El fracaso europeo

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Stephen Sefton (Radio La Primerísima).— Después del catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, las élites europeas ofrecieron la promesa de una Europa como una fuerza de bien en el mundo, próspera y democrática. Siempre fue una promesa falsa en primer lugar porque, desde 1945, los países europeas nunca gozaban de una soberanía plena ante el dominio de las élites gobernantes de Estados Unidos.

Por otro lado, las clases gobernantes de los antiguos poderes coloniales europeos no querían renunciar las grandes ventajas que disfrutaban relativo a sus antiguas colonias. La prueba categórica de ello era la historia de las guerras coloniales europeas contra los pueblos del mundo mayoritario, desde Corea y Palestina hasta Argelia y Angola o Mozambique y sus equívocas relaciones con el régimen de apartheid en Sudáfrica.

La intensificación del control burocrático centralizado en la Comisión Europea en Bruselas y la concentración del poder anti-democrático en las instituciones de la Unión Europea, luego de sucesivos tratados presentados de manera anti-democrática desde 1990 en adelante, consolidaban y reforzaban el poder de las élites de los principales países europeos. Prácticamente no hay control democrático del actuar de las instituciones europeas como, especialmente, el Banco Central Europeo, el Consejo de Europa o el Consejo de la Unión Europea.

La falta de legitimidad de estas instituciones es una parte importante del fracaso del proyecto europeo, lo cual, de hecho, es un proceso desigual con diversos aspectos principales en marcha, algunos más avanzados que otros.

El amplio rechazo popular entre las poblaciones de muchos países europeos hacia la Unión Europea y las políticas impuestas por sus élites neoliberales, refleja esta profunda crisis de legitimidad. Pero la crisis no es solamente una crisis interna de la legitimidad de la Unión Europea y de sus gobiernos miembros ante sus pueblos, sino que también refleja un profundo cambio en sus relaciones exteriores con el mundo mayoritario. Es un hecho indiscutible que el proyecto europeo fue construido basado en los imperativos geopolíticos y geoeconómicos de las élites norteamericanas.

En el aspecto de la defensa y la seguridad, Europa se sometió al liderazgo de los Estados Unidos norteamericanos por medio de la OTAN, con cierta resistencia de parte de Francia en el tiempo del Presidente Charles de Gaulle. En el siglo pasado, hubo momentos en que el número de efectivos militares norteamericanos estacionados en Europa alcanzó más de 400,000. Ahora, las fuerzas armadas estadounidenses todavía mantienen una presencia significativa con más de 100,000 efectivos presentes en bases y facilidades militares distribuidos entre el Reino Unido, Alemania, Italia, Grecia, España, Portugal, Holanda, Bélgica, Noruega, Bulgaria, Kosovo, Rumania y Polonia.

Esta pesada influencia político-militar ha ido de la mano con la evolución de un intrincado sistema de colaboración financiera y monetaria. Desde su fundación al fin de la Segunda Guerra Mundial, las principales instituciones financieras internacionales, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, han sido controladas de manera desproporcionada por los Estados Unidos norteamericanos y sus subordinados europeos. Además, el banco central norteamericano, la Reserva Federal, ha dominado las relaciones internacionales financieras por medio de su control de las tasas de interés de su enorme economía nacional, lo cual en su turno ha determinado en gran parte las tasas de interés internacionales. Con sus contrapartes como el Banco Central Europeo o el Banco de Japón, la Reserva Federal en efecto domina las economías principales occidentales y las naciones del mundo mayoritario que dependen de ellas.

Además, el componente principal del sistema de la Reserva Federal, radicado en Nueva York, siempre ha dictado las políticas monetarias internacionales por medio del sistema de los operadores primarios. Este sistema es una red que involucra alrededor de veinte de los bancos privados más importantes entre Europa, Japón y Estados Unidos, los cuales sirven como contrapartes comerciales de la Reserva Federal de Nueva York en su implementación de la política monetaria nacional e internacional.

En este momento, la red consiste de ocho instituciones financieras de Estados Unidos, tres del Reino Unido, tres de Japón, dos de Canadá, dos de Francia, dos de Suiza y uno de Alemania. Esta red transmite la política monetaria norteamericana entre los mercados financieros mundiales para facilitar la compra venta de la deuda soberana del gobierno norteamericano, garantizar niveles adecuadas de liquidez en los mercados y así asegurar la formación de mercados financieros internacionales estables.

En mayo 2021, la Unión Europea anunció el inicio de su propia red de operadores primarios con el fin de manejar la emisión de nueva deuda de la Unión Europea en el monto de €800 mil millones, emitida por la Comisión Europea. En ese momento, la idea era de promover mayor recuperación económica entre los países europeos, luego de las secuelas de las medidas de cierre económica impuestas sobre sus poblaciones durante el período del COVID-19. Solo un año después en la primavera de 2022, la Unión Europea en efecto cometió un auto-intentado económico suicido al imponer feroces medidas coercitivas económicas y financieras contra la Federación Rusa.

En una especie de demencia colectiva, empujada muy cínicamente por las élites norteamericanas, los gobiernos europeos cerraron el mercado ruso tan importante para las exportaciones de sus empresas, a la vez que eliminaron la importación de los hidrocarburos baratos rusos que, durante décadas, habían sido esenciales para mantener la alta rentabilidad de la mayoría de sus economías nacionales. Sería difícil exagerar el impacto de este tremendo choque económico sobre la economía europea. De todas maneras ha servido para acentuar y acelerar procesos económicos que ya habían estado en marcha en Europa desde el colapso financiero internacional de 2008 y 2009.

Igual que en los Estados Unidos norteamericanos, en Europa un problema estructural fundamental ha sido que los niveles de ingresos de la población en general no se mantienen a la par del ritmo del aumento de los precios. A la par, la tasa de ganancias de las empresas no ha podido corregir de manera categórica la tendencia a la baja que ha demostrado durante muchas décadas. En el caso norteamericano, el economista Michael Roberts ha explicado que “oficialmente, los precios siguen siendo un 20% más altos que antes de la pandemia, pero con muchos otros artículos no cubiertos por el índice oficial de la inflación disparándose (seguros, tasas hipotecarias, etc). Entonces, después de contabilizar los impuestos y la inflación, los ingresos promedio son prácticamente los mismos que cuando Biden asumió el cargo”.

En prácticamente todos los países europeos la situación es igual. El nivel de remuneración real por hora ha caído. En Alemania, el nivel de los salarios ha retrocedido a lo de 2016. Una expresión aguda del problema del declive del poder adquisitivo de los salarios ha sido el desarrollo del mercado de las viviendas. Las cifras oficiales europeas constan que el costo de las viviendas en todo la UE subió en un promedio de 47% entre 2010 y 2022 y el costo de alquiler subió en un promedio de 18%. En el mismo período, la inflación oficial en la UE subió en un promedio de 28% con el mayor aumento en 2022. Estas cifras son promedios para toda la UE y hay fuertes variaciones en los diferentes países, como se puede ver en la siguiente tabla:

La crisis europea se profundiza paulatinamente en otros aspectos también, por ejemplo en la falta de transparencia en los más altos niveles de la burocracia de la Comisión Europea. El ejemplo mejor conocido de esta realidad ha sido el trato desleal y sumamente costoso alcanzado a puertas cerradas de manera completamente informal, sin ningún control eficaz, entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von de Leyen y la empresa Pfizer durante la pandemia del COVID-19. Nada le pasó a la señora von de Leyen y fue re-elegida presidenta de la Comisión Europea. La salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2016 respondía precisamente en gran parte a la frustración de su población a la falta de rendición de cuentas y la endémica corrupción que protege la burocracia europea de las consecuencias de su mala gestión.

Otro aspecto del fracaso del proyecto europeo ha sido la censura y persecución de las personas disidentes quienes se oponen a las políticas anti-democráticas de las élites europeas que han actuado en sumisa connivencia con sus homólogas norteamericanas. Se ha aplicado la fuerza de la ley de manera opresiva contra muchas personas que critican pacíficamente las políticas controvertidas de las autoridades nacionales y europeas. Por ejemplo una significativa parte la opinión pública cuestionaba las indebidas medidas represivas aplicadas en muchos países europeos durante la pandemia del COVID-19, o el vergonzoso apoyo de miles de millones de Euros al régimen nazi en Ucrania. Ahora, se implementa una despiadada y desmedida persecución de periodistas y otras personas que critican y protestan en defensa de Palestina contra el apoyo de varios países europeos al genocidio sionista.

Entre todos estos factores que indican el progresivo declive en varios sentidos de la Unión Europea, han habido dos hechos determinantes en el aspecto económico que son: la desindustrialización de Alemania y el avance de la emancipación de las antiguas colonias francesas en África Oeste. En Alemania, la empresa automotriz Volkswagen acaba de anunciar el cierre de tres de sus fábricas en Alemania con el despido de decenas de miles de trabajadores. En otro ejemplo, el gigante químico BASF ha preferido invertir US$10 mil millones para una nueva planta en China, en vez de hacerlo en Alemania. El índice de la producción industrial en Alemania ha estado en caída desde 2018 y la caída se ha agudizado desde 2022, como indica el siguiente gráfico de Reuters:

En el caso de Francia, la decisión de los tres países de la Alianza de Estados del Sahel, Malí, Níger y Burkina Faso, de emanciparse del dominio francés y norteamericano rompe definitivamente el sistema de control neocolonial ejercido por Francia desde los años de la independencia nominal de sus antiguas colonias en África Oeste el siglo pasado. Durante sesenta años Por medio del sistema monetario del Franco CFA, Francia ha dominado un bloque de países en África Oeste con una población total de más de 140 millones de personas y un PIB combinado en 2015 de más de US$160 mil millones.

El control financiero francés de la región efectivamente vinculaba este vasto área, con su gran población y extensos recursos económicos, a la Unión Europea. Ese esquema ahora se ha rompido y con la integración de varios países africanos al grupo de países BRICS+ está destinado a desaparecer. Así que los dos poderes principales europeos, Alemania y Francia, van perdiendo las bases de su poder económico, lo cual va a hacer disminuir grandemente en el poder y peso de la misma Unión Europea en las relaciones internacionales.

En resumen, a nivel interno los graves problemas socio-económicos rinden relativamente insignificantes para la mayoría de la población europea los indudables beneficios del sistema de la Unión Europea. Es una gran ventaja, por ejemplo, poder viajar libremente a través de toda Europa sin visas o, para las empresas, tener un solo mercado para todas sus transacciones transfronterizas. Pero otros temas implican crecientes y graves niveles de decepción y desacuerdo entre la población, por ejemplo, el tema de la burocracia fuera de control, la falta de rendición de cuentas de altos funcionarios de manera democrática, la sumisión de las clases gobernantes a las políticas norteamericanas y la desigualdad en la distribución de la riqueza.

Todo indica que los pueblos europeos sienten cada vez más su falta de soberanía ante un burocracia europea anti-democrática al servicio de las élites norteamericanas y no de sus propios pueblos. Este sentir se combina con la profundización de la crisis de legitimidad de las instituciones europeas por ser incapaces de responder equitativamente a las necesidades y aspiraciones socio-económicas de los pueblos de la Unión Europea. Juntos, estos negativos procesos tienen el efecto de resaltar el fracaso del proyecto europeo ante los pueblos y gobiernos del mundo mayoritario quienes ahora tienen cada vez mayor espacio en las relaciones internacionales para poder perseguir modelos socio-económicos más racionales, más equitativos, más democráticos y más humanitarios.

Cómo ha dicho nuestro Presidente Comandante Daniel, hablando de la guerra en Ucrania, “en los Países capitalistas hay mucha riqueza, es cierto, mucha abundancia, pero está en pocas manos. La mayoría de estos pueblos sufren, buena parte de estos pueblos sufren, y está es una guerra que está haciendo sufrir a estos pueblos, y afecta también a la comunidad mundial, pero somos optimistas, porque vemos que, por otro lado, desde los países que tienen sentido de humanidad, naciones que son potencias y que tienen sentido de humanidad se viene promoviendo la integración, y ya en los BRICS… ese es el mundo multipolar donde se juntan los pueblos, desde los países más poderosos hasta los países más empobrecidos, para unir esfuerzos en la lucha por la paz, contra el hambre, en la lucha por la sobrevivencia de la humanidad, en la lucha por la defensa del medio ambiente”.

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