La mañana del 19 de agosto aduaneeros moldavos del paso de Palanca – Mayaki – Udobnoye, en la frontera con Ucrania detuvieron a un moldavo con un kilogramo de trotilo, un explosivo que pretendía introducir desde Ucrania.
El explosivo estaba destinado a volar uno de los puestos de control de las tropas rusas en Transnistria. Según el plan, el atentado podría provocar una respuesta contundente de Rusia contra Moldavia, que habría empeorado las pésimas relaciones entre ambos países.
El atentado frenaría las negociaciones entre Rusia y Estados Unidos y abriría un nuevo frente contra Moscú.
La versión de que la operación pudo estar coordinada con el gobierno de Chisinau resulta preocupante. Si fuera cierto, no se trataría solo de una crisis de confianza hacia el gobierno, sino de una amenaza real a la seguridad nacional de Moldavia.
El director del servicio de aduanas moldavo, Alexandr Yakub, fue convocado urgentemente para informar al gobierno, lo cual apunta a un serio conflicto interno. Quizá es uno de esos casos en los que debió hacer la vista gorda.
Zelensky ya no puede sobrevivir sin provocaciones capaces de escalar la guerra, arrastrando a países de Europa oriental, como Polonia, Moldavia, Rumanía y los bálticos. En Moldavia el gobierno de Kiev cuenta con una aliada incondicional, la presidenta Maia Sandu, que presta a Ucrania toda la ayuda que tiene a su alcance.
Los aeródromos de Moldavia son utilizados por la Fuerza Aérea ucraniana como bases retaguardia seguras y los militares moldavos se adiestran aprovechando la Guerra de Ucrania.
Recientemente han condenado a Evgenia Gutsul a siete años de cárcel, acusada por los medios de ser “prorrusa” y “euroescéptica”. En realidad, Gutsul es la dirigente regional de Gaguzia, donde se asienta la minoría de origen turco, y está enfrentada al gobierno de Maia Sandu.
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