es hoy más que nunca.

Notas de la edición

[1] Se hace referencia a la guerra entre los ingleses y los zulús en 1879 y entre los ingleses y los nubios en 1883. (N. de Edit. Progreso)». (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

La crítica y la autocrítica fortalecen al partido; Bolesław Bierut, 1948

«A pesar de las vacilaciones oportunistas y nacionalista del camarada Gomułka que fueron especialmente pronunciadas después de la Iº Conferencia de la Kominform de 1947, el Comité Central del partido elaboró una línea política correcta, custodiando los principios ideológicos marxistas del Partido Obrero Polaco y fortaleciendo los vínculos del partido con la clase obrera.

Como resultado de esta línea correcta, nuestro partido ha mejorado considerablemente su prestigio entre las masas, y, sobre todo, entre la clase obrera. Esto se reflejó en la campaña para las elecciones sindicales y comités de fábrica. Esto se vio reflejado en la masa de los campesinos en las elecciones de las cooperativas. Además, el rápido crecimiento de nuestras filas es una indicación de la creciente confianza de las masas en nuestro partido.

Sin embargo, sería un abandono de los principios del marxismo si nosotros, que estamos considerando la cuestión de la desviación derechista-nacionalista de en nuestro partido, no pudiéramos criticar las graves carencias y errores en todas las ramas principales de nuestro partido, empezando por la política del propio Buró Político.

Aquí debemos detenernos en tener en cuenta que las tendencias oportunistas y derechistas del camarada Gomułka no siempre se rechazaron con energía suficiente por la dirección del partido antes de que se convirtiera finalmente en una desviación. La experiencia de nuestro partido tiende a justificar plenamente la tesis avanzada hace diez meses de la declaración de la Kominform, la cual aludía que:

«El peligro principal que enfrenta la clase obrera en la actual coyuntura es la subestimación de sus propias fuerzas y la sobreestimación de las fuerzas del enemigo». (Andréi Zhdánov; Sobre la situación internacional; Informe en la Iº Conferencia de la Kominform, 22 de junio de 1947)

El Comité Central del partido no analizó la relación entre el crecimiento de las fuerzas del socialismo, la producción a pequeña escala y los elementos capitalistas en la economía de las zonas rurales, presentando así una falta de claridad en la política del partido. El Comité Central, del mismo modo, no era lo suficientemente fuerte para repeler las concepciones oportunistas sobre la convivencia y el desarrollo de los «tres sectores» en nuestra economía, ideas que se propagaron libremente y que se expresaron en las diferentes ramas del partido. Esto dio lugar a una actitud de tolerancia por parte de la dirección del partido a ciertos casos de abandono de la nítida lucha de clases en el campo la cual debe encargarse en su ejercicio teórico y práctico de frenar el crecimiento de elementos capitalistas en el campo. Todo esto sólo podría dar lugar a que las organizaciones del partido perdieran las vistas correctas de las perspectivas revolucionarias, a un debilitamiento de la militancia de clase en determinadas secciones, en teoría la muerte por la lucha de clases.

Un claro ejemplo de la subordinación derechista y la tendencia oportunista de pasar por alto las contradicciones de clase en el campo fue la introducción de un precio fijo para todos los campesinos de los servicios de maquinaria agrícola en las estaciones de maquinaría. Esto sólo podría dar lugar a una distorsión de la idea de que las estaciones de máquinas son un arma para proteger a los campesinos pobres, daba la impresión de que nuestro partido no tiene el coraje suficiente como para frenar la explotación del campesinado rico.

Una ausencia similar de diferenciación de clases también se reflejó en la materia de la apelación a los campesinos para dar asistencia de mutua vecindad.

Finalmente, el liderazgo del partido falló en no criticar su política rural en cuanto al establecimiento de los territorios liberados. En consecuencia, los campesinos ricos ganaron una posición privilegiada en la campaña de reasentamiento.

La actitud tolerante de la dirección del partido respecto a los errores derechistas-nacionalistas del camarada Gomułka especialmente a sus tendencias a diferencias el camino de la democracia popular de la ruta ya seguida por la Unión Soviética y, derivando de ello, al oportunismo de pasar por alto la nitidez de la lucha de clases en el desarrollo de la democracia popular, sólo pudo tener un efecto negativo en las actividades prácticas del partido y en la educación de sus miembros.

Hemos trabajado muy poco para familiarizar al partido con la experiencia de la construcción socialista en la Unión Soviética, y dicho estudio que se ejercía era pobre e insuficiente. Durante todo el período desde que la actual República Popular existe, no hemos hecho nada concreto para dar a conocer al partido sobre la vida en el campo socialista, para llevar a ella la verdad sobre la estructura de la granja colectiva y así dotar al partido de información para contrarrestar las invenciones de la reacción que se esfuerza en las condiciones actuales de formar una visión distorsionada del campo soviético.

Hemos hecho muy poco para que los logros del pensamiento marxista-leninista se introduzcan en el partido de forma severa y real, y nuestra obra de publicaciones en este ámbito ha sido muy pobre. Estamos interesados precisamente en el estudio para el partido de la historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética y de su papel de liderazgo en el movimiento obrero internacional.

La mala propaganda marxista-leninista en el partido fue de la mano con una actitud tolerante hacia la confusión ideológica dentro de la intelectualidad del partido en lo referente al estudio marxista de cuestiones de la literatura, el arte y la ciencia, que, por cierto, se acabaron mostrando desafortunadamente en la posición errada de la revista literaria «Kuznital». Esta mala actitud se levantó en el trabajo del partido y en el frente cultural y está afectando al trabajo de nuestras universidades bajo premisas ideológicas no marxistas, pseudocientíficas, que tienen influencia sobre todo en las ciencias humanas.

La actitud tolerante hacia los errores oportunistas y nacionalistas también dio lugar a una retirada de los principios del marxismo-leninismo en la cuestión del papel del partido. La dirección del partido no libró una lucha suficientemente enérgica en contra de la tendencia socialdemócrata de reclutar miembros en el partido sin discriminación. Esto significó un claro desprecio por los principios del leninismo que establecen que el partido es el destacamento organizado de los mejores elementos de la clase obrera, el destacamento de vanguardia de la clase obrera y la forma superior de organización de clase del proletariado.

El desconocimiento de estos principios y la ausencia de vigilancia cuando los nuevos miembros fueron aceptados en el partido, dio lugar a que el partido se esté sobrecargando con elementos socialmente extraños o de simples profesionales de carrera que vieron en su carnet del partido un trampolín para su promoción o como un medio de la obtención de otras ventajas.

Estas deficiencias se deben principalmente a la subestimación del papel dirigente del partido en todas sus secciones para la introducción de las reformas políticas, económicas y culturales en nuestra Polonia.

Hay que señalar sin miedo el mal estilo en el trabajo de la dirección del partido, su aislamiento de la actividad central donde se desarrolla todo, de los miembros del Comité Central, la falta de cooperación en la labor de las ramas del partido, la falta de atención prestada en la selección y promoción de los cuadros, la subestimación del papel de los sindicatos como la correa transmisora entre el partido y la clase obrera.

Nuestra gran preocupación es la escasez permanente y aguda de los cuadros, y la razón de esta escasez se encuentra en los aspectos negativos mencionados en la vida de nuestro partido. Pues la verdad fundamental del leninismo es que:

«El partido, como punto de concentración de los mejores elementos de la clase obrera, es la mejor escuela de formación de jefes de la clase obrera, capaces de dirigir todas las formas de organización de su clase». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Fundamentos del leninismo, 1924)

La aguda crítica y la autocrítica no causarán daño al partido. Por el contrario, lo fortalece ideológicamente. La ocultación de los errores sí es lo que puede debilitar al partido. Por otra parte, la defensa a ultranza de las posiciones equivocadas crea un grave peligro que, si no se toman medidas, puede dar lugar a una crisis aguda que causa enorme e irreparable daño no sólo al partido, sino a todo el país.

La posición antimarxista de los líderes del Partido Comunista de Yugoslavia es un ejemplo de una grave crisis por ejemplo, una crisis que está causando un daño irreparable a los pueblos de Yugoslavia, que está frenando los lazos ideológicos y de organización con la Unión Soviética y las nuevas democracias populares ya que está alentando a la agresión de los imperialistas a dichos países. Los líderes del Partido Comunista de Yugoslavia negaron a los partidos de la Kominform el derecho de criticar sus errores –derecho que habían ejercido con otros partidos hermanos–, evitando así el control ideológico de la organización internacional y poniéndose fuera de esta organización.

Después de discutir la situación en el Partido Comunista de Yugoslavia, el Pleno del Comité Central de julio de 1948 caracterizó los errores de este partido y su liderazgo, denunciando que dicha dirección ni siquiera dudó en dividir el frente único de la lucha revolucionaria contra el imperialismo en un momento en que el imperialismo está intensificando sus ataques agresivos en todo el globo. Desde entonces, los dirigentes yugoslavos celebraron su Vº Congreso del Partido Comunista de Yugoslavia en 1948, el cual se dedicó por completo a atacar a las democracias populares vecinas y a la Unión Soviética. Como hemos venido viendo, existen grandes cifras de yugoslavos que se oponen a esta política desastrosa seguida por la dirección del partido, siendo todas estas personas obligadas a guardar silencio por el terror, venganza y el asesinato sistemático utilizado por la dirección actual del partido yugoslavo.

¿Qué hay de comunista o democrático en un partido cuyos dirigentes desfibrados de arrogancia declaran que son el mejor partido y el más revolucionario, que se va a construir el socialismo más rápido y mejor que en los demás países, que no tiene errores y nunca los ha tenido, que no tolera reproche alguno? Nada. Todo lo que queda es una actitud de fanfarronería y hostilidad hacia los demás partidos que forman parte de la Kominform, en lugar de invocar a la solidaridad y al contacto ideológico de otros partidos marxistas. Tales son las consecuencias de la negación del método leninista de crítica y autocrítica en el marco de una organización ideológica a nivel internacional.

Por otro lado, y en un ambiente totalmente diferente, podemos ver por nosotros mismos con el ejemplo del reciente Pleno del Comité Central de nuestro partido los efectos beneficiosos de la abierta y franca crítica y autocrítica que tienen en el desarrollo de las fuerzas ideológicas del partido. Como resultado de esta abierta y franca crítica y autocrítica, el partido obtuvo la victoria en la batalla contra las vacilaciones ideológicas en la dirección del partido. Dicha arma, la crítica y autocrítica, ayudó a la dirección del partido a elevar considerablemente el nivel político, teórico e ideológico del partido, fortaleciendo y enriqueciendo a la dirección del partido ya que, sin duda, estas lecciones enriquecen a todo el partido con toda esta gran experiencia de lucha contra el peligro de desviaciones de la línea principal del partido. Esta arma ayudó a aumentar la militancia del partido y su vigilancia, a aumentar la actividad de los cuadros del partido y a acelerar la lucha contra las influencias ideológicas ajenas. Por lo tanto dicho ejercicio ha consolidado aún más el partido y le ha hecho aumentar su prestigio.

Nos enfrentamos a la importante tarea de superar esta desviación ideológica. Vamos a movilizar a todo el partido para hacer esto. Pero no vamos a permitir que la lucha contra la desviación derechista, la desviación nacionalista, que amenazó con destruir nuestros logros, sea llevada a cabo por la reactivación de las perniciosas prácticas sectarias izquierdistas.

Debemos atesorar, como la niña de nuestros ojos, los logros ideológicos valiosos del Partido Obrero Polaco, su espléndida y gloriosa tradición de lucha contra los invasores, su trabajo creativo para sentar las bases de la Polonia Popular para la cual miles de miembros de nuestro partido sacrificaron sus vidas o dieron generosamente su trabajo.

Nuestro partido tiene a sus líderes en alta estima, aprecia su contribución al trabajo y la lucha del partido y tiene confianza en ellos. Sin embargo, los considera sólo como ejecutores de la idea que guía el partido y la clase obrera. El partido pone la lealtad a la idea de la revolución y de la vigilancia hacia cualquier intento de contrabando de influencias ajenas nacionales o extranjeras, lo que es algo superior al apego personal a personas del partido. Ahí radica la fuerza de nuestro partido, que basará su trabajo no en el principio de líder, sino, sobre todo, de los esfuerzos colectivos de la población activa y todos los miembros.

Estamos luchando contra las desviaciones de derecha y nacionalistas en las condiciones difíciles de la embestida de la espontaneidad pequeño burguesa y del hostigamiento rabioso por parte de nuestros enemigos de clase que están trayendo en contra de nosotros todo su arsenal demagógico, el chovinista y de antisemitismo. Pero a pesar de las dificultades, estamos seguros de que el partido saldrá de esta lucha más fuerte y más consolidado que nunca, mejor preparado ideológicamente, endurecido contra las influencias oportunistas y madurado políticamente para la unificación de la clase obrera; para coronar la creación de una partido único de la clase obrera [3]». (Bolesław Bierut; Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas, 1948)

Para construir una Polonia socialista; Bolesław Bierut, 1948

«El Pleno del Comité Central define caminos concretos de la lucha de la clase obrera y los campesinos pobres y medios con el fin de restringir la explotación por parte de los elementos capitalistas de los estratos que trabajan en el campo, para ayudar a la gran mayoría de la población rural a privar a los kulaks de sus posiciones privilegiadas.

El Pleno del Comité Central define las formas y medios concretos de la realización de estos objetivos en todos los ámbitos de la vida rural; en materia de mantenimiento de un premio suficientemente rentable por el grano; una política fiscal correcta; una política de clase correcta en relación a los créditos agrícolas; la ampliación y reorganización de la red de depósitos de maquinaria, lo que les permitirá servir en primer lugar con dichas ayudas a las mayores necesidades que sufren las familias campesinas, ya que algunas carecen de instrumentos agrícolas adecuados; desarrollo a gran escala y aplicar una democratización para lograr un trabajo más eficiente de las cooperativas campesinas de asistencia mutua: y por último, la depuración y actualización de todo el aparato económico y administrativo en el campo.

No puede haber ninguna duda de que la ejecución de estas decisiones del Pleno del Comité Central dará lugar a un gran aumento en la actividad de las masas de campesinos, les permitirá mejorar su posición y contrarrestar a los elementos ricos del campo en la lucha para limitar la explotación capitalista en el campo, y por supuesto estas medidas va a elevar el nivel material y cultural de los campesinos.

En la elaboración de las decisiones y conclusiones del Pleno del Comité Central de julio de 1948, se aclaró la posición del partido en relación con las cooperativas de productores del campo, y le dio respuestas concretas a una serie de dudas expresadas por los campesinos en esta materia.

Al tiempo subrayaba firmemente que el proceso de conmutación del individuo a la agricultura colectiva requeriría mucho tiempo, el partido es de la opinión de que esta es la única manera de asegurar una rápida mejora en el bienestar rural, el único sendero para abolir la pobreza y la explotación capitalista. Al mismo tiempo, el Pleno del Comité Central advirtió contra toda prisa nociva en el asunto, ya que dicha celeridad en este sentido sería equivalente al aventurerismo. El Pleno del Comité Central estableció como principio el carácter absolutamente voluntario de la admisión de los miembros en las cooperativas de productores y declaró que se aplicarían medidas extremas contra de cualquier intento de violar este principio. No puede haber ninguna duda de que la decisión del Pleno del Comité Central aclarará el asunto del desarrollo de las cooperativas de productores de las zonas rurales y en gran medida bajará de raíz cualquier intento del enemigo de clase para causar confusión en este asunto.

Un lugar importante en las decisiones del Pleno del Comité Central tuvieron que ver con las grandes explotaciones en manos del Estado; en dicho Pleno del Comité Central se desarrollaron medidas para el rápido desarrollo de la agricultura por el socialismo y entre ellas se decidió aumentar la ayuda a las familias campesinas de las granjas de propiedad estatal.

Durante los cuatro días en que estaba en sesión, el Pleno del Comité Central revisó concienzudamente el camino por el que el partido está llevando a las masas trabajadoras de Polonia sobre la base de la unidad de acción en todo el Blok Demokratyczny –Bloque Democrático– [4]. Nuestra idea que guía este camino es la idea de la Polonia Popular, el desarrollo en la dirección de un nuevo sistema social. Y este nuevo sistema es el socialismo.» (Bolesław Bierut; Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas, 1948)

¿A favor o en contra, Pablo?

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La gens griega; Friedrich Engels, 1884

«En los tiempos prehistóricos, los griegos, como los pelasgos y otros pueblos congéneres, estaban ya constituidos con arreglo a la misma serie orgánica que los americanos: gens, fratria, tribu, confederación de tribus. Podía faltar la fratria, como en los dorios; no en todas partes se formaba la confederación de tribus; pero en todos los casos, la gens era la unidad orgánica. En la época en que aparecen en la historia, los griegos se hallan en los umbrales de la civilización; entre ellos y las tribus americanas de que hemos hablado antes median casi dos grandes períodos de desarrollo, que los griegos de la época heroica llevan de ventaja a los iroqueses. Por eso la gens de los griegos ya no es de ningún modo la gens arcaica de los iroqueses; el sello del matrimonio por grupos comienza a borrarse notablemente. El derecho materno ha cedido el puesto al derecho paterno; por eso mismo la riqueza privada, en proceso de surgimiento, ha abierto la primera brecha en la constitución gentilicia. Otra brecha es consecuencia natural de la primera: al introducirse el derecho paterno, la fortuna de una rica heredera pasa, cuando contrae matrimonio, a su marido, es decir, a otra gens, con lo que se destruye todo el fundamento del derecho gentil; por tanto, no sólo se tiene por lícito, sino que hasta es obligatorio en este caso, que la joven núbil se case dentro de su propia gens para que los bienes no salgan de ésta.

Según la historia de Grecia debida a Grote, la gens ateniense, es particular, estaba cohesionada por:

1) Las solemnidades religiosas comunes y el derecho de sacerdocio en honor a un dios determinado, el pretendido fundador de la gens, designado en ese concepto con un sobrenombre especial.

2) Los lugares comunes de inhumación: Véase «Contra Eubúlides», de Demóstenes.

3) El derecho hereditario recíproco.

4) La obligación recíproca de prestarse ayuda, socorro y apoyo contra la violencia.

5) El derecho y el deber recíprocos de casarse en ciertos casos dentro de la gens, sobre todo tratándose de huérfanas o herederas.

6) La posesión, en ciertos casos por lo menos, de una propiedad común, con un arconte y un tesorero propios.

La fratria agrupaba varias gens, pero menos estrechamente; sin embargo, también aquí hallamos derechos y deberes recíprocos de una especie análoga, sobre todo la comunidad de ciertos ritos religiosos y el derecho a perseguir al homicida en el caso de asesinato de un frater. El conjunto de las fratrias de una tribu tenía a su vez ceremonias sagradas periódicas, bajo la presidencia de un «filobasileus» –jefe de tribu– elegido entre los nobles –eupátridas–.

Ahí se detiene Grote. Y Marx añade: «Pero detrás de la gens griega se reconoce al salvaje –por ejemplo al iroqués–». Y no hay manera de no reconocerlo, a poco que prosigamos nuestras investigaciones.

En efecto, la gens griega tiene también los siguientes rasgos:

7) La descendencia según el derecho paterno.

8) La prohibición del matrimonio dentro de la gens, excepción hecha del matrimonio con las herederas. Esta excepción, erigida en precepto, indica el rigor de la antigua regla. Esta, a su vez, resulta del principio generalmente adoptado de que la mujer, por su matrimonio, renunciaba a los ritos religiosos de su gens y pasaba a los de su marido, en la fratria del cual era inscrita. Según eso, y con arreglo a un conocido pasaje de Dicearca, el matrimonio fuera de la gens era la regla. Becker, en su «Charicles», afirma que nadie tenía derecho a casarse en el seno de su propia gens.

9) El derecho de adopción en la gens, ejercido mediante la adopción en la familia, pero con formalidades públicas y sólo en casos excepcionales.

10) El derecho de elegir y deponer a los jefes. Sabemos que cada gens tenía su arconte; pero no se dice en ninguna parte que este cargo fuese hereditario en determinadas familias. Hasta el fin de la barbarie, las probabilidades están en contra de la herencia de los cargos, que es de todo punto incompatible con un estado de las cosas donde ricos y pobres tenían en el seno de la gens derechos absolutamente iguales.

No sólo Grote, sino también Niebuhr, Mommsen y todos los demás historiadores que se han ocupado hasta aquí de la antigüedad clásica, se han estrellado contra la gens. Por más atinadamente que describan muchos de sus rasgos distintivos, lo cierto es que siempre han visto en ella un «grupo de familias» y no han podido por ello comprender su naturaleza y su origen. Bajo la constitución de la gens, la familia nunca pudo ser ni fue una célula orgánica, porque el marido y la mujer pertenecían por necesidad a dos gens diferentes. La gens entraba entera en la fratria y ésta, en la tribu; la familia entraba a medias en la gens del marido, a medias en la de la mujer. Tampoco el Estado reconoce la familia en el Derecho público; hasta aquí sólo existe el Derecho civil. Y, sin embargo, todos los trabajos históricos escritos hasta el presente parte de la absurda suposición, que ha llegado a ser inviolable, sobre todo en el siglo XVIII, de que la familia monogámica, apenas más antigua que la civilización, es el núcleo alrededor del cual fueron cristalizando poco a poco la sociedad y el Estado.

«Hagamos notar al señor Grote –dice Marx– que aun cuando los griegos hacen derivar sus gens de la mitología, no por eso dejan de ser esas gens más antiguas que la mitología, con sus dioses y semidioses, creada por ellas mismas».

Morgan cita de referencia a Grote, porque es un testigo prominente y nada sospechoso. Más adelante Grote refiere que cada gens ateniense tenía un nombre derivado de su fundador presunto; que, antes de Solón siempre, y después de él en caso de muerte intestada, los miembros de la gens –gennêtes– del difunto heredaban su fortuna; y que en caso de muerte violenta el derecho y el deber de perseguir al matador ante los tribunales correspondía primero a los parientes más cercanos, después al resto de los gentiles y, por último, a los fratores de la víctima. «Todo lo que sabemos acerca de las antiguas leyes atenienses está fundado en la división en gens y fratrias».

La descendencia de las gens de antepasados comunes ha producido muchos quebraderos de cabeza a los «sabios filisteos» de quienes habla Marx. Como proclaman puro mito a dichos antepasados y no pueden explicarse de ningún modo que las gens se hayan formado de familias distintas, sin ninguna consanguinidad original, para salir de este atolladero y explicar la existencia de la gens recurren a un diluvio de palabras que giran en un círculo vicioso y no van más allá de esta proposición: la genealogía es puro mito, pero la gens es una realidad. Y, finalmente, Grote dice –las glosas entre paréntesis son de Marx–; «Rara vez oímos hablar de este árbol genealógico, porque sólo se exhibe en casos particularmente solemnes. Pero las gens de menor importancia tenían prácticas religiosas comunes propias de ellas (¡qué extraño, señor Grote!) y un antepasado sobrenatural, así como un árbol genealógico común, igual que las más célebres (¡pero qué extraño es todo esto, señor Grote, en gens de menor importancia!); el plan fundamental y la base ideal (¡no ideal, caballero, sino carnal, o dicho en sencillo alemán fleischlich!) eran iguales para todas ellas».

Marx resume como sigue la respuesta de Morgan a esa argumentación: «El sistema de consanguinidad que corresponde a la gens en su forma primitiva –y los griegos la han tenido como los demás mortales– aseguraba el conocimiento de los grados de parentesco de todos los miembros de la gens entre sí. Aprendían esto, que tenía para ellos suma importancia, por práctica, desde la infancia más temprana. Con la familia monogámica, cayó en el olvido. El nombre de la gens creó una genealogía junto a la cual parecía insignificante la de la familia monogámica. Ahora este nombre debía confirmar el hecho de su descendencia común a quienes lo llevaban; pero la genealogía de la gens se remontaba a tiempos tan lejanos, que sus miembros ya no podían demostrar su parentesco recíproco real, excepto en un pequeño número de casos en que los descendientes comunes eran más recientes. El nombre mismo era una prueba irrecusable de la procedencia común, salvo en los casos de adopción. En cambio, negar de hecho toda consanguinidad entre los gentiles, como lo hacen Grote y Niebuhr, que han transformado la gens en una creación puramente imaginaria y poética, es digno de exégetas «ideales», es decir, de tragalibros encerrados entre cuatro paredes. Porque el encadenamiento de las generaciones, sobre todo desde la aparición de la monogamia, se pierde en la lejanía de los tiempos y porque la realidad pasada aparece reflejada en las imágenes fantásticas de la mitología, ¡los buenazos de los viejos filisteos han deducido y deducen aún que una genealogía imaginaria creó gens reales!».

La fratria, como entre los americanos, era una gens madre escindida en varias gens hijas, a las cuales servía de lazo de unión y que a menudo las hacía también a todas descender de un antepasado común. Así, según Grote, «todos los coetáneos de la fratria de Hecateo tenían un solo y mismo dios por abuelo en decimosexto grado». Por lo tanto, todas las gens de aquella fratria eran, al pie de la letra, gens hermanas. La fratria aparece ya como unidad militar en Homero, en el célebre pasaje donde Néstor da este consejo a Agamenón: «Coloca a los hombres por tribus y por fratrias, para que la fratria preste auxilio a la fratria y la tribu a la tribu». La fratria tenía también el derecho y el deber de castigar el homicidio perpetrado en la persona de un frater, lo que indica que en tiempos anteriores había tenido el deber de la venganza de sangre. Además, tenía fiestas y santuarios comunes; en general, el desarrollo de la mitología griega a partir del culto a la naturaleza, tradicional en los arios, se debió esencialmente a las gens y las fratrias y se produjo en el seno de éstas.

Tenía también la fratria un jefe –«fratriarcos»–, y, asimismo, según De Coulanges, asambleas cuyas decisiones eran obligatorias, un tribuna y una administración. Posteriormente, el Estado mismo, que pasaba por alto la existencia de las gens, dejó a la fratria ciertas funciones públicas, de carácter administrativo.

La reunión de varias fratrias emparentadas forma la tribu. En el Ática había cuatro tribus, cada una de tres fratrias que constaban a su vez de treinta gens cada una. Una determinación tan precisa de los grupos supone una intervención consciente y metódica en el orden espontáneamente nacido. Cómo, cuándo y por qué sucedió esto, no lo dice ha historia griega, y los griegos mismos conservan el recuerdo de ello hasta la época heroica nada más.

Las diferencias de dialecto estaban menos desarrolladas entre los griegos, aglomerados en un territorio relativamente pequeño, que en los vastos bosques americanos; sin embargo, también aquí sólo tribus de la misma lengua madre aparecen reunidas formando grandes agrupaciones; y hasta la pequeña Ática tiene su propio dialecto, que más tarde pasó a ser la lengua predominante en toda la prosa griega.

En los poemas de Homero hallamos ya a la mayor parte de las tribus griegas reunidas formando pequeños pueblos, en el seno de las cuales, sin embargo, conservaban aún completa independencia las gens, las fratrias y las tribus. Estos pueblos vivían ya en ciudades amuralladas; la población aumentaba a medida que aumentaban los ganados, se desarrollaba la agricultura e iban naciendo los oficios manuales; al mismo tiempo crecían las diferencias de fortuna y, con éstas, el elemento aristocrático en el seno de la antigua democracia primitiva, nacida naturalmente. Los distintos pueblos sostenían incesantes guerras por la posesión de los mejores territorios y también, claro está, con la mira puesta en el botín, pues la esclavitud de los prisioneros de guerra era una institución reconocida ya.

La constitución de estas tribus y de estos pequeños pueblos era en aquel momento la siguiente:

1) La autoridad permanente era el consejo –«bulê»–, primitivamente formado quizás por los jefes de las gens y más tarde, cuando el número de éstas llegó a ser demasiado grande, por un grupo de individuos electos, lo que dio ocasión para desarrollar y reforzar el elemento aristocrático. Dionisio dice que el consejo de la época heroica estaba constituido por aristócratas –«kratistoi»–. El consejo decidía los asuntos importantes. En Esquilo, el consejo de Tebas toma el acuerdo, decisivo en aquella situación, de enterrar a Etéocles con grandes honores y de arrojar el cadáver de Polinices para que sirva de pasto a los perros. Con la institución del Estado, este consejo se convirtió en Senado.

2) La asamblea del pueblo –«ágora»–. Entre los iroqueses hemos visto que el pueblo, hombres y mujeres, rodea a la asamblea del consejo, toma allí la palabra de una manera ordenada e influye de esta suerte en sus determinaciones. Entre los griegos homéricos, estos «circunstantes», para emplear una expresión jurídica del alemán antiguo, «Umstand», se han convertido ya en una verdadera asamblea general del pueblo, lo mismo que aconteció entre los germanos de los tiempos primitivos. Esta asamblea era convocada por el consejo para decidir los asuntos importantes; cada hombre podía hacer uso de la palabra. El acuerdo se tomaba levantando las manos –Esquilo, en «Las Suplicantes»–, o por aclamación. La asamblea era soberana en última instancia, porque, como dice Schömann –«Antigüedades griegas»– [1], «cuando se trata de una cosa que para ejecutarse exige la cooperación del pueblo, Homero no nos indica ningún medio por el cual pueda ser constreñido éste a obrar contra su voluntad». En aquella época, en que todo miembro masculino adulto de la tribu era guerrero, no había aún una fuerza pública separada del pueblo y que pudiera oponérsele. La democracia primitiva se hallaba todavía en plena florescencia, y esto debe servir de punto de partida para juzgar el poder y la situación del consejo y del «basileus».

3) El jefe militar –«basileus»–. A propósito de esto, Marx observa: «Los sabios europeos, en su mayoría lacayos natos de los príncipes, hacen del «basileus» un monarca en el sentido moderno de la palabra. El republicano yanqui Morgan protesta contra esa idea. Del untuoso Gladstone, y de su obra «Juventus Mundi»» [2] dice con tanta ironía como verdad: «Mister Gladstone nos presenta a los jefes griegos de los tiempos heroicos como reyes y príncipes que, por añadidura, son unos cumplidos gentlemen; pero él mismo se ve obligado a reconocer que, en general, nos parece encontrar suficiente, pero no rigurosamente establecida la costumbre o la ley del derecho de primogenitura». Es de suponer que un derecho de primogenitura con tales reservas debe parecerle al propio señor Gladstone suficientemente, aunque no con todo rigor, privado de la más mínima importancia.

Ya hemos visto cuál era el estado de cosas respecto a la herencia de las funciones superiores entre los iroqueses y los demás indios. Todos los cargos eran electivos, la mayor parte en el seno mismo de la gens, y hereditarios en ésta. Gradualmente se llegó a dar preferencia en caso de vacante al pariente gentil más próximo –al hermano o al hijo de la hermana–, siempre que no hubiese motivos para excluirlo. Por tanto, si entre los griegos, bajo el imperio del derecho paterno, el cargo de «basileus» solía pasar al hijo o a uno de los hijos, esto demuestra simplemente que los hijos tenían allí a favor suyo la probabilidad de elección legal por elección popular, pero no prueba de ningún modo la herencia de derecho sin elección del pueblo. Aquí vemos, entre los iroqueses y entre los griegos, el primer germen de familias nobles, con una situación especial dentro de las gens, y entre los griegos también el primer germen de la futura jefatura militar hereditaria o de la monarquía. Por consiguiente, es probable que entre los griegos el «basileus» debiera ser o electo por el pueblo o confirmado por los órganos reconocidos de éste, el consejo o el «ágora», como se practica respecto al «rey» –«rex»– romano.

En la «Ilíada», el jefe de los hombres, Agamenón, aparece no como el rey supremo de los griegos, sino como el general en jefe de un ejército confederado ante una ciudad sitiada. Y Ulises, cuando estallan disensiones entre los griegos, apela a esta calidad, en el famoso pasaje: «No es bueno que muchos manden a la vez, uno solo debe dar órdenes», etc… –El tan conocido verso en que se trata del cetro es un postizo intercalado posteriormente–. «Ulises no da aquí una conferencia acerca de la forma de gobierno, sino que pide que se obedezca al general en jefe en campaña. Entre los griegos, que no aparecen ante Troya más que como ejército, el orden imperante en el «ágora» es bastante democrático. Cuando Aquiles habla de presentes, es decir, del reparto del botín, no encarga de ese reparto no a Agamenón ni a ningún otro «basileus», sino a «los hijos de los Aqueos», es decir, al pueblo. Los atributos «engendrado por Zeus», «criado por Júpiter», nada prueban, desde el momento en que cada gens desciende de un dios y la gens del jefe de la tribu de uno «más alto», en el caso presente, de Zeus. Hasta los individuos no manumitidos, como el porquero Eumeo y otros, son «divinos» («dioi» y «theioi»), y eso en la Odisea, es decir, en una época muy posterior a la descrita por la Ilíada. También en la «Odisea», se llama «heros» al mensajero Mulios y al cantor ciego Demodoco. En resumen: la palabra «basileia», que los escritores griegos emplean para la sedicente realeza homérica, acompañada de un consejo y de una asamblea del pueblo, significa, sencillamente, democracia militar –porque el mando de los ejércitos era su distintivo principal» (Marx)–.

Además de sus atribuciones militares, el «basileus» las tenía también religiosas y judiciales; estas últimas eran indeterminadas, pero las primeras le correspondían en concepto de representante supremo de la tribu o de la federación de tribus. Nunca se habla de atribuciones civiles, administrativas, aunque el «basileus» parece haber sido miembro del consejo, en atención a su cargo. Traducir «basileus» por la palabra alemana «König» es, pues, etimológicamente muy exacto, puesto que «König» –«Kuning»– se deriva de «Kuni», «Künne», y significa jefe de una gens. Pero el «basileus» de la Grecia antigua no corresponde de ninguna manera a la significación actual de la palabra «König» –rey–. Tucídides llama expresamente a la antigua «basileia» una «patriké», es decir, derivada de las gens, y dice que tuvo atribuciones fijas, y por tanto limitadas. Y Aristóteles dice que la «basileia» de los tiempos heroicos fue una jefatura militar ejercida sobre hombres libres, y el «basileus» un jefe militar, juez y gran sacerdote. No tenía, por consiguiente, ningún poder gubernamental en el sentido ulterior de la palabra [3].

Así, pues, en la constitución griega de la época heroica vemos aún llena de vigor la antigua organización de la gens, pero también observamos el comienzo de su decadencia: el derecho paterno con herencia de la fortuna por los hijos, lo cual facilita la acumulación de las riquezas en la familia y hace de ésta un poder contrario a la gens; la repercusión de la diferencia de fortuna sobre la constitución social mediante la formación de los gérmenes de una nobleza hereditaria y de una monarquía; la esclavitud, que al principio sólo comprendió a los prisioneros de guerra, pero que desbrozó el camino de la esclavitud de los propios miembros de la tribu, y hasta de la gens; la degeneración de la antigua de guerra de unas tribus contra otras en correrías sistemáticas por tierra y por mar para apoderarse de ganados, esclavos y tesoros, lo que llegó a ser una industria más. En resumen, la fortuna es apreciada y considerada como el sumo bien, y se abusa de la antigua organización de la gens para justificar el robo de las riquezas por medio de la violencia. No faltaba más que una cosa; la institución que no sólo asegurase las nuevas riquezas de los individuos contra las tradiciones comunistas de la constitución gentil, que no sólo consagrase la propiedad privada antes tan poco estimada e hiciese de esta santificación el fin más elevado de la comunidad humana, sino que, además, imprimiera el sello del reconocimiento general de la sociedad a las nuevas formas de adquirir la propiedad, que se desarrollaban una tras otra, y por tanto a la acumulación, cada vez más acelerada, de las riquezas; en una palabra, faltaba una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la segunda.

Y esa institución nació. Se inventó el Estado.

Notas de la edición

[1] G. F. Schömann. «Griechische Alterthümer», Bd. I-II. Berlín 1855-59. (N. de Edit. Progreso).

[2] W. E. Gladstone. «Juventus Mundi. The gods and Men of the Heroic Age». London 1869. («La juventud del Mundo. Los dioses y los hombres de la época heróica»). (N. de Edit. Progreso).

[3] Lo mismo que al «basileus» griego, se ha presentado falsamente al jefe militar azteca como a un príncipe en el sentido moderno. (N. de Engels)» (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

Patriotismo unionista de bar y telediario

¡España no se parte! Dicen. Y desde el camarero hasta el vendedor de periódicos se ven en el papel de los Reyes Católicos y muestran una enorme preocupación por la “unidad” de la patria.

Lástima que esos conceptos de los que los ha alimentado esa caterva-caverna dependiente de los banqueros que tenemos en este país,  no  los hayan tenido cuando el “nacionalismo”  castellano, de Madrid y sus centros oficiales, ha hecho o desecho una patria y un país a su completa medida: centralista, ombliguista, nacional-catolicista, rancio, despreciador de la periferia, folclorista, tópico y manipulado y manipulable.

Yo soy andaluz y vivo en Andalucía, no vivo en Catalunya, pero si fuera catalán o viviera allí estaría hasta los cojones de España, los españolistas, los reyes, los Jefes de Estado, los ministros y sus monaguillos.

Es que no paran. Han hecho y han gobernado en beneficio de una minoría: banqueros, empresarios de élite y casta política y funcionarial,  y nadie les ha dicho que estaban troceando España y la unidad nacional y ahora, cuando llevan tres siglos colmando a los catalanes y estos, en legítima y cabreada defensa, inician un proceso separatista más que merecido,  se les vuelve apelar al artículo 155 de la Constitución, a la “legalidad”, a los tanques, a los comandantes en jefe o a los tricornios de la Guardia Civil.

El hábito de la envidia y el recurso al autoritarismo están en los genes de esa entelequia a la que llaman, “nación española” y el asco que produce hoy conectarse a una televisión (en este caso todas son “televisiones oficiales) o tomarse un café en un bar lleno de banderas con unos colores tan cercanos al franquismo asesino, mientras una herencia biológica de especímenes despotrican de Catalunya y los catalanes, reclaman tanques y cumplimiento de la legalidad, a sangre y fuego, a un tiempo.

Le reclaman la “legalidad” a un presidente que días pasados se ufanaba en un medio público de que durante cuatro años y cinco presupuestos le ha destinado cero euros al cumplimiento de una Ley, la de la Memoria Historia, aprobada democráticamente, en un enaltecimiento culposo y culpable del delito de prevaricación.

De seguir en la dinámica que se atisba hoy en cualquier exponente informativo, puede que en este país haya, de nuevo, fusilamientos de separatistas, pero también de nuevo, los cadáveres, las cunetas y los patriotas de opereta estaremos muy “unidos”.

Todo sea por la “Unidad Patria”. O por el vinagre de tinaja.

Lucas Leon Simon

Faluya

En Faluya las parejas ya no quieren tener hijos.

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Recuerda que ese mismo legado también lo dejaron en Hiroshima, Nagasaki y Vietnam. Después… posiciónate. Si quieres. Pero piensa que quizás mañana tú podrás ser la siguiente víctima.

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