Crece la estrella de Soljenitsin en la Rusia oficial

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En 2009 el ayuntamiento Moscú cambió el nombre de su Gran Avenida del Comunismo por el de Avenida Alexander Soljenitsin. Ocurrió un año después de la muerte del Premio Nobel, lo que violaba las ordenanzas municipales de la capital rusa, que exige esperar 20 años después de la muerte de alguien antes de darle el nombre de una calle.

La figura del Premio Nobel asciende en Rusia a marchas forzadas. En las escuelas casi está a la altura de Pushkin, Dostoievksi o Tolstoi. Casi parece un escritor. En 2018 se declaró el Año Soljenitsin en Rusia y en diciembre del año pasado Putin inauguró una estatua suya en la calle que lleva su nombre.

En un mundo que no quiere diferenciar la ficción de la realidad, la invocación de obras como “Un día en la vida de Iván Denísovich” se toman como una descripción sociológica de los campos de trabajo en la URSS: “Un extraordinario reflejo de la vida en los campos correccionales en el tiempo de Stalin”, dice Letras Libres.

Al principio Soljenitsin fue considerado como un crítico de eso que antes llamaron “stalinismo”, luego como un crítico de la URSS y finalmente como un enemigo acérrimo de Rusia, de su amada Rusia, la que nunca podrá volver porque el zarismo acabó para siempre.

Soljenitsin sólo es una gloria fuera de Rusia y en los círculos oficiales del Kremlin, que están empeñados en convertirle en algo que no es, en lo que les hubiera gustado que fuera, porque de esa manera se podrían definir a sí mismos. Soljenitsin no es Balzac, ni mucho menos (perdón por la comparación que sólo tiene un carácter nacional, no literaria). Soljenitsin no es un espejo de Rusia en ningún sentido.

Su figura y su obra no gustan ni siquiera a lo más furibundos anticomunistas. Por ejemplo, los antiguos “zeks” (*), como Varlam Chalamov, autor de los Cuentos de Kolyma, le acusan de explotar el gulag en beneficio propio, de inflarlo para venderlo y venderse al mejor postor.

No les gusta a esos rusos que hoy dicen que “en la URSS también hubo cosas que se hicieron bien” porque la tarea que llevó a cabo de la mano del imperialismo no fue antisoviética sino antirrusa.

Quizá sea posible entender lo que significa Soljenitsin en Rusia con un ejemplo castizo. El autor de “Archipiélado Gulag” creía tener la patente del nacionalismo ruso del mismo modo que los fascistas españoles se identifican con España, o creen ser la encarnación de la Patria (con mayúsculas), de manera tal que la auténtica cultura española es el fascismo, los toros, la Semana Santa…

Por ejemplo, para Soljenitsin la Revolución de Octubre no fue impulsada por los obreros y campesinos. Ni siquiera por los rusos sino por los… judíos. De mismo modo, no encontraba diferencias entre la vieja URSS y la nueva Federación Rusa de Yeltsin y Putin.

Frente al planteamiento oficial que emana del Kremlin, en Rusia el movimiento en su contra crece y se organiza a cada paso. Su reivindicación inicial es exigir que “Archipiélago Gulag” desaparezca de los programas escolares y que se no se construyan más monumentos en su memoria.

En 2008, tras su muerte, los estudiantes organizaron en Rostov una manifestación contra el cambio de nombre de la Universidad del Sur por el de Alexander Soljenitsin.

Lo más interesante del movimiento es que empieza a poner por escrito lo que todo el mundo sabe en Rusia sobre él desde los tiempos de la URSS. No sólo destruye la figura de Soljenitsin, sino también el mito construido a su alrededor, empezando por su condición de “escritor”.

Soljenitsin era un modelo acabado contrarrevolucionario. No sólo despotricó contra la revolución bolchevique, sino también contra la revolución francesa porque lo que le gustaba era el absolutismo feudal, no la “liberté”, la “égalité”, ni la “fraternité”.

Nunca fue un escritor represaliado. No fue a la cárcel por escribir ni por criticar a Stalin, como asegura la Wikipedia, o a la URSS sino por dirigir “una guerra después de la guerra”, en referencia al final de la guerra mundial. Quería lograr en 1945 lo que los nazis no habían logrado. Siendo oficial de artillería en el Ejército Rojo, había creado una red armada con un plan de guerra definido escrito de su puño y letra.

Sólo le cayeron ocho años de reclusión en un batallón disciplinario. La mitad de ellos los cumplió en una “charachka”, una especie de aula o biblioteca en la que podía estudiar su especialidad, que era la matemática.

Un amigo de la escuela del Premio Nobel, Kirill Semenovitch Simonian, dijo de él: “Soljenitsin no es un artista y nunca será un verdadero artista. No tiene el don de la imaginación y la autodisciplina. Desprecia los detalles. Su trabajo es un amasijo de materia prima. Si Soljenitsin no hubiera sido tan narcisista, si no se hubiera deleitado en cada línea que escribía, tal vez se hubiera convertido en escritor. Pero no fue capaz de eso”.

Los más veteranos de la transición recordarán la entrevista de Jose María Íñigo a Soljenitsin en una programa de máxima audiencia, que entonces era de audiencia única. Habían pasado cuatro meses de la muerte del criminal Franco y fue entonces cuando la palabra “gulag” se incorporó a los idiomas del “mundo libre”. El Premio Nobel no tuvo empacho en sostener que, a diferencia de la URSS, en España no había ninguna dictadura.

(*) En la Unión Soviética llamaban “zeks” a quienes habían sido recluidos en campos de trabajo a causa de una condena penal. El término procede de las siglas z/k (zakliutchonny kanaloarmeets) que inicialmente se refería a los presos que habían trabajado en la construcción del Canal del Báltico.

Más información:
– Regreso al ‘gulag’: el tiempo para decir la verdad ha llegado y ha pasado de largo

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