Por Josep Cónsola
El hombre que siente miedo sin peligro,
inventa el peligro para justificar su miedo
Johann Wolfgang Goethe
Normopatía: enfermedad de proporciones pandémicas
El miedo al desempleo y a la miseria, un miedo intensificado en la fase neoliberal del capitalismo, tendría un efecto normalizador en el trabajador al que hundiría en el conformismo. Su normopatía conformista sería una “estrategia defensiva” contra la ansiedad, contra la incertidumbre, contra el riesgo, contra el miedo ante “la suerte de los que no adhieren al engaño”, pero también contra el temor a reconocer “la propia cobardía” y contra el “sentimiento de culpabilidad” por no hacer nada en semejantes circunstancias (1).
Estamos ante una terrible enfermedad de proporciones pandémicas. La percepción es unánime. Especialistas de Reo Virtual, tras reunirse para celebrar las primeras Jornadas sobre Trastornos de la Existencia y Pensamiento Único, afirman de manera rotunda que: «La normalidad se ha convertido en una seria amenaza para la salud e, incluso, la vida de las personas y coinciden en la necesidad de tomar medidas urgentes”. La doctora Virginia Strangelove lleva varios años dedicando todos sus esfuerzos a la investigación y llega a la conclusión que: “Tenemos como resultado de este proceso a un individuo ‘normal’. Un adulto-consumidor domesticado. Un vegetal sin profundidad que simplemente se dedica a ver lo que le rodea sin intentar comprender nada. Un mero espectador pasivo de ‘lo que pasa’, y que forma parte de un gran rebaño tele dirigido” (2).
El psicólogo mexicano Enrique Guinsberg define al normópata como “aquel que acepta pasivamente por principio todo lo que su cultura le señala como bueno, justo y correcto, no animándose a cuestionar nada y muchas veces ni siquiera a pensar algo diferente, pero, eso sí, a juzgar críticamente a quienes lo hacen e incluso a condenarlos o a aceptar que los condenen” (3).
Aunque pueda parecer extraño, la normopatía se ha convertido en un soporte más de una supuesta objetividad. Hasta tal punto de que, no hay opción al diálogo porque imperan las normas, que en realidad convierten o, más bien disfrazan de autoridad a algunas personas. (4) Las estadísticas, los sondeos, los mensajes que marcan el criterio de normalidad se han vuelto omnipresentes, forzando a quien se sale de la norma, a los indecisos, a alienarse con la mayoría. Si una persona no cumple las normas, es expulsada. Si no hace uso de lo que llaman «lenguaje inclusivo», silenciada. Si no piensa como la norma indica, negada su existencia. Si no condena los actos declarados por el Poder como alegales, resulta criminalizado.
Este modelo de conducta se presenta hoy supuestamente avalado por algunas ciencias y, por lo tanto, como irrefutable. No hay duda de que la normopatía se ha convertido en una amenaza seria para la salud. Este grave trastorno inducido por el conductismo de masas que se difunde a través de los medios de comunicación, la propaganda comercial-política, la cultura, etc., se ha expandido hasta convertirse en una nueva forma de totalitarismo moderno” (5).
El rapto del lenguaje
Antonio Álvarez Solís solía hablar del “rapto del lenguaje” al referirse a las modificaciones lingüísticas empleadas por la clase dominante, mediante las cuales se utilizaban conceptos, palabras, que habiendo sido patrimonio del proletariado, eran aprehendidas por el capital y utilizadas en su propio beneficio con el consiguiente desconcierto para aquellas personas que solamente vislumbraban la superficialidad de las cosas.
“De todos los usos del lenguaje es, quizás, el uso emotivo el más importante. Lo que buscan las palabras es, generalmente, mover a la acción, más que comunicar pensamientos. Para lograr ese objetivo, el lenguaje se utiliza como una herramienta de persuasión, en la cual, las fórmulas mágicas, los usos retóricos, la propaganda y hasta la mentira están a la orden del día” (6).
En la actualidad, hay un nuevo ataque al lenguaje por parte de los poderes económicos y políticos neoliberales, que ha sido minuciosamente preparado y puesto en práctica a través de los medios de comunicación controlados por ellos, mediante un cúmulo de nuevos mercenarios (periodistas y tertulianos) de un ejército sin armas de fuego, o “ejército de la palabra” que combate la opinión disidente. El objetivo es subvertir el significado real de las palabras para poder modificar la realidad a su antojo y ganar la complacencia de los ciudadanos, que perciben como positivas políticas muy perjudiciales para la igualdad y el bien común (7).
Una de estas perversiones es el llamado “bien común” que ha sido, y es utilizado en la situación de excepcionalidad mundial que estamos viviendo. Cualquier medida tomada, cualquier mentira expresada, cualquier penalización impuesta, cualquier coacción,… está tomada, dicen, en pro del bien común.
Mientras el neoliberalismo exacerba el culto al individualismo y a las cacareadas libertades individuales, en contraposición a las propuestas socializantes de primar el colectivo, respetando lo individual, se da la paradoja, durante esta pandemia organizada, que los conceptos se han trastocado.
Ahora resulta que la gran preocupación de las corporaciones es el bienestar colectivo y para ello deben limitarse las libertades individuales. Ante esta metamorfosis conceptual, la supuesta izquierda, ya sea progresista, comunista o colectivista, se ha visto desarmada mientras que los defensores del reaccionarismo se enfrentan a las medidas de control social colectivo en base a la ortodoxia fundamentalista neoliberal.
¡Aguda contradicción! ¿De verdad el capital se preocupa por lo colectivo? Depende, pues precisa de lo colectivo para mantener en funcionamiento su maquinaria consumista-productiva y justificativa de su interés en el “Bien Común”. Lo blanco es negro, lo negro es blanco, como si estuviéramos asistiendo a un espectáculo de magia en el cual el ilusionista saca un conejo de su sombrero.
¿Dónde está la trampa? En este caso no se trata de las habilidades artesanas de un ilusionista. Son cientos, miles de cerebros pensantes acurrucados y pendientes de sus pingües ingresos que abarrotan las distintas disciplinas académicas de las más prestigiosas universidades. Las ciencias sociales, la psiquiatría oficial, la sociología, la psicología de masas han jugado y juegan un papel fundamental en la educación de las percepciones sensoriales de los miembros de la sociedad, que como afirma Franco Basaglia “son funcionarios del consenso”, o Ronald David Laing que los define como “Policías de la mente”. Así un enjambre de técnicos ha tomado el relevo del antiguo verdugo que era el anatomista del sufrimiento.
El Bien Común solamente es posible cuando las decisiones que atañen a la sociedad, -el común-, son puestas a consideración del mismo y en función de la libertad individual de emitir juicio, se produce un debate democrático, tras el cual, el común puede tomar decisiones. Si se coarta el debate democrático y en consecuencia, las opiniones que NO resultan convenientes al poder establecido; cualquier decisión que se tome: orden, mandato, coacción, amenaza, penalización,… atendiendo a un supuesto bien común, resultan falsas, pues la decisión ha estado tomada al margen de aquellos a los que le impone. Si tomamos el caso de la pandemia y sus consecuencias, las decisiones han sido tomadas por una élite privada corporativa multinacional que tiene la desfachatez de hablar en nombre de común, sin estar autorizados para ello, tan solo amparados por el poder otorgado por el mismo poder.
Así comprobamos que cientos de miles de honestos profesionales de la salud y científicos que no viven de las prebendas de la industria farmacéutica, cuestionan las medidas tomadas y son vilipendiados de “negacionistas”. Pero lo que niegan es una “verdad orquestada artificiosamente”, afirmando una realidad distinta, pues niegan el discurso del poder y emiten sus opiniones en aras de un bien común radicalmente distinto conceptualmente del que aparece en el leguaje discursivo del mundo corporativo.
Un ejemplo claro del rapto del lenguaje lo tenemos en el hecho de:
Tras declarar el cuarto estado de alarma en la historia de España, Pedro Sánchez dirigió una petición lingüística a los medios de comunicación: “Creo que podemos ir acuñando todos una expresión más contemporánea, que nada tiene que ver con lo que representa el ‘toque de queda’ para generaciones con más experiencia y más vida a sus espaldas”. El presidente del Gobierno propuso un sustituto de esas tres palabras con sabor militar, ‘toque de queda’, en un “ejercicio de pedagogía” para la ciudadanía.
“Esto es una ‘restricción de movilidad nocturna’ —dijo Sánchez—, nada tiene que ver con el ‘toque de queda’, que tiene otra serie de componentes y significados en la mente de todos”. Pero el Diccionario de la Real Academia Española no atiende a las connotaciones que el presidente quiere sortear con un nuevo término. Según la definición del DRAE, un toque de queda es una “medida gubernativa que, en circunstancias excepcionales, prohíbe el tránsito o permanencia en las calles de una ciudad durante determinadas horas, generalmente nocturnas” (8).
Y con la tranquilidad de no obtener una respuesta contundente por parte de las formaciones políticas ni de la inmensa mayoría de la sociedad, bien podríamos denominar el estado de alarma como un moderno “Gewollte Ausnahmezustand” (estado de excepción querido o deseado), expresión utilizada por los juristas del nazismo para justificar el decreto de 28 de Febrero de 1933 Verordnung des Reichspräsidenten zum Schutz von Volk und Staat (Decreto del Presidente del Reich para la protección del Pueblo y del Estado) que suspendía los artículos de la Constitución de Weimar sobre las libertades personales.
Erich Fromm, hace años, hablaba de “conformidad automática” y ponía el ejemplo de los guardianes de campos de concentración que, cuando estaban a punto de llegar los aliados, decían no temer nada porque, al fin y al cabo, ellos lo único que habían hecho era obedecer órdenes (9). Esto es lo que dirán como justificación, los abanderados de los confinamientos, de las inoculaciones masivas, de las catalogaciones infecciosas… si algún día de mañana se descubre todo el entramado mundial de los estados de excepción.
Mientras las críticas sobre la forma, que no sobre el contenido, sin que tengan un efecto subversivo en el seno de los movimientos políticos de los trabajadores, el Estado puede permitir la presencia de la crítica, como concreción de su “liberalidad” democrática. Por el contrario, en la medida en que la libertad de información y las críticas adquieren una fuerte dimensión política contestataria sobre los contenidos, el Estado, tiende a la utilización sistemática de la censura, la vigilancia y el encarcelamiento de la disidencia (10).
Objetividad perdida, subjetividad olvidada
Una de las razones por las que no podemos acabar con el capitalismo es precisamente su movimiento continuo que lo retroalimenta y que no deja ningún intervalo, ningún espacio para la resistencia, ninguna pausa para que se le detenga, se le cuestione, se le conteste o se le hagan objeciones. Por esto y por más, el discurso capitalista, como dice Lacan, es “locamente astuto” (follement astucieux) y “no puede funcionar mejor” (ça ne peut pas marcher mieux).
Si la dominación capitalista se realiza con tanta eficacia, es porque ha conseguido operar no solo sobre los sujetos y a pesar de ellos, sino con ellos y a través de ellos. La operación, es de “mimetismo” y no de simple “adaptación”. No hay tiempo de comprender ni siquiera las innumerables noticias inconexas con las que se nos ametralla incesantemente. ¿Cómo habríamos de comprender algo de nuestras vidas? Y no habiendo tiempo de comprender, tampoco llega el momento de concluir (11).
Normalidad
Es mucho el mal que la gente normal hace discretamente, imperceptiblemente, al actuar con su normalidad acostumbrada. Y a veces, al dejar de comportarse normalmente, la misma gente normal se delata y nos muestra lo peligrosa que es. Nosotros, los normales, tenemos la disposición y la capacidad para matar, herir, torturar, enjaular, dominar, explotar, ensuciar, contaminar, devastar. No hay nada perjudicial que no sepamos hacer y que no hagamos día con día.
Hannah Arendt al escribir sobre Adolf Eichmann, (uno de los responsables directos en aplicar “la solución final”) dice que “era normal”. Su forma de hablar era como la de un oficinista común y corriente. Su normalidad se expresaba en sus palabras lo mismo que en su aspecto, sus gestos y todo lo demás. Todo era normal en él. Y, por si quedara alguna duda, “seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre normal”. Era normal porque “no constituía una excepción en el régimen nazi”.
Es principalmente el capitalismo, por lo tanto, el que produce nuestra normalidad y su patología. ¿Cómo la produce? Imponiendo sus normas enloquecedoras. ¿Y cómo las impone? Mediante, el conformismo, la sumisión y la obediencia. Los impone y los aplica eficazmente a través de sus dispositivos laborales, organizacionales, tecnológicos, mediáticos, publicitarios, y con sus aparatos represivos, jurídico-coactivos, disciplinarios e ideológicos (12).
Debemos explicar y no sólo describir, pensar dialécticamente y no sólo constatar empíricamente. Hay que ver lo que puede ser además de lo que aparenta ser, lo que falta o sobra en lo que se presenta. Y ante todo, organizar la resistencia ante la Nueva Normalidad, que puede ser mucho peor que la anterior, pues lo que se vislumbra es el intento de apropiación de la esencia de nuestra vida.
Epilogo
Wagner:
¡Perdone!, le he escuchado declamar; ¿no leía usted una tragedia griega? Me gustaría iniciarme en ese arte, pues resulta provechoso hoy en día. He oído muchas veces que un actor puede aleccionar a un predicador.
Fausto:
Siempre y cuando el predicador sea un actor, lo cual puede muy bien pasar en los tiempos que corren
(Johann Wolfgang von Goethe. Fausto. La tragedia. Primera parte. De noche)
(1) David Pavón-Cuéllar. Conferencia dictada el 26 de junio de 2018 en el auditorio Vicente Guerrero de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, Ciudad de México.
(2) http://psicologoslr.blogspot.com/2013/10/una-enfermedad-que-se-extiende.html
(3) https://www.lahaine.org/est_espanol.php/normopatas
(4) https://disidentia.com/normas-alma-de-la-correccion-politica/
(5) https://coterraneus.wordpress.com/2016/07/07/la-normopatia/
(6) La manipulación del lenguaje en el discurso jurídico, político y social. Critical Journal of Social and Juridical Sciences Euro-Mediterranean University Institute. Italia. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18153297012
(7) Susan George; Roger García Lenberg. Julio 2011. La perversión del leguaje político, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3676005
(8) https://www.elconfidencial.com/cultura/2020-10-28/sanchez-toque-de-queda-lenguaje-rae-eufemismo_2808112/
(9) Anatomía de la Destructividad Humana. México: Siglo XXI. 1974
(10) Héctor Ceballos Garibay. Crítica a la democracia http://www.revistas.unam.mx
(11) David Pavón Cuéllar. Versión en español de la ponencia presentada en inglés el martes 20 de agosto de 2019 en el Simposio The usefulness or uselessness of Psychoanalysis in an Era of Acceleration. Congreso bianual de la International Society of Theoretical Psychology, en la Escuela Danesa de Educación de la Universidad de Aarhus, en Copenhague, Dinamarca. https://sujeto.hypotheses.org/category/capitalismo/capitalismo-neoliberal
(12) David Pavón-Cuéllar. Conferencia dictada el 26 de junio de 2018 en el auditorio Vicente Guerrero de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, Ciudad de México.
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Magnífico e interesantísimo análisis. Igualmente, interesantísima es la falta de comentarios…