A lo largo de los últimos días, la prensa occidental se ha preguntado nuevamente cómo Rusia ha logrado lanzar uno de los ataques con misiles más duros desde el inicio de la intervención militar el pasado 24 de febrero. El ataque, en el que según la prensa se utilizaron 96 misiles, volvió a tener como objetivo las infraestructuras energéticas ucranianas, aunque en esta ocasión no se limitó a la distribución eléctrica, sino que por primera vez se atacó la infraestructura de distribución de gas.
Dos meses después del primer ataque contra las infraestructuras críticas, que se produjo tras la debacle rusa en Járkov y que pareció únicamente una forma de venganza, los ataques conjuntos con drones y misiles continúan minando poco a poco el sistema energético ucraniano, que según las propias autoridades, se encuentra al borde de una crisis energética severa. Pese a que desde el pasado abril medios occidentales se refieren repetidamente a la escasez de misiles en los depósitos rusos, este tipo de ataques se ha generalizado en las últimas semanas. Una vez más, la información occidental, dada por válida por todo tipo de medios, ha resultado no corresponderse con la realidad.
Los ataques contra las infraestructuras ucranianas parecen ser la esperanza de Rusia de lograr una posición de fuerza. La derrota en el frente de Járkov y la retirada de Jerson por decisión política y militar sin someterla al tratamiento que Ucrania dio a Mariupol, han dejado claro que Rusia no está en condiciones de avanzar sobre territorio ucraniano. Las operaciones ofensivas han quedado limitadas a acciones locales y de menor ambición que en los primeros momentos de la intervención rusa. La situación actual impide por el momento esperar que Rusia y los ejércitos republicanos sean capaces de lograr mantener el territorio actual, recuperar la escasa parte de Lugansk capturada por Ucrania y recuperar todo el terreno de la RPD bajo control ucraniano desde 2014. Actualmente, las ambiciones rusas se centran únicamente en el lento y generalmente infructuoso intento de alejar a las tropas ucranianas de la ciudad de Donetsk e intentar finalmente romper las defensas ucranianas en Artyomovsk, Soledar y Seversk, tres asaltos fallidos desde el pasado julio.
En este contexto, los ataques con misiles, una versión limitada del shock and awe, el shock y pavor que es la táctica preferida de Estados Unidos, son la forma elegida, no para ganar la guerra ni recuperar la iniciativa en el campo de batalla, sino para lograr una postura de mayor fortaleza. Como ha afirmado abiertamente el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, el objetivo ruso es obligar a Ucrania a negociar. En caso de producirse la tan esperada negociación, que empiezan a defender, poco a poco, no solo una parte de la administración Biden, fundamentalmente del sector militar, sino también varios importantes medios europeos, el proceso tendría que partir de posiciones realistas alejadas de maximalismos.
Rusia, que tras la retirada en Jerson afirmó por medio de Maria Zajarova estar dispuesta a negociar teniendo en cuenta las realidades sobre el terreno, parece haber comprendido la situación. Ucrania, por su parte, pese al varapalo que supuso la semana pasada la negativa de sus socios a seguir el juego de acusar a Rusia de disparar intencionadamente un misil contra Polonia, continúa dispuesta a sacrificar a su población por el bien de una victoria futura que ni siquiera los militares estadounidenses ven factible. La semana pasada, Ben Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos afirmó que la posibilidad de victoria militar completa, con la expulsión de Rusia de todos los territorios de Ucrania según sus fronteras de 1991 es escasa. De forma anónima, otros altos cargos del Pentágono han sido aún más contundentes.
Confiada en su victoria y en sus posibilidades de conquistar Crimea, Ucrania pretende seguir recibiendo de sus socios la ayuda financiera que mantenga artificialmente la economía mientras actúa como ejército proxy en la lucha común contra Rusia en el frente. La receta ucraniana supondría una guerra eterna que supondría una escalada de impredecible resultado en caso de un intento de ofensiva sobre Crimea, cuya población abandonó Ucrania hace ocho años y no ha mostrado signo alguno de querer regresar.
El sábado, el presidente ucraniano afirmó que la prioridad del país es, ahora mismo, recuperar las infraestructuras energéticas, una afirmación difícil de creer cuando el país presenta la posibilidad de negociación como una “capitulación”. Así lo repetía de nuevo Mijailo Podoliak en una entrevista recogida por la agencia AFP. No es casualidad que se utilice ese término para demonizar toda negociación, el mismo utilizado por el movimiento de extrema derecha liderado por el regimiento Azov contra el proceso de Minsk en los últimos años, cuando una parte de la población creyó erróneamente que Volodymyr Zelensky tenía intención de cumplir su promesa de buscar un compromiso para terminar la guerra de Donbass.
En este contexto de rechazo a toda negociación, de guerra hasta el final y de ataques contra las infraestructuras, la central nuclear de Energodar volvió a la actualidad la semana pasada. En lo que parecía un presagio para la reanudación de los bombardeos, países miembros del Organismo Internacional de la Energía Atómica exigían el viernes que Rusia abandone la central y devuelva su control a Ucrania. La central de Zaporozhie, bajo control ruso desde la primera semana de marzo, fue blanco de la artillería y de la propaganda a finales del verano, cuando Ucrania temía que la central fuera desconectada del sistema eléctrico ucraniano. En aquel momento, sin necesidad de explicar por qué Rusia iba a bombardear la central bajo su control y en la que Ucrania afirmaba que había tropas rusas, la prensa generalizó un discurso en que “las partes se acusaban mutuamente” de bombardear la planta.
En las últimas semanas, comprobado ya que la central continuaba suministrando energía a Ucrania y con el foco puesto en Járkov primero y Jersón después, los bombardeos se habían detenido. Sin embargo, el domingo por la mañana, Rusia denunciaba el impacto de una docena de proyectiles de artillería. Rápidamente, el OIEA denunciaba los hechos, que calificaba de inaceptables, y exigía a “quien quiera que esté detrás” de los bombardeos que cese esos ataques. Ucrania, que esta semana ha tratado sin éxito de convencer a sus socios y al público internacional de que Rusia había atacado deliberadamente Polonia, vuelve a acusar a Rusia de bombardear la única central nuclear en territorio ucraniano que se encuentra bajo su control. En un momento en el que las infraestructuras ucranianas se encuentran al borde del colapso, Ucrania utiliza nuevamente la misma estrategia que en el pasado: bombardear la central, acusar a Rusia de bombardearse a sí misma y exigir que entregue la central a Ucrania unilateralmente. Como era de esperar, las falsedades repetidas por las autoridades ucranianas sobre el incidente de Polonia no han minado su credibilidad: cualquier acusación de Kiev contra Rusia es creíble y será publicada como hecho sin necesidad de verificación siempre que las acusaciones se produzcan en el territorio internacionalmente reconocido como Ucrania.
¿ De qué debacle rusa en Járkov hablais?
Lo de Járkov fue una retirada ordenada hasta la línea del rio Oskol en la que Rusia casi no perdió soldados y, en cambio, Ucranio sufrió más de 10.000 bajas.