Doble vara de medir ante una guerra que no empezó ayer

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Apoyo a Ucrania en la puerta de Brandenburgo, muestras de solidaridad que la población de Donbass jamás ha recibido en ocho años de agresión ucraniana.

Posiblemente no haya momento en el que se cumpla más fielmente esa idea de que la primera víctima de la guerra es la verdad que las primeras horas de un conflicto militar. En las primeras horas de este ataque ruso contra Ucrania, justificado por Moscú en la necesidad de destruir el potencial del territorio ucraniano como herramienta de la OTAN contra Rusia, se han podido leer todo tipo de datos sin verificar, vídeos de la guerra de Siria haciéndose pasar por victorias ucranianas sobre la infraestructura rusa, invasiones anfibias imaginarias o alegaciones triunfalistas sobre las bajas infligidas al otro bando. Sin embargo, al menos en estas primeras horas, el ataque ruso coincide con los datos dados por los periodistas y corresponsales desplegados desde hace días por toda la geografía ucraniana: como afirmaba también Wesley Clark en la CNN, Rusia había iniciado su ataque, que ha violado las fronteras de Ucrania por tierra, mar y aire, con el uso de misiles de precisión para destruir la infraestructura militar del país.

A partir de ahí, serán los próximos días lo que marquen la tendencia de esta nueva fase de la guerra, que, con diferencias, sigue la tónica de la guerra de 2008 en Georgia. Además de asegurar los territorios controlados por Osetia del Sur, la parte agredida, y Abjasia, la incursión rusa consiguió, en un corto periodo de tiempo, neutralizar el potencial ofensivo georgiano destruyendo o capturando la infraestructura militar clave. En tamaño, población, medios y número de efectivos del ejército, Ucrania supera con creces a Georgia, por lo que -pese a las deserciones que Rusia pudiera esperar, fundamentalmente en Donbass, donde las tropas ucranianas difícilmente pueden tener grandes opciones de lucha-, no se debe esperar una resolución tan rápida a la ofensiva actual

Como pudieron constatar y transmitir en directo los periodistas sobre el terreno, la primera noche de operaciones militares se limitó al uso de misiles en bombardeos contra objetivos militares (bombardeos que comportan, por supuesto, un riesgo para la población civil, eso que, en sus guerras, Estados Unidos llama “daños colaterales”, bajas civiles que ya se han producido en Ucrania) o cierta infraestructura civil como los aeropuertos, muchos de ellos de uso tanto civil como militar sin atacar las ciudades en sí. El cambio cualitativo se ha producido en la segunda noche de bombardeos, cuando misiles rusos han atacado la zona de gobierno en el centro de Kiev. Anton Gerashenko afirmaba hace unas horas que Ucrania había derribado un misil balístico ruso (el elemento derribado podría también ser una aeronave rusa o ucraniana). Ocurrió sobre una zona residencial, causando daños en la capital.

Las incursiones rusas en estas primeras horas de guerra de Rusia en Ucrania se produjeron el primer día de operación militar en tres direcciones: hacia el norte desde Crimea, donde Rusia desbloqueó el canal de agua bloqueado hace años por Ucrania, que ha privado a la península de suministro; hacia Kiev desde la región de Chernigov a través de territorio bielorruso, lo que ha servido para que la OTAN y sus países aliados condenen también la postura de Bielorrusia por posibilitar el ataque y hacia la ciudad de Járkov. En todas esas direcciones se han producido enfrentamientos y avances rusos. Ucrania confirmó, por ejemplo, que Rusia ha capturado la zona de Chernóbil, afirmando, eso sí, que la captura se había producido tras fieras batallas.

A esas tres direcciones hay que sumar la contraofensiva en la que participan las Repúblicas Populares en busca de recuperar el territorio -menos representativo en términos de población, pero que supone prácticamente dos tercios en términos de territorio- de las regiones de Donetsk y Lugansk bajo control ucraniano. A lo largo del día se informó de la captura, aún por confirmar, de Stanitsa Luganskaya y Schastye, dos lugares estratégicos que la RPL no logró mantener en la fase inicial de la guerra, pero que habría recuperado en apenas unas horas con la intervención rusa. Una vez más, frente a esa guerra contra Rusia que Ucrania ha dicho luchar desde 2014, los hechos han mostrado la diferencia entre la lucha contra las milicias populares, después organizadas en ejércitos de las Repúblicas, y las tropas regulares rusas y sus mucho más modernos medios.

Pero al margen de la desinformación inherente a cualquier conflicto bélico, quizá la nota más común en las afirmaciones sobre las primeras horas de una ofensiva rusa -que la inteligencia occidental sí predijo, consciente quizá de que la negativa a incluir a Rusia en la arquitectura de seguridad europea cerraba a Rusia la vía del diálogo- ha sido la de la denuncia del ataque ruso como una agresión no provocada que ha causado el estallido de la guerra. Sin ningún interés por la guerra en Donbass, de la que en abril se cumplen ocho años, ni por el bienestar de la población, que en 2014 pasó meses sin suministro eléctrico y de agua, obligada a enterrar a sus muertos en parques y jardines, las muestras de solidaridad con el pueblo ucraniano han sido la tónica. Una solidaridad que tampoco el pueblo ucraniano mostró hacia una población civil bombardeada a plena luz del día. La población de Donbass no dispuso tampoco de la posibilidad de refugiarse en el metro, como ocurre ahora en ciudades como Járkov o Kiev y se vio obligada a residir en refugios cerrados durante décadas gran parte del verano de 2014, y en muchos casos de la primavera de 2015.

Otra nota común en las reacciones occidentales al estallido de esta guerra ha sido la condena general a Rusia por infringir los acuerdos de Minsk. El argumento no solo ignora que Rusia no es parte de esos acuerdos, por lo que no puede, como le exigía Pedro Sánchez, cumplir con sus compromisos, sino que deliberadamente olvida el veto ucraniano a plantearse siquiera el cumplimiento de todos y cada uno de los puntos políticos de los acuerdos. Con más del 70% de los votos en la segunda vuelta electoral, mayoría absoluta en el poder legislativo y unas encuestas que siempre han mostrado una ciudadanía más favorable que contraria al compromiso en busca de la paz, el presidente Zelensky disponía de la oportunidad y la responsabilidad de tratar de implementar Minsk-2. La negativa ucraniana a negociar unos términos políticos para recuperar los territorios perdidos sin haber siquiera ganado la guerra imposibilitó el proceso de Minsk y perpetuó para la población de Donbass un estado de guerra que ha diezmado las posibilidades de reconstrucción y ha condenado a cientos de miles de personas a una inseguridad no solo militar, sino también económica a causa de un bloqueo económico y bancario impuesto por Poroshenko y que Zelensky siempre se negó a levantar.

En este contexto, tras ocho años de bombardeos ucranianos -en muchos casos acompañados de desmentidos y acusaciones de autobombardeos-, el presidente Zelensky se mostraba ofendido de que pudiera creerse que ordenaría un ataque. “Os dijeron que yo dije de atacar Donbass. ¿Yo, que paseé por la calle Artyom de Donetsk durante la Eurocopa? ¿Yo, cuyo mejor amigo es de Lugansk?”, citaba ayer la prensa de forma totalmente acrítica. No son necesarias palabras ajenas para constatar que, durante su mandato, los bombardeos ucranianos han persistido siempre. Sus paseos por la principal avenida de Donetsk no restan la responsabilidad que tiene en estos momentos como comandante en jefe de un ejército que ha continuado bombardeando la línea del frente y jefe de un Estado que abiertamente se ha negado a implementar el acuerdo que firmó y que ahora exige que se cumpla.

Ucrania, que ante el temor de que se repitiera en el sudeste del país el escenario de Crimea, trató de solucionar por la vía militar un problema político y que con su implementación de los acuerdos firmados podía haber recuperado los territorios y mantenido una vía diplomática que habría imposibilitado la actual vía militar, se presenta ahora como garante de paz. “Ucrania no eligió el camino de la guerra”, afirmó ayer Volodymyr Zelensky, que añadió, sin dar ejemplo alguno, que “Ucrania propone el retorno al camino de la paz”. Para Rusia, la paz implica la negociación de la desmilitarización y neutralidad de Ucrania. Esos son los términos de paz planteados por Moscú y que ha constatado el presidente ucraniano, que en su última aparición la noche del 24 al 25 de febrero, se mostró abandonado por la OTAN y afirmó estar dispuesto a negociar con Rusia la neutralidad de Ucrania. Kiev, que ayer decretó el estado de excepción, la movilización general y la ruptura de relaciones con Rusia, busca una salida a la situación. Volodymyr Zelensky, que en la misma comparecencia se preguntaba también cuáles serían las garantías que podría recibir el país, parece estar haciendo gestiones, fundamentalmente a través del presidente Macron, en busca de negociaciones con Vladimir Putin.

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