Oleg Yasinsky.— Un amigo escribe desde Alemania después de las últimas elecciones parlamentarias. Es ucraniano, de la organización «Borotba», sus compañeros fueron quemados por los nazis en la Casa de los Sindicatos de Odesa.
Él dice: «Aquí existe un verdadero antifascismo popular. Pero es espontáneo y no tiene puntos de referencia ni líderes. De ahí surgen las curiosidades cuando en una manifestación antifascista, la gente con toda seriedad exige solidaridad con la dictadura fascista de Ucrania. O cuando los alemanes, que conservan los mejores recuerdos de la RDA e incluso simpatizan con Putin, votan por la AfD. Hoy en Alemania no existe ninguna fuerza política capaz de decirles a los alemanes dónde están los fascistas. La gente ve la correlación de las fuerzas políticas y se da cuenta de que el fascismo está cada vez más cerca. ¿Pero dónde está y qué se debe hacer al respecto? Esto parece una película de suspenso, cuando las personas perdidas en la jungla nocturna oyen agazaparse a un depredador, ven sombras y crujidos, pero no tienen ni idea de dónde ni cuándo vendrá el ataque. Esto no sucede, debido a que ‘todo el mundo sea estúpido’, como lo intentan presentar algunos medios de comunicación extranjeros. Las personas que no tienen experiencia real de la lucha política no pueden entender qué se debe hacer. Están ahogados y desorientados en la inundación noticiosa que se vierte sobre ellos. Así que su respuesta al peligro abstracto son sus protestas abstractas: encendamos más fogatas para protegernos de lo desconocido. La desunión de la izquierda es un desastre total. Generaciones de supuestos izquierdistas que comían de diferentes ONG y fundaciones han incrustado firmemente en la conciencia de las masas que cualquier intento de formar estructuras organizativas es totalitarismo y estalinismo. Las verdaderas organizaciones de base brillan por su ausencia. Y si es posible luchar sin estar organizado es una pregunta retórica«.
En pocas palabras, mi amigo describió su primera sensación de una nueva realidad política alemana, en la que, producto de una elección democrática y con una altísima participación ciudadana, un 82,5 % se impusieron claramente dos opciones populistas de derecha, y aunque una de las dos, la AfD, se declara como una fuerza contra la guerra y por la normalización de relaciones con Rusia, sabemos que poca confianza merecen las bonitas declaraciones de las fuerzas populistas, expertas en enamorar a la plebe desesperada. Además, no toda la realidad política de hoy, encaja con el paradigma de «derechas» o «izquierdas».
Estamos frente a un paisaje social totalmente cambiado, en el cual, para no volvernos locos, entre tantos lemas, banderas, colores y oportunismos, promovidos por la imperante lógica del mercado, es mejor concentrarnos solo en los valores que defienden unos u otros proyectos, entendiendo la palabra «valor» no desde su significado religioso, sino ético. No perdamos de vista que, discutiendo de economía, impuestos, inversiones y gastos, siempre hablamos del ser humano y de su futuro.
El capitalismo neoliberal, que desde sus inicios fue el fundamento económico de la Comunidad Europea, no pudo ofrecer a sus países un futuro diferente del de hoy. En las últimas décadas, iban desgastando las reservas e ilusiones del «Estado de bienestar común», mientras aumentaba la concentración del poder en los bancos y en las corporaciones, que iba convirtiendo a Europa en algo cada vez más parecido al «tercer mundo», precisamente a esos países cuyos recursos, saqueados por el «mundo civilizado» hicieron posible el desarrollo de la metrópoli del sistema.
Los programas sociales de ayer, las pensiones, la salud y la educación estatales, vistos desde el neoliberalismo como mercancía, es decir, como una carga para el Estado, se destruyen de a poco, y para desviar la atención de la población del fondo de este problema, aparecen los migrantes, «la amenaza rusa» y otros chivos expiatorios, donde el principal gerente del miedo y odio para ese viejo y probado trabajo siempre es el fascismo.
Creo que es bastante inútil seguir la eterna discusión de si podemos considerar fascistas al AfD alemán o al Frente Nacional francés. Es igual que en la Ucrania de hace unos 15 años, cuando en medio de las estériles e interminables discusiones de si los nacionalistas y los nazis eran lo mismo, en el país abiertamente se preparaba el golpe de Estado y no hubo ni una sola fuerza social organizada capaz de detenerlo.
Los grupos de ultraderecha ucranianos nunca fueron grandes ni contaron con gran apoyo en la sociedad. Pero fueron los únicos bien organizados, con un claro proyecto ideológico y tenían a la juventud convencida de sus ideas: todo un caldo de cultivo necesario para que el nacionalismo cultural y casi romántico, en cuestión de meses, mutara en el nazismo paramilitar de las calles, suficiente como para que a la mayoría de los transeúntes se les quitaran las ganas de opinar sobre lo que fuera.
Las élites neoliberales que gobernaron la mayor parte del mundo durante las últimas décadas crearon condiciones ideales para que el populismo de derecha, el que siempre tarde o temprano se transforma en fascismo, se sienta sin rivales en cualquier competencia o elección democrática.
Los pseudoliberales que convirtieron el quehacer político mundial en una feria internacional de hipocresía despertaron en las masas, estafadas y desesperadas, una verdadera adicción al cinismo, que más allá del cambio de Biden por Trump, representa un claro retroceso para toda la humanidad.
Pero si los «globalistas liberales» tenían su clientela en una población que tenía todavía algo de educación y cultura y jugaron con los sueños arribistas de la clase media, proclamando un nuevo reino mundial de libertad y democracia, auspiciados por las mejores marcas, los nuevos «conservadores» de ahora ofrecen algo mucho más simple.
Con la destrucción metódica de la educación estatal, dos años de clases a distancia por la pandemia y la exitosa idiotización de las masas vía la revolución digital, la demanda de un discurso intelectual seductor «made in USAID» simplemente desaparece, ya que ahora nadie lo entiende.
A cambio, aparece la demanda urgente de algo mucho más básico y grosero. Las masas que ya no sueñan con participar, pensar ni reinventar la historia, necesitan líderes fuertes que con rapidez y eficiencia resolverán por ellos todos sus problemas. ¿Es eso ya fascismo? Claro que no. Pero, ¿Puede terminar en algo que no sea fascismo? Lamentablemente, parece que tampoco.
¿Qué podemos decir hoy sobre el fascismo, cuando todos los que dicen ser de izquierda y de derecha para desprestigiar a su adversario político hoy lo tildan de «fascista»?; igual que hicieron los analfabetos en países destruidos por el capitalismo, cuando solían acusar a todo lo que les parecía sospechoso de «comunismo». Algunos hasta afirman que Hitler era «socialista».
La parte más ignorante del público mundial todavía habla de la Unión Soviética, haciendo que otros aún más ignorantes consulten en Wikipedia y se enteren de que allí «vivían los comunistas» y así entiendan las raíces de «la maldad infinita de Rusia».
La palabra fascismo proviene del italiano «fascio» que significa «haz», simbolizando la unión. Si el modelo neoliberal apunta al extremo individualismo y la desocialización de las personas, aislándonos unos de otros y condenando a la soledad, genera entonces su principal objetivo: la enajenación del ser humano. Desde el propio sistema nace el fascismo como alternativa de una enajenación organizada.
En la construcción del proyecto político de Hitler se utilizaron los métodos y las herramientas de los movimientos de masas socialistas, solo cambiándolos de objetivo y poniéndolos al servicio de la defensa del sistema capitalista. Y, sobre todo, eliminando por completo entre sus adeptos cualquier espíritu humanista. Desde entonces, el fascismo, aunque bajo otras marcas y denominaciones locales, volvió a ser el verdadero sistema inmune para defender al capitalismo frente a cualquier peligro social. Es el verdadero movimiento popular de los lumpen, desesperados y resentidos.
¿Cómo se hizo posible que en diferentes continentes los movimientos de este tipo ganaran elecciones una tras otra? Es resultado de las varias décadas de trabajo político y mediático que hicieron las respetables «fuerzas democráticas», dividiendo y rompiendo las verdaderas organizaciones sociales.
La hermosa metáfora de los «nadies», robada de Eduardo Galeano, fue entregada a las fundaciones financiadas por Soros, que en vez de educar al pueblo se dedicaron a «empoderar» a los lumpen, orgullosos por su ignorancia «feminista», «antipatriarcal», etc.
Viendo un claro peligro fascista en Europa y el mundo, creo importantísimo no caer en la histeria y tratar de evitar abusar de este término. Es más importante entender los mecanismos del fenómeno en sí para ver cómo podemos desactivarlo. También necesitamos respondernos muchas preguntas: ¿Los métodos fascistas convierten a una u otra organización en «fascista»? ¿Por qué algunos tienen tanto interés ahora en separar el nazismo del fascismo?
¿Qué otros valores somos capaces de ofrecer para contrarrestar la balanza a favor de la humanidad? ¿Los valores conservadores? ¿Qué valores conservadores queremos conservar en interés de quiénes? ¿Conservar la lógica de la construcción de un barrio de una ciudad soviética, donde todo se hacía para el bien de la gente, para facilitar su acceso a la salud, educación y cultura? ¿O conservar las ciudades neoliberales que segregan, dividen y enajenan a sus habitantes?
Hace más de 80 años en Europa costaba entender que el hitlerismo nació, se desarrolló y llegaría al poder por unas elecciones democráticas en uno de los países más cultos y desarrollados de la época. Ahora, al parecer, está volviendo la misma pregunta.
También debemos entender que el fascismo de tipo hitleriano o el socialismo tipo soviético ya no volverán. La lucha entre el humanismo y antihumanismo tomará otras formas y otros nombres, pero su esencia quedará exacta porque sus intereses son los mismos.
Sea cual sea la respuesta, a Europa y al mundo le esperan tiempos difíciles. La máquina de la muerte puesta en marcha por los bancos y las corporaciones de los aspirantes a dueños absolutos del mundo no se va a detener sola. La solución dependerá solo de dos elementos: de los pueblos y de su capacidad de organización.
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Fuente: RT.