La resistencia del pueblo chileno

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El 11 de septiembre, fecha inculcada por el imperialismo norteamericano por las torres gemelas, por sus autoatentandos o por los atentados de falsa bandera, o por tantas mentiras como cuentan, tiene otro significado en América Latina: el infame golpe de estado de Pinochet en Chile y con él toda la represión en los años posteriores, una represión marcada por unos excesos de violencia nunca vistos. Una violencia aprendida en la tristemente célebre Escuela de las Américas.

Nada mejor que las palabras de Eduardo Galeano en Memorias del Fuego:

”Por valija diplomática llegan los verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima. La Democracia Cristiana y el diario «El Mercurio» dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que ya es hora de acabar con esta tiranía roja; les hacen eco otros diarios y revistas y radios y canales de televisión. Al gobierno le cuesta moverse: jueces y parlamentarios le ponen palos en las ruedas, mientras conspiran en los cuarteles los jefes militares que Allende cree leales. En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su libertad. Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los Estados Unidos, y se exhiben ante las costas chilenas. Y el golpe militar, tan anunciado, ocurre.”

“…El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país. Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados en la Escuela de las Américas en Panamá…”

“El baño de sangre de Chile provoca bronca y asco en el mundo entero, pero en Miami no: una jubilosa manifestación de cubanos exiliados celebra el asesinato de Allende y de todos los demás. Miami se ha convertido en la ciudad cubana más populosa después de La Habana. La calle Ocho es la Cuba que fue. En Miami ya se han apagado las ilusiones de derribar a Fidel, pero circulando por la calle Ocho cualquiera regresa a los buenos tiempos perdidos. Allí mandan banqueros y mafiosos, todo el que piensa es loco o peligroso comunista y los negros no se han salido de su lugar. Hasta el silencio es estridente. Se fabrican almas de plástico y automóviles de carne y hueso. En los supermercados, las cosas compran a la gente.”

Si Galeano levantara la cabeza volvería a ver el mismo accionar en Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Ucrania, Bielorrusia, Siria, etc….han pasado los años, pero todo sigue igual.

Pero en Chile, como en Siria ahora, el pueblo chileno no se rindió. En el fondo, el pueblo chileno no se ha rendido nunca.

El pueblo mapuche ha sido el único pueblo originario que jamás se doblegó al imperialismo europeo. Nunca fue vencido. Esos mimbres han quedado en el acervo cultural chileno y eso explica su dura resistencia, su combatividad. Hoy los mapuches están siendo acorralados por el capitalismo más feroz de la “demodictadura” chilena, la nueva forma de ejecutar los planes imperialistas en Chile.

Pero no hay duda que Chile resistirá otra vez, como lo hizo contra los españoles, como lo hizo contra Pinochet, hasta llegar a atacarlo en su propio auto, hasta demostrarle que el miedo puedo cambiar de bando. Ahí estuvo el MIR (que por su falta de organización interna era infiltrado continuamente y descabezada su dirección) pero también el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que con su organización comunista atacó y duramente al sátrapa de Pinochet.

No hay que olvidar las palabras de Fidel a Allende: “el gran motor de la historia han sido las luchas de las masas oprimidas contra los opresores”. En 1971 pisó suelo chileno. 24 días estuvo recorriendo Chile y recibiendo la cálida acogida del pueblo chileno. Nunca más estuvo Fidel tanto tiempo fuera de Cuba.

Lamentablemente Allende no hizo caso a Fidel cuando este le sugirió que le entregue armas a los obreros: “No olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile” (Carta de Fidel Castro a Salvador Allende del 29 julio de 1973)

Afortunadamente, el pueblo chileno permanece en la lucha. Cada 11 de septiembre se producen revueltas desatadas por las y los jóvenes comunistas y socialistas, concentraciones frente al memorial del desaparecido y homenajes a los caídos el 11 de septiembre de 1973. Los golpistas fueron condenados y encarcelados, algunos se suicidaron, otros fueron ejecutados por el pueblo chileno.

Y es que el pueblo chileno, con la sabiduría transmitida desde ese pueblo mapuche hasta nuestros días, tiene claro que no sólo es el gobierno de turno, también los evangelizadores. Contra la iglesia católica, apostólica y romana, también se dirige la furia del pueblo. Se queman iglesias en memoria de todos aquellos pueblos indígenas de América masacrados por la espada y la cruz. En 2018 la visita del Papa a Chile fue acompañada de quema de iglesias y hasta de amenazas de muerte y sobre todo de ausencia de público en las calles. El pueblo chileno ni olvida ni perdona.

Sólo el pueblo organizado salva al pueblo.

Juan L. Corbacho. Héctor M. Astudillo

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