Raúl Antonio Capote (Granma).— El reciente anuncio de un alto el fuego entre Israel e Irán presenta una complejidad que va más allá del espectáculo mediático que lo rodea. Nadie se atrevería a vaticinar con certeza que estamos ante el fin del conflicto.
El reciente anuncio de un alto el fuego entre Israel e Irán presenta una complejidad que va más allá del espectáculo mediático que lo rodea. Nadie se atrevería a vaticinar con certeza que estamos ante el fin del conflicto.
Una muestra de lo volátil de la situación es la declaración del Ejército israelí, que anunció que daba por concluida una «fase significativa» de su campaña contra Irán, pero sin dar por finalizada la ofensiva.
No en balde, Eyal Zamir, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, afirmó que «la campaña contra Irán no ha terminado».
Por otro lado, el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, se pronunció sobre la tregua con Israel, notificando que Teherán respetaría el alto el fuego siempre y cuando Tel Aviv también cumpla con sus términos.
Asimismo, el mandatario iraní acusó a EE. UU. de participar en la agresión. «El ataque estadounidense contra las instalaciones nucleares viola la soberanía iraní y el derecho internacional», afirmó.
Mientras tanto, el representante de Irán ante el Consejo de Seguridad aseguró que la guerra no obligó a Irán a rendirse, y que Teherán no abandonará su programa nuclear pacífico ni se someterá a ninguna amenaza.
Durante estos días de incertidumbre, Donald Trump actuó como una especie de «prestidigitador» de circo, en su intento por controlar la narrativa global, presentándose como el artífice de la paz, mientras escamoteaba la realidad de la crisis y colocaba en un segundo plano el sufrimiento de los civiles y la responsabilidad de actores como Washington en la agresión.
Dicen que es una guerra sin vencedores ni vencidos, porque hasta ahora ambos bandos sufrieron pérdidas significativas y el conflicto podría reanudarse o transformarse en nuevas fases si no se abordan las causas profundas del enfrentamiento.
Pero la realidad es que los objetivos de Israel y la Casa Blanca para la operación contra Irán no se cumplieron. Como indicó el Canal 13 en Tel-Aviv, las centrifugadoras iraníes permanecieron «prácticamente intactas», verdad que aseguran la inteligencia estadounidense, los medios de comunicación, e incluso parte del Gobierno en Washington.
Lo cierto es que Israel y Estados Unidos buscaban poner fin al programa nuclear iraní y derrotar a la República Islámica (razón fundamental), lo que fracasó rotundamente. ¿Dónde están los 400 kg de uranio enriquecido a 60 %? Nadie lo sabe, Irán los puso a salvo.
¿De qué puede vanagloriarse la entidad sionista, además de sufrir cuantiosos daños en instalaciones claves, quedarse prácticamente sin misiles interceptores, y mostrar los enormes «agujeros» de la «famosa» cúpula de hierro?
Por otro lado, destaca la capacidad de resistencia y de respuesta, de Irán, una nación sometida a severas sanciones durante más de 40 años, que fue capaz de enfrentarse a Israel y a Estados Unidos, y forzar una tregua.
