Andrés Piqueras.— Cuando Siria cayó, empezó una pérdida de influencia rusa en Asia occidental y el Mediterráneo oriental, en favor de una ganancia de influencia del imperialismo norteamericano en la zona. Sin duda un golpe a la correlación de fuerzas mundial de la alianza ruso-china.
Ahora estamos empezando a comprobar el significado de esa pérdida.
La guerra de la OTAN en Ucrania probablemente ha impedido a Rusia salir en defensa de sus aliados en Asia occidental, como pudo hacer en la década pasada.
No hay que dejar de tener en cuenta que Rusia está recibiendo el ataque combinado de toda la OTAN, con golpes, sabotajes y atentados en su propio territorio.
Su ausencia despeja el camino para que el ente sionista se vaya haciendo una potencia regional, lo que fuera de siempre el sueño del Imperio Occidental. Paralizado tramposamente, de momento, el frente palestino, el brazo armado del Imperio en Asia se vuelve ahora de nuevo hacia Líbano, al que no para de bombardear (al parecer probando nuevas brutales armas de destrucción masiva), violando una vez más todos los acuerdos de paz alcanzados.
Pero tiene también el punto de mira en Yemen (con la colaboración de los servicios de inteligencia británicos, Emiratos Árabes Unidos e incluso, una vez más, Arabia Saudita); ver
Piezas intermedias de las que precisan deshacerse el ente sionista y el Imperio Occidental antes de su ataque (¿definitivo?) a Irán.
Los principales obstáculos para la expansión como potencia regional del ente sionista no vienen ahora del Eje de la Resistencia, duramente golpeado en el último año y medio, sino de Turquía y Arabia Saudita, que tienen sus propios proyectos de dominio y expansión regionales.
Especialmente peligroso es el de Turquía hacia Asia central y el Cáucaso, con su gran proyecto panturco, que puede terminar de rodear a Irán y cortar la conexión del Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INSTC), de China al báltico ruso, con el corredor de Zangezur como elemento de tensiones entre Armenia, Azerbaiyán e Irán. Un terreno preparado para una nueva desestabilización y posible agresión contra Rusia.
En cualquier caso, tal estado de cosas se corresponde con el aumento de la influencia estadounidense en la zona y un debilitamiento del ascenso de China, cuya iniciativa de creación de un eje pacificador Irán-Arabia Saudita, con la incorporación de Egipto a los BRICS, parece haberse frustrado, al menos por el momento.
Tanto como su proyecto estrella de una Nueva Ruta de la Seda, pues esa “ruta” queda ya llena de socavones desde su comienzo (y más con los recientes golpes de Estado en Bangladesh y Nepal, a los que se suma ahora la provocación de un conflicto armado entre Afganistán y Paquistán -país este último que será aún más objeto de desestabilización-) hasta su final (Siria ya en manos de los yihadistas del Imperio).
Parece que la política de perfil bajo, de no molestar a nadie y no volcarse a ayudar seriamente a los posibles aliados, está dejando de dar frutos al gigante asiático (no colaborar con el gobierno sirio en un programa de infraestructuras e inversiones sociales, ha sido parte de las omisiones que han llevado al punto en el que estamos; otras son las «lagunas» militares rusas, que siempre dejaron al ente sionista bombardear Siria como el que tira serpentinas en un circo, entre otras desprotecciones poco entendibles).
El llevar una “estrategia” -por decir algo- meramente defensiva, de contención, por parte de la dupla chino-rusa frente a los permanentes ataques militares y económicos del Imperio Occidental, le está empezando a pasar una factura demasiado alta (ni siquiera han dejado de comerciar con el ente sionista ni de desarrollar con él proyectos en los territorios ocupados ni han pedido su condena internacional por crímenes de guerra).
Sin verdadero proyecto estratégico alternativo, superador de la barbarie del capitalismo degenerativo, su potencialidad «multipolar» tendrá más posibilidades de irse al traste a no mucho tardar.
En fin. Todo indica, pues, una nueva configuración geopolítica de Asia occidental y central favorable a EEUU. y sus delegados en la región (ente sionista, Turquía y Arabia Saudita sobre todo).
Quién lo iba a decir hace sólo 4 años, cuando el ejército yanqui salía a toda prisa de Afganistán, y el Eje de la Resistencia (Líbano, Siria, Yemen, Iraq, Irán -Estados u organizaciones de gran peso dentro de ellos-) se veía fuerte como nunca, amparado por los proyectos infraestructurales chinos y la presencia militar rusa.
En sólo 4 años el Imperio, y su brazo sionista, han golpeado cruel, certera y contundentemente, hasta el punto de haber invertido la situación.
Hoy el ente sionista, debido a su potencia nuclear, puede imponerse de forma permanente y creciente, genocidio tras genocidio, en toda la región. Mientras que Arabia Saudita prepara probablemente su propia arma nuclear para intentar no quedar muy relegada.
EE.UU. también se asienta en la región y enviará nuevas tropas a la misma. Irán, por su parte, pierde casi todas sus posibilidades de aspirar a ser potencia clave en Asia central y pronto verá en juego su propia supervivencia como Estado (comprobaremos si de nuevo la dupla chino-rusa se contenta con pasarle armas y, en su caso, dejarle caer: probablemente ese sí que sería el principio de su fin como “potencias emergentes”).
El movimiento religioso chiita pierde en su confrontación con el sunnita y eso es otra manifestación de la pérdida de influencia de Rusia en su frontera sur, por lo que también debilita a China en su proyecto estratégico de la Ruta y la Seda.
Es decir, que la posible correlación de fuerzas hacia el Socialismo enflaquece, a expensas del desenlace que tendrá el nuevo frente de guerra que EEUU está abriendo en el Caribe y de la propia progresión de la guerra de Ucrania, que Europa quiere que se haga interminable.
Ambos son pasos decisivos para que EEUU se lance a su tan ansiada confrontación en el Pacifico contra China.
Estamos, pues, todavía en la primera fase de la Guerra Total, con indicios de empezar a pasar ya a una segunda fase, más mortífera (aún).
La medida o el pulso de esa confrontación (de “Occidente” contra “Oriente” -la tan querida “guerra de civilizaciones” de Huntington, que desde hace años se va decantando del lado agresor, véase si no cómo han dejado a Iraq, Afganistán, Siria, Yemen…-) va a basarse en la capacidad que muestren las economías en uno y otro lado.
La capacidad de extracción de plusvalía mundial que pueda concentrar “Occidente”, por una parte, y “Oriente” por la otra, y en qué y a qué se va a destinar.
Sabemos que en la dupla chino-rusa está la energía y la parte más productiva que le queda al capitalismo, mientras que las potencias centrales del Sistema buscan casi a la desesperada ganancia especulativa-parasitaria y militar para mantenerse a flote, pagar su endeudamiento creciente y consumir su producción armamentista en los frentes de guerra (que pagan otros) para renovarla o rearmarse, provocando un creciente empobrecimiento de sus poblaciones, sometidas también a una alienación mediática sin precedentes
(¿Cómo si no se puede convencer a millones de personas que estando en el lado de los agresores, la OTAN, sean los agredidos o en peligro de serlo?; desconectando, además, unos frentes de batalla de otros, para que nadie pueda entender por qué suceden las cosas -lo que pasa en Palestina con lo que sucede en el frente ruso-ucraniano o lo que se viene en Venezuela, por ejemplo-).
Una parte de la clave de todo ese proceso de guerra es, por tanto, cuánto aceptarán las poblaciones “occidentales” la Mentira (ante la evidencia inocultable de la Barbarie, con Palestina ya no las han podido seguir engañando tanto, por mucho que lo intentan con sus mantras de “los dos Estados”, “Israel tiene derecho a defenderse” o “la guerra de Gaza” y “los atentados terroristas de Hamás”, etc.).
Y cuánto aguantarán que les den cañones en vez de pan y techo (y de paso, algún servicio social que otro, de calidad).
*Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología en la Universitat Jaume I de Castelló. Autor y director de numerosos estudios sobre migraciones, mundialización, identidades, movimientos sociales y agencialidad política; ha desmenuzado también la dialéctica Trabajo/Capital a lo largo del capitalismo histórico. Entre sus libros más destacados cabe citar Capital, migraciones e identidades (2007) y la obra colectiva del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), del que es miembro, El colapso de la globalización (2011). Recientemente ha publicado un libro de gran importancia, La opcion reformista: entre el despotismo y la revolucion, antecesor del que aquí se presenta. También es Premio Nacional de Investigación ¬´Marqués de Lozoya¬ª 1994, del Ministerio de Cultura, por su investigación sobre la identidad valenciana.
Fuente: Blog de Andrés Piqueras