Srebrenica: un ‘genocidio’ de geometría variable

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Este mes se ha celebrado el 22 aniversario del “genocidio” de Srebrenica, convertido en una rutina protocolaria, en la que han participado los mismos de siempre: el gobierno local, el cuerpo diplomático, las ONG y los periodistas para grabar las escenas.

En una sentencia el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoeslavia, así como el Tribunal Internacional de Justicia, calificaron las muertes de Srebrenica como un acto de genocidio. Obviamente los jueces no tenían ni las más remota noción de lo que es un genocidio o, en caso contrario, se saltaron la ley a la torera.

Los tribunales también aseguraron que en Srebrenica se cometió el mayor crimen de guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, en el que nadie más que los serbios tuvieron ninguna intervención porque lo mismo que la Guerra de Siria ahora, se trató de una “guerra civil”.

Si algún lector ha contratado un viaje turístico a la zona, debe visitar el memorial Potocari, un cementerio inaugurado en 2003 por el antiguo presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Una placa conmemorativa indica la enigmática cifra 8372… que es el dato oficial de muertos, que se puede cambiar en cualquier momento porque para eso lleva unos puntos suspensivos.

Eso sí, cuando los puntos suspensivos entren en acción será para tirar la cifra hacia arriba, no hacia abajo, porque el de Srebrenica no le llega al de Camboya (tres millones de muertos inventados) ni a la suela de los zapatos. Lo que no alcance a los 100.000 muertos no se debería llamar “genocidio”.

Además, se trata de un “genocidio” puramente local, urbano. No tiene alcance nacional, ni étnico, ni religioso. Sin embargo, la OTAN le dio una repercusión mundial de tal magnitud que se ha convertido en la seña de identidad de Bosnia-Herzegovina, una de esas nuevas “naciones” creada por la OTAN  de la nada.

No existe una “etnia bosnio musulmana”, como cree la Wikipedia. Bosnia-Herzegovina no es una nación sino una colectividad que no tiene en común otra cosa que la misma religión, el islam, diferenciada de la croata (católica) y la serbia (ortodoxa). Alemania y la OTAN no dividieron Yugoeslavia sólo por motivos nacionales, sino también religiosos.

Dado que no es una nación, Bosnia-Herzegovina carece identidad propia, que es lo peor que se puede decir de un Estado amorfo, que se encuentra obligado a inventársela en un ejercicio típico de idealismo histórico. ¿Cómo nos hubiera gustado a los bosnios que hubiera ocurrido la historia? Si unos se inventan la batalla de Roncesvalles, otros hacen lo propio con el “genocidio” de Srebrenica y se engañan a sí mismos: construyen su identidad sobre un fraude.

Es un “genocidio” de geometría variable en el que las cifras son infinitesimales: en la placa conmemorativa de Potocari sólo hay 500 tumbas musulmanas, a los que quizá se podrían añadir otras 70 más que se llevaron hasta allá procedentes de otros lugares para hacer un poco de bulto.

Las cifras no son el único motivo para afirmar que en Srebrenica no hubo ningún genocidio. Por bajas que sean las cifras de muertos, son las suficientes como para comprender que en la Guerra de los Balcanes se produjeron grandes matanzas y no conformarse con las versiones oficiales, y mucho menos para confundir a los víctimas con los victimarios.

Pero a la hora de escribir sobre “genocidios”, los de verdad y los de mentirijillas, hay que tener mucho cuidado. Por presiones de la Unión Europea el nuevo Código Penal serbio ha incluido un artículo que prohíbe dos cosas: negar que hubo un genocidio en Srebrenica y que la autoría del mismo fue obra de los serbios.

Afortunadamente, los fiscales en España no pueden aplicar las leyes serbias, por más que se hayan redactado en Bruselas. De momento aquí podemos decir que la historia de la matanza de Srebrenica no la pueden escribir los juristas y mucho menos a base de mentiras.

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