Miguel Manzanera Salavert*.— En la periferia del antiguo sistema imperialista está naciendo un nuevo orden mundial. Es una opinión ampliamente difundida y corroborada por los indicadores económicos de los últimos años: la rivalidad entre el imperialismo liberal en decadencia y las nuevas potencias emergentes agrupadas en el bloque económico del BRICS, donde la República Popular China (RPCh) juega un papel principal, va a resolverse en beneficio de las antiguas naciones y Estados colonizados. Entre esos indicadores, parece significativo el volumen de comercio internacional, aspecto en el que China es la mayor proveedora de bienes y servicios, casi doblando a los EE.UU. como segunda economía exportadora. El superávit de la balanza comercial china contrasta con el déficit de la americana, que es una economía endeudada irrecuperablemente.
Sin embargo, el centro imperialista se resiste a abandonar su pasada hegemonía, provocando un conflicto bélico generalizado, que incluye genocidios como los dePalestina y Kivu, la guerra de Ucrania, y otras tensiones en Asia, África y América, que podrían dar lugar a una extensión de la violencia bélica. Teniendo en cuenta la existencia de una enorme cantidad de armas de destrucción masiva, la coyuntura histórica presenta peligros muy graves para la humanidad.
Esta situación ha llegado como resultado final de la fase de globalización que la economía mundial atravesó entre los años 1980 y 2008, dirigida por las élites financieras del liberalismo con sus sedes principales en Wall Street y la City de Londres. Las cadenas de valor se extendieron dentro una economía integrada internacionalmente, donde la especialización en la división del trabajo por países y regiones se establecía contando con factores como los niveles salariales, la cualificación laboral de la población, las regulaciones estatales de la fuerza de trabajo o la localización geográfica. Esa organización planetaria de la producción venía acompañada por el incremento proporcional del capital constante –inversiones en infraestructuras, maquinarias, tecnología, etc.- respecto del capital variable –fuerza de trabajo viva- en la composición orgánica del capital; de tal modo, la economía industrial se volvió dependiente de la financiera, al aumentar las necesidades crediticias de las empresas, ya fuera para poder sufragar los costosos desembolsos en la adquisición de medios de producción, ya para adelantar los salarios de la fuerza de trabajo en la producción de esos medios.
Esa hegemonía neoliberal de las finanzas comenzó en 1980 con los gobiernos deThatcher y Reagan, y arrasó los antiguos Estados socialistas del Este europeo. El dominio del capital financiero sobre el comercio mundial se ejerció gracias a uso del dólar como moneda de intercambio en el comercio internacional; la economía de libre mercado se regulaba a través de los flujos dinerarios y crediticios, controlados por la alianza de los Estados imperialistas bajo comando anglosajón. Es decir, que la hegemonía residía en las capas más altas de la burguesía financiera, que podían imponer sus decisiones para la conservación del sistema.
Un ejemplo de esa estructuración de las relaciones de poder en el liberalismo ha sido la subordinación de Alemania –y con ella el resto de Europa- al comando imperialista en la guerra de Ucrania y el enfrentamiento con Rusia, incluso en contra de sus intereses económicos. Ese orden internacional es imperialista porque busca imponersemilitarmente a través de la OTAN –aún de forma cada vez más contestada por el resto de los Estados-: la alianza militar de los Estados centrales del liberalismo ejerciendo un chantaje permanente sobre regiones enteras dependientes.
Por tanto, las relaciones internacionales se unificaron en la anterior etapa globalizadoraalrededor de los centros bancarios como mundo unipolar. Se organizó una especie de ‘superimperialismo’, para dar la razón al ‘renegado’ Kautsky. Pero no fue pacífico, como este había pensado. Las guerras y los genocidios se sucedieron para garantizar la explotación colonial y el suministro de materias primas a los centros fabriles del centro desarrollado. Numerosos conflictos violentos se sucedieron entre 1980 y 2010; para nombrar los más conocidos: entre Irán e Irak; las Malvinas; las intervenciones de los EE.UU. en América Latina –Granada, Panamá-; Yugoslavia; las dos Guerras del Golfo;la permanente violación del derecho internacional por el Estado de Israel, contra los palestinos y contra los Estados vecinos –Irak, Líbano, Siria-; el genocidio de la región de los Grandes Lagos –Ruanda, Burundi, Kivu-, para controlar la producción del precioso coltán; las fricciones de Rusia en el Cáucaso; Afganistán… Y sin embargo, hoy podemos contemplar aquellos años como una época relativamente pacífica en comparación con la nueva coyuntura que se está creando.
La necesidad de la guerra para el imperialismo es evidente por definición, y los hechos confirman esa descripción. La explicación por la teoría marxista enraíza en la crítica republicana del liberalismo, al señalar la apropiación privada de la tierra como la fuente del conflicto entre pueblos y naciones. La ilusión liberal de dulcificar las costumbres a través del comercio, es decir, el desarrollo de la cooperación por la división del trabajo y la cooperación entre grupos sociales, se transforma en la guerra permanente por las riquezas terrestres. La estructura de acumulación, constituida por el centro imperialista y la periferia colonizada, dio origen a un intercambio desigual, enriqueciendo a los países desarrollados, y empobreciendo continentes enteros devastados –América, África, Asia-. La metáfora de Borrel -Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Vicepresidente del Comisión Europea- sobre el jardín europeo frente a la jungla del resto del mundo encuentra en esa dinámica su realidad.
Solo mediante la violencia pudo sostenerse tal orden mundial. La sorpresa llegó cuando la RPCh (República Popular China) supo aprovechar las inconsistencias del sistema económico globalizado para superar al centro imperialista y situarse a la cabeza del desarrollo en este primer cuarto del siglo XXI. En la estela de China otros países han realizado una suerte de desconexión incipiente respecto de los centros financieros liberales constituyendo un bloque económico alternativo al imperialismo, que en nuestros días ya supera a las economías liberales. La reacción de las antiguas potencias hegemónicas ha sido sintomática, incrementando las presiones militares y las tensiones bélicas sobre el resto del mundo.
La tesis que quiero defender es que el empleo de la teoría marxista por la cultura chinamoderna –como doctrina del PCCh (Partido Comunista Chino), constituyendo el eje decisorio de la administración pública, más la difusión de sus presupuestos entre la clase obrera y la ciudadanía- ha hecho posible ese milagro. En primer lugar, porque la teoría de El capital permite prever las crisis capitalistas, de modo que la economía china estaba preparada ante este evento, resolviéndolo con éxito. Además, porque la soberanía nacional sólo puede conseguirse cuando el proletariado como clase hegemónica constituye el pilar central del Estado, dado que la burguesía comercial e industrial se encuentra bajo el control de las finanzas internacionales. En tercer lugar, se hace necesario modificar algunas tesis secundarias del marxismo clásico para adaptarlo a la actual coyuntura –especialmente dos: los modos de producción y la forma del desarrollo de las fuerzas productivas-. En cuarto lugar, se hace necesario subrayar la relevancia de la cultura nacional para lograr la estabilidad social, aun transformando las estructuras clasistas tradicionales.
La teoría de la crisis
Para completar el esquema de esa evolución, tenemos que hacer un poco de historia económica; nos remontamos a la fase económica anterior, la posguerra entre 1945 y 1980. Se debe reconocer que la tecnología informática, implementada por el liberalismoen la producción fabril, constituyó un factor fundamental para asentar la hegemonía del capital financiero en el siglo XX, tras la traumática experiencia de las dos Guerras Mundiales y la profunda depresión económica que siguió a la crisis bursátil del 1929; la economía de libre mercado consiguió recuperarse, en buena medida gracias a la fabulosa productividad generada por la automatización de la maquinaria industrial, añadiéndose a las profundas transformaciones culturales que la computación ha traído consigo en el terreno de la comunicación, la administración y la gestión social, tanto como en la actividad laboral. El liberalismo, como ideología de las élites financieras, se extendió como forma política y cultural en el último cuarto del siglo XX. La revolucióncomputacional del capitalismo liberal hizo posible la globalización, el desmantelamiento de los Estados socialistas, la hegemonía del centro imperialista, y ha impulsado las transformaciones culturales del posmodernismo hacia la sociedad líquida, con la masificación intensificada de las relaciones sociales.
Ese proceso ha atravesado varias fases. Desde mediados de la década de 1960 comenzó un ciclo recesivo de la economía que se incrementó intensamente con la crisis del petróleo en 1973. Se creó entonces la conciencia del agotamiento de las materias primas y los límites ecológicos del planeta Tierra. Esa realidad hoy en día innegable ha sido obviada por el comando liberal. Lejos de resolver el problema se ha incrementado exponencialmente la incompatibilidad del capitalismo y la sobrevivencia de la especie humana. Los informes sobre el Planeta Vivo de WWF (World Wildlife Found) nos muestran que el crecimiento económico desde 1970 ha venido acompañado de la sexta gran extinción de especies vivas en el planeta Tierra, la primera creada por la actividad humana. Esta realidad modifica totalmente las perspectivas de futuro que creó el progresismo europeo de los últimos siglos.
A pesar de este tremendo problema que el desarrollo capitalista bajo el liberalismo está creando a la humanidad, la globalización vino a remediar la depresión del libre mercado, generando un crecimiento económico sostenido durante un par de décadas. Pero como Marx y Engels habían previsto y explicado en El capital, esa dinámica expansiva del capitalismo liberal no podía sostenerse. La Ley tendencial a la baja de la tasa de ganancia actuó incontestablemente para erosionar los beneficios empresariales; en consecuencia, la clase financiera en desesperación incrementó sus tradicionales trucos contables hasta lo imposible, introduciendo en los mercados la aberración especulativa inmobiliaria. Vivienda e infraestructuras fueron afectadas por el ansia de ganancias capitalistas: el sector urbanístico creció de forma monstruosa hasta quebrar en la crisis bursátil de 2007-2008. A partir de ese momento comienza el desmantelamiento de la globalización.
Hoy esa estructura imperialista ya se ha hundido irremediablemente, dando paso a un conjunto de Estados que aspiran a decidir soberanamente sus vías de desarrollo: el mundo multipolar. Mientras los centros financieros se hundían en la depresión económica tras la crisis bursátil, la RPCh reaccionó incrementando el consumo de su población y reduciendo las bolsas de miseria, lo que reduce la plusvalía arrancada a los trabajadores redistribuyéndola entre la población. Eso permitió sostener el crecimiento y se hizo evidente la superioridad de la planificación sobre la competencia mercantil. El síntoma más evidente de esa nueva situación es precisamente la presidencia de los EE.UU. en manos de Trump y los republicanos, que están decididos a poner punto final al libre comercio internacional incrementando las barreras arancelarias para desarrollarla economía nacional, incrementando al mismo tiempo la presión militar sobre el mundo. Es el reflejo proteccionista de los antiguos liberales ahora convertidos en defensores del Estado autoritario, para conservar la hegemonía occidental frente a la emergencia de las antiguas colonias. El último recurso del imperialismo para sostenersees la violencia. A pesar de esa política chantajista, las relaciones comerciales internacionales siguen creciendo, a tenor de los datos ofrecidos por la OMC, pero se realiza entre Estados que han accedido a su soberanía, y cada vez menos bajo la nominación de sus cuentas en dólares.
Una nueva formación social: la República Popular China
La perspectiva marxista se basa en que el conocimiento de la coyuntura es fundamental para la acción política coherente, que conduzca con éxito el programa de acción racional propuesto a la ciudadanía y la clase obrera: la construcción de un nuevo orden socialista. Ese conocimiento depende de la aplicación consecuente de la teoría social al estudio de la sociedad actual. Como toda teoría científica, el marxismo debe ajustarse a los hechos que se muestran a la experiencia. A partir del desarrollo triunfal de la RPCh se nos muestra la consolidación de una formación social que parecía haber sido superada por la historia del siglo XX: el capitalismo de Estado. ¿Cómo hemos de concebir esta realidad emergente? Hay un importante debate internacional sobre este concepto, en el que participan economistas del mundo entero, y conviene tener clara definición de sus características principales desde el punto de vista marxista, para orientarnos en la nueva época que está naciendo.
Desde un punto de vista neoliberal, el capitalismo de Estado abarca aquellas formaciones sociales donde el Estado ejerce un control sobre la economía. Se subraya que la hegemonía de las élites del capitalismo financiero en la globalización está siendo disputada por los funcionarios de los emergentes capitalismos de Estado, donde la administración pública aspira a controlar los flujos económicos en beneficio de la colectividad nacional, redistribuyendo la riqueza producida entre la ciudadanía y limitando la explotación capitalista del trabajo en beneficio de la capa más alta de la sociedad. En enero de 2012, cuatro años después de la crisis, un artículo de la revista The Economist subrayaba la importancia de las empresas estatales en las economías emergentes, y presentaba ese modelo como una alternativa al mercado liberal. Esa tendencia no ha hecho más que pronunciarse y profundizarse desde entonces.
Lo que eso significa desde el punto de vista de la historia mundial: estamos en la fase de la superación del liberalismo hacia un sistema internacional de Estados capitalistas soberanos, que establecen relaciones entre sí desde la igualdad formal; el fundamentopara esta habría de situarse en la legislación universal de los Derechos Humanos promulgada por la ONU. Con esto se abre una ventana de oportunidad para orientar la historia hacia el socialismo, a través de una humanidad por fin pacificada consigo misma. Sin embargo, dado que la ONU ejerce un poder débil de carácter moral y no político, también aparece la posibilidad de un conflicto generalizado que hunda el proceso civilizatorio en el caos. Con este pronóstico alternativo, no hago más que repetir la observación de Marx y Engels en El manifiesto comunista de 1848 acerca del posible hundimiento de las clases en lucha.
En primer lugar, es necesario comprender que la actual coyuntura no es radicalmente nueva: repite una situación histórica que ya se dio a comienzos del siglo XX. Hay querecordar los análisis de Lenin tras la revolución bolchevique en Rusia, cuando señalabaque el nuevo poder emergente estaba produciendo un capitalismo de Estado: La realidad nos dice que el capitalismo de Estado sería para nosotros un paso adelante. Si nosotros pudiéramos realizar el capitalismo de Estado en Rusia en poco tiempo, eso sería una victoria… ¿Qué significa el capitalismo de Estado bajo poder soviético? En la actualidad, establecer el capitalismo de Estado significa aplicar la contabilidad y el control que aplicaban las clases capitalistas. Pero a diferencia de otros capitalismos de Estado de la época, este se generaba bajo el control del partido comunista. Se puede discutir si los Estados fascistas y nacionalistas de comienzos del siglo XX eran capitalismos de Estado, como Lenin parecía sugerir a partir de los desarrollos socialdemócratas de la teoría marxista. Sin duda, en ellos las regulaciones políticas limitaron la capacidad de decisión empresarial y financiera. Algo similar está sucediendo en nuestros días, con el ascenso de los movimientos fascistas al poder político en numerosos Estados. ¿Cómo interpretar y conceptualizar esos procesos?
Una determinación de su carácter nos exige una previa dilucidación de las cuestiones políticas. El Estado moderno –tanto en su versión liberal como en la socialista, según nos muestra Gramsci- es un terreno de confrontación entre las clases sociales; lo decisivo para calificar el capitalismo de Estado sería determinar qué instancia toma las decisiones políticas fundamentales y qué intereses se sirven con esas decisiones. Es decir, se trata de saber en qué grado los intereses financieros pueden condicionar la política estatal y hasta qué punto la clase obrera hace valer sus intereses. En los Estados controlados por la extrema derecha podemos observar que la gran burguesía todavía conserva un importante poder político y social. Habría, por tanto, que ponerle un apellido: capitalismo monopolista de Estado, como hace Ernesto Molina Molina, en artículo publicado en el ISRI (Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa).
Desde la perspectiva del Estado cubano, que se formó a partir de una revolución socialista, Molina utiliza la denominación ‘capitalismo monopolista de Estado’ para la formación social emergente, y subraya la existencia de dos actitudes opuestas en laperiferia capitalista –nombrada como Sur político-: un capitalismo diseñado al servicio del Norte –el centro imperialista-, y otras veces al servicio del Sur. Si bien en esta distinción está la clave de la coyuntura política, creo que el uso de la noción capitalismo de Estado es aquí demasiado genérica sin atender a la estructura clasista internacional. Lo que Molina llama capitalismo monopolista de Estado es una regulación liberal de la economía; y lo que llama capitalismo de Estado al servicio del Norte es una estructura política que certifica la dependencia. La segunda modalidad habría de denominarse capitalismo de Estado soberano, al servicio de las mayorías ciudadanas; simplificando, habría llamarse capitalismo de estado a esta variante para visualizar la emergencia del orden mundial multipolar, designando la otra como estado dependiente.
Este contrapone el uso del Estado al servicio del capital al posible capitalismo de Estadoproletario soberano –si es que podemos calificar así los Estados que se denominan socialistas-, que actúa con independencia política donde los intereses de los trabajadores están debidamente representados en la estructura social y política, se protegen los derechos humanos universales, y la democratización social es un hecho en la redistribución de la riqueza y la capacidad decisoria sobre la producción.
Por ejemplo, en una estructura como el Estado de la India, que ha implementado un fuerte crecimiento económico estando gobernada por un partido chovinista, y desarrollando fuertes tensiones internas. La teoría marxista de la ideología nos lleva a pensar que esas tendencias irracionales en la cultura se corresponden con la hegemonía de las élites conservadoras, que jerarquizan la sociedad impidiendo una democratización radical. No basta con señalar que la India es la mayor democracia del mundo, cuando el poder real se encuentra en manos de minorías reaccionarias que manipulan el sentido común ciudadano. Desde el punto de vista gramsciano, marxista y leninista, la democracia es una cuestión económica, pues la política no es más que economía concentrada. El poder político es una balanza para sostener el equilibrio entre las fuerzas presentes en la sociedad; hemos de reconocer que las corrientes progresistas son fuertes en la India disputando el poder a la reacción y favoreciendo la soberanía en la alianza de la periferia. Esa dinámica india es un dato más de la inestabilidad de la coyuntura mundial, donde todavía no se han consolidado las tendencias al desarrollo racional de la humanidad. Algo similar puede decirse de otros Estados del BRICS, como Rusia, Brasil, Sudáfrica, y demás que se han unido recientemente a esa asociación económica. En todo caso, es de notar la quiebra de la antigua estructuración de las relaciones internacionales y la fortaleza de la clase obrera asiática –no solo en China-.
También es discutible si el Estado del Bienestar de la segunda posguerra mundial pueda ser calificado de capitalismo de Estado -según Chomski afirmaba para los EE.UU.-. El pensador anarquista se fundaba en el hecho de que los grandes conciertos económicos capitalistas necesitan apoyarse en el Estado para sostenerse, fusionándose con la administración pública para manejar la economía. Esa realidad se ha mantenido en el siglo XXI, como sucedió en la crisis financiera de 2008 cuando el gobierno de los EE.UU. bajo Obama financió los Bancos en situación de insolvencia. El tesoro público rescata a las grandes empresas capitalistas cuando quiebran; sin embargo, en estos sistemas el capital financiero no deja de ser el árbitro de la situación económica, desde el momento en que mantiene el libre mercado como institución fundamental de la economía y la sociedad. Es cierto que el mercado está condicionado por la manipulación de la propaganda que falsea la información de los productos, pero lo esencial es que funciona con dinero y el dinero lo manejan los bancos. El apoyo del Estado a la gestión capitalista de la economía no significa un control de esta, sino una subordinación de las instancias públicas a las privadas. Pero la evolución de los EE.UU. sí parece que va profundizando las tendencias señaladas por Chomski, constituyéndose como capitalismo monopolista de Estado bajo la presidencia de Trump.
En mi opinión, debemos reservar esa clasificación de capitalismo de Estado para las estructuras sociales donde el poder público puede imponer una política económica soberana y a la vez redistributiva –evitando la expresión capitalismo monopolista de Estado, para utilizarla si es imprescindible, siempre subrayando la adjetivación-. El grado en que se produzca una tal estructura depende de correlaciones de fuerza, no solo nacionales sino también internacionales. Ya que el centro imperialista no dejó de explotar su periferia en ningún momento, como nos muestra la historia contemporánea de Latinoamérica, Asia y África, no es posible hablar de capitalismo de Estado para el centro capitalista. Teniendo en cuenta la tesis sobre la aristocracia obrera de Lenin –esto es, la cooptación de los sectores cualificados de la clase obrera por el centro imperialista-, difícilmente puede calificarse el Estado del Bienestar como un sistema redistributivo, ya que produce fuertes desigualdades sociales entre regiones geográficas, y tampoco introduce criterios de justicia en los intercambios comerciales entre los sectores laborales autonomizados por la división social del trabajo.
Ambos aspectos son complementarios: una desconexión respecto del imperialismo solo puede hacerse bajo la hegemonía del proletariado, pues las capas burguesas ‘nacionales’ son siempre dependientes del capitalismo internacional, a menos -y en el grado en- que se encuentren coartadas o condicionadas por la organización de la clase obrera. La soberanía nacional solo puede conseguirse mediante el ascenso de la clase obrera a la posición dominante en el Estado. A la inversa, la dependencia se hace tangible en la absorción por el sistema financiero mundial de la plusvalía producida por el trabajo de la clase obrera nacional. Parece evidente que una sociedad donde el proletariado es hegemónico, y consigue determinar el uso del excedente, lo utilizará en función de los intereses populares de desarrollo económico. Si bien la historia todavía no ha llegado a su fin, el éxito de la economía china hasta nuestros días viene a confirmar estos presupuestos de la teoría marxista. Y también podría ser claro que en caso necesario la limitación de la producción y el desarrollo bajo criterios ecológicos -lo que será absolutamente necesario en un futuro próximo-, deberá hacerse bajo comando del proletariado, dado que la burguesía no puede refrenar sus ansias de beneficios obtenidos por la explotación del trabajo y la tierra. Frente a esta última tesis se opone el consumo de masas en una sociedad hedonista del capitalismo contemporáneo.
Ciertas corrientes marxistas rechazan la experiencia de la RPCh por tratarse de un capitalismo. Hay numerosos aspectos en los que este Estado puede y debe ser criticado. Eso no obsta para reconocer cual es el sentido que está tomando la historia contemporánea. Todo desarrollo económico está fundado en la acumulación del excedente por las estructuras del modo de producción; lo que implica que la clase obrera no consumirá todo lo que produce, sino que dejará una parte para la gestión colectiva de la acumulación capitalista. Lo fundamental a este respecto es el uso que se hace del excedente. La República Popular ha conseguido erradicar la pobreza extrema para los más de 1400 millones de personas que habitan su territorio. Algo que economistas neoclásicos como Marshall proponían como objetivo principal de la economía nacional; ya sólo este detalle sirve para descalificar el liberalismo, incapaz de alcanzar un resultado parecido. Además, incluso en el campo tecnológico, que ha sido una actividad económica fundamental para la hegemonía de los Estados liberales en el pasado siglo, la RPCh está superando a las potencias económicas hasta ahora hegemónicas. Esto ha sido evidente en el desarrollo de la Inteligencia Artificial y la puesta en el mercado de la DeepSeek, que ha noqueado al Silicon Valley según la noticia de El País (Manuel G. Pascual, 17.9.2025).
Modificaciones en la teoría marxista
El capitalismo de Estado no fue mencionado en la formulación clásica de los modos de producción que hizo Marx. Sin embargo, en el Anti-Dühring ya se menciona que la propiedad estatal de las grandes empresas es el primer paso hacia el socialismo. Engels señaló que el camino hacia el socialismo pasaba por la propiedad pública de los sectores fundamentales de la economía, ante la incapacidad de los propietarios privados para manejar los enormes conjuntos empresariales creados en el desarrollo capitalista: La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a su solución… El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado. Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico. Esta idea madura entre los socialdemócratas a comienzos del siglo XX como consecuencia del desarrollo monopolista, y especialmente durante la PGM (Primera Guerra Mundial) cuando los recursos de la economía fueron puestos al servicio de la maquinaria de guerra.
Lenin saludó la formación de grandes monopolios en el capitalismo maduro como un paso hacia la estatalización de la economía, constituyendo la estructura de transición hacia el socialismo. Esta tradición nos exige una formulación consistente del concepto en sentido marxista, pues dentro de esta denominación caben numerosas estructuras de producción completamente diferentes, y claramente no todas llevan al socialismo; más bien pocas. Lenin ya hizo esa distinción hablando de la URSS como un capitalismo de Estado bajo mandato comunista.
La primera observación es que la evolución prevista por Engels y Lenin no se produjoen el siglo pasado. El desarrollo del capitalismo de Estado, que comenzó a formarse enla primera mitad del siglo XX, ocasionó dos guerras mundiales, cuya función histórica principal fue liquidar el movimiento obrero socialista del siglo XIX –además de asentar la supremacía del capitalismo liberal anglosajón-. Es tentador relacionar ambos procesos y considerar que esas dos grandes hecatombes humanas constituyeron la respuesta del liberalismo a los proyectos de evolución social hacia el socialismo diseñados por el marxismo continental. En todo caso, la consecuencia es que Europa ha quedado bajo la formación social del liberalismo y el proyecto socialista ha venido a desarrollarse en la periferia.
Sin embargo, la URSS fue la vencedora en la SGM (Segunda Guerra Mundial) y esa realidad nos invita a preguntarnos por qué fracasó su capitalismo de Estado, ocasionando su disolución en forma trágica. Aparte de que Rusia a comienzos del siglo XX era un país periférico y colonizado, mi investigación -basada en la reflexión que hizo Manuel Sacristán en su momento histórico- me lleva a pensar que las causas subyacentes de su hundimiento se encuentran en aspectos culturales de la sociedad soviética y en rasgos idiosincráticos rusos. La revolución bolchevique fue el primer intento de avanzar hacia el socialismo y tuvo un claro aspecto experimental. Fue un banco de pruebas para el marxismo y su propuesta política de desarrollar la humanidad hacia el socialismo. De ahí hemos de sacar lecciones fundamentales para orientar el proceso histórico.
Lenin consideró positivamente la formación del capitalismo de Estado en Rusia; sin embargo, Stalin llevó a cabo una estatalización radical de la economía bajo una inflexibilidad autoritaria que ahogó cualquier disidencia; pero también el pensamiento libre y creador que es necesario para el desarrollo científico. Stalin fue capaz de dirigir el Estado soviético para ganar la guerra mundial, pero dejó una herencia dogmática que impidió una ulterior evolución económica y científica de los países que formaban la Federación de Repúblicas. La revolución tecnológica del siglo XX quedó rezagada en la URSS.
Sin duda, la presión imperialista jugó su papel para el hundimiento de la URSS. Pero también el uso de un marxismo escolástico y paralizado ideológicamente contribuyó a la debacle. Esa ideología jugó malas pasadas a la dirigencia soviética que cometió errores imperdonables –muy grave la invasión de Checoslovaquia en 1968-. Esto no ha pasado en la RPCh, donde se ha sabido conjugar la teoría marxista con la tradición cultural en la construcción del orden social, y con las innovaciones tecnológicas aportadas por la economía liberal en el económico. De ese modo, la humanidad del siglo XXI ha retomado el camino previsto por Engels y Lenin en ámbitos geográficos muy diferentes a los designados por ellos para la evolución hacia el socialismo.
Entre los numerosos Estados que pueden englobarse bajo una definición de capitalismo de Estado, encontramos una variedad de modelos que pueden clasificarse en elitistas, dependientes del capital monopolista –al servicio del Norte, en términos de Molina- y proletarios –al servicio de la ciudadanía periférica-. Esta clasificación se basa en criterios de economía política. Sin embargo, la renovación del marxismo a partir de las experiencias históricas del siglo XX debe reconocer la importancia de los desarrollos culturales para el avance hacia el socialismo, en la medida en que la acción consciente de la humanidad –en sus diferentes niveles individuales y colectivos- es imprescindible para hacer posible el nuevo modo de producción que supere el capitalismo. En ese sentido se dirigió la reflexión gramsciana sobre la filosofía de la práctica, continuada en nuestro país por Manuel Sacristán.
También va en esa dirección a teoría de Samir Amin sobre los modos de producción, que considero importante para situar el capitalismo de Estado en su dimensión históricadesde la perspectiva marxista. El Estado burocrático –o tributario según su denominación- fue el modo de producción más importante para el desarrollo de las fuerzas productivas en la Antigüedad y la Edad Media. Europa fue una región marginal hasta la formación del capitalismo liberal en el Renacimiento, al mismo tiempo que comenzaba la etapa imperialista de dominación mundial. Según Amin, la ideología juega un papel fundamental en la organización social del modo de producción, subrayando la importancia de la moralidad ciudadana para las relaciones de producción. El capitalismo de Estado proletario sería la fase científica de ese Estado burocrático.
Por tanto, hemos de complementar la anterior clasificación con criterios que consideren la ideología prevaleciente. Esto es, Estados controlados por élites que se apoyan en ideologías irracionales, ya sean religiosas o filosóficas, y aquellos otros que adoptan la perspectiva científica y el marxismo como teoría social y filosofía de la ciencia. En el caso de la URSS, parece que se quedó a medio camino por las características del marxismo que allí se practicaba. La crítica de la ideología, que realizó Marx como prólogo a la investigación científica, y la crítica del sentido común constituida por la filosofía de la práctica gramsciana, vienen a ser así tareas fundamentales para la intelectualidad marxista.
La RPCh, construyendo el capitalismo de estado, ha adaptado el marxismo a la cultura nacional china y parece que eso ha constituido un fundamento para su éxito. Sería deseable que ese modelo pudiera repetirse en otras partes del mundo, no como una copia del original, sino adaptando el marxismo a la realidad cultural de cada Estado. Las revoluciones triunfantes son aquellas que han sabido realizar esa adaptación. Y así tenemos que la revolución cubana se hizo proyectando el leninismo en la acción política y cultural de José Martí en el siglo XIX. Del mismo modo, el camino que trazó el Amauta José Carlos Mariátegui es la vía correcta para desarrollar un marxismo andino. Para la civilización islámica se hace necesario una crítica histórica que sitúe la tradición racionalista en las bases mismas de su existencia. Por desgracia esto está lejos de poder conseguirse. En la India el camino de Gandhi parece haberse paralizado con la derrota del Partido del Congreso, produciéndose intensas luchas campesinas contra los monopolios del agro-negocio apoyados en las políticas públicas; estas en ocasiones toman formas violentas. En África ha heredado de la colonización europea una situación geopolítica desastrosa, pero vemos luces de esperanza en los Estados constituidos que buscan la soberanía en el cono sur, en el norte musulmán y en el Sahel.
Una evolución de la humanidad en sentido socialista se dará a partir de la victoria del capitalismo de Estado –en sentido estricto: de Estado proletario- en el conflicto que ahora está en marcha entre el imperialismo y el bloque asiático. Dentro del esquema que hemos elaborado en este artículo, esa confrontación atraviesa la lucha de clases en cada país, y al mismo tiempo tiene una dimensión internacional por el conflicto bélico en marcha. Y si bien los avances del socialismo parecen incontestables, pueden ser detenidos por la violencia del imperialismo liberal, capaz de generalizar el genocidio apoyándose en las organizaciones fascistas en desarrollo.
Los aspectos militares
La observación de los acontecimientos recientes nos permite suponer que la configuración de las relaciones internacionales está cambiando radicalmente en estas décadas: el centro capitalista se está hundiendo y la periferia emerge como potencia económica hegemónica. Hay motivos para ser relativamente optimistas, sin llegar a la ilusión de haber ya ganado el futuro; la coyuntura histórica todavía no ha definido su evolución y esas perspectivas deben ser confirmadas por los acontecimientos que van a desarrollarse en las próximas décadas. En estos momentos la rivalidad entre los dos modelos estructurales, el imperialismo unipolar y la alianza multipolar de capitalismo de estado, se nos muestra como un conflicto de gravedad creciente. La competenciaeconómica está reforzada por conflictos bélicos; la guerra híbrida en marcha manifiesta una agresividad de las democracias liberales, que es la tendencia tradicional del imperialismo y al mismo tiempo un síntoma de su grado de descomposición.
El programa comunista en esta coyuntura debe fundarse en una política de alianzas con todas las fuerzas anti-imperialistas que constituyen la humanidad actual. En cierto modo, esa parece ser la actitud china en las relaciones internacionales, capaz de fornecer el BRICS y otras importantes asociaciones económicas que forman el tejido alternativo a la dominación de los monopolios capitalistas. Por todo lo señalado más arriba, esa política de alianzas debe estar dirigida por el proletariado, para conseguir la victoria sobre el bloque imperialista. Por tanto, en primer lugar, hemos de considerar cuáles son las instituciones obreras organizadas y capaces de confrontar el imperialismo a través de las alianzas consideradas: ¿es la RPCh un estado obrero con capacidad para dirigir la alternativa al liberalismo? ¿Hasta qué punto las instituciones obreras pueden condicionar la política internacional? El test constituido por el genocidio palestino ha dado un resultado provisional positivo, pero la movilización internacional puede paralizarse a raíz de la maniobra imperialista de la tregua recién firmada.
Segundo, hay que identificar los posibles aliados entre las clases campesinas y pequeño burguesas intelectuales, cuáles son sus intereses y cómo se han de incorporar al programa obrero. Las luchas campesinas son fundamentales para sostener la vitalidad del medio terrestre frente a la destrucción causada por la industrialización y la sobreexplotación del territorio. Y por otro lado es importante proteger las culturas nacionales frente a la uniformización del pensamiento único y el posmodernismo.
Tercero, escoger los medios más eficaces para el combate político y militar, que no pueden imitar las prácticas inmorales e irracionales del imperialismo. No debe olvidarse que los medios entrañan el fin y el maquiavelismo –como doctrina propia del imperialismo- conduce indefectiblemente a la irracionalidad y la inconsistencia. La posesión de misiles hipersónicos por el bloque asiático puede crearnos cierta seguridad en cuanto a la confrontación militar –en el sentido de que no se desarrollará hasta la guerra atómica-, pero la actual correlación de fuerzas no es todavía decisiva.
Es difícil evaluar la capacidad militar de los diferentes estados para los observadores que se encuentran fuera de los ejércitos. Las noticias se encuentran siempre sesgadas y continuamente nos informan de los éxitos de unos y de otros. Solo podemos entrever la situación real a partir de los hechos que vamos conociendo, sacando conclusiones, contrastando las noticias y ponderando su fiabilidad. A tenor de estos datos, en mi opinión se puede asegurar que en el plano económico la superioridad del bloque asiático está consolidándose rápidamente, pero esa evolución lleva a una mayor agresividad del imperialismo liberal, que está avanzando en el frente militar incrementando la violencia de sus ataques.
El genocidio palestino nos muestra que la confrontación entre bloques puede alcanzar extremos intolerables. Nos pone sobre aviso de que el conflicto bélico podríadesembocar en una guerra nuclear con armas de destrucción masiva, posibilidad reconocida por comentaristas y observadores de la coyuntura actual. Conforme el conflicto se prolonga y se extiende, crece la alarma en muchos de ellos. La guerra de los doce días entre Israel e Irán, me ha parecido un test de las posibilidades de victoria para ambos contendientes. Según las noticias que nos han llegado a esta parte de la humanidad que vivimos en el centro imperialista, el dominio del espacio aéreo por Israel ha sido superior, apoyado además por la intervención del ejército de los EE.UU., y las alianzas tejidas por el imperio liberal con los Estados musulmanes de la península arábiga. Sin embargo, según ha reconocido el Estado de Israel, al menos el 20% de los misiles lanzados por Irán han alcanzado su territorio. Esto es suficiente para que la escaramuza terminara en tablas. Pues ese 20% significa la destrucción mutua aseguradaen caso de guerra nuclear.
Tal vez se objete que Irán no posee armas nucleares, pero tiene alianzas económicas y militares con Estados que sí las poseen; y estos no están interesados en una derrota de Irán, porque serían los siguientes en la lista para ser borrados del mapa. La propia China está suministrando a Irán con armamento tras esa guerra, pues la República Popular sabe que es el objetivo principal de la agresividad imperialista, para liquidar a su rival económico. Y hay aquí un detalle interesante: esta situación fue prevista por el Pentágono cuando Huntington escribió sobre la guerra de civilizaciones en los años 90. Según este texto, la guerra en Oriente Medio es el prólogo de la guerra contra China que es el verdadero objetivo de la agresión de los EE.UU. contra Asia. La primera fase de ese plan está casi completado con el control de la OTAN sobre los países musulmanes tras las sucesivas guerras de Palestina/Líbano, Afganistán, Irak, Libia, Somalia, Siria, Yemen…
Mientras exista la posibilidad de una destrucción mutua asegurada, la guerra total está descartada. Aunque las tendencias suicidas de la humanidad siguen creciendo a pasos agigantados, conforme crece y se desarrolla el monstruo capitalista, no parece que se haya llegado al punto de provocar un conflicto nuclear generalizado. Pero no menos cierto es que se está produciendo una intensa investigación en el terreno del armamento para superar al enemigo e imponer la victoria. Hay un continuo perfeccionamiento de las nuevas armas, drones y misiles especialmente, y una comprobación permanente de su efectividad mortal y destructiva. Si esas armas llegaran a perfeccionarse hasta el punto de asegurar la victoria al bando imperialista, podríamos tener una guerra nuclear en ciernes.
Los drones se han convertido en el arma táctica por excelencia en la nueva modalidad bélica; su facilidad de fabricación y relativa baratura, las grandes distancias que pueden recorrer, la agilidad de sus acciones agresivas para golpear objetivos enemigos, la ausencia de peligro para los que lo manejan a distancia, han hecho de estos un instrumento letal en el combate que se desarrolla entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, la capacidad para detener estos ataques también se ha desarrollado a lo largo de la guerra, y las últimas noticias confirman la liquidación de cientos de drones en Rusia y en Ucrania que no pudieron alcanzar sus objetivos.
La capacidad de destrucción masiva de las armas modernas hace que las defensas tengan que desarrollarse de modo imprescindible. Los misiles son el arma estratégica fundamental para los ejércitos de nuestros días, pues un misil con cabeza atómica puede destruir una ciudad, haciendo necesaria la rendición para el enemigo. Los escudos contra los misiles se han convertido en un elemento central de la guerra presente. Por ejemplo la cúpula de hierro del Estado sionista, ha demostrado una relativa efectividad en la guerra de los doce días con Irán. Pero esta no es completa y no permite lanzarse a la aventura atómica.
Sin duda, ha habido otras batallas importantes, especialmente en Siria durante el 2017, cuando la flota norteamericana en el Mediterráneo lanzó una andanada de misiles contra las posiciones sirias, argumentando que el Estado sirio había utilizado armas químicas prohibidas por el derecho internacional. De los 59 misiles lanzados por la Armada Estadounidense solo 23 alcanzaron sus objetivos y ninguno de ellos de gravedad, según noticias de Russia Today; el resto de los misiles fue liquidado por la aviación rusa. Esto demostró que la capacidad destructiva del Ejército de los EE.UU. era limitada.
Si comparamos esa batalla con la guerra de los doce días, puede parecer que la OTAN ha mejorado sus capacidades ofensivas. Aunque Rusia, enredada en la guerra de Ucrania no ha intervenido en esta guerra, Israel ha mostrado una importante capacidad militar, también en Siria y Líbano. Rusia necesita liquidar cuanto antes el asunto ucraniano para poder ser efectiva en Oriente Medio, donde se hace notar más duramente la ofensiva imperialista. Sin embargo, el frente europeo parece estabilizado; los avances rusos son constantes, pero deben enfrentar la determinación de las élites de la UE de detenerlos. Mientras el comando de la OTAN va avanzando sus objetivos de controlar Oriente Medio como prólogo para el asalto de Asia. El Estado de Israel juega en esa estrategia un papel fundamental. Ha derrotado las resistencias palestinas antes de atacar su centro en Irán. La agresión de Israel contra la cúpula de Hamás en Qatar y la débil respuesta de los Estados musulmanes al genocidio palestino constituyen un síntoma de la subordinación regional a la estrategia imperialista. A pesar de la adhesión de varios Estados musulmanes al BRICS, da la impresión de que solo una clara victoria militar del bloque asiático podría inclinar la balanza en la región.
No es posible una guerra generalizada con bombas atómicas, y quizás esta sea la causa de que Trump aspirase al Premio Nobel de la Paz, que finalmente ha recaído en la opositora venezolana Corina Machado. Esto sirve para justificar ante la opinión pública los ataques del ejército norteamericano contra los barcos en el mar Caribe, y probablemente significa que la presión militar sobre América Latina va a seguir incrementándose en los próximos meses.
En definitiva, estamos ante un largo conflicto mundial, que no alcanzará extremos dramáticos por la gravedad de las consecuencias que podrían derivarse. Sin embargo, el antiguo centro imperial va a incrementar su belicismo intentando sortear su decadencia económica. Frente a esa situación una mayor consciencia política de las poblaciones, mejorando a favor de la clase obrera las correlaciones de fuerza en los Estados soberanos, y como consecuencia, una mejor coordinación de los ejércitos confrontados al liberalismo, podrá revertir su resistencia militar y acortar el proceso hacia su irrelevancia política.
* profesor de filosofía