Animalismo vs Medio Ambiente: cuando la defensa de los animales pone en peligro la naturaleza

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Hacía mucho que no tocaba ningún tema ambiental en los Bits, pero esta situación de verdad que me exaspera… El blog comenzó siendo mucho más amplio en los ámbitos tratados pero, finalmente, la geopolítica se lo comió todo. Que me perdonen los geopolítikers puros por esta entrada que hoy parece incluso fuera de lugar, pero tenía ganas de contarlo 😉

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En las últimas décadas, el movimiento animalista ha ganado terreno en la opinión pública y en las políticas urbanas. Si bien muchas de sus reivindicaciones parten de un lugar compasivo, ciertos posicionamientos están teniendo consecuencias negativas para la conservación de la biodiversidad. En muchos casos, se está priorizando el bienestar individual de algunos animales domésticos sobre la preservación de especies autóctonas en peligro, lo que plantea un conflicto ético y ecológico difícil de ignorar. El animalismo, para michas personas, se ha convertido en un sustituto de la religión, con todo lo que ello conlleva de peligroso.

 

Un claro ejemplo es el impacto de los gatos domésticos en la fauna silvestre. Estos felinos, introducidos artificialmente en muchos ecosistemas, se han convertido en depredadores invasores cuya acción combinada con la negligencia humana está causando graves daños ambientales. De hecho, se estima que los gatos son responsables del 14 % de las extinciones registradas a nivel mundial de pequeños mamíferos, pájaros y reptiles, y frecuentemente se les considera una severa amenaza para la conservación de la fauna salvaje.

Estudios científicos avalan este impacto devastador. Se calcula que solo en Estados Unidos, los gatos matan entre 1.300 y 4.000 millones de aves al año, además de decenas de miles de pequeños mamíferos y reptiles. Este problema no se limita a un país o región; se repite en todo el mundo. En Australia, los gatos asilvestrados están vinculados directamente con la desaparición de al menos 63 especies de vertebrados, y se cree que son responsables de la muerte diaria de más de un millón de reptiles.

También hay evidencia contundente en España. En Galicia, por ejemplo, dos biólogos de la Universidad de La Coruña (UDC) han estimado que los gatos matan al menos 1,6 millones de animales silvestres cada año en esa comunidad. Su estudio, publicado en GCiencia , concluye que “su impacto en la fauna es muy importante” y recomienda claramente que “los gatos no deben salir de casa” para minimizar el daño que provocan a la biodiversidad local.

Este fenómeno también ocurre en otras zonas sensibles con otras especies domésticas, como el Parque Natural Bahía de Cádiz, donde las gallinas asilvestradas están provocando graves alteraciones en el ecosistema local. Estas aves, abandonadas por humanos y sin apenas predadores, se multiplican y alimentan de especies protegidas como camaleones, lagartijas y otros pequeños reptiles y anfibios, contribuyendo a la disminución de poblaciones ya frágiles debido a otros factores ambientales.

Pero no solo los gatos ni las gallinas tienen un impacto negativo en los ecosistemas. Los perros asilvestrados también están causando graves daños en muchos espacios naturales. Según estimaciones, en el mundo existen más de 700 millones de perros domésticos, de los que alrededor de 400 millones viven sueltos o completamente asilvestrados. Estos animales, al escapar del control humano, forman jaurías que cazan, compiten y transmiten enfermedades a la fauna silvestre. En Chile, por ejemplo, un estudio de CONAF reveló que los perros atacaron 5,2 veces por año cada parque nacional, matando a 257 animales silvestres en promedio. En algunos casos, su presión es tal que incluso se ha planteado como medida necesaria su captura o eliminación controlada, algo que nuevamente tropieza con la oposición de ciertos grupos animalistas.

La promoción de colonias felinas en entornos urbanos sin un control poblacional efectivo tampoco ayuda. Algunos modelos, como el de esterilización-castración-liberación, pueden ser útiles en contextos muy específicos, pero en la práctica suelen traducirse en una mayor presión sobre la fauna silvestre. Los gatos siguen cazando, matando y alterando el equilibrio natural incluso cuando se les alimenta regularmente. A nivel de comportamiento, el instinto de caza es independiente del de alimentación.

Frente a datos tan contundentes, muchos colectivos animalistas insisten en posiciones contrarias a cualquier intervención que implique el sacrificio controlado de estas especies invasoras. Argumentan desde una visión moral y emocional que, aunque respetable en ciertos ámbitos, entra en contradicción con los principios básicos de la ecología y la conservación. Priorizar la vida individual de ciertos animales domésticos puede acabar conduciendo a la desaparición de especies enteras.

No se trata de demonizar a quienes defienden el bienestar animal, sino de señalar que hay posturas dentro del movimiento animalista que ignoran o minimizan el impacto ecológico de ciertas prácticas. La conservación del medio ambiente debe centrarse en el equilibrio de los ecosistemas y en la protección de la biodiversidad global, no solo en el bienestar de aquellas especies que nos resultan más cercanas o queridas.

El verdadero respeto por la vida no puede limitarse a los animales que conviven con nosotros. Debe abarcar también a aquellos que habitan bosques, ríos, montañas y playas, que no tienen voz en redes sociales ni patrocinadores mediáticos. La naturaleza no necesita mascotas, necesita equilibrio. Defender el bienestar animal es legítimo y necesario, pero no puede hacerse a costa de ignorar los daños ecológicos que provocan algunas de nuestras acciones. Si queremos un mundo más justo para todos los seres vivos, debemos empezar por respetar la complejidad de la vida tal y como es, no solo como nos gustaría que fuera.

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