Degeneración del capitalismo y Geoestrategia del Caos

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LA IDIOSINCRASIA BÉLICA DEL CAPITALISMO (IV) [ENTRE LA EXPLOTACION, LA DESPOSESIÓN Y EL SAQUEO]. UN REPASO HISTÓRICO

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Andrés Piqueras.— A comienzos del siglo XXI el tinglado de saqueo, desposesión y acentuación de la explotación vinculados a la unilateralidad estadounidense y su (des)orden mundial comenzaría a debilitarse con la confluencia de dos procesos decisivos:

1) La persistencia e intensificación de la crisis global del capitalismo, y con ella la del propio Sistema Mundial generado por este modo de producción; así como el comienzo de la declinación económico-política de su potencia líder [1].

A pesar de todas las medidas contratendenciales aplicadas, el proceso de tecnificación-mecanización de la economía iba haciendo cada vez más difícil esquivar la subyacente sobreacumulación de capital, máxime al irse agrandando la participación de la robotización y de la inteligencia artificial en los procesos productivos, componentes de la cuarta revolución industrial. Junto a ello, la descabellada distancia entre el dinero financiero y el capital productivo tenía que resolverse forzosamente en crisis de destrucción de activos. Las tasas de ganancia de las principales economías centrales no dejaban de caer.

Fuente: Maito, Esteban (2014). “The historical transience of capital. The downward trend in the rate of profit since XIX century”, en maito-esteban-the-historical-transience-of-capital-the-downward-tren-in-the-rate-of-profit-since-xix-century.pdf (wordpress.com)

Pero la decadencia económica haría especial mella en EE.UU.

El gran deudor del mundo mantiene unos desequilibrios internos estratosféricos. En 2019 la deuda total estadounidense (pública + privada) alcanzaba casi 70 billones $. La deuda pública USA en 2021 era de casi 25 billones (126,44% del PIB); el déficit fiscal era de más de 3 billones en 2020, 11,62% del PIB en 2021. Mientras, su desinversión productiva y su deslocalización industrial siguen en crecimiento. Estados Unidos se está reduciendo en términos de inversión internacional, fusiones y adquisiciones, logística y moneda. Entre 1945 y 1950 su economía llegó a representar la mitad del PIB mundial, con más de la mitad de las reservas de oro mundiales. Su descenso desde entonces le ha hecho acabar 2022 por debajo del 16% del PMB y la previsión es que no llegue al 15% en 2026. En cuanto al dólar, la cuota del dólar en las reservas mundiales pasa del 73% en 2001, al 55% en 2021, y al 47% en 2022 (ese año la cuota del dólar cayó 10 veces más rápido que la media de las dos últimas décadas). Cada vez más formaciones estatales han empezado a dejar de acumular reservas en dólares, no sólo por la decadencia de la credibilidad del dólar sino por su creciente y cada vez más descarada y brutal utilización como arma de guerra (frente a lo cual nadie se puede sentir muy seguro).

“Es la realidad económica la que pone en juicio el papel de EUA como potencia hegemónica, luego del declive de la fase material conocida como los gloriosos treinta (1945-1968/73) expresada en la crisis de acumulación y rentabilidad (1973- 1982) y el agotamiento de la fase financiera (1983-2007) del ciclo sistémico de acumulación estadounidense”. [Gerig, Malfred, “El retorno de la Trampa de Tucídides: la Gran Estrategia de Estados Unidos y China frente a la disputa hegemónica desde la perspectiva de la economía política de sistemas-mundo”, en Geopolítica(s), vol. 12, nº 1, pp. 99-122; 2021, pg. 104].

Aunque también en peligro, los últimos anclajes de EE.UU. como hegemón son todavía:

a/ el dólar como moneda de cambio y de reserva del valor a escala internacional;

b/ el Ejército, que está vinculado al avance tecnológico estadounidense.

Uno y otro de esos pilares se sustentan mutuamente: el dólar puede cumplir tales papeles globales porque su confianza se asienta en la fuerza de las armas del hasta ahora ejército más poderoso del planeta, mientras que éste ha podido seguir siéndolo gracias al papel global del dólar y a la consiguiente posibilidad de emitir dinero sin respaldo, así como de contraer deuda incobrable (lo mismo se aplica a su complejo tecnológico que, por otra parte, está en gran medida militarizado). Esta dupla de poder le permite al hegemón (y de rebote a las potencias capitalistas subordinadas) mantener también la “fabricación de la verdad” a escala mundial, a través del control de la absoluta mayoría de los media. Lo cual bien puede constituir un tercer anclaje de la hegemonía USA:

c/ el cuasi-monopolio sobre las comunicaciones (donde se incluyen sus 5 gigantes tecnológicos: Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft), incluida internet, lo que ha permitido a EE.UU., y por extensión a las formaciones sociales europeas, seguir “construyendo el relato” del mundo (a semejanza de lo que estas últimas vienen haciendo desde su expansión colonial en el siglo XV). Esta es una fuente de poder que algunos han bautizado como “poder blando”, pero que tiene una materialidad bien firme y constatable: el control de las conciencias condiciona palmariamente el de los hechos.

Sin embargo, la previsible declinación de un dólar sobrevaluado y con poco respaldo real en el valor, puede poner en peligro en cualquier momento los otros dos pilares del todavía liderazgo estadounidense (y, como quienes están unidos mediante una cadena, si el ejército empezara a acentuar sus muestras de decadencia, la caída del dólar sería aún más precipitada –lo que todavía precipitaría más el desmoronamiento del ejército, en una viciosa espiral insalvable-: de ahí la “urgencia” bélica, incluso nuclear, del hegemón).

2) La emergencia de China como potencia mundial y la recuperación de soberanía nacional con cada vez más presencia internacional por parte de Rusia(que gracias a su sustrato heredado de la URSS, se convierte, a pesar de todas sus carencias y la destrucción social y económica que padeció, en un referente de resoberanización y agencialidad multipolar). Formaciones socio-estatales que poco a poco se han ido aproximando entre sí para generar un tándem muy difícil de enfrentar, poniendo en serias dificultades la continuación de la unipolaridad. Máxime cuando expanden su proyecto multipolar a otras formaciones socio-estatales de peso.

De facto, la vuelta del “Centro del Mundo” o lo que es lo mismo, la eclosión de China, con un partido y un proyecto comunista que no pudo ser derrotado en la (Tercera) Guerra Mundial contra el Socialismo, ha comenzado a trastocar todas las dinámicas de la globalización unilateral estadounidense. A diferencia de la URSS en su momento (que sólo podía oponérsele en el terreno militar y en el político), China sí reúne condiciones para desafiar la hegemonía mundial estadounidense en su completitud. Concretamente, el auge de China a partir de los años noventa ha significado una escalada continua de posiciones, hasta ocupar al final de la segunda década del siglo en curso el primer puesto en cuanto a participación en el PIB mundial (medido en PPA), adelantando a EE.UU. Como quiera que China tiene las mayores reservas de dólares del mundo[2], pero al mismo tiempo es una formación social que impide que sus divisas salgan fácilmente de sus fronteras, añade una razón más para haberse convertido en el principal rival de EE.UU. en el presente siglo, dado que el hegemón en su relativa decadencia necesita reciclar permanentemente enormes flujos de divisas hacia su economía.

Por ahora el sistema financiero ha empezado a compartir la importancia del yuan (en realidad del petro-oro-yuan, dado que China es el principal importador de petróleo y el que más reservas de oro tiene del mundo), que se aprecia en la misma proporción en que el país ha comenzado a deshacerse de las reservas de moneda y de bonos estadounidenses.

Un factor decisivo diferenciador del anterior (pseudo) “bipolarismo” EE.UU./URSS, es que la potencia china en auge juega de momento a escala global con las mismas reglas del capitalismo mundial, pero poniendo patas arriba todo el “Consenso de Washington” y venciéndole en su propio terreno. Todo ello a la par que conserva elementos bien definidos de una sociedad en transición socialista.

En cualquier caso, tanto las fuentes energéticas como la economía productiva ya no están en el Eje Anglosajón (anglo-estadounidense) que desde el siglo XVIII controla el Sistema Mundial, sino en Asia, y sobre todo en la dupla chino-rusa, a partir del momento en que Rusia recobra también su papel internacional como potencia (energético-militar y espacial) soberana. China sobre todo, pero poco a poco aunque parcialmente también Rusia, trazan las dos únicas contra-dinámicas de recuperación de la territorialidad político-estatal frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo. China, como potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la rapiña de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial multipolar (lo cual no quiere decir que algunos de aquellos rasgos no estén presentes también en su expansión económica, pero sin alcanzar ni de lejos el papel preponderante que tienen en el capitalismo degenerativo actual). Toda una red de interconexión mundial (“Nueva Ruta de la Seda”)[3], en la que se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia, pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana. Una red con moneda internacional centrada en el yuan, que pretende complementarse con una canasta de monedas y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, una Bolsa Internacional de Energía, una articulación de fuertes países emergentes (BRICS+) y un plan de infraestructura y desarrollo que busca conectar el Pacífico con el Atlántico de este a oeste.

Por su parte, Rusia ha ido poniendo su poderío militar-energético al servicio de ese proyecto, al que parece que tras las permanentes agresiones político-militares-económicas de la OTAN, comenzó a entender como su vía de futuro, con el fin de crear una “zona de estabilidad” fuera del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política estadounidense en decadencia. Esa alianza se contemplaba también como una gran apuesta estratégica de Moscú para conectar económicamente Europa y Asia en un súper-continente: la Gran Eurasia. Proyecto que por fin le permitiría a Rusia trascender su larga historia de intentos de insertarse de forma periférica en Europa, para pasar a ser el fulcro de Eurasia, y que por eso mismo viene siendo sistemáticamente torpedeado por el Eje Anglosajón (con el Poder Sionista Mundial por medio) y su instrumento de guerra, la OTAN.

Tal confluencia de nuevas potencias no solamente debilita aún más la globalización neoliberal, sino que fortalece mutuamente las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan ido consolidando a través de esta cooperación esa “zona de estabilidad” y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y los abusos de su unipolaridad.

Pero ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético, que paradójicamente podría prolongar la propia vida del capitalismo, la territorialidad política imperial del hegemón en declive opone una tenaz resistencia. EE.UU. no se muestra dispuesto a dejarse relevar sin destruir. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia occidental, el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino. En el conjunto de Asia, la “geoecología” o pugna por la energía, recursos, materias primas y “tierras raras” de minerales estratégicos (fundamentalmente localizados en el corazón asiático y especialmente en Siberia –y también en China-), se erige en un motivo avanzado de la geo-estrategia global.

Es por eso que a la “zona de estabilidad” multipolar chino-rusa (que sus respectivos mandatarios llaman de “estabilidad estratégica”), EE.UU. (y sus aliados subordinados) le ha opuesto desde el principio una política de caos y desestabilización.

Tal proyecto destructivo se fue articulando poco a poco en sucesivos planes, según EE.UU. adquiría conciencia de que un nuevo Mundo Emergente podía empezar a hacer desvanecer su prevalencia (además de poder fungir como contraejemplo a su accionar político-económico y a su decurso histórico).

Efectivamente, al comienzo los planes de dominación del mundo post-soviético todavía no tenían un nuevo enemigo específico o detectado -el terrorismo ejercía como razón de la militarización, el intervencionismo y la autoatribución de “gendarme global” por parte de EE.UU., en su dominio militar del mundo-. De ahí su “Doctrina de Dominación Permanente” (1992), sin todavía enemigos claros tras la URSS.

Pronto, sin embargo, se identificarían nítidamente los núcleos de intervención. El llamado “Plan Cebrowski” (por Arthur K. Cebrowski, antiguo almirante y director de la Office of Force Transformation in the U.S. Department of Defense), diseñado junto con Paul Wolfowitz (quien fue subsecretario del Dpto. de Defensa) y Colin Powell (presidente del Estado Mayor Conjunto durante la Guerra del Golfo), contemplaba la reestructuración del dominio mundial estadounidense una vez desaparecida la URSS. Un Nuevo Orden Mundial o “nuevo siglo americano” que señalaba “países desechables” y que defendía la destrucción de estructuras de Estado, que las fuentes de materias primas estuvieran bajo el control de EEUU y priorizaba en adelante abortar el nacimiento de un Mundo Emergente. Todo ello requería la adaptación a un nuevo tipo de guerra y un nuevo America Way of War. También, como consecuencia asociada, la reestructuración total del “Medio Oriente Ampliado” (toda la región de Asia occidental y África Nororiental).

En la Cumbre de Washington de 1999, la OTAN declaraba el derecho a la “guerra preventiva” en cualquier punto del planeta. Y a partir del cambio de siglo fue enfocando en China su ofensiva, no tanto porque supusiera una amenaza militar, sino por el ejemplo de un tipo de economía distinta, que bajo la bandera del socialismo competía con éxito en el propio terreno del capitalismo, manifestando que de nuevo una economía planificada se abría camino y asombraba al mundo.

Así que los planes se fueron concretando para intentar romper, deshacer o desbaratar la infraestructura de interrelación mundial que había ido tejiendo China.

Durante el gobierno de George W. Bush se perfilaría la Teoría del “Caos Constructivo” (el nombre lo dice todo).  Washington intentó afirmar su hegemonía tras el (a todas luces autogolpe del) 11 de septiembre de 2001, mediante el recurso a la acentuación de la militarización y la guerra.

La “Doctrina de Pivote Asiático” formulada por Obama, proyectaba el despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima en caso de una escalada de la agresión contra ella.

El documento “Ventaja en el mar” publicado por el Instituto Naval de Estados Unidos, recogía la estrategia marítima del país a partir de la integración del poder naval en todos los dominios y bajo coordinación conjunta de la Armada, el Cuerpo de Marines y la Guardia Costera.

Con todos estos planes se pretendía inyectar Caos al mundo en construcción e inducir desastres sociales o sociedades-en-disolución, como forma concreta de sometimiento. Una diabólica planificación racional que pretende “gobernar el caos”, sumergir a unas u otras formaciones socioestatales en una indefensión absoluta convirtiéndolas en no-sociedades para así imposibilitar su adhesión al Mundo Emergente y saquear sus recursos. Agujeros negros de barbarie, en permanentes enfrentamientos de todos contra todos, han sido el resultado de las intervenciones de EEUU, con o sin la OTAN (y ayudado por el Poder Sionista Mundial), desde que comenzara su ofensiva global contra el Mundo Emergente, y especialmente la dupla chino-rusa y sus más cercanos aliados o coparticipes del proyecto. Así los ejemplos de Iraq, Afganistán, Yugoeslavia, Libia, Somalia, Sudán, Siria… con Líbano, Palestina, Yemen e Irán como objetivos a (terminar) de destruir. Pero también los países de la Alianza del Sahel (Burkina Faso, Mali, Níger) o Argelia están, entre otros, en el punto de mira de esa guerra. Una Guerra Global Híbrida o Guerra Total, que está intensificada en los ejes de tensión por los recursos y por la hegemonía mundial. Estando por tanto uno de esos ejes en Afroeurasia (y especialmente el centro de la encrucijada de Asia, África y Europa, el llamado Medio Oriente Ampliado) y el otro en el Pacífico, en torno a China, donde surgió el nuevo polo de hegemonía mundial (a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, los Brics+ y la Organización de Cooperación de Shanghái).

Esta Guerra Total implica una economía global de guerra. Se lleva a cabo, ya sea mediante intervenciones militares directas o bien a través de intermediarios contra quienes todavía se niegan a aceptar las nuevas reglas de juego. Restos o retazos de “sujetos díscolos” que hay que disciplinar o eliminar.

En este orden de intenciones, otra particular modalidad de guerra que practica EE.UU., y que puede permitirse por gozar de la “moneda global” y del sistema de compensación de pagos SWIFT, es la de la sanción económica contra países (que también obliga al resto del mundo a seguir, ejerciendo a su vez sanciones contra quienes no la secunden). En las últimas décadas agrede así nada menos que a ‎Bielorrusia, Burundi, Corea del Norte, Irán, Libia, Nicaragua, Cuba, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Sudán, Siria, Venezuela y Zimbabue; Estados a ‎los hay que agregar entidades como las Repúblicas Populares de la región de Donbass (en ‎Ucrania) y el Hezbollah libanés (así como buena parte de la población de Yemen, donde los hutíes entran y salen de la lista de “terroristas” dictada por EE.UU., según conveniencias), entre ‎otras.‎ Esas sanciones constituyen actos de guerra condenados por la ONU, que causan indescriptibles sufrimientos y mortandad en las poblaciones afectadas, a menudo más que los ataques militares, pero que pasan mucho más desapercibidas para las sociedades del mundo[4].

Todas estas medidas bélicas cumplen, además de con los objetivos geoestratégicos descritos, con metas geoeconómicas y geoecológicas sustitutorias de la reproducción ampliada del capital, en lo que puede ser considerado como un crecimiento militarizado (en realidad sin eficaz acumulación de capital).

Para llevar a cabo con éxito esa Guerra Total, trascendiendo todas las normas del derecho internacional, resoluciones de la ONU y tratados internacionales, incluida la convención de Ginebra, EEUU tiene que deshacerse de todo el entramado que se construyó en la II Postguerra Mundial. Es en ese sentido que lleva a cabo un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales.

En su creciente obsesión por mantener su unilateralismo, EE.UU. es hoy un renegado absoluto del derecho internacional y la concreción más genuinamente auténtica del uso de la fuerza bruta en las relaciones internacionales. No contento con ser el único país que no ha suscrito ni ratificado ningún tratado de derechos humanos, emprende también un trabajo de demolición sistemática de las instituciones internacionales, del sistema de relaciones y compromisos multilaterales, de desconocimiento y hasta el repudio de las decisiones de Naciones Unidas (y de su Consejo de Seguridad) que constituyen la legalidad internacional. Es un proceso lento pero seguro de desconstrucción del derecho internacional y de la propia ONU, del conjunto del entramado mundial que el mismo hegemón moldeó en su fase ascendente (empezando por el “libre comercio” -que deja de interesar a las potencias capitalistas cuando son ellas las que pierden con el mismo- y su entidad representativa, la OMC), y que ya le incomoda en la actual fase degenerativa, de crecimiento militarizado y reestructuración de la dominación. Es decir, que la globalización unilateral implosiona, según se derrumba el entramado socio-político-institucional que conocimos desde la Segunda Postguerra Mundial y el fin de la Tercera. Con ello, el largo siglo XX llega, de una vez, a su fin, aunque pueda hacerlo de la manera más dramática, y las instituciones heredadas de ese siglo pierden también su protagonismo.

“Marco Rubio hizo la misma observación en las audiencias del Senado de EE. UU. para confirmarlo como Secretario de Estado de Donald Trump, explicando que «el orden global de la posguerra no solo está obsoleto, sino que ahora se está utilizando en nuestra contra». (…) La capacidad de Estados Unidos para obtener estas concesiones extranjeras ya no es el liderazgo industrial y la fortaleza financiera, sino su capacidad para causar caos a otros países”. Michael Hudson: El conflicto entre la Mayoría Global y la oligarquía estadounidense-europea)

NOTAS

[1] Es conocida la tesis de Arrighi que correlaciona las fases de financiarización de la economía mundial con la caída del hegemón de turno (también que ningún hegemón ha logrado prevalecer en solitario en el Sistema-Mundo (y luego Sistema Mundial) capitalista por más de 50 años; Arrighi, Giovanni. El largo siglo XX. Akal. Madrid. 1999). Recientemente, Vázquez ha compaginado con brillantez el análisis de la financiarización, el sistema-mundial y la hegemonía estadounidense, explicando cómo el declinar de esta última y su orden sistémico va asociado a la degeneración financiera (en https://scholar.google.es/citations?user=h8xQKRgAAAAJ&hl=es). Por nuestra parte venimos señalando que el final de un modo de producción, en general, se caracteriza invariablemente por el predominio del trabajo improductivo sobre el trabajo productivo.

[2] Las reservas internacionales de EE.UU. no cubren ni el 2% de su deuda externa. En contraposición, China encabeza la lista con las mayores reservas internacionales que además cubren el 153% de su deuda externa. Sin contar que EEUU lleva medio siglo con una balanza comercial negativa. La de los chinos lleva 5 décadas superavitaria.

[3] La Ruta de la Seda o “Un Cinturón una Ruta” en la terminología china, cubriría, de completarse, al 65% de la población mundial, mediante conexiones con más de un centenar de países de los cinco continentes. Involucraría un tercio del PIB global. Movilizaría una cuarta parte de los bienes planetarios, suponiendo algo así como un tipo de “New Deal” a escala global capaz de insuflar algo más de vida a un “capitalismo productivo”, tanto como probablemente constituirse en una de las últimas posibilidades de hacer una “reconversión suave” del mismo a otro modo de producción. En conjunto, China y su éxito económico como economía planificada, cuanto menos ha trazado ya una vía alternativa al orden neoliberal unilateral del Imperio Occidental (ver aquí CÓMO LA MAYORÍA GLOBAL PUEDE LIBERARSE DEL COLONIALISMO FINANCIERO ESTADOUNIDENSE. Michael Hudson). Esto no debería perderse de vista por ninguna lucha social en ningún lugar, si quiere tener alguna posibilidad de éxito, combinando –y ya es hora de hacerlo- adecuadamente la geoestrategia (traducida para el caso como internacionalismo) con la lucha social concreta y, en general, la política doméstica trasformadora.

[4] “En el siglo XXI las sanciones económicas se han convertido en un factor decisivo de mortalidad. Un estudio publicado el 25 de julio de 2025 en The Lancet Global Health estima que estas medidas causan 564 mil muertes adicionales cada año, más de la mitad en niños menores de cinco años”. Así lo introduce Misión Verdad en La maquinaria asesina de las sanciones causa medio millón de muertes al año | Misión Verdad

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