Que cientos de miles de personas salgan a las calles indignadas por el avance del fascismo, y que esto ocurra en latitudes tan dispares como Alemania o Argentina, es una gran, gran noticia. Que el monstruo que asoló el siglo XX vuelva con brío, demostrando que no fue eliminado (porque no lo fue el capitalismo) y trayendo consigo su ideario, merece la respuesta más contundente. Pero esto no puede tapar una realidad que desde el poder se ha intentado ocultar: que el fascismo nace del capitalismo, que es la cara B de la misma moneda, la cara a la que recurren cuando lo necesitan.
Sin entender esto cabría pensar entonces que su ascenso es fruto de la casualidad, del aburrimiento de lo dioses o de un despiste social. Pero no, la clase dominante activa el mecanismo sabedora de que ha abonado lo suficiente para obtener ahora los frutos. A eso, ayuda el hecho de una sociedad donde mayoritariamente se ha inoculado la idea de que capitalismo y democracia son sinónimos. Una aberración que permite que pasen los años y los conflictos (muchas veces preñados de lucha de clases) sin que, lo que se presume son sectores «conscientes», tomen las calles contra el capitalismo, ni siquiera los primeros de mayo cuyo origen es, precisamente, la lucha contra el sistema. «Capitalismo pero sin fascismo» podría ser su próxima consigna.
Como resultado de lo anterior, en las manifestaciones anti fascistas vemos (e irán en aumento) a personajes que apoyan sin reparo la cara A de esa moneda, la que permite el genocidio sionista o el expolio de materias primas a países ricos pero empobrecidos por el saqueo. Y lo hacen con absoluta impunidad, con el apoyo de la opinión publicada y su Falsimedia engrasada para la ocasión, el menosmalismo hace el resto.