La cuestión de la democracia proletaria en la dictadura del proletariado

«En el pensamiento teórico de nuestro partido destaca la profunda argumentación científica de la conexión orgánica existente entre dictadura y democracia, y la defensa de esta relación en la presente lucha ideológica. En afirmación de esta unidad dialéctica, nuestro partido señala que el fortalecimiento de la dictadura del proletariado no puede ser concebido sin la verdadera democracia para las masas, al igual que la ampliación de la democracia no puede ser concebida sin el fortalecimiento de la dictadura del proletariado. El partido considera la profundización de la democracia socialista como una condición política fundamental para la realización de las tareas de la dictadura del proletariado, como el camino general para su defensa e incesante fortalecimiento, y la amplia de la participación de las masas en la gobernación del país como en la dirección fundamental de la democracia, como uno de los más importantes factores para la defensa de nuestro Estado y sociedad contra el peligro de la degeneración burgués-revisionista.

Adhiriéndose a estos principios, nuestro partido ha rechazado los puntos de vista de los revisionistas quienes crean una brecha entre dictadura y democracia bajo el pretexto de que no puede haber democracia sin derribar la dictadura del proletariado. Por su parte, los revisionistas yugoslavos consideran el desvanecimiento del Estado socialista como el principal camino para el desarrollo de la denominada «democracia directa», mientras los revisionistas soviéticos consideran la liquidación de la dictadura del proletariado como una condición sine qua non para el desarrollo de la democracia socialista. Sin embargo, el debilitamiento y, después, la liquidación de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética y en otros ex países socialistas no les llevaron al fortalecimiento, sino a la liquidación de la democracia socialista.

El desarrollo y la ampliación de la democracia socialista, la participación cada vez más activa de las masas en la gobernación del país, no excluye el uso de la fuerza en una parte del Estado de dictadura del proletariado contra los enemigos del socialismo. El partido y el camarada Enver Hoxha han señalado la absoluta necesidad de esta función, así como de otras funciones, de la dictadura del proletariado también después de la liquidación de las clases explotadoras. A pesar de las limitaciones a las que esta función está sujeta, y esta son obvias, no desaparece sino que pervive sobre todo el periodo de transición hacia el comunismo, no sólo para acabar con la resistencia de los restos de las clases explotadoras y cualquier otra actividad hostil de los enemigos externos e internos, sino también para combatir a la nueva burguesía y a los elementos antisocialistas que surgen en el proceso de la lucha de clases en el país. Esta función se vuelve incluso más importante en las condiciones de la gran, salvaje y multifacética presión del cerco mundial revisionista y capitalista que nos rodea. Los vínculos y mutuos condicionamientos entre dictadura y democracia encuentran su concreta expresión en la implementación del principio del centralismo democrático. Nuestro partido ha prestado particular atención al correcto entendimiento e implementación de este principio, no sólo porque es el fundamental principio de la construcción y funcionamiento del mecanicismo social del Estado socialista, sino también para prevenir cualquier malentendido y distorsión que pueda emerger en la relación entre centralismo y democracia. La vida ha probado que cualquier absolutización del centralismo e infravalorización de la democracia conduce al centralismo burocrático, al sectarismo y el aventurerismo político, como ha pasado en la Unión Soviética donde los revisionistas establecieron su dictadura burocrática como un arma para la ley de la nueva burguesía sobre las masas. Cualquier absolutización de la democracia e infravalorización del centralismo conduce al oportunismo y al liberalismo anarco-sindicalista, a la disgregación y a la degeneración de la dictadura del proletariado. El ejemplo de la llamada «autogestión» de la clase obrera y la «directa democracia de las masas», que los revisionistas yugoslavos predican muestra a dónde conduce el abandono del centralismo proletario». (Jorgji Sota; Sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases en Albania, 1983)

Evaluación leninista del movimiento de los trabajadores polacos; Bolesław Bierut, 1948

«En lo concerniente al repaso de la historia de nuestro movimiento, el trabajo incorrecto y antimarxista de estimación que se le dio en el informe del camarada Gomułka, nos llamó la atención en el partido tomándonos dicho informe y sus conclusiones por sorpresa como si se tratara de un rayo que en un segundo te atraviesa, ese mismo «rayo» atravesó de una, como si de un tronco se tratara, toda la teoría y práctica del partido bolchevique encabezado por Lenin.

Lenin, acompañado de su profunda inteligencia, siguió el desarrollo del movimiento revolucionario polaco y llegó a conclusiones y lecciones sobre la experiencia de nuestro movimiento –tanto de sus logros y errores–, analizando todo de manera exhaustiva, sabiendo esto, podemos nosotros extraer conclusiones generales a partir del estudio de estos trabajos teóricos.

Él dio estimaciones críticas de diversas tendencias en el movimiento obrero polaco, estimaciones que son inigualables por su comprensión y análisis marxista. Expuso las raíces ideológicas de las teorías sectarias de Rosa Luxemburgo, teorías que distorsionan la actividad del partido político revolucionario marxista, cuyas consecuencias vio que estaban afectando por entonces al Partido Socialdemócrata de Polonia y de Lituania –aunque estos no eran consistentemente marxistas–. Él denunció implacablemente la esencia chovinista y nacionalista burguesa de la derecha en el Partido Socialista Polaco como agentes de la burguesía en la clase obrera. Con toda probabilidad, no existe una sola sección del movimiento revolucionario que fuera sometida a una estimación tan completa en los artículos de Lenin y el resto de sus trabajos teóricos como el movimiento revolucionario polaco. No hay nada sorprendente en esto. Lenin conoció a los líderes de nuestro movimiento, se reunió con ellos una y otra vez en los congresos y conferencias del partido, escuchó sus discursos y siguió sus declaraciones durante una serie de años. Por lo tanto, hasta ahora, no ha habido un análisis más penetrante de nuestro movimiento y sus tradiciones, un análisis basado en los métodos del materialismo histórico, que el dado y registrado en las obras de Lenin.

No hay duda de que el informe escrito en junio de 1948 por el camarada Gomułka fue una revisión consciente de la estimación leninista entorno a la historia de nuestro movimiento, una revisión sobre la base de la ruptura completa entre la lucha de liberación nacional y la lucha de clases. En respuesta a los argumentos expuestos por todos los miembros del Buró Político sin excepción, el camarada Gomułka anunció su renuncia al cargo de Secretario General del partido sin llegar a discutir los fundamentos de la materia. Fue tan sólo después de verse sometido a fuertes críticas, y durante la reciente sesión Plenaria del Comité Central, que el camarada Gomułka empezara a través de un largo discurso a dar muestras de un cambio de actitud como un intento de reconsiderar la posición que había mantenido hasta ahora, una posición que había mantenido con más o menos fuerza hasta ahora, una posición que era y es fundamentalmente peligrosa.

Camaradas, la estimación de las tradiciones históricas del movimiento obrero en Polonia según el camarada Gomułka es unilateral e incorrecta. Se presenta el principal problema de la independencia de Polonia sin vincularla con la lucha de clases del proletariado. Pero si vemos el movimiento obrero revolucionario de Polonia, al haber luchado por la emancipación nacional, creó a su vez patrones para lograr objetivos de largo alcance. Si uno analiza, el proletariado se esforzó por derrocar el poder burgués y el orden capitalista logrando la conquista del poder político y la real independencia. Y hay que recordar que en esta lucha se encuentra no sólo la resistencia frenética de la burguesía, sino también la igualmente fuerte resistencia de los agentes burgueses que estaban activos en el movimiento obrero. Ahí, el ala derecha del Partido Socialista Polaco ocupó el primer lugar entre estos agentes, y ahora se verá la importancia de este último vínculo con las posiciones antimarxistas del camarada Gomułka.

Los dirigentes del ala de derecha del Partido Socialista Polaco se asocian estrechamente en los mismos objetivos que los pilsudskyitas; toman una actitud clara pero reaccionaria ante la consigna de independencia, una consigna que parte de un concepto netamente burgués que era y es completamente diferente de las opiniones de los obreros del Partido Socialista Polaco y a las de su sección del ala izquierda.

Para el liderazgo de ese partido, esta consigna fue la principal arma para dividir el movimiento obrero, un arma dirigida contra la clase revolucionaria que corresponde en sus objetivos a los intereses políticos de la burguesía.

La burguesía polaca considera que el Estado nacional, aunque limitado y dependiente de los países que habían desmembrado Polonia en el pasado, lo toman como algo esencial para ellos mismos desde el punto de vista de afianzar su propio poder político. De acuerdo con este objetivo de la burguesía, la tendencia de derecha del Partido Socialista Polaco era tratar de limitar el desarrollo del movimiento revolucionario a la mera victoria de la independencia, intentando plantear dicho límite como base y defensa para un futuro Estado burgués tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco del cual la clase obrera podría desarrollar más sus consignas políticas y económicas bajo un Estado pero siempre a través de tácticas –y límites a sufrir– parlamentarias burguesas.

Tal era la diferencia de principio también entre los objetivos y las tareas de las dos tendencias opuestas en el movimiento sindical en Polonia.

Y ante este panorama, el camarada Gomułka estaba dispuesto a tomar partida en el juego a través de esta concepción no leninista abanderada por el Partido Socialista Polaco, tomando la lucha por la independencia como «la base ideológica para lograr un partido unido».

La ausencia de una orientación revolucionaria y de clase en el razonamiento del camarada Gomułka sobre la cuestión de la independencia y su obstinación en función de una posición que fue claramente errónea, dio lugar a que él pasara por alto lo decisivo y el significado real de lo que fue la victoria de la revolución bolchevique de 1917 en Rusia para la independencia de Polonia. En respuesta al proyecto de resolución del Buró Político y oponiéndose a él, el camarada Gomułka declaró:

«Yo no puedo estar de acuerdo con la tesis de que la concepción del Partido Socialista Polaco sobre la independencia se haya convertido en un obstáculo, y cuando la cuestión que se plantea, ¿cuál concepción ha sido victoriosa?». (Władysław Gomułka; Informe en el Pleno del Comité Central del Partido Obrero Polaco, julio de 1948)

Y así el camarada Gomułka respondió a esta pregunta:

«La concepción del Partido Socialista Polaco sobre la independencia era una concepción nacionalista burgués pero como tal no estaba errada, sino que estaba en lo cierto en 1918. Esto no significa en absoluto que se altere el hecho de que Polonia recibió su independencia como resultado de la revolución rusa y el movimiento revolucionario en Europa». (Władysław Gomułka; Informe en el Pleno del Comité Central del Partido Obrero Polaco, julio de 1948)

Este tipo de puntos de vistas escolásticos predominaron y lo siguen haciendo dentro del pensamiento del camarada Gomułka, mostrando así que se había desplazado a una plataforma muy peligrosa, claramente ajena al marxismo.

A continuación de esto, el camarada Bierut sin ser condescendiente, trató la falsa actitud del camarada Gomułka sobre el tema de las consignas propuestas por el Partido Comunista de Polonia entre las dos guerras mundiales. Un ejemplo de cómo se movieron estos debates sería esta cita que el camarada Bierut, o séase yo, pronuncié:

«El partido comunista ha sido un partido revolucionario, marxista y es difícil de entender cómo un pretendido marxista puede llegar a acusar al partido de vincular la cuestión de la independencia y el gobierno de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado, como algo no intrínseco de por sí». (Bolesław Bierut; Informe en el Pleno del Comité Central del Partido Obrero Polaco, julio de 1948)» (Bolesław Bierut; Para lograr la completa eliminación de las desviaciones derechistas y nacionalistas, 1948)

15 razones por las que la OTAN acabó con Gadafi y otras 15 por las que quiere acabar con Al Assad

La prosperidad de Libia fue arrebatada a su pueblo tras la invasión imperialista de 2011. Con ella, desaparecieron todos los progresos que había traído al país la Jamahiriya (“gobierno de las masas populares por ellas mismas y para ellas mismas») La Jamahiriya era una forma superior de democracia directa con el “Pueblo como Presidente”. Las flores de la Libia Verde se marchitaron a causa del apetito devorador de las potencias imperialistas que querían repartirse el suculento pastel tras la vergonzante invasión al país que convertiría a la democracia mas prospera de África en una ruina en todos los sentidos. Mientras el pueblo libio manejó el timón de su propio país, pudo disfrutar de las siguientes e inimaginables ventajas en la Libia de hoy:

1. La electricidad era gratuita en Libia para todos los ciudadanos.

2. Los préstamos eran sin intereses en los bancos estatales para todos los ciudadanos, por ley.

3. La casa propia era considerado un derecho humano en Libia.

4. A los recién casados se les asignaba lo equivalente a 50 mil dólares estadounidenses para la adquisición de su primera vivienda. El gobierno fomentaba la formación de las familias.

5. Educación y salud eran gratuitos en Libia. Antes de Gadafi, solo el 25% de los libios sabía leer; en la actualidad la cifra es del 83%.

6. A los libios que elegían dedicarse a la agricultura se les asignaba tierras, vivienda para su establecimiento en el lugar, herramientas, semillas y ganado para que pudieran empezar sus propias granjas.

7. Si un libio deseara educarse o recibir tratamiento médico en el extranjero, se le asignaba lo equivalente a 2.300 mil dólares estadounidenses al mes para solventar alojamiento y transporte.

8. El gobierno subsidiaba la adquisición de automóviles en un 50% del valor total.

9. La nafta en Libia costaba con Muamar Gadafi lo equivalente a 14 centavos de dólar estadounidense.

10. Si al graduarse en la universidad un libio no conseguía empleo, el gobierno le pagaba un salario promedio hasta que consiguiera la colocación adecuada a la educación recibida.

11. Libia no tenía deuda externa y las reservas de su Banco Central, estimadas en unos 150 mil millones de dólares estadounidenses, fueron repartidas como botín de guerra entre las potencias que ocuparon el país.

12. Todos los libios participaban directamente de las regalías del petróleo, siéndole depositado el dinero a cada ciudadano en su cuenta corriente.

13. Por cada hijo concebido, a las mamás se les asignaban lo equivalente a 5 mil dólares estadounidenses

14. El 25% de los libios poseían título universitario.

15. Libia es un país desértico y Gadafi puso en marcha el proyecto Gran Río Artificial, que es la trasposición de agua más grande del planeta y aseguraba el abastecimiento de agua a todos los ciudadanos y a la agricultura del país.

Como hicieron con Gadafi, quieren hacer de nuevo con Al Assad. En una mal llamada guerra civil que ya se alarga por 4 años, EE.UU. y la OTAN quieren hacer de Siria la nueva Libia, rapiñando con todo a su paso. Han hecho, están haciendo y harán uso de todas las calculadoras tácticas o mercenarios a su servicio que sean necesarios para el cumplimiento de su inmoral y detestable fin. ¿Las razones?

1. En Siria no existe el Banco Central Rotchild.

2. Siria no tiene deuda con el Fondo Monetario Internacional, con el Banco Mundial ni con nadie mas.

3. Siria ha prohibido los alimentos transgénicos y el cultivo e importación de los mismos.

4. La población esta bien informada y discute con frecuencia el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.

5. Siria tiene grandes reservas de hidrocarburos.

6. Siria se opone al sionismo y al criminal apartheid israelí.

7. Siria es la ultima nación laica del Medio Oriente. Siria es el único país árabe con una Constitución Laica y no tolera los movimientos extremistas islamistas. Alrededor del 10% de la población siria pertenece a alguna de las muchas ramas cristianas presentes desde siempre en la vida política y social. En otros países árabes la población cristiana no llega al 1% debido al hostigamiento sufrido.

8. La familia Al Assad pertenece a la tolerante orientación alawí del Islam.

9. Las mujeres sirias tienen los mismos derechos que los hombres al estudio, salud y educación.

10. En Siria las mujeres no tienen la obligación de llevar el Burga. La Sharia (ley Islámica) es inconstitucional.

11. Siria es el único país del Mediterráneo que sigue siendo propietario de su empresa petrolera, que no la ha querido privatizar. Sus reservas petroleras se estiman en unos 2.500 millones de barrilesю

12. Siria tiene una apertura hacia la sociedad y cultura occidental como ningún otro país árabe.

13. A lo largo de la historia 5 Papas fueron de origen sirio. La tolerancia religiosa es única en la zona.

14. Antes de la guerra civil Siria era el único país pacífico en la zona sin guerras ni conflictos internos.

15. Siria es el único país del mundo que ha admitido refugiados iraquíes sin ninguna discriminación social, política ni religiosa.

La resistencia de Siria sirve de ejemplo para los pueblos del mundo y su victoria final representaría una esperanza de liberación para ellos.

 


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Crónica de la reunión de organización del Espacio de Encuentro Comunista del 31-O

hoz y martilloEspacio de Encuentro Comunista. encuentrocomunista.wordpress.com

10 minutos después de la hora prevista (10:00 de la mañana) comenzaba el pasado sábado 31 de Octubre la reunión de organización del Espacio de Encuentro Comunista (EEC).

30 minutos antes, a pesar de las dificultades de localización del lugar de la reunión, y de que los temas organizativos son siempre más áridos que los puramente ideológicos o “políticos”, se concentraban ya grupos de comunistas de distintas edades, una buena parte de ellos muy jóvenes -y como pudimos comprobar después- notablemente formados en lo político.

Muchos venían de fuera de Madrid; de lugares tan dispares como Burgos o Almería, por citar sólo dos ejemplos.

Una buena parte de los asistentes, según pudimos comprobar por las caras, no habían asistido a la primera reunión del ECC pero, como supimos posteriormente, eran personas que nos habían hecho llegar su voluntad de asistir a esta y que conocían sobradamente tanto lo tratado en la primera convocatoria como el documento preparado para la segunda asamblea. En palabras de algunos de ellos, su asistencia en esta ocasión se debió a que sentían que íbamos en serio.

Esta vez la presencia de militantes de organizaciones comunistas fue aún más diversa, si bien ha seguido predominando el segmento de comunistas “independientes” de partido, lo que es indicativo de hasta qué punto el EEC es una necesidad para que se organicen todos esos comunistas que aún no han encontrado su lugar pero que tampoco han renunciado a sus ideas ni a la pelea.

Veníamos de una reunión anterior, la del 26 de Septiembre, en la que muchos comunistas afirmamos nuestra voluntad de encontrarnos, trabajar juntos por encima de la pertenencia o no a partidos marxistas concretos, de debatir, elaborar y hacernos presentes en las luchas de nuestra clase, llevando nuestras posiciones a ella con el fin de elevar los niveles de los conflictos y de la conciencia de los trabajadores acerca de su papel histórico y de la necesidad de derribar el capitalismo para construir una sociedad socialista.

Traíamos a esta segunda asamblea un mandato de la anterior: empezar a trabajar en el plano teórico y de las propuestas revolucionarias y crear una estructura organizativa provisional que nos permitiese, meses más tarde, ir hacia un tercer encuentro en el que se hubiesen desarrollado distintos EECs territoriales, se debatiesen los documentos elaborados colectivamente y surgiese una coordinación más estable para la expansión del movimiento comunista y las ideas comunistas en el Estado español.

Al acto el Grupo Promotor del EEC llegó dimitido, con el fin de que fuera la asamblea plenaria la que asumiese, si así lo estimaba, los pasos que aquél llevó a la misma. Éste era el compromiso del encuentro anterior y la decisión más democrática y pertinente.

La reunión comenzó con una evaluación del desarrollo de la jornada anterior, la del 26-S. Aunque inicialmente costó arrancar las primeras peticiones de palabra, dado que el recuerdo un mes más tarde no era tan fresco como el primer día y porque una parte de los participantes en esta segunda no habían asistido a la misma, luego se fueron sucediendo con fluidez.

A partir de ahí hemos de reseñar una elevada participación y nivel político en el debate y un alto grado de compromiso personal y colectivo con las tareas a las que el colectivo se comprometió en la reunión.

Es importante también señalar el sano ambiente de camaradería y el espíritu constructivo en el que se desarrolló, de principio a fin, todo el encuentro.

La valoración del primer encuentro fue marcadamente positiva al ser calificado de necesario, útil y tendente a abrir vías de superación de la división de los comunistas y su debilidad organizativa y política actual.

Surgieron en ese contexto interrogantes del tipo cómo influir con nuestras propuestas y actividad en la clase trabajadora

Hubo también intervenciones que resaltaban la necesidad de romper con la atonía social y con las dudas hacia una nueva iniciativa como ésta o la importancia de las formas en el modo de presentarnos ante nuestra clase de un modo distinto al electoralismo frustrante que se ha ido imponiendo en los últimos tiempos.

Un camarada apuntó que si el partido comunista perfecto existiese no hubiera tenido que nacer una iniciativa de agrupamiento de las tareas de los comunistas como la del EEC porque no existirán los problemas que justifican su nacimiento.

Se señaló también que la idea de incluir dentro del EEC no sólo a los comunistas con partido sino a los que no lo tienen era muy positiva porque era un modo de abrir un canal que posibilitase su participación que de otro modo no se daría.

Algunas intervenciones indicaron un tanto críticamente que percibían demasiada prisa en incorporarse a las luchas sociales y de clase antes de profundizar durante mucho más tiempo en cómo hacerlo y con que contenidos teóricos y políticos, demandando un más claro deslinde de la ideología comunista en el momento presente de lo que hoy se entiende como las ideas de izquierda.

Algún participante expuso en ese sentido que defender a la clase trabajadora en sus reivindicaciones inmediatas (frente a situaciones como el paro, los salarios de miseria o la precariedad en el empleo) tenía el riesgo de que nos situásemos en una posición de correctores de las lacras del capitalismo. A ello otro camarada respondió que, al igual que expuso Rosa Luxemburgo en “Reforma o Revolución”, es en el marco de las necesidades inmediatas de nuestra clase donde los comunistas debemos intervenir para elevar no sólo la conciencia de clase y la reivindicación más allá de lo asumible por el sistema sino para plantear un horizonte político de las luchas con carácter anticapitalista y socialista, pero sin por ello obviar el hecho de que los comunistas debemos defender también a los trabajadores en aquellas necesidades que afectan a sus condiciones de vida.

Para algún interviniente ya sólo con la palabra “encuentro” se justificaba la primera y la segunda convocatorias y la idea en sí misma porque la creía indispensable. Señaló la necesidad, como objetivo del EEC, de rescatar el significado de expresiones como lucha de clases o revolución cuando el poder de la ideología dominante y del reformismo se había encargado de tratar de vaciarlas de significado, especialmente en un mundo de banalidades y simplificaciones del discurso hasta el punto de impedir pensar a las personas. Añadió también lo encomiable de un grupo como el EEC que nace sin plantearse ser un partido sino con el objetivo de estimular el pensamiento y la elaboración de teoría comunista útil para para los organizados bajo la forma partido y otros que no lo están.

Otra de las intervenciones señaló que su valoración globalmente positiva del primer encuentro comunista, entre otras razones por la calidad de las opiniones que en él se escucharon, si bien señaló su diferencia con una de ellas que había remarcado que el capital nos había ganado por goleada. Para este participante ello no era cierto más que en la capacidad del capitalismo de imponerse en la práctica porque, en su opinión, esto no lo había logrado ni en lo ideológico ni en los presupuestos morales que consideraba muy superiores en el caso de los comunistas.

Por contra, hubo quien señaló que también en lo ideológico se había producido esa derrota porque el capital había sido capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias y de crear hegemonía, algo que los comunistas no habíamos logrado. Sobre esa base, el primer encuentro comunista había tenido la virtud de reconocer este hecho y de plantear la necesidad del rearme ideológico que permitiese ir hacia un frente único de trabajadores, capaz de elevar su conciencia. El desafío para él era a partir de ahora construir proyecto político, aunque no de forma partidaria pero siempre ideológica y de lucha: crear política comunista.

A ello respondió otro integrante de la reunión señalando que en esa derrota había una parte de responsabilidad de los propios comunistas que, en unos casos se habían cerrado sobre sí mismos de modo sectario y que, en otros, de tanto vestirse de lagarteranas habían acabado por ser lagarteranas. Por eso, ante una iniciativa que afirma la existencia de clases sociales y la lucha de clases, que levanta de nuevos las banderas y que dice lo que tiene que decir y no lo que piensa que a la gente le va a gustar, su opinión no podía ser más positiva, razón por la que señaló su apoyo pleno. Afirmó también que, cuando se fueran desarrollando los proyectos ciudadanistas, la clase trabajadora comprendería que ese no es el camino. Apuntó a que ésta podría ser la oportunidad de que los comunistas nos hagamos oír ante la debacle ideológica de una izquierda que ha dejado de serlo.

Alguien señaló algo extraño, por inusual, tal que el grupo promotor iniciase el proceso del EEC para luego dimitir y dar la soberanía a la asamblea. Para él eso era algo “maravilloso” porque no lo había encontrado antes en otros grupos políticos. Lanzó dos preguntas al grupo promotor: ¿cómo resolver el problema de las distintas corrientes comunistas? ¿en el grupo promotor hay distintas sensibilidades o una sola? Desde la mesa y desde los participantes se le respondió a la primera que centrando en lo que nos une y aparcando de momento lo que nos separa para poder avanzar y a la segunda se le señaló que la pluralidad del grupo promotor era muy grande pero que a todos nos unía ser marxistas, comunistas, estar por el derribo del capitalismo, la dictadura del proletariado y el socialismo.

En la segunda parte de la reunión se abordó la propuesta organizativa, política y programática -entendida esta última como propuesta de programa político para la clase trabajadora, no como programa electoral, cuestión ésta en la que el EEC no se siente apelado- Se trataba de avanzar en el desarrollo de las tres cuestiones mencionadas hacia la tercera asamblea del EEC que habría de celebrarse en el mes de febrero de 2016.

En este sentido, junto a la parte más de elaboración política y programática, se señaló desde la mesa de la asamblea que, dimitido en ésta el grupo promotor del Espacio de Encuentro Comunista, habría que elegir a un equipo que provisionalmente facilitase el desarrollo de los mencionados objetivos y la labor organizativa, potenciando así mismo el desarrollo de territorial (en distintas zonas del Estado) y sectorial (empresas, sectores;…) del EEC.

Dicho equipo no tendría tareas propiamente de dirección política sino de facilitar, coordinar e impulsar de forma técnica las labores del EEC hacia el tercer encuentro.

El grupo promotor propuso que, tras el debate sobre propuesta de grupos de trabajo de elaboración política, se eligiese una Comisión técnica provisional de 15 personas, de las que aquél sólo llevaba una lista de 5, debiendo la asamblea nombrar a los 10 restantes, si no revocaba a ninguno de los 5 sugeridos inicialmente.

Uno de los asistentes preguntó si era posible presentar nombres alternativos a la lista de 5 sugeridos por el dimitido grupo promotor, a lo que se respondió que por supuesto podía hacerse.

El elemento teórico-programático y de desarrollo organizativo se basaría en la elaboración de borradores que permitiesen discutir sus contenidos en la posterior tercera asamblea del EEC. Dichos borradores debieran estar completados y enviados a la nueva dirección provisional, con fecha límite de 15 de Diciembre, que la segunda asamblea nombrase para avanzar hasta la tercera.

Se explicó entonces que la propuesta traída al encuentro era que los borradores se estructurasen en 6 áreas temáticas cuya elaboración surgiese de sus grupos correspondientes a partir de quienes se integrasen voluntariamente, desde la asamblea, en los mismos. Estos grupos y áreas temáticas, siempre que fueran aprobados por la asamblea como organizadores de los los contenidos políticos, programáticos y organizativos, serían los siguientes:

  • Grupo de trabajo programático-político
  • Grupo de trabajo de organización
  • Grupo de trabajo de formación
  • Grupo de trabajo de Movimiento Obrero
  • Grupo de trabajo de mujer
  • Grupo de trabajo de internacionalismo y antiimperialismo

Desde la mesa se propuso que dichos grupos de elaboración teórico-política tuviesen una composición no menor de 5 personas (para que hubiese capacidad de trabajo suficiente sobre los mismos) y no mucho mayor de 7, para que fuesen ágiles y operativos.

En el caso en el que los grupos de trabajo tuviesen dificultades de elaboración política, la Comisión técnica provisional del EEC podría colaborar con los mismos en dicha tarea, siendo estos completamente autónomos. La comisión técnica mantendría un contacto con los grupos para conocer ritmos y evolución del trabajo.

Mientras tanto el EEC debiera irse desarrollando por territorios y sectores.

Se abrió entonces una ronda de intervenciones de los participantes destinada a aclarar dudas y valorar de forma genérica la propuesta organizativa, antes de entrar en profundidad a considerar la misma.

Se preguntó por parte de un participante si en la propuesta del área de Movimiento Obrero era posible incluir el trabajo de barrios. En este sentido se aclaro que cada grupo debiera tener entidad propia para incluir dentro del mismo las cuestiones que considerase oportunas, siempre que tuviesen una cierta coherencia que justificase la inclusión de las mismas.

Se aclaró igualmente desde la mesa que, dado que el grupo promotor que había elaborado el documento para el debate político-organizativo no estaba legitimado por una elección previa del mismo, sino que había surgido de una iniciativa de un grupo de comunistas, no iba a hacer una defensa cerrada de aquél sino que lo sometía a consideración de la asamblea.

Hubo quién planteó que el grupo de trabajo de Formación debiera integrarse con otros conceptos, pasando a llamarse “Formación, Cultura y Comunicación”, ya que consideraba que la formación política no se entendería sin aquellas perspectivas que fomenten unos valores capaces de apostar por la transformación social. A esto se le respondió desde la sala que tal propuesta corría el riesgo de desdibujar el valor de la formación marxista, perdiendo esta entidad e introduciendo teorías y autores ajenos a este pensamiento y que incluso podían chocar con él, lo que no le parecía una buena orientación para la necesaria recuperar de los rasgos de identidad comunistas. De ahí que la mayoría entendiese que Formación debía tener una entidad propia y diferenciada de todo lo demás.

Esta idea fue reforzada aludiendo a que los comunistas tenemos grandes deficiencias de formación política, algo fundamental para ser vanguardia e intervenir políticamente dentro de nuestra clase.

Otro asistente señaló que la importancia de la formación política de los comunistas era decisiva para que en nuestra propaganda plasmásemos bien los contenidos de lo que defendemos a la hora de dirigirnos a la clase trabajadora.

Se dieron en algunas intervenciones ciertas tendencias a sugerir la creación de comisiones de trabajo que escapaban a la idea de globalizar los contenidos de desarrollo teórico-político-programático, lo que podría dificultar la articulación de un conjunto de cuestiones mediante una visión más general.

Así se plantearon cuestiones como la necesidad de crear comisiones de trabajo elaborativo sobre energía, industria y medio ambiente, memoria histórica (memoria democrática) o Europa y TTIP. No obstante, aunque finalmente no se aprobó por los asistentes su estructuración como áreas temáticas, sí que se recogieron como cuestiones a tratar dentro de las mismas.

Para un asistente la propuesta de las 6 áreas de trabajo elaborativo eran demasiado “clásicas” y apegadas a la cultura tradicional del movimiento comunista y sus organizaciones por lo que consideraba que podían perderse elementos de análisis e investigación de la nueva realidad como el marco actual del capitalismo, las contradicciones dentro de la clase trabajadora, la realidad social española y su entronque con la realidad europea, las dificultades para analizar la realidad actual, etc.

Se dio en el debate una cierta confusión de lo que era una división en grupos temáticos de elaboración política con lo que es una estructuración de la organización comunista para la intervención política. Este aspecto fue aclarado con posterioridad desde mesa y sala al señalar que los 6 grupos eran una mera parcelación del análisis teórico -con la excepción del grupo de programa-política que integraba un análisis global- para la elaboración política y no para la acción; aunque ésta habría de surgir necesariamente de la dialéctica entre teoría y praxis.

Del mismo modo, se detectó la la pérdida o ausencia de cultura organizativa en algunas intervenciones al plantearse la necesidad de un debate teórico no organizado ni estructurado para que no se perdiese el espíritu inicial de la primera jornada del EEC de Septiembre. Es evidente que un planteamiento de este tipo adolecería del riesgo de entrar en un debate en bucle del tipo del que ya se vivió en las plazas hace algún tiempo.

Desde la sala algunos intervinientes señalaron que sin parcelación de la realidad para analizarla no sería posible un rigor teórico y se correría el riesgo de caer en una especie de club de debates. Se apuntó también que lo importante no era que la denominación de las áreas fuera más o menos clásica sino que fuesen capaces de integrar todas las cuestiones que los comunistas han de tratar hoy, del nivel y riqueza del propio análisis y de los contenidos expuestos en ellas. En cualquier caso, el carácter integral, se adujo, estaría presente en la elaboración del área de Programa-política, la cuál ha de tener clara una visión de conjunto de los desafíos teórico-políticos que el EEC debiera acometer.

Fueran las 6 áreas propuestas u otras las áreas temáticas de análisis y elaboración política, se consideró necesario por la mayor parte de los participantes que tanto lo que sigue siendo válido en la propuesta comunista como lo que ha de cambiar debe hacerse de manera organizada, por lo que ello exigía la existencia de grupos de trabajo con categorías concretas.

Un camarada propuso en ese sentido que las áreas temáticas fuesen consideradas como punto de arranque que en la posterior asamblea, al debatir de sus contenidos, se evaluase si eran válidas o no, si necesitaban o no un reenfoque.

Hubo quien señaló que por muy clásicas que parecieran áreas como movimiento obrero o mujer eran inevitables porque resultaba fundamental definir una posición política a partir de la que los comunistas pudiéramos intervenir.

Otro asistente sugirió dar un voto de confianza a la estructura del debate-elaboración en las 6 áreas propuestas y que volcásemos el esfuerzo en repensar el contenido de las mismas, dado que los errores de distintas organizaciones comunistas llevaban a la necesidad de que gran parte del trabajo y del modo de pensarlo debiera empezar casi de nuevo, sin olvidar las enseñanzas útiles que traíamos del pasado.

Surgieron entre los asistentes algunas reflexiones que excedían a la estructura planteada en grupos de trabajo pero que de algún modo debieran ser recogidos en algún lugar de los mismos; cuestiones talles como

  • El modo de intervenir en los movimientos de masas. Algo que exige trabajar cuestiones como conciencia, capacidad de acción independiente y criterios propios, formación, ideas, dirección, vanguardia, ser actores de la historia, globalizar y elevar el nivel de conflicto y de orientación de las luchas parciales,…
  • Se recordó desde la sala que nuestra elaboración teórica debe ir destinada a la lucha y la transformación social.
  • El cambio de valores dentro de las organizaciones comunistas, el abandono del sectarismo, la superioridad y cerrazón de algunos dirigentes, la necesidad de ser abierto y unitario con otros comunistas y el rechazo al institucionalismo burgués en el que algunas organizaciones han caído.
  • La necesidad de que en una etapa posterior se fuese abriendo paso, más allá de la formación, la investigación y el análisis que nos permitiera elevar la capacidad de propuesta política.

Terminado el debate sobre las áreas, desde la mesa se lanzaron las siguientes propuestas:

  • Incorporar dentro de las 6 áreas temáticas, si no surgía una propuesta formal de sustitución de las mismas, o eliminación de alguna de ellas, las cuestiones planteadas por los camaradas.
  • Aceptar los plazos de presentación (15 de Enero) de los borradores de las áreas temáticas propuestas
  • Conformar las comisiones de elaboración política correspondientes a las áreas temáticas a partir de la inclusión de los camaradas asistentes en las mismas y organizarse mínimamente cada área/comisión para poder empezar a trabajar.
  • Convocar la siguiente asamblea para finales de febrero en la cuál serían discutidas las elaboraciones políticas realizadas por las áreas temáticas.

Las propuestas de la mesa fueron aceptadas por consenso general de la sala.

De forma inmediata se pasó a la constitución de los grupos de trabajo para la elaboración política, aspecto en el que debemos reseñar que el grado de incorporación de los asistentes fue muy elevado.

Posteriormente se propuso la incorporación de camaradas a la comisión de coordinación de tareas hasta el tercer encuentro.

Dado que la comisión gestora no tenía más que 5 nombres propuestos sobre un total de 15 se acepto la primera parte (inclusión de los 5 nombres) y se pasó rápidamente a la incorporación a la comisión de coordinación de todos aquellos que quisieron incorporarse a la misma.

La reunión se dio por finalizada a las 2 de la tarde en un clima de alto nivel de satisfacción, trabajo colectivo y compromiso militante con las tareas que el EEC había aprobado.

Debemos señalar que tanto en las comisiones de elaboración política como en la de coordinación de tareas la incorporación de militantes de partidos comunistas con la de militantes comunistas sin partido se produjo de un modo natural y solidario, de acuerdo al espíritu que ha animado al Espacio de Encuentro Comunista desde el primer momento de llamamiento al mismo.

Ahora queda en manos de los comunistas del EEC avanzar hacia el desarrollo de ideas, la cooperación en el trabajo de coordinación y elaboración política, la extensión de núcleos del mismo por el territorio del Estado español y los sectores productivos y la preparación de un buen tercer encuentro. El desafío continúa y las ganas de combate también.

¿Sabías que…

En 1997, Zbigniew Brzezinski que fuera Consejero de Seguridad Nacional del gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) realizó todas las presiones posibles para debilitar a Rusia.

«Si Rusia rompe con el Oeste y construye una entidad dinámica, capaz de iniciativas propias y forja una alianza con China, entonces resultará terriblemente debilitada la posición norteamericana en Europa»

Brzezinski quería dividir a Rusia en tres partes, a saber: Rusia europea, República de Siberia y República extremo-oriental.

De esa manera y una vez atomizado el país, Rusia habría sido pasto del coloniaje occidental y de las multinacionales especialmente estadounidenses

Pero por fortuna para la Humanidad, llegó Putin y mandó a parar. Y eso comenzó a gestarse el 28 de agosto de 2008 cuando, en menos de 3 días Moscú, aplastó a la república fascista de Georgia.

Telecinco elogia a la banda terrorista OTAN

«Frente a las amenazas del Estado Islámico (que son mercenarios al servicio de banda atlántica por cierto) y el imperialismo (sic) ruso, la OTAN muestra su fuerza en las maniobras que realiza en nuestro país«, Pedro Piqueras, conductor del informativo vespertino de Telecinco, a las 21,25 horas de ayer.

Tipos como este pertenecen al grupo de las «vacas sagradas» de la «información» española… de las mentiras y del servilismo frente al imperialismo genocida de EE.UU al que más de un millón de muertos contemplan desde Iraq, Libia y Siria.

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Defendiendo a Stalin del revisionismo soviético; Enver Hoxha, 1960

«Respecto a esta cuestión Stalin fue condenado grave e injustamente por el camarada Jruschov y el XXº Congreso. El camarada Stalin y su actividad no pertenecen solamente al Partido Comunista de la Unión Soviética y al pueblo soviético, sino a todos nosotros. Igual que el camarada Jruschov planteó en Bucarest que las divergencias existentes no son entre el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Partido Comunista de China, sino entre el Partido Comunista de China y el comunismo internacional, de la manera que se complace en decir que las resoluciones de los XXº y XXIº Congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética fueron adoptadas por todos los partidos comunistas y obreros del mundo, así, de la misma forma, debió mostrarse más generoso y consecuente en juzgar los actos de Stalin, para que aquellas decisiones fueran adoptadas conscientemente por los partidos comunistas y obreros del mundo entero.

No puede haber dos balanzas y dos medidas para estas cuestiones. ¿Por qué el camarada Stalin fue condeado en el XXº Congreso sin que los otros partidos comunistas y obreros del mundo fueran consultados previamente? ¿Por qué ante los partidos comunistas y obreros del mundo se lanzó súbitamente el «anatema» contra Stalin, y muchos partidos hermanos se enteraron de esto sólo cuando el imperialismo hizo imprimir en gran cantidad el informe secreto del camarada Jruschov?

Al mundo comunista y al mundo progresista se le impuso, por el camarada Jruschov, la condena del camarada Stalin. ¿Qué podían hacer nuestros partidos en estas condiciones, cuando súbitamente, empleando la gran autoridad de la Unión Soviética, se les imponía así, en bloque, semejante cuestión?

El Partido del Trabajo de Albania se encontraba ante un gran dilema. No estaba, como por lo demás no estará jamás, convencido de la razón por la que se condenó al camarada Stalin de la manera y en la forma como lo hizo el camarada Jruschov. Si, en general, nuestro partido adoptó las formulaciones del XXº Congreso sobre esta cuestión, no se ajustó estrictamente a las limitaciones fijadas por él, ni cedió frente a los chantajes e intimidaciones que se le hacían desde el exterior.

El Partido del Trabajo de Albania se mostraba realista sobre la cuestión de Stalin, se mostraba justo y agradecido para con este glorioso marxista a quien, mientras vivió, nadie tuvo la «valentía» de criticar y a quien, después de muerto se le cubre de barro. Así se ha creado una situación intolerable tal que en toda una época gloriosa de la Unión Soviética, cuando fue erigido el primer Estado socialista en el mundo, fortalecida la Unión Soviética, vencidos con éxito los complots imperialistas, aplastados los trotskistas, los bujarinistas y los kulaks como clase; cuando se logró levantar la industria pesada y triunfó la colectivización, en una palabra, toda una época en que la Unión Soviética se convirtió en una gran potencia, edificó triunfalmente el socialismo, luchó con heroísmo legendario en la Segunda Guerra Mundial venciendo al fascismo, una época en que fue creado el poderoso campo socialista, etc., así pues en toda esta gloriosa época de la Unión Soviética se niegue el papel dirigente de Iósif Vissariónovich Stalin.

El Partido del Trabajo de Albania considera que no es justo, normal, ni marxista que el nombre y la gran obra de Stalin sean borrados de toda esa época, como se está haciendo. La obra inmortal de Stalin nos incumbe a todos defenderla. Quien no la defiende es un oportunista y un cobarde.

El camarada Stalin, por su papel personal y como dirigente del Partido Comunista de la Unión Soviética, fue al mismo tiempo el más eminente guía del comunismo internacional después de la muerte de Lenin; influyó positivamente y con gran autoridad en la consolidación y el desarrollo de las conquistas del comunismo en el mundo entero. Todas las obras teóricas del camarada Stalin son un vivo testimonio de su fidelidad a su maestro genial, el gran Lenin, y al leninismo.

Stalin luchó por los derechos de la clase obrera y de los trabajadores del mundo entero, luchó consecuentemente y hasta el fin por la libertad de nuestros países de democracia popular.

Viéndolo desde este punto de vista, Stalin pertenece a todo el mundo comunista y no solamente a los comunistas soviéticos, pertenece a todos los trabajadores del mundo y no sólo a los trabajadores soviéticos.

Si el camarada Jruschov y los camaradas soviéticos hubiesen enfocado la cuestión con este espíritu, los graves errores cometidos se hubieran evitado. Pero ellos consideraron de manera superficial la cuestión de Stalin, y únicamente según el punto de vista interno de la Unión Soviética. Más, a juicio del Partido del Trabajo de Albania, incluso desde este punto de vista han valorado unilateralmente la cuestión, han visto solamente sus errores pasando por alto casi toda su inmensa actividad, su gran contribución al fortalecimiento de la Unión Soviética, al temple del Partido Comunista de la Unión Soviética, a la edificación de la economía, de la industria y de la agricultura koljosiana, y a la dirección del pueblo soviético hacia la gran victoria sobre el fascismo alemán.

¿Ha tenido errores Stalin? Es inevitable que en un período tan largo, lleno de heroísmo, esfuerzos, luchas y victorias, hubiera también errores, no solamente personales de Iósif Stalin, sino también de la dirección soviética como órgano colectivo. ¿Qué partido, qué dirigente puede considerarse exento de errores en su trabajo? Cuando se dirigen críticas a la actual dirección soviética, los camaradas soviéticos nos aconsejan que miremos adelante, que dejemos a un lado la polémica, pero cuando se trató de Stalin, lejos de mirar adelante, miraron hacia atrás, muy atrás, para rebuscar solamente en los puntos débiles del trabajo de Stalin.

Desde luego, había que superar el culto a la personalidad de Stalin, pero, ¿acaso se puede decir, como se dijo, que Stalin era el artífice mismo de ese culto a la personalidad? El culto a la personalidad debía ser superado indiscutiblemente, pero ¿era acaso necesario y justo que se llegara al extremo de que quien mencionaba el nombre de Stalin era señalado inmediatamente con el dedo y quien citaba a Stalin era mirado con malos ojos? Algunos destruyeron con rapidez y diligencia las estatuas de Stalin y cambiaron los nombres de las ciudades bautizadas con el de Stalin. Pero, ¿por qué ir tan lejos? En Bucarest, el camarada Jruschov se dirigió a los camaradas chinos diciéndoles: «Se agarran ustedes a un caballo muerto, si quieren, vengan a llevarse también sus huesos». Todo esto lo decía refiriéndose a Stalin.

El Partido del Trabajo de Albania declara solemnemente que se opone a estos actos y a estas apreciaciones sobre la obra y la persona de Iósif Stalin.

Pero, camaradas soviéticos, ¿por qué se planteó esta cuestión de tal manera y en tal forma retorcida, cuando existía la posibilidad de que, tanto los errores de Stalin como los de la dirección, fueran señalados debidamente y rectificados sin que se produjera aquella gran conmoción en los corazones de los comunistas del mundo entero, los cuales no llegaron a estallar sólo debido a su espíritu de disciplina y a la autoridad de la Unión Soviética?» (Enver Hoxha; Discurso pronunciado en nombre del Comité Central del Partido del Trabajo de Albania en la Conferencia de los 81 partidos comunistas y obreros celebrada en Moscú, 16 de noviembre de 1960)

Las bases económicas de la extinción del Estado; Lenin, 1917

«La explicación más detallada de esta cuestión nos la da Marx en su «Crítica del Programa de Gotha» –carta a Bracke, de 5 de mayo de 1875, que no fue publicada hasta 1891, en la revista «Neue Zeit», IX, y de la que se publicó en ruso una edición aparte–. La parte polémica de esta notable obra, consistente en la crítica del lassalleanismo, ha dejado en la sombra, por decirlo así, su parte positiva, a saber: su análisis de la conexión existente entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado.

Planteamiento de la cuestión por Marx

Comparando superficialmente la carta de Marx a Bracke, de 5 de mayo de 1875, con la carta de Engels a Bebel, de 28 de marzo de 1875 examinada más arriba, podría parecer que Marx es mucho más «partidario del Estado» que Engels, y que entre las concepciones de ambos escritores acerca del Estado media una diferencia muy considerable.

Engels aconseja a Bebel lanzar por la borda toda la charlatanería sobre el Estado y borrar completamente del programa la palabra Estado, sustituyéndola por la palabra «comunidad». Engels llega incluso a declarar que la Comuna no era ya un Estado, en el sentido estricto de la palabra. En cambio, Marx habla incluso del «Estado futuro de la sociedad comunista», es decir, reconoce, al parecer, la necesidad del Estado hasta bajo el comunismo.

Pero semejante modo de concebir sería radicalmente falso. Examinándolo más atentamente, vemos que las concepciones de Marx y Engels sobre el Estado y su extinción coinciden en absoluto, y que la citada expresión de Marx se refiere precisamente al Estado en extinción.

Es evidente que no puede hablarse de determinar el momento de la «extinción» futura del Estado, tanto más cuanto que se trata, como es sabido, de un proceso largo. La aparente diferencia entre Marx y Engels se explica por la diferencia de los temas por ellos tratados, de las tareas por ellos perseguidas. Engels se proponía la tarea de mostrar a Bebel de un modo palmario y tajante, a grandes rasgos, todo el absurdo de los prejuicios corrientes –compartidos también, en grado considerable, por Lassalle– acerca del Estado. Marx sólo toca de paso esta cuestión, interesándose por otro tema: el desarrollo de la sociedad comunista.

Toda la teoría de Marx es la aplicación de la teoría del desarrollo -en su forma más consecuente, más completa, más profunda y más rica de contenido- al capitalismo moderno. Era natural que a Marx se le plantease, por tanto, la cuestión de aplicar esta teoría también a la inminente bancarrota del capitalismo y al desarrollo futuro del comunismo futuro.

Ahora bien, ¿a base de qué datos se puede plantear la cuestión del desarrollo futuro del comunismo futuro? A base del hecho de que el comunismo procede del capitalismo, se desarrolla históricamente del capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social engendrada por el capitalismo. En Marx no encontramos ni rastro de intento de construir utopías, de hacer conjeturas en el aire respecto a cosas que no es posible conocer. Marx plantea la cuestión del comunismo como el naturalista plantearía, por ejemplo, la cuestión del desarrollo de una nueva especie biológica, sabiendo que ha surgido de tal y tal modo y se modifica en tal y tal dirección determinada.

Marx descarta, ante todo, la confusión que el programa de Gotha siembra en la cuestión de las relaciones entre el Estado y la sociedad.

«La sociedad actual es la sociedad capitalista, que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el contrario, el «Estado actual» cambia con las fronteras de cada país. En el imperio prusiano-alemán es completamente distinto que en Suiza, en Inglaterra es completamente distinto que en los Estados Unidos. El «Estado actual» es, por tanto, una ficción. Sin embargo, pese a su abigarrada diversidad de formas, los diversos Estados de los diversos países civilizados tienen todos algo de común: que reposan sobre el terreno de la sociedad burguesa moderna, más o menos desarrollada en el sentido capitalista. Tienen, por tanto, ciertas características esenciales comunes. En este sentido cabe hablar del «Estado actual» por oposición al del porvenir, en el que su raíz de hoy, la sociedad burguesa, se extinguirá. Y cabe la pregunta: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? Dicho en otros términos: ¿qué funciones sociales quedarán entonces en pie, análogas a las funciones actuales del Estado? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por mucho que se combine la palabra «pueblo l» con la palabra «Estado», no nos acercaremos lo más mínimo a la solución del problema». (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Poniendo en ridículo, como vemos, toda la charlatanería sobre el «Estado del pueblo», Marx traza el planteamiento del problema y en cierto modo nos advierte que, para resolverlo científicamente, sólo se puede operar con datos científicos sólidamente establecidos.

Y lo primero que ha sido establecido con absoluta precisión por toda la teoría de la evolución y por toda la ciencia en general –y lo que olvidaron los utopistas y olvidan los oportunistas de hoy, que temen a la revolución socialista– es el hecho de que, históricamente, tiene que haber, sin ningún género de duda, una fase especial o una etapa especial de transición del capitalismo al comunismo.

La transición del capitalismo al comunismo

«Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Esta conclusión de Marx se basa en el análisis del papel que el proletariado desempeña en la sociedad capitalista actual, en los datos sobre el desarrollo de esta sociedad y en el carácter irreconciliable de los intereses antagónicos del proletariado y de la burguesía.

Antes, la cuestión se planteaba así: para conseguir su liberación, el proletariado debe derrocar a la burguesía, conquistar el poder político e instaurar su dictadura revolucionaria.

Ahora, la cuestión se plantea de un modo algo distinto: la transición de la sociedad capitalista, que se desenvuelve hacia el comunismo, a la sociedad comunista, es imposible sin un «período político de transición», y el Estado de este período no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

Ahora bien, ¿cuál es la actitud de esta dictadura hacia la democracia?

Veíamos que el «Manifiesto Comunista» coloca sencillamente, a la par el uno del otro, dos conceptos: el de la «transformación del proletariado en clase dominante» y el de «la conquista de la democracia». Sobre la base de todo lo arriba expuesto, se puede determinar con más precisión cómo se transforma la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.

En la sociedad capitalista, bajo las condiciones del desarrollo más favorable de esta sociedad, tenemos en la República democrática un democratismo más o menos completo. Pero este democratismo se halla siempre comprimido dentro de los estrechos marcos de la explotación capitalista y es siempre, en esencia, por esta razón, un democratismo para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos. La libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas. En virtud de las condiciones de la explotación capitalista, los esclavos asalariados modernos viven tan agobiados por la penuria y la miseria, que «no están para democracias», «no están para política», y en el curso corriente y pacífico de los acontecimientos, la mayoría de la población queda al margen de toda participación en la vida político-social.

Alemania es tal vez el país que confirma con mayor evidencia la exactitud de esta afirmación, precisamente porque en dicho Estado la legalidad constitucional se mantuvo durante un tiempo asombrosamente largo y persistente, casi medio siglo –de 1871 a 1914–, y durante este tiempo la socialdemocracia supo hacer muchísimo más que en los otros países para «utilizar la legalidad» y organizar en partido político a una parte más considerable de los obreros que en ningún otro país del mundo.

Pues bien, ¿a cuánto asciende esta parte de los esclavos asalariados políticamente conscientes y activos, con ser la más elevada de cuantas encontramos en la sociedad capitalista? ¡De 15 millones de obreros asalariados, el partido socialdemócrata cuenta con un millón de miembros! ¡De 15 millones de obreros, hay tres millones sindicalmente organizados!

Democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos: he ahí el democratismo de la sociedad capitalista. Si nos fijamos más de cerca en el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes, hasta en los «pequeños», en los aparentemente pequeños, detalles del derecho de sufragio –requisito de residencia, exclusión de la mujer, etc. –, en la técnica de las instituciones representativas, en los obstáculos reales que se oponen al derecho de reunión –¡los edificios públicos no son para los «de abajo»!–, en la organización puramente capitalista de la prensa diaria, etc., etc., en todas partes veremos restricción tras restricción puesta al democratismo. Estas restricciones, excepciones, exclusiones y trabas para los pobres parecen insignificantes sobre todo para el que jamás ha sufrido la penuria ni se ha puesto en contacto con las clases oprimidas en su vida de masas –que es lo que les ocurre a las nueve décimas partes, si no al noventa y nueve por ciento de los publicistas y políticos burgueses–, pero en conjunto estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de su participación activa en la democracia.

Marx puso de relieve magníficamente esta esencia de la democracia capitalista, al decir, en su análisis de la experiencia de la Comuna, que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años ¡qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el parlamento!

Pero, partiendo de esta democracia capitalista –inevitablemente estrecha, que repudia por debajo de cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia profundamente hipócrita y mentirosa– el desarrollo progresivo, no discurre de un modo sencillo, directo y tranquilo «hacia una democracia cada vez mayor», como quieren hacernos creer los profesores liberales y los oportunistas pequeñoburgueses. No, el desarrollo progresivo, es decir, el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas.

Pero la dictadura del proletariado, es decir, la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores, no puede conducir tan sólo a la simple ampliación de la democracia. A la par con la enorme ampliación del democratismo, que por vez primera se convierte en un democratismo para los pobres, en un democratismo para el pueblo, y no en un democratismo para los ricos, la dictadura del proletariado implica una serie de restricciones puestas a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos reprimir a éstos, para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada, hay que vencer por la fuerza su resistencia, y es evidente que allí donde hay represión, donde hay violencia no hay libertad ni hay democracia.

Engels expresaba magníficamente esto en la carta a Bebel, al decir, como recordará el lector, que «mientras el proletariado necesite todavía del Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir».

Democracia para la mayoría gigantesca del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores, para los opresores del pueblo: he ahí la modificación que sufrirá la democracia en la transición del capitalismo al comunismo.

Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases –es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción–, sólo entonces «desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad». Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción. Y sólo entonces la democracia comenzará a extinguirse, por la sencilla razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a la observación de las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado.

La expresión «el Estado se extingue» está muy bien elegida, pues señala el carácter gradual del proceso y su espontaneidad. Sólo la fuerza de la costumbre puede ejercer y ejercerá indudablemente esa influencia, pues en torno a nosotros observamos millones de veces con qué facilidad se habitúan los hombres a guardar las reglas de convivencia necesarias si no hay explotación, si no hay nada que indigne a los hombres y provoque protestas y sublevaciones, creando la necesidad de la represión.

Por tanto, en la sociedad capitalista tenemos una democracia amputada, mezquina, falsa, una democracia solamente para los ricos, para la minoría. La dictadura del proletariado, el período de transición hacia el comunismo, aportará por primera vez la democracia para el pueblo, para la mayoría, a la par con la necesaria represión de la minoría, de los explotadores. Sólo el comunismo puede aportar una democracia verdaderamente completa, y cuanto más completa sea, antes dejará de ser necesaria y se extinguirá por sí misma.

Dicho en otros términos: bajo el capitalismo, tenemos un Estado en el sentido estricto de la palabra, una máquina especial para la represión de una clase por otra, y, además, de la mayoría por la minoría. Se comprende que para que pueda prosperar una empresa como la represión sistemática de la mayoría de los explotados por una minoría de explotadores, haga falta una crueldad extraordinaria, una represión bestial, hagan falta mares de sangre, a través de los cuales marcha precisamente la humanidad en estado de esclavitud, de servidumbre, de trabajo asalariado.

Ahora bien, en la transición del capitalismo al comunismo, la represión es todavía necesaria, pero ya es la represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los explotados. Es necesario todavía un aparato especial, una máquina especial para la represión, el «Estado», pero éste es ya un Estado de transición, no es ya un Estado en el sentido estricto de la palabra, pues la represión de una minoría de explotadores por la mayoría de los esclavos asalariados de ayer es algo tan relativamente fácil, sencillo y natural, que costará muchísima menos sangre que la represión de las sublevaciones de los esclavos, de los siervos y de los obreros asalariados, que costará mucho menos a la humanidad. Y este Estado es compatible con la extensión de la democracia a una mayoría tan aplastante de la población, que la necesidad de una máquina especial para la represión comienza a desaparecer. Como es natural, los explotadores no pueden reprimir al pueblo sin una máquina complicadísima que les permita cumplir este cometido, pero el pueblo puede reprimir a los explotadores con una «máquina» muy sencilla, casi sin «máquina», sin aparato especial, por la simple organización de las masas armadas –como los Soviets de Diputados Obreros y Soldados, digamos, adelantándonos un poco–.

Finalmente, sólo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado, pues bajo el comunismo no hay nadie a quien reprimir, «nadie» en el sentido de clase, en el sentido de una lucha sistemática contra determinada parte de la población. Nosotros no somos utopistas y no negamos, en modo alguno, que es posible e inevitable que algunos individuos cometan excesos, como tampoco negamos la necesidad de reprimir tales excesos. Poro, en primer lugar, para esto no hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión, esto lo hará el mismo pueblo armado, con la misma sencillez y facilidad con que un grupo cualquiera de personas civilizadas, incluso en la sociedad actual, separa a los que se están peleando o impide que se maltrate a una mujer. Y, en segundo lugar, sabemos que la causa social más importante de los excesos, consistentes en la infracción de las reglas de convivencia, es la explotación de las masas, la penuria y la miseria de éstas. Al suprimirse esta causa fundamental, los excesos comenzarán inevitablemente a «extinguirse». No sabemos con qué rapidez y gradación, pero sabemos que se extinguirán. Y, con ellos, se extinguirá también el Estado.

Marx, sin dejarse llevar al terreno de las utopías, determinó en detalle lo que es posible determinar ahora respecto a este porvenir, a saber: la diferencia entre las fases –grados o etapas– inferior y superior de la sociedad comunista.

Primera fase de la sociedad comunista

En la «Crítica del Programa de Gotha», Marx refuta minuciosamente la idea lassalleana de que, bajo el socialismo, el obrero recibirá el «producto íntegro o completo del trabajo». Marx demuestra que de todo el trabajo social de toda la sociedad habrá que descontar un fondo de reserva, otro fondo para ampliar la producción, para reponer las máquinas «gastadas», etc., y, además, de los artículos de consumo, un fondo para los gastos de administración, escuelas, hospitales, asilos para ancianos, etc.

En vez de emplear la frase nebulosa, confusa y general de Lassalle –«dar al obrero el producto íntegro del trabajo»–, Marx establece un cálculo sobrio de cómo precisamente la sociedad socialista se verá obligada a administrar. Marx aborda el análisis concreto de las condiciones de vida de esta sociedad en que no existirá el capitalismo, y dice:

«De lo que aquí –en el examen del programa del partido obrero– se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede». (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la entraña del capitalismo al mundo de Dios y que lleva en todos sus aspectos el sello de la sociedad antigua, es la que Marx llama «primera» fase o fase inferior de la sociedad comunista.

Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad privada de los individuos. Los medios de producción pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro de la sociedad, al ejecutar una cierta parte del trabajo socialmente necesario, obtiene de la sociedad un certificado acreditativo de haber realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este certificado recibe de los almacenes sociales de artículos de consumo la cantidad correspondiente de productos. Deducida la cantidad de trabajo que pasa al fondo social, cada obrero, por tanto, recibe de la sociedad lo que entrega a ésta.

Reina, al parecer, la «igualdad».

Pero cuando Lassalle, refiriéndose a este orden social –al que se suele dar el nombre de socialismo, pero que Marx denomina la primera fase del comunismo–, dice que esto es una «distribución justa», que es «el derecho igual de cada uno al producto igual del trabajo», Lassalle se equivoca, y Marx pone al descubierto su error.

«En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales –y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales– sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les coloque bajo un mismo punto de vista y se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso dado, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual». (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será posible ya la explotación del hombre por el hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título de propiedad privada, de los medios de producción, de las fábricas, las máquinas, la tierra, etc. Pulverizando la frase confusa y pequeñoburguesa de Lassalle sobre la «igualdad» y la «justicia» en general, Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir solamente aquella «injusticia» que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo «según el trabajo» –y no según las necesidades–.

Los economistas vulgares, incluyendo entre ellos a los profesores burgueses, entre los que se cuenta también «nuestro» Tugán [10], reprochan constantemente a los socialistas el olvidarse de la desigualdad de los hombres y el «soñar» con destruir esta desigualdad. Este reproche sólo demuestra, como vemos, la extrema ignorancia de los señores ideólogos burgueses.

Marx no solo tiene en cuenta del modo más preciso la inevitable desigualdad de los hombres, sino que tiene también en cuenta que el solo paso de los medios de producción a propiedad común de toda la sociedad –el «socialismo», en el sentido corriente de la palabra– no suprime los defectos de la distribución y la desigualdad del «derecho burgués», el cual sigue imperando, por cuanto los productos son distribuidos «según el trabajo».

«Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado». (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Así, pues, en la primera fase de la sociedad comunista –a la que suele darse el nombre de socialismo– el «derecho burgués» no se suprime completamente, sino sólo parcialmente, sólo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de producción. El «derecho burgués» reconoce la propiedad privada de los individuos sobre los medios de producción. El socialismo los convierte en propiedad común. En este sentido –y sólo en este sentido– desaparece el «derecho burgués».

Sin embargo, este derecho persiste en otro de sus aspectos, persiste como regulador de la distribución de los productos y de la distribución del trabajo entre los miembros de la sociedad. «El que no trabaja, no come»: este principio socialista es ya una realidad; «a igual cantidad de trabajo, igual cantidad de productos»: también es ya una realidad este principio socialista. Sin embargo, esto no es todavía el comunismo, ni suprime todavía el «derecho burgués», que da una cantidad igual de productos a hombres que no son iguales y por una cantidad desigual –desigual de hecho– de trabajo.

Esto es un «defecto», dice Marx, pero un defecto inevitable en la primera fase del comunismo, pues, sin caer en utopismo, no se puede pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad sin sujeción a ninguna norma de derecho; además, la abolición del capitalismo no sienta de repente tampoco las premisas económicas para este cambio.

Otras normas, fuera de las del «derecho burgués», no existen. Y, por tanto, persiste todavía la necesidad del Estado, que, velando por la propiedad común sobre los medios de producción, vele por la igualdad del trabajo y por la igualdad en la distribución de los productos.

El Estado se extingue en tanto que ya no hay capitalistas, que ya no hay clases y que, por lo mismo, no cabe reprimir a ninguna clase.

Pero el Estado no se ha extinguido todavía del todo, pues persiste aún la protección del «derecho burgués», que sanciona la desigualdad de hecho. Para que el Estado se extinga completamente, hace falta el comunismo completo.

La fase superior de la sociedad comunista

Marx prosigue:

«En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!» (Karl Marx; «Crítica al programa de Gotha», 1875)

Sólo ahora podemos apreciar toda la justeza de la observación de Engels, cuando se burlaba implacablemente de la absurda asociación de las palabras «libertad» y «Estado». Mientras existe el Estado, no existe libertad. Cuando haya libertad, no habrá Estado.

La base económica para la extinción completa del Estado es ese elevado desarrollo del comunismo en que desaparecerá el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, desapareciendo, por consiguiente, una de las fuentes más importantes de la desigualdad social moderna, fuente de desigualdad que no se puede suprimir en modo alguno, de repente, por el solo paso de los medios de producción a propiedad social, por la sola expropiación de los capitalistas.

Esta expropiación dará la posibilidad de desarrollar en proporciones gigantescas las fuerzas productivas. Y, viendo cómo ya hoy el capitalismo entorpece increíblemente este desarrollo y cuánto podríamos avanzar a base de la técnica actual, ya lograda, tenemos derecho a decir, con la más absoluta convicción, que la expropiación de los capitalistas imprimirá inevitablemente un desarrollo gigantesco a las fuerzas productivas de la sociedad humana. Lo que no sabemos ni podemos saber es la rapidez con que avanzará este desarrollo, la rapidez con que discurrirá hasta romper con la división del trabajo, hasta suprimir el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, hasta convertir el trabajo «en la primera necesidad de la vida».

Por eso, tenemos derecho a hablar sólo de la extinción inevitable del Estado, subrayando la prolongación de este proceso, su supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo, y dejando completamente en pie la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones.

El Estado podrá extinguirse por completo cuando la sociedad ponga en práctica la regla: «de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades»; es decir, cuando los hombres estén ya tan habituados a guardar las reglas fundamentales de la convivencia y cuando su trabajo sea tan productivo, que trabajen voluntariamente según sus capacidades. El «estrecho horizonte del derecho burgués», que obliga a calcular, con el rigor de un Shylock, para no trabajar ni media hora más que otro y para no percibir menos salario que otro, este estrecho horizonte quedará entonces rebasado. La distribución de los productos no obligará a la sociedad a regular la cantidad de los artículos que cada cual reciba; todo hombre podrá tomar libremente lo que cumpla a «sus necesidades».

Desde el punto de vista burgués, es fácil presentar como una «pura utopía» semejante régimen social y burlarse diciendo que los socialistas prometen a todos el derecho a obtener de la sociedad, sin el menor control del trabajo rendido por cada ciudadano, la cantidad que deseen de trufas, de automóviles, de pianos, etc. Con estas burlas siguen contentándose todavía hoy la mayoría de los «sabios» burgueses, que sólo demuestran con ello su ignorancia y su defensa interesada del capitalismo.

Su ignorancia, pues a ningún socialista se le ha pasado por las mientes «prometer» la llegada de la fase superior de desarrollo del comunismo, y el pronóstico de los grandes socialistas de que esta fase ha de advenir, presupone una productividad del trabajo que no es la actual y hombres que no sean los actuales filisteos, capaces de dilapidar «a tontas y a locas» la riqueza social y de pedir lo imposible, como los seminaristas de Pomialovski.

Mientras llega la fase «superior» del comunismo, los socialistas exigen el más riguroso control por parte de la sociedad y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la medida de consumo, pero este control sólo debe comenzar con la expropiación de los capitalistas, con el control de los obreros sobre los capitalistas, y no debe llevarse a cabo por un Estado de burócratas, sino por el Estado de los obreros armados.

La defensa interesada del capitalismo por los ideólogos burgueses –y sus acólitos por el estilo de señores como los Tsereteli, los Chernov y Cía.– consiste precisamente en suplantar por discusiones y charlas sobre un remoto porvenir la cuestión más candente y más actual de la política de hoy: la expropiación de los capitalistas, la transformación de todos los ciudadanos en trabajadores y empleados de un gran «consorcio» único, a saber, de todo el Estado, y la subordinación completa de todo el trabajo de todo este consorcio a un Estado realmente democrático, el Estado de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados.

En el fondo, cuando los sabios profesores, y tras ellos los filisteos, y tras ellos señores como los Tsereteli y los Chernov, hablan de utopías descabelladas, de las promesas demagógicas de los bolcheviques, de la imposibilidad de «implantar» el socialismo, se refieren precisamente a la etapa o fase superior del comunismo, que no sólo no ha prometido nadie, sino que nadie ha pensado en «implantar», pues, en general, no se puede «implantar».

Y aquí llegamos a la cuestión de la diferencia científica existente entre el socialismo y el comunismo, cuestión a la que Engels aludió en el pasaje citado más arriba sobre la inexactitud de la denominación de «socialdemócrata». Políticamente, la diferencia entre la primera fase o fase inferior y la fase superior del comunismo llegará a ser, con el tiempo, probablemente enorme; pero hoy, bajo el capitalismo, sería ridículo hacer resaltar esta diferencia, que sólo tal vez algunos anarquistas pueden destacar en primer plano –si es que entre los anarquistas quedan todavía hombres que no han aprendido nada después de la conversión «plejanovista» de los Kropotkin, los Grave, los Cornelissen y otras «lumbreras» del anarquismo en socialchovinistas o en anarquistas de trincheras, como los ha calificado Gue, uno de los pocos anarquistas que no han perdido el honor y la conciencia–.

Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara. A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llamaba la «primera» fase o la fase inferior de la sociedad comunista. En tanto que los medios de producción se convierten en propiedad común, puede emplearse la palabra «comunismo», siempre y cuando que no se pierda de vista que éste no es el comunismo completo. La gran significación de la explicación de Marx está en que también aquí aplica consecuentemente la dialéctica materialista, la teoría del desarrollo, considerando el comunismo como algo que se desarrolla del capitalismo. En vez de definiciones escolásticas y artificiales, «imaginadas», y de disputas estériles sobre palabras –qué es el socialismo, que es el comunismo–, Marx traza un análisis de lo que podríamos llamar las fases de madurez económica del comunismo.

En su primera fase, en su primer grado, el comunismo no puede presentar todavía una madurez económica completa, no puede aparecer todavía completamente libre de las tradiciones o de las huellas del capitalismo. De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del «estrecho horizonte del derecho burgués» bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquel.

De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!

Esto podrá parecer una paradoja o un simple juego dialéctico de la inteligencia, que es de lo que acusan frecuentemente a los marxistas gentes que no se han impuesto ni el menor esfuerzo para estudiar el contenido extraordinariamente profundo del marxismo.

En realidad, la vida nos muestra a cada paso los vestigios de lo viejo en lo nuevo, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Y Marx no trasplantó caprichosamente al comunismo un trocito de «derecho burgués», sino que tomó lo que es económica y políticamente inevitable en una sociedad que brota de la entraña del capitalismo.

La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera contra los capitalistas por su liberación. Pero la democracia no es, en modo alguno, un límite insuperable, sino solamente una de las etapas en el camino del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo.

Democracia significa igualdad. Se comprende la gran importancia que encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la consigna de la igualdad, si ésta se interpreta exactamente, en el sentido de destrucción de las clases. Pero democracia significa solamente igualdad formal. E inmediatamente después de realizada la igualdad de todos los miembros de la sociedad con respecto a la posesión de los medios de producción, es decir, la igualdad de trabajo y la igualdad de salario, surgirá inevitablemente ante la humanidad la cuestión de seguir adelante, de pasar de la igualdad formal a la igualdad de hecho, es decir, a la aplicación de la regla: «de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según sus necesidades». A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas llegará la humanidad a este elevado objetivo, es cosa que no sabemos ni podemos saber. Pero lo importante es comprender claramente cuán infinitamente mentirosa es la idea burguesa corriente que presenta al socialismo como algo muerto, rígido e inmutable, cuando en realidad solamente con el socialismo comienza un movimiento rápido y auténtico de progreso en todos los aspectos de la vida social e individual, un movimiento verdaderamente de masas en el que toma parte, primero, la mayoría de la población, y luego la población entera.

La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, consiguientemente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y sistemática de la violencia sobre los hombres. Esto, de una parte. Pero, de otra, la democracia significa el reconocimiento formal de la igualdad entre los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado y a gobernar el Estado. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al capitalismo, y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de la faz de la tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado burgués republicano, el ejército permanente, la policía, la burocracia, y de sustituirla por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la forma de las masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo el pueblo en las milicias.

Aquí «la cantidad se transforma en calidad»: esta fase de democratismo se sale ya del marco de la sociedad burguesa, es ya el comienzo de su transformación socialista. Si todos intervienen realmente en la dirección del Estado, el capitalismo no podrá ya sostenerse. Y, a su vez, el desarrollo del capitalismo crea las premisas para que «todos» realmente puedan intervenir en la dirección del Estado. Entre estas premisas se cuenta la instrucción general, conseguida ya por una serie de países capitalistas más adelantados, y además la «formación y la educación de la disciplina» de millones de obreros por el grande y complejo aparato socializado del correo, de los ferrocarriles, de las grandes fábricas, de las grandes empresas comerciales, de los bancos, etc., etc.

Existiendo estas premisas económicas, es perfectamente posible pasar inmediatamente, de la noche a la mañana, después de derrocar a los capitalistas y a los burócratas, a sustituirlos en la obra del control sobre la producción y la distribución, en la obra del registro del trabajo y de los productos por los obreros armados, por todo el pueblo armado. –No hay que confundir la cuestión del control y del registro con la cuestión del personal científico de ingenieros, agrónomos, etc.: estos señores trabajan hoy subordinados a los capitalistas y trabajarán todavía mejor mañana, subordinados a los obreros armados–.

Registro y control: he aquí lo principal, lo que hace falta para «poner en marcha» y para que funcione bien la primera fase de la sociedad comunista. Aquí, todos los ciudadanos se convierten en empleados a sueldo del Estado, que no es otra cosa que los obreros armados. Todos los ciudadanos pasan a ser empleados y obreros de un solo «consorcio» de todo el pueblo, del Estado. De lo que se trata es de que trabajen por igual, de que guarden bien la medida de su trabajo y de que ganen igual salario. El capitalismo ha simplificado extraordinariamente el registro de esto, el control sobre esto, lo ha reducido a operaciones extremadamente simples de inspección y anotación, accesibles a cualquiera que sepa leer y escribir y para las cuales basta con conocer las cuatro reglas aritméticas y con extender los recibos correspondientes [Cuando el Estado queda reducido, en la parte más sustancial de sus funciones, a este registro y a este control, realizados por los mismos obreros, deja de ser un «Estado político», «las funciones públicas perderán su carácter político y se convertirán en funciones puramente administrativas» (véase más arriba cap. IV, 2, acerca de la polémica de Engels con los anarquistas) – Anotación de V. I. Lenin.].

Cuando la mayoría del pueblo comience a llevar por su cuenta y en todas partes este registro, este control sobre los capitalistas –que entonces se convertirán en empleados– y sobre los señores intelectualillos que conservan sus hábitos capitalistas, este control será realmente un control universal, general, del pueblo entero, y nadie podrá rehuirlo, pues «no habrá escapatoria posible».

Toda la sociedad será una sola oficina y una sola fábrica, con trabajo igual y salario igual.

Pero esta disciplina «fabril», que el proletariado, después de triunfar sobre los capitalistas y de derrocar a los explotadores, hará extensiva a toda la sociedad, no es, en modo alguno, nuestro ideal, ni nuestra meta final, sino sólo un escalón necesario para limpiar radicalmente la sociedad de la bajeza y de la infamia de la explotación capitalista y para seguir avanzando.

A partir del momento en que todos los miembros de la sociedad, o por lo menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a dirigir ellos mismos el Estado, hayan tomado ellos mismos este asunto en sus manos, hayan «puesto en marcha» el control sobre la minoría insignificante de capitalistas, sobre los señoritos que quieran seguir conservando sus hábitos capitalistas y sobre obreros profundamente corrompidos por el capitalismo, a partir de este momento comenzará a desaparecer la necesidad de todo gobierno en general. Cuanto más completa sea la democracia, más cercano estará el momento en que deje de ser necesaria. Cuanto más democrático sea el «Estado» formado por obreros armados y que «no será ya un Estado en el sentido estricto de la palabra», más rápidamente comenzará a extinguirse todo Estado.

Pues cuando todos hayan aprendido a dirigir y dirijan en realidad por su cuenta la producción social, a llevar por su cuenta el registro y el control de los haraganes, de los señoritos, de los gandules y de toda esta ralea de «guardianes de las tradiciones del capitalismo», entonces el escapar a este control y a este registro hecho por todo el pueblo será inevitablemente algo tan inaudito y difícil, una excepción tan extraordinariamente rara, provocará probablemente una sanción tan rápida y tan severa –pues los obreros armados son hombres de realidades y no intelectualillos sentimentales, y será muy difícil que dejen que nadie juegue con ellos–, que la necesidad de observar las reglas nada complicadas y fundamentales de toda con vivencia humana se convertirá muy pronto en una costumbre.

Y entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para pasar de la primera fase de la sociedad comunista a la fase superior y, a la vez, a la extinción completa del Estado». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la Revolución, 1917)

Estadios prehistóricos de cultura; Friedrich Engels, 1884

«Morgan fue el primero que con conocimiento de causa trató de introducir un orden preciso en la prehistoria de la humanidad, y su clasificación permanecerá sin duda en vigor hasta que una riqueza de datos mucho más considerable no obligue a modificarla.

De las tres épocas principales —salvajismo, barbarie, civilización– sólo se ocupa, naturalmente, de las dos primeras y del paso a la tercera. Subdivide cada una de estas dos etapas en los estadios inferior, medio y superior, según los progresos obtenidos en la producción de los medios de existencia, porque, dice: «La habilidad en esa producción desempeña un papel decisivo en el grado de superioridad y de dominio del hombre sobre la naturaleza: el hombre es, entre todos los seres, el único que ha logrado un dominio casi absoluto de la producción de alimentos. Todas las grandes épocas del progreso de la humanidad coinciden, de manera más o menos directa, con las épocas en que se extienden las fuentes de existencia». El desarrollo de la familia se opera paralelamente, pero sin ofrecer indicios tan acusados para la delimitación de los periodos.

Salvajismo

1) Estadio inferior: Infancia del género humano. Los hombres permanecían aún en los bosques tropicales o subtropicales y vivían, por lo menos parcialmente, en los árboles; esta es la única explicación de que pudieran continuar existiendo entre grandes fieras salvajes. Los frutos, las nueces y las raíces servían de alimento; el principal progreso de esta época es la formación del lenguaje articulado. Ninguno de los pueblos conocidos en el período histórico se encontraba ya en tal estado primitivo. Y aunque este periodo duró, probablemente, muchos milenios, no podemos demostrar su existencia basándonos en testimonios directos; pero si admitimos que el hombre procede del reino animal, debemos aceptar, necesariamente, ese estado transitorio.

2) Estadio medio: Comienza con el empleo del pescado –incluimos aquí también los crustáceos, los moluscos y otros animales acuáticos– como alimento con el uso del fuego. Ambos fenómenos van juntos, porque el pescado sólo puede ser empleado plenamente como alimento gracias al fuego. Pero con este nuevo alimento los hombres se hicieron independientes del clima y de los lugares; siguiendo el curso de los ríos y las costas de los mares pudieron, aún en estado salvaje, extenderse sobre la mayor parte de la Tierra. Los toscos instrumentos de piedra sin pulimentar de la primitiva Edad de Piedra, conocidos con el nombre de paleolíticos, pertenecen todos o la mayoría de ellos a este período y se encuentran desparramados por todos los continentes, siendo una prueba de esas emigraciones. La población de nuevos lugares y el incansable y activo afán de nuevos descubrimientos, vinculado a la posesión del fuego, que se obtenía por frotamiento, condujeron al empleo de nuevos elementos, como las raíces y los tubérculos farináceos, cocidos en ceniza caliente o en hornos excavados en el suelo, y también la caza, que, con la invención de las primeras armas –la maza y la lanza–, llegó a ser un alimento suplementario ocasional. Jamás hubo pueblos exclusivamente cazadores, como se dice en los libros, es decir, que vivieran sólo de la caza, porque sus frutos son harto problemáticos. Por efecto de la constante incertidumbre respecto a las fuentes de alimentación, parece ser que la antropofagia nace en ese estadio para subsistir durante largo tiempo. Los australianos y muchos polinesios se hallan hoy aún en ese estadio medio del salvajismo.

3) Estadio superior: Comienza con la invención del arco y la flecha, gracias a los cuales llega la caza a ser un alimento regular, y el cazar, una de las ocupaciones normales. El arco, la cuerda y la flecha forman ya un instrumento muy complejo, cuya invención supone larga experiencia acumulada y facultades mentales desarrolladas, así como el conocimiento simultáneo de otros muchos inventos. Si comparamos los pueblos que conocen el arco y la flecha, pero no el arte de la alfarería –con el que empieza, según Morgan, el tránsito a la barbarie–, encontramos ya algunos indicios de residencia fija en aldeas, cierta maestría en la producción de medios de subsistencia: vasijas y trebejos de madera, el tejido a mano –sin telar– con fibras de albura, cestos trenzados con albura o con juncos, instrumentos de piedra pulimentada –neolíticos–. En la mayoría de los casos, el fuego y el hacha de piedra han producido ya la piragua formada de un solo tronco de árbol y en ciertos lugares las vigas y las tablas necesarias para construir viviendas. Todos estos progresos los encontramos, por ejemplo, entre los indios del noroeste de América, que conocen el arco y la flecha, pero no la alfarería. El arco y la flecha fueron para el estadio salvaje lo que la espada de hierro para la barbarie y el arma de fuego para la civilización: el arma decisiva.

La Barbarie

1) Estadio inferior: Empieza con la introducción de la alfarería. Puede demostrarse que en muchos casos y probablemente en todas partes, nació de la costumbre de recubrir con arcilla las vasijas de cestería o de madera para hacerlas refractarias al fuego; y pronto se descubrió que la arcilla moldeada servía para el caso sin necesidad de la vasija interior.

Hasta aquí hemos podido considerar el curso del desarrollo como un fenómeno absolutamente general, válido en un período determinado para todos los pueblos, sin distinción de lugar. Pero con el advenimiento de la barbarie llegamos a un estadio en que empieza a hacerse sentir la diferencia de condiciones naturales entre los dos grandes continentes. El rasgo característico del período de la barbarie es la domesticación y cría de animales y el cultivo de las plantas. Pues bien; el continente oriental, el llamado mundo antiguo, poseía casi todos los animales domesticables y todos los cereales propios para el cultivo, menos uno; el continente occidental, América, no tenía más mamíferos domesticables que la llama –y aún así, nada más que en la parte del Sur–, y uno sólo de los cereales cultivables, pero el mejor, el maíz. En virtud de estas condiciones naturales diferentes, desde este momento la población de cada hemisferio se desarrolla de una manera particular, y los mojones que señalen los límites de los estadios particulares son diferentes para cada uno de los hemisferios.

2) Estadio medio: En el Este, comienza con la domesticación de animales y en el Oeste, con el cultivo de las hortalizas por medio del riego y con el empleo de adobes –ladrillos secados al sol– y de la piedra para la construcción.

Comenzamos por el Oeste, porque aquí este estadio no fue superado en ninguna parte hasta la conquista de América por los europeos.

Entre los indios del estadio inferior de la barbarie –figuran aquí todos los que viven al este del Misisipí– existía ya en la época de su descubrimiento cierto cultivo hortense del maíz y quizá de la calabaza, del melón y otras plantas de huerta que les suministraban una parte muy esencial de su alimentación; vivían en casas de madera, en aldeas protegidas por empalizadas. Las tribus del Noroeste, principalmente las del valle del Columbia, se hallaban aún en el estadio superior del estado salvaje y no conocían la alfarería ni el más simple cultivo de las plantas. Por el contrario, los indios de los llamados pueblos de Nuevo México, los mexicanos, los centroamericanos y los peruanos de la época de la conquista, se hallaban en el estadio medio de la barbarie; vivían en casas de adobes y de piedra en forma de fortalezas; cultivaban en huertos de riego artificial el maíz y otras plantas comestibles, diferentes según el lugar y el clima, que eran su principal fuente de alimentación, y hasta habían reducido a la domesticidad algunos animales: los mexicanos, el pavo y otras aves; los peruanos, la llama. Además, sabían labrar los metales, excepto el hierro; por eso no podían aún prescindir de sus armas a instrumentos de piedra. La conquista española cortó en redondo todo ulterior desenvolvimiento independiente.

En el Este, el estado medio de la barbarie comenzó con la domesticación de animales para el suministro de leche y carne, mientras que, al parecer, el cultivo de las plantas permaneció desconocido allí hasta muy avanzado este período. La domesticación de animales, la cría de ganado y la formación de grandes rebaños parecen ser la causa de que los arios y los semitas se apartasen del resto de la masa de los bárbaros. Los nombres con que los arios de Europa y Asia designan a los animales son aún comunes, pero los de las plantas cultivadas son casi siempre distintos.

La formación de rebaños llevó, en los lugares adecuados, a la vida pastoril; los semitas, en las praderas del Éufrates y del Tigris; los arios, en las de la India, del Oxus y el Jaxartes [1]; del Don y el Dniépér. Fue por lo visto en estas tierras ricas en pastizales donde primero se consiguió domesticar animales. Por ello a las generaciones posteriores les parece que los pueblos pastores proceden de comarcas que, en realidad, lejos de ser la cuna del género humano, eran casi inhabitables para sus salvajes abuelos y hasta para los hombres del estadio inferior de la barbarie. Y, a la inversa, en cuanto esos bárbaros del estadio medio se habituaron a la vida pastoril, nunca se les hubiera podido ocurrir la idea de abandonar voluntariamente las praderas situadas en los valles de los ríos para volver a los territorios selváticos donde habitaran sus antepasados. Y ni aun cuando fueron empujados hacia el Norte y el Oeste les fue posible a los semitas y a los arios retirarse a las regiones forestales del Oeste de Asia y de Europa antes de que el cultivo de los cereales les permitiera en este suelo menos favorable alimentar sus ganados, sobre todo en invierno. Es más que probable que el cultivo de los cereales naciese aquí, en primer término, de la necesidad de proporcionar forrajes a las bestias, y que hasta más tarde no cobrase importancia para la alimentación del hombre.

Quizá la evolución superior de los arios y los semitas se deba a la abundancia de carne y de leche en su alimentación y, particularmente, a la benéfica influencia de estos alimentos en el desarrollo de los niños. En efecto, los indios de los pueblos de Nuevo México, que se ven reducidos a una alimentación casi exclusivamente vegetal, tienen el cerebro mucho más pequeño que los indios del estadio inferior de la barbarie, que comen más carne y pescado. En todo caso, en este estadio desaparece poco a poco la antropofagia, que ya no sobrevive sino como rito religioso o como un sortilegio, lo cual viene a ser casi lo mismo.

3) Estadio superior: Comienza con la fundición del mineral de hierro, y pasa al estadio de la civilización con el invento de la escritura alfabética y su empleo para la notación literaria. Este estadio, que, como hemos dicho, no ha existido de una manera independiente sino en el hemisferio oriental, supera a todos los anteriores juntos en cuanto a los progresos de la producción. A este estadio pertenecen los griegos de la época heroica, las tribus ítalas poco antes de la fundación de Roma, los germanos de Tácito, los normandos del tiempo de los vikingos.

Ante todo, encontramos aquí por primera vez el arado de hierro tirado por animales domésticos, lo que hace posible la roturación de la tierra en gran escala –la agricultura– y produce, en las condiciones de entonces, un aumento prácticamente casi ilimitado de los medios de existencia; en relación con esto, observamos también la tala de los bosques y su transformación en tierras de labor y en praderas, cosa imposible en gran escala sin el hacha y la pala de hierro. Todo ello motivó un rápido aumento de la población, que se instala densamente en pequeñas áreas. Antes del cultivo de los campos sólo circunstancias excepcionales hubieran podido reunir medio millón de hombres bajo una dirección central; es de creer que esto no aconteció nunca.

En los poemas homéricos, principalmente en la «Ilíada», aparece ante nosotros la época más floreciente del estadio superior de la barbarie. La principal herencia que los griegos llevaron de la barbarie a la civilización la constituyen instrumentos de hierro perfeccionados, los fuelles de fragua, el molino de brazo, la rueda de alfarero, la preparación del aceite y del vino, el labrado de los metales elevado a la categoría de arte, la carreta y el carro de guerra, la construcción de barcos con tablones y vigas, los comienzos de la arquitectura como arte, las ciudades amuralladas con torres y almenas, las epopeyas homéricas y toda la mitología. Si comparamos con esto las descripciones hechas por César, y hasta por Tácito, de los germanos, que se hallaban en el umbral del estadio de cultura del que los griegos de Homero se disponían a pasar a un grado más alto, veremos cuán espléndido fue el desarrollo de la producción en el estadio superior de la barbarie.

El cuadro del desarrollo de la humanidad a través del salvajismo y de la barbarie hasta los comienzos de la civilización, cuadro que acabo de bosquejar siguiendo a Morgan, es bastante rico ya en rasgos nuevos y, sobre todo, indiscutibles, por cuanto están tomados directamente de la producción. Y, sin embargo, parecerá empañado e incompleto si se compara con el que se ha de desplegar ante nosotros al final de nuestro viaje; sólo entonces será posible presentar con toda claridad el tránsito de la barbarie a la civilización y el pasmoso contraste entre ambas. Por el momento, podemos generalizar la clasificación de Morgan como sigue:

–Salvajismo. Período en que predomina la apropiación de productos que la naturaleza da ya hechos; las producciones artificiales del hombre están destinadas, sobre todo, a facilitar esa apropiación.

–Barbarie. Período en que aparecen la ganadería y la agricultura y se aprende a incrementar la producción de la naturaleza por medio del género humano.

–Civilización. Período en el que el hombre sigue aprendiendo a elaborar los productos naturales, período de la industria, propiamente dicha, y del arte.

Notas de la edición

[1] Hoy Amú-Dariá y Sir-Sariá. (N. de Edit. Progreso)». (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

Denuncia internacional del robo de la Mezquita de Córdoba

Es realmente una vergüenza, propia y ajena, que cien científicos, expertos historiadores, especialistas de arte, medievalistas, profesores universitarios… de todo el mundo tengan que venir a denunciar, en nuestras propias y pasivas narices, que  “la desidia mostrada por la Junta de Andalucía y el Gobierno Central” ante el monumental expolio que la Iglesia Apostólica, Católica y Romana ha hecho, o intenta hacer, del robo de la titularidad pública de la Mezquita de Córdoba.

Bochornoso que tengan que decirnos conciencias sensibles de Boston, Nantes, Estambul, Cambridge, Lovaina, Gottingen, Marruecos, Portugal, Arizona… que el Obispado de Córdoba está “secuestrando  la memoria de la Mezquita” y “despreciando el significado del monumento”.

¿Dónde está la conciencia y la dignidad institucional de unas autoridades y representantes públicos que se eligen con el principal cometido de preservar “lo público” y que tienen el lamentable comportamiento que observamos y padecemos, desde el anterior Ayuntamiento, pasando por una inefable Presidenta de la Junta de Andalucía hasta un amparador de todos los robos, latrocinios y corrupciones que se sientan en La Moncloa y el Consejo de Ministros?

Nos están haciendo el mayor robo de la historia y tienen que venir expertos de medio  mundo a decirnos que nuestros gobiernos le están haciendo el caldo gordo a una Iglesia y unos clérigos rapiñadores.

Dicen 100 científicos y especialistas de todo el mundo: “la polémica sobre la Mezquita no tiene otro responsable que el Obispado y sus decisiones unilaterales así como el desprecio al significado del monumento, y han creado una fractura creciente allí donde existía un consenso mayoritario. Dicho consenso se rompió cuando la Diócesis inmatriculó la Mezquita como propiedad privada con una base jurídica que consideramos endeble pues la orden dada en 1236 por el rey Fernando III para que la Mezquita se convirtiera en iglesia no puede considerarse una donación regia sino una cesión de uso”. Fin de la cita.

¿Dónde está los abogados del Estado, el Fiscal General y todos esos ardorosos defensores de “la legalidad”, “el derecho” y la “constitución” en casos especiales (Catalunya) qué están tan mudos, inermes y doblegados?

¡Con la Iglesia –y vuestro infame pasteleo- hemos topado, Susana Díaz, Rosa Aguilar y Mariano Rajoy!

¡Qué vergüenza de Autonomía, Estado, Política, Leyes y Gobernantes del 3%!

¡Ahora ir corriendo a votarlos otra vez el 20-D que si no nos roban más es porque ya no tenemos que!

Lucas Leon Simon

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