Oscar Sánchez Serra (Granma).— Aunque ya la URSS había debutado en los Juegos Olímpicos, en 1952, en Helsinki, fue en 1956 –en la ciudad australiana de Melbourne– cuando por primera vez superó a Estados Unidos en el medallero, con 37 pergaminos áureos por 27 la comitiva estadounidense.
Resultó uno de los grandes hitos de la edición 16 bajo los cinco aros, y uno de los más tratados en los medios, por el diferendo entre los dos países, que pautaba la Guerra Fría. Pero no fue el único.
Esa convocatoria estrenó al hemisferio sur como organizador de las citas multideportivas y, además, protagonizó un hecho inédito: ha sido la única vez que un deporte, la equitación, se celebró en otro continente. La sueca Estocolmo, a más de 15 000 kilómetros de la lejana isla continente, albergó el concurso hípico.
Dos mujeres, ambas de la gimnasia artística, lograron más preseas de oro que cualquier otro concursante: la húngaroisraelí Agnes Keleti, y la soviética Larisa Latynina, ambas con un cuarteto de cetros.
Cuatro años después, en Roma, Latynina llegó a 12 preseas en el máximo concierto atlético mundial, al sumar tres de oro, dos de plata y una de bronce. Otra mujer conmovió a la capital italiana y a todo el planeta, pues la estadounidense Wilma Rudolph abandonó la silla de ruedas a la que estaba atada por la poliomielitis, para ganar tres medallas de oro en las pruebas de velocidad del atletismo.
También allí, el etíope Abebe Bikila venció en la maratón, corriendo descalzo, y se convirtió en el primer campeón olímpico negro africano. Su hazaña fue acompañada por el inicio ganador de Cassius Clay, más conocido como Muhammad Ali, quien fuera un opositor de la guerra de Vietnam, en la que se negó a participar, y un consagrado luchador contra el racismo, en Estados Unidos.
En 1964, por fin Japón hospedó a los Juegos. Obtuvo la sede de la versión de 1940; sin embargo, el estallido de la segunda guerra chino-japonesa, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, frustró esa aspiración.
Pero nueve años después de que Hiroshima y Nagasaki fueran víctimas de las garras del imperio, con par de explosiones atómicas en tres días, Tokio, con un desborde tecnológico impresionante, acogió los XVIII Juegos Olímpicos.
Al margen de los adelantos, hubo grandes retos. Bikila, esta vez con zapatillas, encaró la maratón seis semanas después de ser operado de apendicitis, lo cual lo debilitó, y afectó su entrenamiento. Sin embargo, triunfó con 2:12.12, mejor que el 2:15.16, en la justa precedente.
En definitiva, la urbe tokiota queda en la historia como la primera ciudad asiática en ser anfitriona de una Olimpiada.
Lo mismo ocurrió con la capital mexicana, que estrenó a Latinoamérica en acoger la magna cita, en 1968. La ocasión fue la primera vez oficial del photosprint, en el atletismo, y los touchpads, en la natación. También se iniciaron exámenes de orina aleatorios a los atletas, en la búsqueda de sustancias que, desde entonces, serían consideradas prohibidas.
Otra vez dos gimnastas, la checa Vera Caslavská y la japonesa Akinori Nakayama, con cuatro, fueron las que más medallas de oro ganaron.
Diez días antes de la apertura, la nación sede lloró a más de 300 estudiantiles y civiles, víctimas de una verdadera masacre: la matanza de Tlatelolco, en unos Juegos que el propio presidente mexicano de entonces, Gustavo Díaz Ordaz, llamó la Olimpiada de la Paz, desconociendo a las ultimadas almas que encontraron el fin de sus días en las armas asesinas que, para más infamia, portó un batallón paramilitar de nombre Olimpia.
Tommie Smith y su compañero John Carlos, oro y bronce en 200 metros, levantaron sus puños, con guantes negros, en la ceremonia de premiación. Sus manos alzaban a Martin Luther King, asesinado en abril de ese mismo año.
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