Embajador venezolano en Damasco compara la situación en su país a sucesos en Siria en 2011

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Damasco, 24 ene (Sputnik). – El embajador de Venezuela en Siria, José Gregorio Biomorgi Muzzattiz, comparó los sucesos en su país a los que habían ocurrido en Siria en 2011 y afirmó que “el guion es el mismo”.

El diplomático comentó que en ocho años, en Siria murieron muchas personas y que la magnitud de las destrucciones fue enorme y no hubo una sola familia donde no falleciera alguno de sus miembros.

Ese mismo guion, dijo el diplomático, ahora quieren aplicarlo en Venezuela.

Señaló que la oposición utiliza términos como democracia pero, al mismo tiempo, se niega a reconocer al presidente legítimo del país y muestra apoyo a un “candidato desconocido”.

El miércoles pasado, el titular de la Asamblea Nacional de Venezuela (Parlamento unicameral en desacato), Juan Guaidó, se autoproclamó “presidente encargado” (interino) de Venezuela.

El líder del país sudamericano, Nicolás Maduro, calificó la declaración de Guaidó de intento de golpe de Estado y responsabilizó a EEUU de haberlo orquestado.

Más tarde el miércoles, el presidente Maduro anunció la ruptura de las relaciones con EEUU y ordenó la expulsión de diplomáticos estadounidenses.

Hasta la fecha varios países de la región y fuera, entre ellos Argentina, Brasil, Chile, Canadá, Colombia, Costa Rica, Ecuador, EEUU, Guatemala y Paraguay entre otros han reconocido a Guaidó como presidente interino de Venezuela.

México y Uruguay no expresaron ni el reconocimiento de Guaidó ni el respaldo a Maduro, pero instaron a hallar una salida pacífica a la crisis.

Bolivia, Cuba, El Salvador y Rusia expresaron su apoyo explícito al presidente venezolano. (Sputnik)

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Miguel Hernández… «Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye.»

«Ya sabéis, compañeros en penas, fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad burguesa. No creo que nadie entre nosotros haya tratado de homenajear a nadie de nosotros hoy, al reunirnos, en la sabrosa satisfacción de comer como en familia. Se trata de otra cosa. Y yo quiero que esta comida no dé motivo para pronunciar palabras de significación extraña de nuestro modo de ser revolucionario. Esta comida es justo premio a los muchos merecimientos hechos en su vida de espectro por uno de nosotros, durante los veinticinco días que ha conllevado consigo mismo, con la paciencia de un muerto efectivo, allá, en la ultratumba de esta cárcel. El hambre que he traído de aquella trasvida fantasmal a esta otra vida real de preso: el hambre que he traído, y que no se me va de mi naturaleza, bien merece el recibimiento del tamaño de una vaca: Eso sí; como poeta, he advertido la ausencia del laurel… en los condimentos. Por lo demás, el detalle del laurel no importa, ya que para mis sienes siempre preferiré unas nobles canas. Quedamos, pues, en que hoy me ha correspondido a mí ser pretexto para afirmar, sobre una sólida base alimenticia, nuestra necesidad de colaboración fraterna en todos los aspectos y desde todos los planos y arideces de nuestra vida. Hoy que pasa el pueblo, quien puede pasar, por el trance más delicado y difícil de su existencia, aunque también el más aleccionador y probatorio de su temple, quiero brindar con vosotros. Vamos a brindar por la felicidad de este pueblo: por aquello que más se aproxima a una felicidad colectiva. Ya sabéis. Es preciso que brindemos. Y no tenemos ni vino ni vaso. Pero, ahora, en este mismo instante, podemos levantar el puño, mentalmente, clandestinamente, y entrechocarlo. No hay vaso que pueda contener sin romperse la sola bebida que cabe en un puño: el odio. El odio desbordante que sentimos ante estos muros representantes de tanta injusticia: el odio que se derrama desde nuestros puños sobre estos muros: que se derramará. El odio que ilumina con su enérgica fuerza vital la frente y la mirada y los horizontes del trabajador. Pero, severamente, cuidaremos en nosotros que este odio no sea el del instinto y la pasión irrefrenada. Ese odio primigenio sólo conduce a la selva. Y nuestro odio no es el tigre que devasta: es el martillo que construye. Vamos, pues, a brindar». Miguel Hernández

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