José LLamos Camejo.— Fue la reacción –aunque inusual– espontánea de un joven frente al descubrimiento, sorpresivo pero soñado. Estaba en su cuarto, a mitad del exilio, en medio del otoño parisino de 1920. Eran él y su cama, sin más testigo que un ejemplar de la revista L’ Humanité, en una de cuyas páginas posó la mirada.
Para entonces Nguyen Sinh Cung había cambiado su primer nombre, sin adoptar aún el de Ho Chi Minh (el que ilumina), último de los seis que utilizó en su peregrinar clandestino, para evadir la persecución. Al joven, que continuaba sin apartar los ojos del texto, ahora en París lo reconocían como Nguyen Ai Quoc (El Patriota).
Él mismo relató cómo, dominado por el impulso mientras leía la Tesis (de Lenin) sobre las Cuestiones Nacionales y Coloniales, en un momento de la lectura, «grité como si hubiera estado ante una multitud: ¡Compatriotas, este es el camino de nuestra liberación!».
No fue un camino fácil, había empezado mucho antes. El 2 de junio de 1911 partió Ho Chi Minh al exilio, tras varias escaramuzas contra el dominio colonial francés en Vietnam. Entonces tenía 21 años de edad.
Siguió de cerca la Revolución de Octubre, la comparó con las de Francia y Estados Unidos, profundizó en las teorías de Marx y de Lenin, examinó el panorama de Europa, África, Asia y el de Rusia.
En la experiencia de esos países Ho Chi Minh trató de identificar lo aplicable y lo decantable para la realidad específica de Vietnam. Se gestaba un líder, un estratega de proyección internacional, y en su mente una organización política de vanguardia.
«Si no condenas al colonialismo, ni apoyas a los pueblos colonizados, ¿qué revolución es la que quieres librar?», planteó el luchador vietnamita en un debate teórico en Francia, sobre las vías para alcanzar la liberación de los pueblos colonizados.
De Ho Chi Minh dijo el 12 de septiembre de 1973 el Comandante en Jefe Fidel Castro en Hanói, que «vio la necesidad de organizar un Partido de vanguardia que dirigiera al pueblo en esa lucha (…). Pero vio, además, que los países atrasados por el colonialismo podían dar un salto en la historia y construir su economía por los caminos del socialismo, ahorrándose los sacrificios y los horrores del capitalismo».
El propio Ho Chi Minh, en alusión al Partido Comunista de Vietnam, creado por él, reconoció que «nos enseñó que para triunfar la revolución, había que contar con un partido marxista-leninista sólido y fuerte, unido, animado de espíritu de sacrificio y audacia».
Fiel a la ideología que tempranamente asimiló para su proyecto emancipador, el padre de la nación anamita fundó en Hong Kong, el 3 de febrero de 1930, el Partido Comunista de Vietnam (pcv), cuyos cimientos había preparado un quinquenio antes al crear la Asociación de la Juventud Revolucionaria.
En el pcv el líder vietnamita fusionó a varias organizaciones de ideología similar (Partido Comunista Indochino, Partido Comunista de Anam, Partido Revolucionario del Nuevo Vietnam y la Liga Comunista Indochina), que estaban dispersas.
La unidad fue siempre un arma poderosa de Ho Chi Minh, con ella, él y su pueblo alcanzaron las más difíciles metas: vencer a tres imperios (Japón en 1941, Francia en 1954, y Estados Unidos en 1975) en guerras sucesivas y al costo de millones de vidas, cientos de miles de mutilados, y la devastación casi total del país.
Tales proezas no habrían sido posibles sin la vanguardia política fundada y educada por Ho Chi Minh, a la que Fidel calificó como «un partido sabio que supo reunir a todas las capas progresistas de la población en un frente amplio para llevarlo a la victoria».
Después de la cruenta guerra contra la invasión estadounidense, de la que Vietnam emergió destruido, pero victorioso y reunificado, el país se levantó de las ruinas, el Partido afianzó su liderazgo y comenzó una etapa nueva. La nación anamita tiene su Dien Bien Phu también en lo económico y lo social.
Con el proceso de renovación (Doi Moi), promovido y encabezado precisamente desde el Partido a partir de 1986, Vietnam ha realizado verdaderas proezas económicas. En los últimos 30 años su Producto Interno Bruto creció a un ritmo promedio anual superior al 5 %. Insertaron en su economía las dinámicas del mercado, pero sin perder el sentido de la equidad para distribuir las riquezas.
Los índices de pobreza disminuyeron en la hermana nación, del 58 % en 1993 hasta el 7,5 % en 2015, 30 millones de vietnamitas salieron del infortunio económico en esa etapa. Un resultado que ha tenido al pueblo como protagonista y a su Partido como artífice.
A Cuba y a Vietnam los unen lazos de una hermandad ejemplar, forjada en tiempos difíciles por los partidos, gobiernos y pueblos de ambas naciones, con sus máximas figuras al frente: Fidel, Ho Chi Minh, el Che Guevara, Raúl, Pham Van Dong. Una amistad que perdura y se fortalece en todos los ámbitos.
No son casuales los intercambios de visitas de dirigentes cubanos y vietnamitas en los últimos años, como tampoco la presencia de empresas del hermano país asiático en la Zona de Desarrollo Especial de Mariel.
El permanente rechazo por parte de Vietnam al bloqueo estadounidense contra nuestro país, y la labor de profesionales de la medicina cubana en la nación indochina, tanto como los jóvenes vietnamitas que se forman en Cuba, confirman otra premonición de Fidel en 1973: «nuestros dos pueblos y nuestros dos partidos marcharán estrechamente unidos, como camaradas que se enfrentan al mismo enemigo».