José Díaz y el problema nacional; Joan Comorera, 1942

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«La clase obrera, claro, tiene una concepción propia de la cuestión nacional, una concepción opuesta, inconciliable a la del reaccionario nacionalismo burgués. Nosotros profesamos la teoría nacional staliniana, los principios básicos son: el problema nacional es inseparable de la lucha por el aniquilamiento de la explotación capitalista; el derecho de autodeterminación de los pueblos es inalienable; la nación, en ejercicio democrático de su derecho, puede constituirse en Estado separado, puede unirse a uno u otro Estado, puede federarse con el Estado al que históricamente pertenece, y el respeto de esta voluntad nacional libremente expresada es obligatorio; todos los pueblos son iguales en derechos y los pueblos más avanzados tienen el deber de ayudar a los más atrasados a elevarse al mismo nivel; la unión libre de los pueblos iguales en derechos elimina toda posibilidad de opresión nacional, pone la nación al servicio de la humanidad y asegura la convivencia fraternal de los pueblos, la construcción de una vida pacífica, de bienestar progresivo y de libertad verdadera». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)». (Joan Comorera; José Díaz y el problema nacional, 1942)

Introducción de Bitácora «(M-L)»

Este documento fue un tributo al por entonces recién fallecido –1942– José Díaz, Secretario General del Partido Comunista de España (PCE). El autor, Joan Comorera, comunista catalán, quiso recalcar el gran trato de José Díaz al pueblo catalán, y su compresión como marxista-leninista, respecto a la cuestión nacional.

Este artículo sería la verificación, una vez más, del acierto de la línea política del PCE y José Díaz antes, durante y después la Guerra Civil Española. En tanto, es en sí un recordatorio –a sus sucesores– para no olvidar este punto. También en este escrito se recordará un poco el nacimiento del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), el cual tuvo un gran papel en la lucha antifascista desde 1936 a 1939; se aborda desde cómo se formó, en qué contexto; y sobre todo porque a diferencia de otros lugares, ya había logrado la agrupación de todos los partidos donde estaban disgregados los obreros catalanes bajo las normas marxista-leninistas, es decir, ya se había constituido el partido único del proletariado.

José Díaz tuvo mucha implicación en la reorganización del partido tras la fallida revolución de octubre de 1934, y en explicar a los camaradas catalanes la nueva táctica del VIIº Congreso de la Komintern de 1935, por entonces el PCE alineado a la misma. Si bien, hay que tener en cuenta el auxilio de José Díaz a los catalanes y esencialmente a su dirigente, Joan Comorera, éste último es quién tiene el mérito de haber conducido a tal partido, de pertrechar al partido no en una amalgama de ideas sino en la ideología marxista-leninista, inclusive en la tratamiento de la cuestión nacional catalana. Podríamos decir que su mayor mérito fue conducir a su pueblo –muy influenciado entonces por el nacionalismo burgués y el anarquismo– a través del PSUC en la lucha antifascista, tarea que cumplió de modo ejemplar tanto durante la guerra como después de la misma lo que permitió aumentar enormemente el prestigio de su partido y del marxismo-leninismo como fuerza conductora.

Precisamente Joan Comorera, sería una de las grandes figuras que defendieron el legado de José Díaz sobre la cuestión del problema de las nacionalidades. Sus escritos sobre Cataluña, sobre todo los publicados después de la guerra, emanan del mismo pensamiento que el del comunista sevillano:

«La clase obrera, claro, tiene una concepción propia de la cuestión nacional, una concepción opuesta, inconciliable a la del reaccionario nacionalismo burgués. Nosotros profesamos la teoría nacional staliniana, los principios básicos son: el problema nacional es inseparable de la lucha por el aniquilamiento de la explotación capitalista; el derecho de autodeterminación de los pueblos es inalienable; la nación, en ejercicio democrático de su derecho, puede constituirse en Estado separado, puede unirse a uno u otro Estado, puede federarse con el Estado al que históricamente pertenece, y el respeto de esta voluntad nacional libremente expresada es obligatorio; todos los pueblos son iguales en derechos y los pueblos más avanzados tienen el deber de ayudar a los más atrasados a elevarse al mismo nivel; la unión libre de los pueblos iguales en derechos elimina toda posibilidad de opresión nacional, pone la nación al servicio de la humanidad y asegura la convivencia fraternal de los pueblos, la construcción de una vida pacífica, de bienestar progresivo y de libertad verdadera». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)

De hecho, el actual vació ideológico y las nulas perspectivas de clase por parte de los actuales partidos catalanes sobre la cuestión nacional pueden ser contraargumentadas con la siguiente reflexión del catalán:

«La separación por la separación es una idea reaccionaria, ya que en nuestro caso concreto, Cataluña, constituyéndose en un Estado independiente, saldría de una órbita de explotación nacional para caer dentro de otra igual o peor. (…) La separación por la separación no resuelve el problema nacional, porqué la continuidad del imperialismo comporta la opresión nacional, progresiva, incluso de aquellas naciones que un día fueron independientes y soberanas». (Joan Comorera; Carta abierta a Reyes Bertal, 1948)

La simpatía entre José Díaz y Joan Comorera era mutua:

«Nuestro camarada Comorera (Grandes aplausos y vivas al camarada Comorera). Jefe querido de nuestro partido hermano del pueblo catalán, como justo homenaje de nuestro partido a su política de unidad entre las fuerzas socialistas y comunistas». (José Díaz; Por la unidad, hacia la victoria: Informe pronunciado en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista de España celebrado en Valencia, 5 al 8 de marzo de 1937)

Tras la muerte de José Díaz, el PCE quedó a cargo de una panda de aduladores, sentimentalistas, arribistas y chaqueteros dirigidos por Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, y a causa de ello, y a diferencia de otros países, el revisionismo se coronó de modo temprano en los años 40. Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri no respetaron el estatus del Partido Socialista Unificado de Cataluña, y demandaron su absorción la cual se hizo oficial en 1954, con ello demostraron la poca consideración con las enseñanzas de su predecesor José Díaz respecto al PSUC y a la cuestión nacional. Finalmente el engendro revisionista en que fue convertido el PSUC se autodisolvería en 1987. Joan Comorera se opuso a este proceso, así como a los planteamientos revisionistas del binomio Carrillo-Ibárruri que dio pie a la estrategia de la «reconciliación nacional» que no era sino que la renuncia a la «lucha de clases» y a su agudización: la «dictadura del proletariado»:

«Nosotros, los obreros revolucionarios, los campesinos, los pequeño burgueses, los intelectuales progresistas, todos los patriotas, somos una parte integrante del campo antiimperialista y democrático, y nuestro deber es luchar para liberar al Estado español de las castas y las clases que lo monopolizan, hemos de dar término a la revolución democrática española. (…) Y entendamos, porque hoy, hasta Franco se califica de demócrata, no podemos dejarnos deslumbrar por la democracia formal. Debemos querer la forma y el contenido de la democracia. Hemos de arrancar las raíces de las castas parásitas, tenemos que dejar fuera del territorio al capital monopolista extranjero, tenemos que liquidar a los monopolios [nacionales] internos, que son sus cómplices e instrumentos. Debemos nacionalizar el suelo, el subsuelo, tenemos que nacionalizar bancos y seguros, transportes y otros servicios públicos, la gran industria y el comercio. Hemos de liquidar el parasitismo terrateniente y entregar la tierra a los campesinos que la trabajan, hemos de asegurar una vida digna y libre de la opresión económica explotadora a la pequeña burguesía y los campesinos medios. Debemos crear un verdadero Ejército Popular, un auténtico orden público popular, un régimen de igualdad absoluta entre los sexos y que asegure a la juventud y a la infancia una perspectiva ilimitada de progreso y bienestar. Debemos limpiar el Estado de los agentes y de los instrumentos de las castas y los capitalistas. Debemos reestructurar el Estado español, para que en la línea federativa, obtengan la realización plena los derechos nacionales Cataluña, Euskadi y Galicia. Y para consolidar la revolución democrática, desarrollar y marchar hacia el socialismo, debemos exigir que el nuevo Estado español, surgido de la revolución española, sea dirigido por la clase obrera y las masas populares». (Joan Comorera; Nuestro problema no comienza ni acaba en la persona de Franco: Carta Abierta a J. Navarro i Costabella, noviembre de 1948)

Sería pues a partir de 1949, con el objetivo de absorber el PSUC e imposibilitar extender la línea política marxista-leninista de Comorera, que el PCE de Carrillo-Ibárruri empezará una campaña de intrigas, sobornos, asesinatos y traiciones que acabarían con la expulsión de Comorera y sus seguidores bajo los epítetos de nacionalista, fraccionalista, e incluso de ser la versión titoista catalana, pese a que sus escritos y su visión de la cuestión nacional demostraban todo lo contrario, y Joan Comorera denunciara constantemente a Tito como un traidor chovinista. Sobra decir, que obviamente tales acusaciones eran una mera excusa del «carrillismo» para hacerse con el control del PSUC y eliminar cualquier oposición a sus propósitos.

Joan Comorera no abandonaría el marxismo-leninismo y seguiría escribiendo tras su expulsión; finalmente fue detenido en 1954, como muchos otros comunistas que operaban dentro de España, por la policía franquista cuando trabajaba para la reorganización de los comunistas en Cataluña.

Vale decir que el legado de Joan Comorera ha pervivido en la memoria de los marxista-leninistas, el legado de Carrillo-Ibárruri en cambio no lo quieren ni sus vástagos de lo vergonzante que resulta.

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