La pandemia es la consecuencia y no la causa de la crisis capitalista

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Desde el primer momento de la pandemia, la prensa burguesa creó el fetiche de que la crisis económica es consecuencia de un microbio y el tópico se mantendrá en lo sucesivo como una de tantas cortinas de humo que se han sacado de la manga en lo que llevamos de año.

“La mayor catástrofe natural deja el mercado de trabajo en mínimos”, titulaba el periódico El Mundo hace unos días (1).

Padecemos, pues, una catástrofe “natural” y hablan de “la crisis del coronavirus” porque el capitalismo nada tiene que ver con los despidos, ni con los ERTE, ni los cierres de empresas, ni con el brutal empobrecimiento de millones de explotados en todo el mundo. La “culpa” es de un virus. “Hay una histórica destrucción de empleo a causa del virus”, dijo Antonio Garamendi, el presidente de la patronal, en La Sexta.

Los demás siguen el surco que marca la CEOE y, por ejemplo, el Grupo Tortuga titula que “El hambre se extiende por el covid-19” (2). ¿No había hambre antes de la pandemia?, ¿había antes menos hambre que ahora?

Son tremendas las consecuencias que un virus puede tener en la salud y en la economía, aunque quizá la “culpa” no sea exactamente del virus sino más bien del confinamiento, precisan algunos para salir del apuro. El virus ha obligado al confinamiento que, a su vez, ha provocado una crisis económica mayúscula.

Entonces, los países que no han impuesto un confinamiento estricto, como Suecia, deberían tener una crisis menor o más suave, o quizá no deberían tener ninguna clase de crisis, ni tampoco destrucción de empleo, ni hambre, ni subida del precio del oro… Nada de nada.

No es el caso porque la crisis es del capitalismo que, en la etapa actual, concierne también al Estado y a los mercados mundiales. Es la crisis del capitalismo la que ha conducido al confinamiento, y no al revés.

Por ejemplo, Jerez perdió el 10 por ciento de sus empresas antes de la pandemia, en el primer trimestre del año. 562 empresas con asalariados cerraron hasta el mes de marzo cuando nadie había oído hablar de ningún virus (3).

No obstante, hay quien tampoco entiende lo que es una crisis del capitalismo e incluso asegura que el confinamiento se ha impuesto contra los intereses de los capitalistas, que han sido los grandes perjudicados.

Es el ridículo lema de “la salud está por encima de la economía” (o al menos debe estarlo) y a lo largo de la pandemia hemos podido comprobar que a los capitalistas no les ha importado perder algo de su dinero por “culpa” del confinamiento a cambio de mejorar el bienestar general. Son así de generosos. Vivimos en un mundo donde quienes gobiernan se preocupan tanto por la salud de sus habitantes que no han vacilado en sacrificar el lucro privado.

Las crisis del capitalismo son crisis de superproducción, es decir, que se fabrica más de lo que el mercado es capaz de absorber, por lo que se genera un exceso que sólo se puede resolver mediante la destrucción de fuerzas productivas.

Hasta ahora las destrucciones más drásticas de fuerzas productivas se habían llevado a cabo mediante las guerras imperialistas. Hoy la pandemia ha sido un sucedáneo de la guerra, por lo que el confinamiento no ha sido contraproducente en absoluto.

La crisis que padece el capital no es una cualquiera sino la más importante de la historia del capitalismo, lo que ha permitido presenciar recientemente algunos de los espectáculos más sorprendentes de la historia de la economía, como han sido los tipos de interés negativos o los precios negativos del petróleo.

En términos económicos, la destrucción de fuerzas productivas significa varias cosas al mismo tiempo. En primer lugar es un cierre e incluso una aniquilación física de las instalaciones industriales, comerciales y bancarias. Los que cierran dejan el mercado abierto para que otros se apoderen de una parte de él. Lo que unos pierden pasa a los otros.

Los cierres no sólo son físicos sino también quiebras, suspensiones de pagos y liquidaciones de empresas, un fenómeno que corre paralelo a la concentración y centralización del capital, es decir, un refuerzo del monopolismo: en un mercado que antes se disputaban varias empresas, ahora quedan menos, las más fuertes. Es algo que antes de la pandemia ya se estaba viendo, sobre todo en determinados sectores, como el automovilístico o las aerolíneas.

Las quiebras no involucran sólo a las empresas sino a países enteros, como ocurre actualmente con Líbano y como es el caso de otros, como los del sur de Europa, cuya solvencia depende del apoyo momentáneo que les puedan prestar desde Bruselas.

Es una obviedad repetir que los cierres están conduciendo a la otra cara de la destrucción de las fuerzas productivas: millones de trabajadores van al paro, o a los ERE y la mayor parte de ellos no recuperarán nunca sus puestos de trabajo. Según la Cepal, en América Latina, por ejemplo, cerrarán más de 2,7 millones de empresas y se perderán 8,5 millones de puestos de trabajo (4).

Sin el pánico desatado por la pandemia, los despido masivos hubieran provocado gigantescos levantamientos de masas contra la crisis, mientras que la cortina de humo sanitaria no sólo ha paralizado casi por completo las movilizaciones, sino que ha engendrado una confusión muy grande gracias a la complicidad de los sindicatos, los reformistas, e incluso de los más radicales “antisistema” y sus medios afines. Nunca una política destructiva del capital tuvo más y mejores apoyos.

Una manera de destruir fuerzas productivas es pinchar las burbujas, tanto la financiera, como la inmobiliaria y la bursátil. Las deudas no se van a poder pagar, el precio del suelo tiene que desplomarse aún más y la cotización de las acciones es insostenible sin nuevos préstamos adicionales. El pinchazo de las burbujas ya está provocando la bancarrota de los fondos de inversión de todo el mundo, así como de los bancos, que sólo podrán disimular con una mayor concentración del capital financiero, es decir, con fusiones y absorciones de unos capitales por otros.

Lo más significativo es, no obstante, que incluso un medio tan emblemático, como el Financial Times, ha tenido que dar un giro de 180 grados a sus postulados. Hay que aprovechar la pandemia, ha publicado, para imponer una nueva política económica a escala internacional al estilo prusiano.

Los Estados tienen que volver a funcionar como una locomotora económica, para lo cual se ha implementado el mayor drenaje de fondos desde el sector público al privado: 2,3 billones de dólares sólo en Estados Unidos.

El capitalismo tiene ambos aspectos: destruye fuerzas productivas para luego reconstruirlas. Destruye unos capitales para reforzar a otros. Destruye unos países para sostener a otros. La pandemia está justificando los dos aspectos de la ecuación porque es parte de esa nueva política económica que ha propuesto el Financial Times.

En esta crisis hay quien entiende que se debe poner en primer plano esa nueva política económica sin mencionar la cortina de humo que la justifica ante los millones de trabajadores que irán al paro creyendo que la “culpa” es de un virus. Es como pretender explicar la invasión de Irak sin hacer referencia a las armas de destrucción masiva que entonces desempeñaron el papel de cortina de humo. ¿Cómo entender una cosa sin la otra?

Pretenden hacernos creer que la catástrofe que padecemos es “natural” porque de esa manera parece que no tiene alternativa: no depende de un cambio social y político.

Aún peor: hay quien cree que puede combatir las consecuencias de la crisis pasando por encima de las causas que la han provocado. Quizá suponen que el remedio al paro y el hambre llegará también con la vacuna del coronavirus.

(1) https://www.elmundo.es/economia/2020/07/29/5f2071a9fdddff90788b462e.html
(2)  https://www.grupotortuga.com/Los-gigantes-de-la-alimentacion-se
(3)  https://www.diariodejerez.es/jerez/empresas-cierre-Jerez-Covid_0_1478852586.html
(4) https://www.informador.mx/economia/COVID-19-provocara-cierre-de-2.7-millones-de-empresas-en-America-Latina-segun-Cepal-20200702-0073.html

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