Stephen Sefton.— La manera convencional de interpretar el desarrollo de las relaciones internacionales generalmente supone que las clases gobernantes de una nación actúan casi exclusivamente para promover o defender sus intereses económicos y su poder e influencia en el mundo. Ahora, las élites norteamericanas y europeas no saben cómo asimilar el colapso de su poder e influencia relativo a la capacidad económica productiva y el poder político-militar de la Federación Rusa y la República Popular China. La falta de consistencia del Occidente colectivo ante este desafío se debe a las creencias falsas fundamentales que les impide adaptar a la nueva realidad que se impone en las relaciones internacionales.
Las élites occidentales todavía creen
- Que el Occidente es técnicamente, moralmente y culturalmente superior
- Que el Occidente colectivo debe tutelar y enseñar al mundo mayoritario
- Que el Occidente es militarmente superior a sus potenciales adversarios
- Que el Occidente seguirá dominando el sistema económico internacional
En la realidad global actual, la categórica demencia de estas ideas se demuestra por la preeminencia de China en la economía mundial, la derrota militar estratégica de la OTAN en su guerra contra Rusia en Ucrania, el apoyo criminal del Occidente colectivo al genocidio sionista en Palestina y el fracaso de la guerra de aranceles instigado por el presidente Donald Trump.
Las creencias falsas del Occidente colectivo han acentuado la cultura de mala fe e intimidación en la conducta de las relaciones internacionales, como se demostró con las confesiones de Angela Merkel y François Hollande de haber engañado a Vladimir Putin sobre los Acuerdos de Minsk. La falsa conducta errónea de las y los dirigentes occidentales contrasta fuertemente con la buena fe y respeto sincero practicado por las dirigencias de China y Rusia. Como parte de su constante guerra psicológica contra el mundo mayoritario, la maquinaria comunicacional del Occidente colectivo ahora pervierte y altera la historia. Construyen memorias falsas para profundizar el engaño emocional contra sus propias poblaciones y sostener las falsas creencias como si fueran presuposiciones válidas para su política exterior.
Dos ejemplos recientes han sido, primero, la insistente mentira que el programa de energía nuclear de Irán amenaza a Israel y, segundo, que los Estados Unidos norteamericanos puede actuar como un árbitro neutral para mediar el conflicto entre Rusia y Ucrania. De hecho, el programa nuclear iraní siempre ha sido categóricamente de uso exclusivamente civil y, en Ucrania, fue la clase gobernante norteamericana que provocó el golpe de estado en 2014, la guerra civil y la subsiguiente amenaza existencial a la seguridad de la Federación Rusa. De la misma manera que distorsionan temas actuales, las fuentes de comunicación e información occidentales intentan borrar de la historia los sacrificios de los pueblos de la Unión Soviética y del pueblo de China para lograr la derrota de la Alemania nazi y el criminal imperio japonés.
Para lograr estas victorias, China y la Unión Soviética perdieron más de 46 millones de personas, la gran mayoría de ellas de la población civil. La histórica mala fe occidental ha sido decisiva en formar el aspecto político-afectivo de las relaciones internacionales contemporáneas por haber provocado su rechazo de parte de las naciones del mundo mayoritario. Para Rusia y China la memoria del sufrimiento infligido en sus pueblos por Alemania, Japón y sus aliados en la Segunda Guerra Mundial es algo sagrado que jamás se olvidará. Para otros países del mundo mayoritario como la Corea Democrática, Vietnam y Argelia, sus luchas de liberación ocupan un espacio moral y cultural muy similar, igual que las luchas revolucionarias para los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
En América Latina y el Caribe, las élites vendepatrias alientan el olvido y menosprecio de los sacrificios de las luchas populares contra las dictaduras y la intervención extranjera. A nivel mundial, los países occidentales alientan el olvido y el menosprecio de los sacrificios del mundo mayoritario en la formación del mundo moderno. La expresión más odiosa de su sádico cinismo hacia las luchas de liberación del mundo mayoritario ha sido su apoyo al régimen sionista de Israel en su genocidio del pueblo palestino. Las emociones de rechazo, condena y angustia que la aniquilación de decenas de miles de infantes, de niñas y niños, de mujeres y ancianos, de personal humanitario, de periodistas van a perdurar mucho tiempo en el sentir de la gran mayoría de la humanidad.
Y esta realidad explica la siniestra importancia de la deshonesta manipulación de las emociones de las poblaciones de los países para distorsionar el sentir mayoritario de lo que es cierto y lo que es aceptable en las relaciones internacionales. Cada agresión occidental ha dependido de una gran mentira para justificar las campañas del odio y miedo dirigidas hacia la población doméstica y la opinión internacional para satanizar el objeto de la mentira. Ayer fue Slobodan Milosevic, Saddam Hussein, Muammar al Gaddhafi y Bashar al Assad. En América Latina, han sido el Comandante Fidel, el Comandante Chávez y nuestro Copresidente Comandante Daniel Ortega, ahora en relación a Ucrania es el Presidente Putin y en relación a Palestina la dirigencia de Yemen, Hamás y Hezbolá.
El Occidente colectivo impulsó su agresión contra Rusia con la mentira que fuera Rusia el país agresor, ahora, ante su derrota, las y los dirigentes occidentales fingen que son amantes de la Paz. Contra China, los mismos dirigentes mienten que China impone un comercio desleal porque es el Occidente que ya no puede competir económicamente, comercialmente o tecnológicamente con China. Mienten que Irán amenaza construir una bomba nuclear porque Irán es el único poder independiente en la región de Asia Oeste. Mienten que Venezuela desestabiliza la región de América Latina y el Caribe porque Venezuela es un poder revolucionario independiente que facilita la emancipación regional del dominio yanqui.
Mienten que Cuba y Nicaragua son dictaduras cuando sus democracias revolucionarias, iguales que Venezuela, demuestran la hipócrita falsedad de las pseudodemocracias de los demás países de la región. Todas estas deliberadas mentiras fomentan espurias emociones y un ambiente de afecto negativo en sus países que permite a los gobiernos occidentales implementar su demente política exterior hacia China y Rusia, hacia Cuba, Nicaragua y Venezuela, hacia Yemen, Corea Democrática y la República Islámica de Irán, entre muchos países más. Como comentó el Canciller Serguei Lavrov el pasado 22 de mayo, al recibir la más alta condecoración de la Federación Rusa, en las relaciones internacionales “sin exagerar, se libra una auténtica lucha entre el bien y el mal”.
En contraste a la mala fe y sádico cinismo del Occidente colectivo, la cultura de relaciones internacionales promovida por China y Rusia y sus socios del grupo BRICS+ enfatiza el beneficio mutuo y el respeto entre iguales para lograr un futuro compartido de bienestar y prosperidad para toda la humanidad. En consonancia con este sentir cooperativa, pero de manera independiente, nuestros países revolucionarios en América Latina siempre han promovido una cultura de sinceridad, solidaridad y cooperación. Desde su inicio, la revolución cubana ha compartido la incomparable calidad humana y científica de su cultura médica y su generosa capacidad educativa con todo el mundo. Fue el amor solidario de la revolución cubana que dio el impulso decisivo a la derrota del racista régimen de apartheid en Sudáfrica y Namibia.
Ha sido la generosa solidaridad de la revolución bolivariana del Comandante Eterno Hugo Chávez Frías mantenido ahora por el Presidente Nicolás Maduro que ha hecho posible compartir la riqueza generada por los hidrocarburos venezolanas con los pueblos de la región por medio del Petrocaribe y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA. Fue la apertura y sinceridad de los líderes regionales de la época que hizo posible hace quince años formar poderosas iniciativas de la integración regional como la CELAC y la UNASUR.
Y sigue siendo la generosa apertura, genuino compromiso moral con la Paz y la sincera buena fe de las y los líderes de nuestros países revolucionarios, de Bolivia, México, de Colombia, de las naciones del Caribe que permiten sostener un equilibrio regional hacia la integración de nuestros pueblos. Lo hace a pesar del continuo hostigamiento comercial y financiero, las constantes intervenciones políticas y el deliberado sabotaje económico de las élites norteamericanas y europeas apoyadas por sus aliados vendepatrias regionales. El reciente Foro China-CELAC demostró que aun las élites reaccionarias de la región reconocen que China ofrece una respetuosa relación económica de beneficio mutuo con muchas más ventajas y mayor potencial que las volátiles políticas de comercio e inversión al estilo codicioso norteamericano de arrebatar y agarrar.
Ahora las autoridades norteamericanas quieren secuestrar hasta las remesas familiares de las familias latinoamericanas y caribeñas para financiar todavía mayores reducciones de los impuestos que pagan las clases élites gobernantes. Mientras la derecha regional debate cómo conciliar su necesidad de tener buenas relaciones con China ante la amenaza de represalias norteamericanas, nuestros países revolucionarios avanzan de la mano con China y Rusia. En las relaciones internacionales junto con China y Rusia, nuestros países han demostrado que el aspecto político afectivo, basado en la sinceridad, el respeto mutuo, la solidaridad humana y la honestidad, es fundamental para construir un nuevo orden mundial de Paz y prosperidad. Como nuestra Copresidenta compañera Rosario nos ha explicado:
“Desde todas estas alianzas que vamos forjando y sobre todo con la cooperación brillante, continua de la República Popular China, ese encuentro de Pueblo con una potencia que prioriza la solidaridad y la cooperación respetuosa, incondicional, con ese lema que es extraordinario del Presidente de China, “un futuro, y cómo es ese futuro, de comunidad compartida”. La comunidad que construye un futuro compartido. El mundo debe construir comunidad, el mundo debe construir diálogo y paz, el mundo necesita seguridad, los pueblos necesitamos sentirnos productivos, porque somos productivos, capaces, porque somos capaces, responsables de nuestro presente y nuestro porvenir, pero, construyendo desde los gobiernos y la unión y la alianza, de pueblos y gobiernos, esas rutas que son de derechos, y que son rutas para la prosperidad”.