Ideas viejas y ambiciones tristes

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Luces y sombras

Habitamos el mejor de los mundos posibles. Fin.

Sin embargo, algo hay que decir para justificar(nos) de una existencia poco heroica y nada noble. Hacer que las palabras coincidan con el vacío. Pobre literatura de uno mismo, de la sociedad que nos contiene.

La épica ha desaparecido de la faz de la Tierra. Sí, mueren a miles los inmigrantes. Por supuesto, siguen cayendo parias inocentes en guerras atizadas por Occidente. En efecto, la situación de la mujer continúa estancada en el guantazo machista contumaz. ¿Y qué?

Todo eso es verdad, pero verdad que no moviliza conciencias, quedando la ira atenazada en la violencia de la sublimación consumista. Atrapados en la red inextricable de las emociones pasajeras, el quietismo social deviene en soluciones añejas, repetitivas, alicortas, recalcitrantes, envueltas en discursos ideológicos de digestión fácil e inmediata.

La revolución comunista, los panteras negras, los fedayines, los guerrilleros de antaño han sido sustituidos por eslóganes creativos a la vez que banales, másteres en el extranjero más remoto, turismo étnico, cultural o ecologista, caridad oenegé y catas de vinos selectos como experiencias de choque o sucedáneos de un vivir comprometido con las entrañas de un universo complejo que sangra mientras yo y tú nos sumergimos en el olvido de mirarnos el ombligo propio a expensas de las calamidades ajenas.

¿Y qué diantres puedes hacer tú o qué puedo yo para cambiar el curso de las cosas? Nada. Permanecer ausente. Suicidarte o huir a la carrera. La existencia se ha convertido en pura náusea. Solo es factible sentir, emocionarse, llorar, reír, escapar de la hoguera, pasar el rato, contemplar el espectáculo a distancia, y como alternativa más audaz caer en el onanismo del placer evanescente derramando sudor, lágrimas o semen según cada circunstancia concreta.

Tristes ambiciones nos acompañan: sociología de saldo, filosofías de relato único y complaciente, políticas cutres. Aumento de salario. Libertad cuadriculada. Estadísticas sin alma.

Este mundo de la abundancia tiene carencias espirituales flagrantes. Comemos sin hambre; bebemos para incrementar la sed; nos conformamos con ser puros entes insaciables de deseos espurios.

Somos incapaces de imaginar otros mundos. De retorcer el lenguaje hasta vomitar contra los esquemas ideológicos trasnochados, las elites que nos explotan y también contra las clases medias instaladas en las urbanizaciones mentales de la segunda residencia, el móvil de última generación y el coche de gama media o alta pagado a golpe de estulticia low cost.

Ya no hay amor ni odio: todo es armonía intangible. Ya no ha clases. Ya no hay sujeto ni objeto ni conflicto. Ya no hay razones para la crítica política de fondo. Todo se ha reducido a cenizas, a palabras cegadoras de intercambio intelectual. De tú a tú: falsa comunicación entre desiguales, entre un arriba y un abajo que pertenecen al mismo territorio moral, un nihilismo de segunda categoría, maloliente, estéril.

Salir de este pozo se asemeja a un jamás definitivo, valga la redundancia. ¿Quién oirá nuestro grito solitario o desgarrado? ¿El inmigrante al que negamos nuestra mano salvadora? ¿El braseado por bombas inteligentes? ¿La mujer vejada hasta la muerte?

No. Es radicalmente cierto: no way out. Con el lenguaje contemporizador de la posmodernidad, nunca podremos alzar el vuelo hacia cielos liberadores.

Hace falta que los inmigrantes, los pobres de solemnidad y las mujeres se conviertan en vendaval sanador y empuje colectivo. Hace falta un nuevo lenguaje, sucio, provocador, irreverente.

Parecía que los dioses se habían batido en retirada. Antes al contrario, han regresado a la cueva platónica, a ser esqueletos fantasmales que iluminan la ignorancia ilustrada: el estatus, la molicie, el miedo, la competencia, el fetiche, las modas y las tendencias, el movimiento circular con destino consabido.

¡Qué nos den por el culo los muertos de hambre! ¡Que los asesinados por las guerras locales se transformen en zombis y nos tajen la yugular! ¡Qué las mujeres se alboroten y sieguen penes por doquier, a diestra y siniestra!

Ese mundo utópico y rebelde o de fantasía sí merecerá la pena habitarlo. Incluso como víctimas colaterales o chivos expiatorios. Imaginen a la alegre y superficial clase media aterrada, engullendo su propio yo insustancial y vacilante. A los empresarios contando sus dineros sin poder salir a la luz desde sus copiosas cuentas corrientes. Y a los políticos venales y posibilistas ensayando discursos que nunca pronunciarán en público. Imaginen, aunque imaginar esté prohibido en las sociedades de la globalización actual.

Vivimos en medio de mitos tan poderosos y sibilinos que somos inconscientes del mundo-cárcel que nos aprisiona cada día. Lo posible es una camisa de fuerza formidable: aprieta sin matarnos del todo, siempre deja un vano abierto para tomar al borde del precipicio más aire contaminado y volver a empezar el circuito infernal de lo mismo.

El mundo huele mal: la basura ideológica de derechas nos ha invadido hasta las rendijas más recónditas de la razón crítica. Ahora sí: punto final.

Nota: Título tomado del texto del artículo de Jean Genet, Morir bajo Giscard D´Estaing. Fue publicado en L´Humanité el 11 de mayo de 1974, el día después de un debate televisado entre el propio Giscard y Mitterrand, ambos candidatos, de la derecha y del programa común de socialistas y comunistas respectivamente, a la presidencia de Francia.

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