Los cuerpos fueron arrojados a sus pies con lúgubre desprecio. Estaban sucios de tierra y sangre. Con disparos de gracia tras la ejecución cobarde. Los cubanos Orlando Pantoja Tamayo, ‘Olo’ o ‘Antonio’, Alberto Fernández Montes de Oca, ‘Pacho’ o ‘Pachungo’, y Simeón Cuba Saravia, el combatiente boliviano ‘Willy’, habían cumplido con creces los vaticinios de Guevara.

Unos fieles a sus historias revolucionarias en las montañas de Cuba, el otro que despuntaba como guerrillero y jugó su vida al interponerse entre su jefe y el soldado captor que intentó fusilarlo al momento. Pantoja y René Martínez Tamayo, ‘Arturo’, dejaron sus vidas resistiendo en la Quebrada del Yuro mientras sus compañeros intentaban la retirada y cubrían al Comandante herido.

Cuentan que los ojos del Che brillaron con lágrimas por sus hombres. Todos cayeron en cumplimiento de aquella afirmación que él mismo estampara en la carta de despedida a Fidel, “en una revolución se triunfa o se muere si es verdadera”.

Aquellos que no cayeron en combate, fueron asesinados a sangre fría después de apresados. El Che Guevara sabía que también sería su destino y unas horas después se lo hizo saber a los militares bolivianos Bernardino Huanca, Mario Terán y Carlos Pérez Panoso, quiénes serían sus ejecutores.

Portada del libro ‘El viaje definitivo’ de Diego M. Vidal | © Foto: Diego M. Vidal

“Apunten bien, porque van a matar a un hombre”, les dijo mirándolos de frente y de pie.

A las 13 y 10 horas del 9 de octubre de 1967, Mario Terán dispara una ráfaga, el resto de los presentes también lo hacen, incluso el agente de la CIA, de origen cubano, Félix Rodríguez. Guevara cae herido y se desangra ante el regocijo de los asesinos que no tuvieron la dignidad de dispararle un tiro en la sien para cortar su agonía.

Hace unos meses (albergado en su casa), Sareska, la mayor de las hijas de Orlando Pantoja, me cuenta que cuando treinta años después encuentran los restos en la fosa común de Vallegrande, los huesos de Olo cubrían a los del Che y entonces su abuela sentenció: “fue fiel al Che y hasta en la muerte lo protegió”.

Durante las últimas cinco décadas, la influencia del Che ha sido cada vez más clara y permanente. Desde las revueltas francesas de mayo de 1968, atravesando las protestas y luchas callejeras y clandestinas contra las dictaduras que azotaron Latinoamérica durante la década de los 70, hasta los reclamos contra las guerras imperiales en lo que va de este Siglo XXI.

Cincuenta años pasaron desde aquel cobarde asesinato que lo inmortalizó y aún se mantienen vigentes los motivos de su lucha contra el imperialismo: la construcción de una sociedad distinta conformada por relaciones sociales y económicas más justas crearía un Hombre Nuevo que vería la luz en un futuro no muy lejano. Incluso la Cuba que vio su esplendor revolucionario, ya no es la misma.

Pero esta isla y su pueblo, por el que entregó horas sin descanso, familia y sangre de las heridas que acumuló en la Sierra Maestra en pos del triunfo contra la dictadura de Fulgencio Batista o después, en las obligaciones que asumió como estadista al frente de los cargos que la Revolución le requirió, tiene en el Che el ejemplo incuestionable del inconformista, la crítica sincera de los problemas a solucionar, el ideal de esa comunidad organizada y solidaria que el mundo necesita con urgencia.

Diego Manuel Vidal

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