El capitalismo monopolista de Estado en funcionamiento: el caso Boeing

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Boeing es uno de los pesos pesados del capitalismo estadounidense. En sí mismo es casi el símbolo mismo del capitalismo monopolista de Estado. Emplea a unos 140.000 trabajadores en Estados Unidos, la mitad de ellos en el Estado de Washington. El año pasado, las ventas del centenario monopolio ascendieron a 101.000 millones de dólares, un 8 por ciento más que en 2017.

La mayor parte de esta cifra proviene de la aviación civil, pero durante décadas Boeing también ha ganado mucho dinero con los pedidos del gobierno. Con 23.000 millones de dólares el año pasado, Boeing es el segundo mayor subcontratista público, después de su rival Lockheed Martin. El vínculo con el Estado se construyó después de la Segunda Guerra Mundial, con la aparición de lo que el presidente Eisenhower llamó “complejo militar-industrial”.

Estas relaciones comerciales están lejos de ser las únicas que se mantienen con la esfera política. Como tantas otras empresas, Boeing gasta millones de dólares en cabildeo. Entre 1998 y 2018 gastó casi 275 millones de dólares para sobornar y presionar a parlamentarios y políticos. El senador demócrata de Connecticut, Richard Blumenthal, ha comparado a la empresa con un “gorila de 800 libras”, una expresión idiomática que es difícil de traducir del inglés, pero que se utiliza para dar una idea de su peso político.

Boeing tiene un Comité de Acción Política (PAC) que entrega millones de dólares para las campañas electorales, tanto a demócratas como a republicanos, según sople el viento. El dinero no es partidista, no tiene ese tipo de ideología, aunque durante las últimas elecciones presidenciales se inclinó hacia Clinton.

Desde entonces ha tenido que recorrer el camino de regreso para reanudar vínculos con el actual gobierno, una proximidad necesaria desde que empezó la guerra comercial con Pekín. Para Boeing, el mercado chino es crucial: representa el 20 por ciento de su cartera de pedidos. El año pasado el fabricante de aviones incluso instaló su primer centro de acabado fuera de Estados Unidos en Zhoushan, en el este de China.

El 10 de marzo, el accidente del Boeing 737 Max 8 en Etiopía a causa de un fallo mecánico, puso en dificultades al fabricante estadounidense. No le ayudaron los mensajes de Trump en Twitter, en los que deploraba el hecho de que el avión se hubiera vuelto “demasiado complejo” para volar. La Oficina de Aviación Civil china fue la primera en solicitar la suspensión de vuelos del prototipo.

Detrás de China fueron la Unión Europea, India, Canadá…

Como cualquier otro monopolio, Boeing comparte a sus jerifaltes con la alta política. El recién dimitido jefe del Pentágono, Patrick Shanahan, trabajó en la empres durante más de treinta años. Nikki Haley, la estrafalaria embajadora de Estados Unidos ante la ONU en tiempos de Obama, es ahora miembro de la junta directiva de Boeing…

El accidente de Etiopía ha salpicado a la FAA, la institución pública que supervisa la aviación civil en Estados Unidos, precisamente por sus estrechos vínculos con Boeing. Han quedado con el culo al aire: los recortes presupuestarios les obligaron a subcontratar una parte de su proceso de certificación de aeronaves a la propia Boeing. En Renton, Washington, o Charleston, Carolina del Sur, la FAA tiene sus oficinas ubicadas en edificios de Boeing.

Ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Como en todas partes, aquí no hay ninguna diferencia entre lo público y lo privado.

Fuente: MPR

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