Mohammed Al-Ayoubi*.— Tras la devastadora guerra en Gaza, la pregunta más urgente ya no es el alto el fuego o la reconstrucción, sino quién gobernará el enclave.
Esta es una lucha por el significado, la legitimidad y la soberanía. ¿El futuro de Gaza será determinado por su pueblo o por las mismas potencias extranjeras que ayudaron a destruirla bajo la bandera de la «salvación»?
Cada vez que se abren las puertas de la «reconstrucción» y la «ayuda», se cierran de golpe las ventanas de la soberanía. Lo que se despliega es un espectáculo colonial recurrente : un orden político palestino reconstruido bajo supervisión extranjera, donde el «realismo político» se promueve como sustituto de la justicia y la «tecnocracia» se presenta como una alternativa estéril a la resistencia.
Otro
Ayham Shananaa, un alto funcionario de Hamás, dijo a The Cradle que el resultado de la guerra no puede medirse con los estándares de los conflictos interestatales tradicionales, sino que debe entenderse como “una lucha existencial entre un pueblo que busca la liberación y una ocupación respaldada por Occidente”.
Afirma que la mera supervivencia de Hamás en el ámbito político tras dos años de guerra constituye una victoria estratégica, ya que Israel no ha logrado alcanzar sus objetivos declarados, ni siquiera con un respaldo internacional sin precedentes.
Esta opinión es compartida por el funcionario de la Jihad Islámica Palestina (PIJ), Haitham Abu al-Ghazlan, quien afirma que “la resistencia está ahora más arraigada que nunca” e insiste en que la verdadera medida de la victoria no reside en la destrucción material, sino en el fracaso del proyecto sionista para desplazar a la población y quebrar la voluntad palestina.
Shananaa añade que la resistencia “se ha impuesto como un actor clave que no puede ser ignorado en ninguna discusión sobre el futuro de Gaza”, argumentando que su firmeza la transformó de un actor puramente militar a un proyecto nacional con una visión y una estrategia.
Lo más significativo, añade, es que “esta guerra marcó un cambio en la conciencia global”, citando una solidaridad sin precedentes con los palestinos, protestas masivas y reconocimientos simbólicos del Estado de Palestina, todo lo cual apunta a un cambio profundo en la opinión pública occidental sobre la ocupación.
La reconstrucción como palanca: el nuevo rostro de la ocupación
Las propuestas internacionales para la administración de Gaza, ya sea un gobierno tecnocrático o una autoridad de transición, se presentan como necesidades humanitarias. En realidad, son poco más que renovaciones cosméticas de los viejos mecanismos de control.
En este contexto, Abu al-Ghazlan subraya que cualquier propuesta de este tipo «debe ser el resultado de un diálogo nacional palestino inclusivo, no de acuerdos extranjeros ni de tutela internacional». Afirma que «la reconstrucción es un derecho humano, no una moneda de cambio política», y rechaza cualquier intento de vincularla al desarme o a restricciones a la resistencia.
La política de gobernanza: ¿Puede la resistencia dar paso a la tecnocracia?
Uno de los debates centrales que enfrentan actualmente las facciones palestinas es si la autoridad de la resistencia puede transformarse en un gobierno tecnocrático, es decir, si la separación de la toma de decisiones políticas y de seguridad es posible o incluso deseable.
Shananaa es tajante: «Las armas de la resistencia son una línea roja mientras exista la ocupación». Si bien Hamás no se opone a una administración civil que gestione la vida cotidiana en Gaza, insiste en que el movimiento no cederá en el núcleo de su aparato de seguridad.
Abu al-Ghazlan, hablando desde la perspectiva de la Yihad Islámica (que, a diferencia de Hamás, no tiene una agenda política), afirma la misma línea roja: “Todos los procesos de paz que despojaron a la resistencia de sus armas terminaron en más agresión y expansión de los asentamientos”.
Lo que surge es una fórmula compartida: un gobierno civil es posible, pero la soberanía –en particular la soberanía en materia de seguridad– sigue siendo innegociable.
La idea de una “administración civil temporal” puede parecer moderada, pero en realidad es un gobierno sin poder: una cáscara gerencial carente de agencia política.
Este modelo busca gobernar Gaza, no liberarla; gestionarla, no emanciparla. Lo que Washington y Tel Aviv intentan construir es un modelo palestino vacío que presenta la ilusión de un «autogobierno» bajo el techo de la ocupación.
Tanto Shananaa como Abu al-Ghazlan enfatizan que cualquier acuerdo futuro “debe basarse en la protección de los derechos del pueblo, no en la presión extranjera”.
El término «consenso nacional» puede sonar atractivo en la retórica, pero a menudo funciona como una máscara para ocultar una ilusión política. El verdadero consenso requiere soberanía real y la voluntad palestina independiente, mientras que el consenso impuesto externamente es simplemente una tutela renovada disfrazada.
La ecuación de supervivencia: Hamás, legitimidad y la resistencia callejera
Mientras la Autoridad Palestina (AP) busca la legitimidad perdida a través de donantes, Hamás extrae su autoridad de la supervivencia entre los escombros. El pueblo de Gaza, aunque exhausto, no ve en Hamás la perfección, sino un desafío, una negativa a capitular ante la aniquilación.
Sobre la cuestión de un gobierno de unidad nacional que abarque Gaza y la Cisjordania ocupada, Shananaa afirma que esta propuesta no es nueva. Hamás lleva mucho tiempo pidiendo una verdadera alianza nacional, afirma, haciendo referencia a los repetidos intentos de reconciliación con Fatah en El Cairo, Argel, Moscú y, sobre todo, Pekín .
Sin embargo, ninguna de estas medidas se implementó debido a la negativa del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, a compartir el poder o aceptar un marco equilibrado, explica:
“Hamás no se opone a que la Autoridad Palestina desempeñe un papel supervisor o financiero en los acuerdos de reconstrucción, siempre que esto se haga dentro de acuerdos claros que preserven las armas de la resistencia y eviten cualquier interferencia extranjera en las decisiones de seguridad”.
Abu al-Ghazlan añade que la confianza entre la Autoridad Palestina y la resistencia «no se construye con palabras, sino con posturas. Cuando la gente sienta que la decisión política protege a la resistencia y no la limita, entonces podremos decir que hemos iniciado el camino hacia la reconstrucción de la confianza nacional».
El futuro de Gaza parece confinado a tres escenarios posibles, determinados por los equilibrios de poder establecidos por la guerra y el alcance de las intervenciones internacionales y regionales para dar forma al llamado “ día después ”.
Escenario 1: Gobierno liderado por la resistencia – Hamás llena el vacío
Este es el resultado más probable, con una probabilidad cercana al 60 %. Se basa en el principio de la «realidad impuesta», según el cual Hamás reafirma su control sobre Gaza aprovechando el vacío dejado por la retirada del ejército israelí de las zonas de la Línea Amarilla.
Desde el primer día del alto el fuego, las Fuerzas de Seguridad Nacional de Hamás se desplegaron en calles , intersecciones y zonas liberadas, restableciendo visiblemente una arquitectura de seguridad que se había derrumbado parcialmente durante la guerra.
Shananaa lo deja claro cuando confirma que “alrededor del 70 por ciento de la Franja está bajo el control de las fuerzas de seguridad palestinas formadas por Hamás”, lo que refleja una realidad sobre el terreno que no se puede revertir fácilmente.
Este escenario implica que la Franja permanecerá bajo la administración política y de seguridad de Hamás durante al menos uno o dos años, hasta que los entendimientos internos y externos maduren lo suficiente para formar un gobierno tecnocrático de unidad nacional aceptable tanto para los actores palestinos como para los internacionales.
Esta fase equivaldría a un “gobierno transicional por la fuerza”: un híbrido de autoridad de resistencia y administración civil provisional, a la espera de una declaración política más amplia.
Escenario 2: Reedición de la situación anterior a 2005: coordinación de seguridad y supervisión extranjera
Este escenario, favorecido por Estados Unidos y algunas potencias regionales (con una probabilidad estimada del 25 por ciento), prevé un retorno a los acuerdos anteriores a 2005: coordinación tripartita entre la ocupación israelí, la Autoridad Palestina y un organismo supervisor liderado por Estados Unidos, posiblemente con respaldo egipcio y qatarí.
En este marco, fuerzas palestinas “internacionalmente aceptables” supervisarían la administración de Gaza, la seguridad fronteriza, los esfuerzos de desarme y la distribución de ayuda bajo un comité internacional central.
Pero esta visión se derrumba bajo dos contradicciones:
En primer lugar, Hamás no tiene intención de renunciar a su posición política o militar después de sobrevivir a la guerra y forzar un alto el fuego.
En segundo lugar, los años de colaboración con la ocupación en materia de seguridad han dejado a la AP sin ninguna confianza pública.
En resumen, esto sigue siendo una fantasía occidental, no una hoja de ruta viable.
Escenario 3: Caos planificado: un descenso controlado hacia el conflicto
El escenario menos probable (15 por ciento), pero el más peligroso, prevé una recaída en enfrentamientos armados entre facciones palestinas –o entre grupos de resistencia y milicias apoyadas por Israel , o el ejército de ocupación– si el cese del fuego colapsa o las negociaciones políticas fallan.
Éste es el resultado preferido por Tel Aviv, ya que garantiza el desgaste constante de la resistencia y mantiene a Gaza en agitación, impidiendo la formación de cualquier orden político estable o unificado.
Sin embargo, a pesar de su riesgo, este escenario es poco probable en el corto plazo, ya que los actores regionales –especialmente Egipto y Qatar– están trabajando intensamente para evitar una nueva explosión que pueda desmantelar lo que queda del proceso político.
La implosión política de Tel Aviv: la caída de Netanyahu y la crisis del sionismo
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quiso inscribir su nombre en la historia como el hombre que aplastó a Hamás. En cambio, podría ser recordado como el artífice de su propia caída , una opinión compartida incluso en círculos políticos israelíes, desde Yair Lapid hasta Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir .
El acuerdo de alto el fuego fue, en efecto, una admisión del fracaso sionista . Los objetivos de la guerra —eliminar a Hamás y liberar a los cautivos por la fuerza— se evaporaron ante la resistencia.
Incluso si Netanyahu se va, el establishment político y de seguridad israelí seguirá buscando el control de Gaza, pero sin la narrativa unificada que alguna vez justificó las matanzas en nombre de la supervivencia.
Shananaa dice que el acuerdo de alto el fuego profundizó la crisis interna de Israel y debilitó la cohesión de la coalición de extrema derecha, describiendo al gobierno de Netanyahu como «fascista, extremista y que ha perdido legitimidad incluso dentro de la sociedad israelí».
Más de un millón y medio de israelíes protestaron contra la guerra, y la oposición crece día a día. El apoyo estadounidense es lo que mantiene a Netanyahu políticamente vivo, pero su caída es solo cuestión de tiempo.
Los objetivos de la guerra cambiaron de «eliminar a Hamás» a «sobrevivir al fracaso». Fue un descenso de la visión estratégica a la reacción táctica; de un Estado que hacía historia a un Estado que luchaba por sobrevivir a su propio presente.
En definitiva, la pregunta «¿Quién gobierna Gaza después de la guerra?» es más existencial que administrativa. ¿Quién ostenta la verdadera legitimidad? ¿Quién define el futuro? ¿Quién decide cuándo termina la guerra?
Shananaa responde con claridad: «No hay autoridad por encima de la resistencia, ni reconstrucción sin soberanía».
La legitimidad no la otorgan los donantes ni se impone mediante marcos. Se forja bajo fuego, se arrebata de los escombros. Y el «día después» no comenzará con firmas, sino con el desmantelamiento de la ocupación.
* escritor palestino (The Cradle)