Esencia contrarrevolucionaria de la socialdemocracia

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MARIANO VIVANCOS. Especial para TP

Militante en la Célula «Eduardo Gallegos Mancera» del PCV en Caracas

«[…] los obreros han salido burlados siempre que se han confiado a los reformistas.»

V.I. Lenin (1870-1924)

Para toda persona interesada en política –y más todavía para las y los revolucionarios–, es fundamental conocer cuál ha sido y el porqué de la sempiterna actuación socialdemócrata y de los Partidos Socialistas no marxistas en los momentos históricos de auge de los movimientos revolucionarios.

Al calor de la Revolución Bolchevique (1917) y al término de la I Guerra Mundial (1918) se generalizaron movimientos obreros revolucionarios para la toma del poder político en casi toda Europa, sobre todo desde esas fechas y hasta 1923. Este despertar obrero-revolucionario tiene unos orígenes similares a la Revolución rusa, pero con un desenlace distinto por la traidora mano socialdemócrata. Veamos algunos de ellos:

Revolución Alemana que comenzó con un motín de marineros al que se unió el movimiento obrero y campesino. En pocos días abarcó todo el país. La revolución socialista fracasó por la oposición del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), que hizo una alianza con el Comando Militar Supremo y civiles ultranacionalistas para la sofocación violenta del Levantamiento Espartaquista (comunistas).

Fue donde por primera vez, quedó en evidencia el papel reaccionario de la socialdemocracia en una lucha de clases por cambiar el Estado burgués. Sus “compañeros” del SPD mandaron asesinar a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y otros dirigentes comunistas, para mantener el Estado burgués. Se produjo la segunda traición de la socialdemocracia a la causa obrera; la primera traición fue ideológica. El triunfo de la revolución alemana junto a la Bolchevique habría cambiado el panorama político mundial.

Revolución Italiana, llamada el Biennio rosso (bienio rojo), es protagonizada por los «Consejos de fábrica» inspirados en los soviets. Primero en Turín, constituyendo en cada una de las fábricas el poder obrero. Sus funciones iban desde la planificación económica, el control del personal técnico, el despido de empleados que se mostraban “enemigos de la clase obrera”, al control de la producción de la empresa y de las operaciones financieras. Se extendió por toda Italia con campesinos y trabajadores que tomaban fábricas y tierras. Para la defensa crearon los «Guardias Rojos».

La burguesía, viendo perder el control político y sus propiedades, acuerda con el Partido Socialista y los sindicatos reformistas volver a la “normalidad”. Al mismo tiempo, comenzó la represión. Y cuando el ex-socialista Mussolini fundó su movimiento fascista (camisas negras) basado en un virulento anticomunismo, la burguesía italiana decidió apoyarlo como medio de contrarrestar a los revolucionarios.

Hubo movimientos revolucionarios en otros países como la República Soviética de Baviera (expropiación de fábricas y entrega de éstas a los obreros organizados en sindicatos, control de los medios de comunicación, sustitución de las instituciones políticas en municipios y gobernaciones por sóviets, etc.), la Austriaca y la Finlandesa. En Hungría (con episodios similares a la Comuna de París) y Bulgaria, los socialdemócratas tuvieron la financiación de Mussolini para instaurar regímenes fascistas.

«El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros […]»

V.I. Lenin (1870-1924)

Al alemán Eduard Bernstein se le considera, en lo político, el padre del revisionismo socialdemócrata y, en lo económico, el de mayor influencia es el inglés John Maynard Keynes.

Bernstein defendía que se podía transitar del capitalismo al socialismo avanzando lentamente dentro del orden burgués, hasta conseguir una evolución del capitalismo en que desaparecerían las crisis generales del mismo, por lo que se favorecería la mejora de la situación económica, social y política del proletariado fundamentalmente por medio de la lucha sindical, por lo que la insurrección de éste no tendría razón de ser.

Keynes teorizó sobre el control del paro y el IPC, para ello, el Estado, como protector del interés general, debe regular las fuerzas del mercado, a través de un mecanismo de gasto público en tiempos de crisis para compensar la caída del consumo privado y evitar la recesión y el desempleo. El déficit generado por el sobregasto sería corregido en el próximo ciclo de auge económico disminuyendo su oferta y frenando así periodos excesivamente alcistas.

Estos planteamientos tuvieron un pequeño éxito en cortos periodos de tiempo, pero fue la 2ª Guerra Mundial (por la reconstrucción europea) la que propició un crecimiento más duradero, siempre dentro de los cánones capitalistas. En realidad, la desregulación de los mercados y la globalización han ido totalmente en sentido contrario, de forma que hoy los Estados son muchos más débiles ante el sistema financiero y especulativo, por lo que no imponen ninguna regulación.

Abandonado el camino al Socialismo –entendiendo como genuino el que se sustenta en las bases científicas del marxismo–, la socialdemocracia, por medio de la economía social de mercado (ESM) también conocida como “tercera vía”, pretende combinar la libre iniciativa (capitalismo) con un progreso social afirmando que se puede vivir con un ‘capitalismo de rostro humano’, sin reconocer que con el pragmatismo y las reglas impuestas, camina hacia el neoliberalismo y facilita el regreso del capitalismo salvaje.

La socialdemocracia ha traicionado sus orígenes marxistas. El capitalismo no se puede reformar, porque en su base filosófica se encuentran falacias como que el interés personal y egoísta de cada uno de los individuos que conforman una sociedad –y más todavía entre clases antagónicas–, propician una especie de equilibrio mágico entre estos intereses confrontados. La solución no existe en este contexto por dos razones, una, porque cada vez más nos alejamos de los objetivos de la ESM (por aumento de los monopolios, acumulación capitalista por una minoría y pretendido progreso económico ilimitado en un planeta finito) y, la otra, porque no se trata sólo de un problema del sistema económico sino también filosófico y ético del capitalismo.

Debemos cambiar las predominantes concepciones socialdemócratas, traspasar los límites de la filosofía actual para ganar a la clase obrera y al pueblo trabajador en la construcción de una nueva concepción del ser humano, radicalmente humanista, democrática y solidaria, alejada de la ética individualista y egoísta actual. Solamente así, podremos avanzar hacia un mundo más justo e igualitario, acumulando fuerzas para la revolución proletaria y popular que nos lleve al Socialismo.

«Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase. […] el reformismo significa en la práctica renuncia al marxismo y sustitución de esta doctrina por la “política social” burguesa.»

V.I. Lenin (1870-1924)

La socialdemocracia nació como alternativa contrapuesta al socialismo científico que defiende la igualdad contra el sistema de privilegios imperante. La confrontación al comunismo la mantiene, pero la batalla por la igualdad se ha visto casi anulada al aceptar las estructuras del Estado burgués y su política económica.

Con la histórica unión de la pequeña burguesía democrática y la clase obrera reformista, pretenden atenuar la contradicción y antagonismo capital-trabajo, pero dentro del marco que la pequeña burguesía impone; por lo que las reivindicaciones consecuentes y clasistas del proletariado son menoscabadas.

El carácter de aparato-máquina electoral burocrática, en que se han convertido los partidos socialdemócratas, sumado a que de la política han hecho su oficio, han transformado la democracia parlamentaria en partidocracia y en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial.

Los políticos socialdemócratas, en el fondo, acaban por tener intereses de clase comunes a los de la derecha. La partidocracia estimula la frustración del pueblo soberano, la abstención electoral, degenera la democracia parlamentaria, sustrae el poder popular y lo convierte así en la política-espectáculo y en las regalías populistas.

La socialdemocracia se ha doblegado ante la globalización impuesta por el imperialismo aceptando las más “toxicas” invenciones financieras, los “paraísos fiscales”, y el secreto bancario, instrumentos del entramado económico-mafioso a nivel internacional, con el resultado de que el poder de las mafias se extiende por casi todo el mundo. Las leyes regresivas para las y los trabajadores que la derecha no puede aprobar, las adelantan los gobiernos socialdemócratas al dividir al conjunto de la izquierda.

La socialdemocracia convertida en aparato de gestión del poder burgués, renunció a la superación de la propiedad privada de los medios de producción y condiciona las reformas a la lógica del mercado capitalista. Al traicionar sistemáticamente su única razón de ser, la socialdemocracia ha estado en crisis incluso cuando ha ganado elecciones y ha gobernado. ¿Para qué puede servir una “izquierda” que lleva a cabo una política de derecha, si no a preparar el retorno del original? La raíz de tal crisis reside en la contradicción entre el dicho y el hecho que practican.

Resulta paradójico que la socialdemocracia viva su crisis precisamente cuando más favorables son las condiciones para la crítica hacia el sistema y para plantear propuestas de reformas radicales en el ámbito financiero y económico, ya que las grandes masas están sufriendo el desastre social y económico provocado por los privilegios sin freno y por el dominio sin control del liberalismo salvaje. No pueden ser la solución porque son parte integrante del problema.

La socialdemocracia ha fallado al pueblo, por lo que las masas obrero-campesinas deben generar un bloque popular revolucionario-antiimperialista unitario que sea el pilar para la conquista del poder político.

https://issuu.com/tribuna_popular/docs/tp_2977/2

https://issuu.com/tribuna_popular/docs/tp_2978/2

https://issuu.com/tribuna_popular/docs/tp_2979/2

Fuente: prensa pcv

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