Según Iglesias, Podemos es un apuesta para ganar, mientras que la vieja izquierda a la siniestra del PSOE no es más que un conglomerado de perdedores soñadores y esencialistas enquistados en sus doctrinas nostálgicas ya pasadas de rosca y de moda. En otras palabras, vetustas estampas de ideas comunistas que nada tienen que aportar al siglo XXI de la radical posmodernidad.
La izquierda melancólica, pues, debe morir cuanto antes mejor. Sucede, sin embargo, que el programa de Podemos suscita dudas más que razonables en amplios sectores de las izquierdas plurales, desde socialistas desencantados con el PSOE a comunistas de toda la vida, pasando por las diversas sensibilidades del espacio anarquista y otras facciones rojas minoritarias.
¿Ganar para qué? ¿Ganar las elecciones es sinónimo de tomar las riendas del poder real? Podemos no se pronuncia al respecto, manteniendo una indefinición calculada y modificando sus movimientos tácticos en función de lo que digan las encuestas y de cómo rolen los vientos políticos si a favor o en contra sus tesis políticas.
Cuesta creer que Podemos se guarde un auténtico programa de izquierdas para después de resultar vencedor en los comicios generales a la vista. Sería pecar de ingenuidad pensar que los poderes fácticos no han previsto lo que se les viene encima en el hipotético escenario con Podemos formando gobierno en España.
Cabe estimar más bien que Iglesias y su equipo han tranquilizado a los mercados financieros y las elites con avales secretos que no pongan en cuestión su hegemonía actual. No puede entenderse de otra manera la chance mediática que le vienen dando a la marca Podemos desde la consulta europea, y aun antes, que supuso el aldabonazo de Iglesias y sus huestes todavía en proceso de formación organizativa estable.
Una cosa es evidente: con la irrupción de Podemos, la protesta social y las movilizaciones en la calle se han reducido de manera ostensible. Nadie se mueve sin la aquiescencia tácita de Podemos. Ni sindicatos ni movimientos sectoriales ni partidos tradicionales toman ninguna iniciativa propia. Nadie quiere dar un paso en falso; nadie se atreve a tomar protagonismo público.
La crítica total al régimen salido de la transición posfranquista contempla además la descalificación o rechazo de las siglas CC.OO. y UGT y por extensión de CGT y CNT. Con el movimiento obrero organizado a la defensiva y bajo mínimos, Podemos ha lanzado su etiqueta sindical propia, Somos, para restar fuerza y crédito a los actores sociales antes mencionados.
Resulta curioso observar cómo Podemos censura las componendas de la transición pero no hace lo mismo, o no con similar dedicación intelectual y énfasis político, con el sistema capitalista. Al parecer, el capitalismo no es el adversario principal de la mayoría social que pretende articular en su proyecto. De hecho, Iglesias ya ha lanzado un mensaje de pequeña intensidad para quien quiera recogerlo: Podemos se inscribe en la estela socialdemócrata. O sea, el hábitat natural del PSOE.
O bien Podemos aspira a sustituir al vilipendiado y zarandeado PSOE o bien quiere crear un lugar de encuentro con señas de identidad originales que rescate a la vieja socialdemocracia de las traiciones y dejaciones ideológicas de las últimas décadas. Eso sí, a partir de las experiencias posmodernas surgidas en los años recientes mediante la eclosión de gritos juveniles protagonizados por el 15M y otros movimientos sectoriales de nuevo cuño.
Iglesias huye del binomio clásico derecha-izquierda, de la lucha de clases y de conceptos añejos e históricos que huelan a marxismo demasiado petulante o vanguardista en su opinión personal. El ideario de Podemos parte de un análisis sociológico contundente: a la gente le gusta consumir, ver en compañía de los amigos íntimos y con unas cervezas la Champions League, echarse a la calle con la casaca nacional al espontáneo grito de oé, oé, oé, campeones, campeones, decir olé con casta y tronío, irse de vacaciones cada agosto, participar y divertirse en la Semana Santa de su pueblo y volver a casa por Navidad para besar a mamá y el resto de la familia congregada alrededor del árbol laico religioso. Los españoles somos así: grosso modo.
Por supuesto, también queremos sanidad pública, y educación, y trabajo que no falte. Y paz en el mundo. En esas costumbres y deseos, estamos inmersos el 99 por ciento de la población mundial. Es decir, la multitud, el “nosotros” Podemos. ¿El sujeto del cambio? Así, ¿sin más elaboración teórica ni experiencia práctica? ¿Por la voluntad áurea de Pablo Iglesias?
A esta base social magmática e indiferenciada, algunos autores marxistas contemporáneos agregan un sustrato que mantiene vivas las ideas revolucionarias dentro del régimen capitalista: la solidaridad internacionalista, la lucha sorda por una sociedad nueva, el prurito ético por la igualdad, la pulsión emocional y empática por una justicia universal… Eso es, a grandes rasgos, lo que mantiene a un comunista, socialista o anarquista en la retaguardia expectante y rebelde del régimen capitalista.
Tal reserva de utopía conforma una pose melancólica en la izquierda que aún piensa y lucha mirando hacia una sociedad distinta a la preconizada por las doctrinas cambiantes y acomodaticias del sistema capitalista (del uno por ciento de multimillonarios). Un mundo sin explotadores ni explotados, por expresarlo sin retóricas edulcoradas.
Por tanto, el discurso de Podemos quiere seducir a las gentes menos politizadas y provocar picazones de culpa en los izquierdistas con mayor conciencia de clase o bagaje político. Esa es su doble estrategia, una superficial y otra más de fondo, apelando al voto útil de la unidad popular sin entrar en disquisiciones ni debates excesivamente sesudos o prolijos. Ganar a la derecha es el destino político de ya, de ahora mismo.
¿Tendrá éxito Podemos en sus verdades estratégicas y será apropiado el hiperliderazgo centrado en el carisma solitario y mediático de Pablo Iglesias? Se desconoce si las encuestas menguantes de las última semanas están marcando una tendencia irreversible o si, por el contrario, aún existe margen para remontar y conectar con la multitud heterogénea a la que se dirige Podemos desde su fundación.
Lo destacable es que Podemos juega con la mera voluntad individualista de cada elector, con la moral personal de cada ciudadano y con las emociones y adhesiones compulsivas que pueda despertar en la sociedad afectada por el neoliberalismo vigente en España, al menos, desde 2008 hasta hoy.
A simple vista, Podemos no parece ser una ruptura (o discontinuidad en el relato unívoco de la posmodernidad globalizada capitalista) que inaugure un tiempo nuevo o sea un acontecimiento radical en el devenir histórico más allá de la hipotética formalidad de cambio de estética política que se propone de modo ambiguo.
¿Se pronunciarán alguna vez el movimiento obrero y sus representantes sindicales acerca de una sociedad de nuevo cuño? ¿Figura en su ideario sociopolítico y horizonte ideológico? ¿Hay vida fuera del pensamiento único liberal-socialdemócrata?
Habitamos momentos de zozobra e inquietud. En 1982, el PSOE también concitó ilusiones colectivas que fueron esquilmadas mediante su proceder gubernamental a favor del satu quo. Ganar por ganar ya lo hemos padecido en España.
Si triunfa Podemos, ¿empieza la segunda transición? ¿La verdadera? ¿Con qué contenidos? ¿Hacia dónde? ¿Con mucha ética voluntarista y palabrería se podrá doblar el espinazo de los mercados internacionales, las elites todopoderosas, el Ejército conservador, las fuerzas represivas, Bruselas, Washington y el FMI? El sentido común dice que no y, todavía menos, queriendo convertirse Podemos en la casa única de toda la izquierda a golpe de mirar desde arriba a la izquierda melancólica que tanto desprecia.
Tal vez sin pretenderlo, los dirigentes de Podemos se han transformado en una vanguardia gauche divine e intolerante a la vieja usanza. De momento, son los intérpretes máximos de eso que se ha convenido en llamar unidad popular. Cabría recordarles que ya muchas nuevas izquierdas antes que la suya han muerto de éxito en un abrir y cerrar de ojos. Y las que no fenecieron, sirvieron de sangre fresca para cooptar a sus mentores o adalides como ministros, consejeros o alcaldes del PSOE u otro cargo cualquiera o sinecura de relumbrón público. Primero como tragedia y luego como farsa la historia es aleccionadora al respecto.