C. Suárez.— Es posible recurrir a ejemplos diferentes -hay muchas opciones-, si se quiere explicar esto de las personas “refugiadas”. Elijo el caso de Libia, porque me parece particularmente elocuente.
La Libia de Muamar el Gadafi fue destruida por una guerra brutal, desatada por el imperialismo en el año 2011, con la participación de España. Ese episodio fue uno de los antecedentes de lo que hoy se conoce como “guerra híbrida”. Una modalidad que es combinación de manipulación mediática, servicios de espionaje, y agresión militar directa. El objetivo es convertir al país agredido en un “Estado fallido”. Antes de esa guerra inventada, Libia tenía unos índices de desarrollo social de los más altos de toda África. La riqueza petrolera facilitaba unas condiciones de vida muy ventajosas para su población, que recurría a trabajadores migrantes para la realización de las tareas laborales más duras. La agresión de la OTAN destruyó Libia, empleando para ello a sus agentes internos como títeres, así como abundantes recursos militares, con armamento de la máxima letalidad.
Desde ese momento, Libia vive en un infernal baño de sangre, y la población trata de huir de forma desesperada. Sobradamente pasan del millón de personas las que han tratado de abandonar el país por cualquier medio. En ocasiones, embarcaciones precarias se llenan con cientos de personas. Miles mueren en el intento.
La respuesta de la UE con el FRONTEX, en las aguas del Mediterráneo, es la de perseguir a esas personas sin compasión, contando con el apoyo de las mismas fuerzas mercenarias libias. Es la UE quien paga a esas fuerzas para que ejerzan su despiadada acción criminal, a veces disparando contra ellas.
Este ejemplo viene a ser el cuadro clásico aplicable a otros países.
Siria es lo mismo, Mali también, Turquía igual, Pakistán, Afganistán, Yemen, Nigeria, Haití, Colombia, Guatemala…
Es el capitalismo realmente existente, y su necesidad imperiosa de saquear las riquezas de cualquier país que no se someta sumisamente.
A estos “refugiados” se les convierte, en las metrópolis, en fuerza de trabajo barata y esclava.
Y no hay que ir muy lejos. España es un ejemplo perfecto.
La ministra de Trabajo, timoratamente, no hace más que destapar una pequeña parte de esta monstruosa sobreexplotación, sin atreverse a actuar de la forma necesaria.
Sueldos de un euro la hora, o poco más, permiten grandes ganancias empresariales. Les quitan su documentación, les cobran por dormir en almacenes inhabitables, no se declara ningún contrato de trabajo, abusos sexuales contra las mujeres trabajadoras…
Aun sabiendo eso, hay mujeres que se embarcan a punto de dar a luz para, con ello, intentar conseguir un permiso de residencia. Otras familias envían en solitario a sus hijos menores, para intentar que cuando crezcan puedan conseguir un trabajo y enviar algún dinero a la familia.
Como parte de esta estrategia el capitalismo activa a los Partidos fascistas de la ultraderecha, el racismo y la xenofobia, porque con ello se debilita más a esa fuerza de trabajo forzada, como carne de explotación más indefensa. Ese es el nivel de miseria moral del PP y VOX, por citar dos ejemplos muy cercanos. Auténticos carniceros.
El Gobierno “más progresista de la historia” acaba de entregar a la dictadura marroquí al activista saharaui (nacido español) Faisal Baloul, que vivía en Bilbao. Es decir, la política migratoria al servicio del capital en su expresión internacional, para tratar de amansar al sanguinario Mohamed VI en el contexto de la crisis que viven las relaciones España-Marruecos.
Ni la UE, ni España, pueden llamarse gobiernos democráticos, en tanto que cómplices y responsables de estas situaciones. Son sicarios de la dictadura del capital.